Hizo una pausa y, de pronto, se puso a llorar:—Cintia, discúlpame. Fue mi descuido lo que te hizo pasar esa vergüenza tan grande. Por favor, recuerda que somos familia, hermanas; perdóname esta vez. Te juro que no quise acusarte a propósito, fue una desgracia que las cámaras de seguridad fallaran. Con esas imágenes habríamos aclarado todo.—¿Fallar? —Cintia se enfadó—. ¡Tú misma te quedaste con la memoria del sistema de vigilancia!—¡Es que no fue así, lo juro! —Vitoria se mordió los labios para no sonreír, empeñada en revolver el asunto y arrastrar a Cintia con ella.Pero entonces, Gabriela, sin prestar atención a su intercambio de acusaciones, se dirigió otra vez a la empleada:—Te daré una última oportunidad.La mujer se encogió aún más, mirando el suelo con los hombros temblorosos.—Tal vez alguien te dijo que Cintia no es más que la hija ilegítima de los Saavedra, que no le tienen aprecio y que no importaba si la culpaban en falso, que te protegerían del castigo, —continuó Gabrie
—¡Vitoria! —gritaron sus padres, corriendo a auxiliarla. Pero la fuerza de aquella patada no había sido poca, y Vitoria, por más que lo intentaba, no lograba ponerse en pie.Incapaz de desquitarse con Kian, la madre de Vitoria arremetió contra la sirvienta:—Desgraciada, ¿quién te pagó para que difamaras así a mi hija?Lejos de acobardarse, la joven, dispuesta a contar toda la verdad, se aferró a la única oportunidad de obtener protección:—Señora, —dijo a Gabriela—, lo que pasa es que, antes, los padres de Vitoria no tenían ni dinero ni influencia; en la familia Benítez apenas la toleraban. Fue el año pasado, cuando el señor Álvaro los impulsó dentro de Grupo Saavedra, que empezaron a ganar respeto. Esa gargantilla de jade se la dio su suegra para que facilitara más negocios entre los Benítez y los Saavedra…—¡Cierra la boca! —gritó Vitoria, pálida de rabia.No quería que nadie descubriera los problemas que atravesaba en la familia Benítez. De puertas para afuera, sus suegros fingían
—¿De qué hablas? —respondió él, con una frialdad cortante—. Soy alérgico a las avellanas.Vitoria lo miró, perpleja.—¡No puede ser, eso es imposible!Gabriela también posó los ojos en Álvaro. Recordó que Emiliano padecía la misma alergia. ¿Había más similitudes entre los dos además de su apariencia?Álvaro notó la mirada de Gabriela y se la devolvió. Sin saber por qué lo observaba así, le sonrió con absoluta tranquilidad. Luego, sin pensarlo dos veces, entrelazó sus dedos con los de ella, sujetándola con firmeza. Gabriela reaccionó e intentó soltar su mano, pero él la sostuvo sin moverse ni un ápice.—… —Gabriela permaneció en un silencio indescriptible.Mientras tanto, Vitoria, sin más remedio, fue sacada del lugar por el equipo de Kian. Era de esperarse que los rumores sobre el supuesto robo de Cintia ya hubieran circulado en ciertos círculos, pues, para armar su trampa, Vitoria había alardeado de que el collar estaba perdido y quería culpar a Cintia. Además, si su intención era hum
La familia Saavedra llevaba varias generaciones sumida en la opulencia. Incluso los parientes más lejanos eran, en cierto modo, gente astuta. Aún así, cuando Vitoria acusó a Cintia la noche anterior, todos habían preferido quedarse al margen, sin que nadie corriera a avisarle a Álvaro. Él sabía perfectamente por qué:En el fondo, descalificaban a Cintia, pues no la consideraban digna de ocupar el lugar del jefe de la familia en la reunión. Para ellos, el solo hecho de sentarse a la mesa con ella era una afrenta. Que Vitoria diera un paso al frente para «darle una lección» a Cintia les venía de perlas.Nunca imaginaron que aquella farsa terminaría con semejante vuelco. Cintia había acudido como representante de Álvaro anoche… y hoy se convertía en la nueva autoridad. Para todos los miembros del clan, era como haber empujado la piedra que ahora rodaba contra ellos mismos.—Aunque no sé si a ustedes les resulte entretenido, a mí me divierte, —comentó Álvaro esbozando una sonrisa ladeada.
