Esa frase, pronunciada de pronto con un tono helado, rompió la charla desordenada que mantenían algunos allí reunidos.Todos fueron callando y clavando la vista en él. El silencio se hizo palpable. Álvaro, sentado con las piernas cruzadas, recorrió con la mirada a cada uno de los presentes:—¿Será que he sido demasiado condescendiente con ustedes?—Alvi, los mayores solo se preocupan por ti. Se compadecen de la vida tan «injusta» que llevas; no lo hacen con malicia.Vitoria, de inmediato, dio un paso al frente para aplacar la tensión—o al menos, intentarlo.—Si algo no te agrada, podemos no mencionarlo más. Que tu matrimonio sea armónico nos alegra, de verdad.Álvaro le dirigió una mirada desdeñosa, luego fijó sus ojos en Ismael, que se refugiaba al fondo del grupo:—Con razón tu hermano se atrevió a despotricar diciendo que «era el turno» para que fueras tú quien tomara mi lugar como cabeza de familia.Ismael había estado convencido de que, tras la intervención de Vitoria, el asunto q
En ese entonces, Gabriela apenas se recuperaba de su encuentro con la muerte. Ni siquiera podía moverse del todo bien y debía usar una silla de ruedas. Por culpa de aquel secuestro casi había perdido la vida. El enojo de Álvaro, luego de lo ocurrido con Mattheo, seguía ardiendo, y arremetía con dureza contra quienes lo habían traicionado; no pensaba dejar títere con cabeza, incluyendo a esta tía, ni a ninguno de la familia Saavedra.—Y también ustedes —prosiguió Álvaro, dirigiendo una mirada de disgusto al resto—. Si Gabriela no hubiera dicho que, a fin de cuentas, son de mi sangre y no quería que fuera tan implacable, ¿de verdad creen que seguirían gozando de sus riquezas y privilegios actuales? El fin que tuvo la familia de Mattheo es el que habrían tenido ustedes.—¿Cómo puede ser? —la tía se mostró incrédula—. Tú jamás te comportaste así con ella, ¿qué caso tenía que te lo pidiera? ¿De veras la escuchaste?Álvaro sonrió:—¿Y por qué no? Es mi esposa.Sí. En el pasado, Álvaro no se
Gabriela sonrió, acariciándole la mejilla con suavidad y respondiendo con seriedad:—No es cuestión de por qué; solo quiero que tengas tu propia fuerza para defenderte.No se trataba de vivir a la sombra de nadie: Cintia debía valer por sí misma, capaz de infundir un respeto genuino. Era muy lista y, con su corta edad, ya contaba con un hermano poderoso y los abuelos Rojo como mentores. Gabriela no dudaba del porvenir de Cintia, solo quería que sentara unas bases firmes para ahorrarse disgustos más adelante.—Tú vas a marcharte, ¿verdad…? —adivinó Cintia, notando un matiz de despedida en sus palabras—. ¿Por qué insistes tanto en irte…?El gesto de Cintia se entristeció al deducir que Gabriela, en efecto, pensaba marcharse.Sin embargo, en medio de su abatimiento, de pronto notó algo curioso: justo bajo el cuello alto de la prenda de Gabriela, alcanzó a ver una marca rojiza en la piel, de un color inconfundible.—¿Tú… anoche con mi hermano…? —Cintia separó los brazos de Gabriela, primer
Este año había sido todo un éxito para los padres de Vitoria. Mientras los Saavedra se destrozaban entre sí, ellos se mantuvieron al margen y, por pura suerte, terminaron saliendo ganadores. Jesús Saavedra, el padre de Vitoria, estaba convencido de que había honrado a sus antepasados con tan buena fortuna.Aquella mañana, todavía de madrugada, Jesús salió apresurado junto a su esposa, Isona Ferrer, para visitar la tumba de su propio padre. Al presentarle sus respetos, le pidió que siguiera velando por la familia durante el próximo año: rezó en nombre de su hijo, de su hija y hasta de su yerno, deseándoles prosperidad a todos.Nunca imaginó que, antes de abandonar el cementerio, recibiría malas noticias desde la vieja mansión familiar. Sin perder tiempo, Jesús e Isona regresaron corriendo. Desde lejos vieron a su hijo Ismael, de rodillas en medio de la nieve y apenas cubierto por unas prendas ligeras. Isona sintió un vuelco al corazón y corrió a quitarse el abrigo para cubrirlo.—Mamá…
Decía que todo el poder y la posición actual del señor Saavedra provenían del respaldo económico de la familia Rojo, y que si él tuviera esa misma fortuna, sería mucho más fuerte que Álvaro.Para colmo, Jesús llegó a pensar que su hijo mostraba cierta ambición, que era «un hombre con agallas». Jamás imaginó que Ismael soltaría tamaña arrogancia delante de quien no debía. ¡Si pudiera retroceder el tiempo, le habría cortado la lengua!—¡Eres un…! —Jesús le dio un golpecito brusco a Ismael en la frente.—¡No lo regañes así! —intervino la madre, cubriéndolo con su cuerpo—. Bastante desgracia tiene ya.En ese momento, Gabriela y Cintia entraban al salón por otra puerta y alcanzaron a presenciar la escena.—¿Ves lo disparatado que es mi tío Jesús? —Cintia susurró con una mueca burlona—. Tiene dinero, pero antes que invertir en su hija Vitoria —que tiene mejor cabeza—, prefiere derrocharlo en ese inútil de Ismael. Por fortuna, el cielo es sabio y él no resulta ser más que un bueno para nada.