—Exacto. El fondo familiar está para que la familia Saavedra crezca y se fortalezca. Tirarlo a la basura es perjudicar los intereses de todos.—Tu hija y tu hijo se confabularon para hacer quedar mal a Cintia, y ella ni siquiera los está acusando formalmente. Únicamente les ha prohibido usar el fondo. No vayas a pasarte de listo…Los murmullos se alzaron por toda la sala. Esa misma gente que hace unas horas se mostraba amable y condescendiente, ahora revelaba sin tapujos su verdadero sentir.—Voy al baño, —anunció Gabriela de pronto.La verdad, tras una noche de poco descanso, la disputa de los presentes le resultaba estresante. Además, sentía la mente inundada de curiosidad por el papel arrugado que guardaba en el bolsillo de su abrigo. ¿Qué contendría?—Te acompaño, —propuso Álvaro.—¡Siéntate! —lo fulminó con la mirada Gabriela, en un susurro cargado de advertencia.Hasta Álvaro se asombró de su propia reacción interna. Después de tanto tiempo siendo ignorado por ella, ahora, inclus
—¿No sabe nada sobre la historia familiar de su prometido? —Los ojos de Florencio se llenaron de un brillo lacrimoso—. Parece que, al final, él nunca pudo hacer las paces con este lugar… nunca los perdonó de verdad.—Si me citó hasta acá, —replicó Gabriela, intentando mantener la compostura mientras su voz adquiría un matiz severo—, debe ser porque quiere decirme algo. Vayamos al grano: ¿a qué se refiere con «él debió haberse llamado "Álvaro"»?Florencio, con pasos vacilantes, fue hasta una banca de piedra y tomó asiento:—Al nacer, Eleuterio eligió el nombre de «Álvaro» para su nieto. Soñaba con que fuera alguien sereno y valiente. Lo recibieron con grandes expectativas, pero nació casi al mismo tiempo otro niño. A este segundo bebé lo consideraron «débil de salud» y lo mantuvieron oculto.—¿Eran gemelos? —preguntó Gabriela.—Sí, un par de gemelos. Habría sido algo maravilloso, pero Eliseo se dejó llevar por los augurios de un supuesto experto en astrología, quien dijo que el niño enf
—Ve a este lugar, —dijo Florencio, con la voz temblorosa. Sacó un papelito arrugado de su bolsillo, donde había anotado un número telefónico—. Él sabe lo que ocurrió en aquel entonces.Los dedos de Gabriela se tensaron al tomar el papel.—Entonces, —soltó de pronto—, ¿fue Álvaro quien mató a mi Emiliano?Recordaba perfectamente que Emiliano era excelente nadador, y aquel día el oleaje no estaba tan fuerte. Siempre se preguntó por qué había muerto así. El forense dictaminó que se quedó atrapado en una corriente marina y chocó contra un objeto flotante. A Gabriela le pareció una explicación muy «conveniente», pero demasiado simple.—En este mundo, —respondió Florencio, con un temblor en la voz—, no pueden existir dos Álvaros a la vez.Un dolor intenso apuñaló las sienes de Gabriela.—Espera… algo no encaja, —se obligó a serenarse—. Él encontró a Emiliano y hasta sabía de mi existencia. Pero cuando volví a Midred y nos vimos, no dio la menor señal de reconocerme.Exacto.Si todo fuera tal
Por su parte, Gabriela esquivó a Álvaro, que andaba preguntando por ella, y regresó a su habitación.Aquella recámara pertenecía, desde la infancia, a ese «Álvaro» que en realidad había sido su Emiliano.Por primera vez, Gabriela recorrió cada rincón con la sensación de ver los pasos de su amado cuando era un niño.—¿Cómo pudo pasar algo así? —se preguntó, con un dolor punzante que le atravesaba el pecho. Se cubrió el corazón con la mano, sintiendo que apenas podía respirar.Si todo lo que Florencio le contó era cierto, entonces…El niño que Sofía abandonó no era otro que su Emiliano.El hijo a quien Eliseo despreció era también su Emiliano.Esa infancia infernal que la gente atribuía a Álvaro… la había vivido, en realidad, Emiliano.—¿Gabriela?Álvaro entró a la habitación, y al ver a Gabriela, se llevó el susto de su vida.Gabriela se volvió hacia él, con los ojos llenos de lágrimas incontenibles. Su angustia parecía haberla llevado casi al borde del colapso.—¿Qué pasa?Álvaro corri