—Con razón el muchachito que está afuera se sentía tan valiente; parece que lo trae en la sangre, —intervino Álvaro con una sonrisa mordaz.De inmediato cayó un silencio sepulcral en la sala; se podía escuchar hasta la respiración entrecortada de los presentes. Un escalofrío le recorrió la espalda a Jesús, percatándose por fin de que habían ido demasiado lejos.—Mi hermana vino a la reunión familiar en mi lugar, —continuó Álvaro—, y acabó acusada de robo en su propia casa, pasando la noche en los separos de la policía. Ahora mi esposa quiere esclarecer la verdad para que no queden dudas, ¿y resulta que eso es «no respetar a los mayores»?—Señor Saavedra… —comenzó Jesús.—¿No creen que me han subestimado demasiado? —lo atajó Álvaro—. ¿O será que he sido tan complaciente con ustedes que olvidaron lo que realmente puedo hacer? Si quiero defender a mi hermana, no necesito «investigar» nada. Gabriela es quien insiste en no culpar a nadie injustamente, y por eso me presto a esta pérdida de t
Hizo una pausa y, de pronto, se puso a llorar:—Cintia, discúlpame. Fue mi descuido lo que te hizo pasar esa vergüenza tan grande. Por favor, recuerda que somos familia, hermanas; perdóname esta vez. Te juro que no quise acusarte a propósito, fue una desgracia que las cámaras de seguridad fallaran. Con esas imágenes habríamos aclarado todo.—¿Fallar? —Cintia se enfadó—. ¡Tú misma te quedaste con la memoria del sistema de vigilancia!—¡Es que no fue así, lo juro! —Vitoria se mordió los labios para no sonreír, empeñada en revolver el asunto y arrastrar a Cintia con ella.Pero entonces, Gabriela, sin prestar atención a su intercambio de acusaciones, se dirigió otra vez a la empleada:—Te daré una última oportunidad.La mujer se encogió aún más, mirando el suelo con los hombros temblorosos.—Tal vez alguien te dijo que Cintia no es más que la hija ilegítima de los Saavedra, que no le tienen aprecio y que no importaba si la culpaban en falso, que te protegerían del castigo, —continuó Gabrie
—¡Vitoria! —gritaron sus padres, corriendo a auxiliarla. Pero la fuerza de aquella patada no había sido poca, y Vitoria, por más que lo intentaba, no lograba ponerse en pie.Incapaz de desquitarse con Kian, la madre de Vitoria arremetió contra la sirvienta:—Desgraciada, ¿quién te pagó para que difamaras así a mi hija?Lejos de acobardarse, la joven, dispuesta a contar toda la verdad, se aferró a la única oportunidad de obtener protección:—Señora, —dijo a Gabriela—, lo que pasa es que, antes, los padres de Vitoria no tenían ni dinero ni influencia; en la familia Benítez apenas la toleraban. Fue el año pasado, cuando el señor Álvaro los impulsó dentro de Grupo Saavedra, que empezaron a ganar respeto. Esa gargantilla de jade se la dio su suegra para que facilitara más negocios entre los Benítez y los Saavedra…—¡Cierra la boca! —gritó Vitoria, pálida de rabia.No quería que nadie descubriera los problemas que atravesaba en la familia Benítez. De puertas para afuera, sus suegros fingían