Este año había sido todo un éxito para los padres de Vitoria. Mientras los Saavedra se destrozaban entre sí, ellos se mantuvieron al margen y, por pura suerte, terminaron saliendo ganadores. Jesús Saavedra, el padre de Vitoria, estaba convencido de que había honrado a sus antepasados con tan buena fortuna.Aquella mañana, todavía de madrugada, Jesús salió apresurado junto a su esposa, Isona Ferrer, para visitar la tumba de su propio padre. Al presentarle sus respetos, le pidió que siguiera velando por la familia durante el próximo año: rezó en nombre de su hijo, de su hija y hasta de su yerno, deseándoles prosperidad a todos.Nunca imaginó que, antes de abandonar el cementerio, recibiría malas noticias desde la vieja mansión familiar. Sin perder tiempo, Jesús e Isona regresaron corriendo. Desde lejos vieron a su hijo Ismael, de rodillas en medio de la nieve y apenas cubierto por unas prendas ligeras. Isona sintió un vuelco al corazón y corrió a quitarse el abrigo para cubrirlo.—Mamá…
Decía que todo el poder y la posición actual del señor Saavedra provenían del respaldo económico de la familia Rojo, y que si él tuviera esa misma fortuna, sería mucho más fuerte que Álvaro.Para colmo, Jesús llegó a pensar que su hijo mostraba cierta ambición, que era «un hombre con agallas». Jamás imaginó que Ismael soltaría tamaña arrogancia delante de quien no debía. ¡Si pudiera retroceder el tiempo, le habría cortado la lengua!—¡Eres un…! —Jesús le dio un golpecito brusco a Ismael en la frente.—¡No lo regañes así! —intervino la madre, cubriéndolo con su cuerpo—. Bastante desgracia tiene ya.En ese momento, Gabriela y Cintia entraban al salón por otra puerta y alcanzaron a presenciar la escena.—¿Ves lo disparatado que es mi tío Jesús? —Cintia susurró con una mueca burlona—. Tiene dinero, pero antes que invertir en su hija Vitoria —que tiene mejor cabeza—, prefiere derrocharlo en ese inútil de Ismael. Por fortuna, el cielo es sabio y él no resulta ser más que un bueno para nada.
—Con razón el muchachito que está afuera se sentía tan valiente; parece que lo trae en la sangre, —intervino Álvaro con una sonrisa mordaz.De inmediato cayó un silencio sepulcral en la sala; se podía escuchar hasta la respiración entrecortada de los presentes. Un escalofrío le recorrió la espalda a Jesús, percatándose por fin de que habían ido demasiado lejos.—Mi hermana vino a la reunión familiar en mi lugar, —continuó Álvaro—, y acabó acusada de robo en su propia casa, pasando la noche en los separos de la policía. Ahora mi esposa quiere esclarecer la verdad para que no queden dudas, ¿y resulta que eso es «no respetar a los mayores»?—Señor Saavedra… —comenzó Jesús.—¿No creen que me han subestimado demasiado? —lo atajó Álvaro—. ¿O será que he sido tan complaciente con ustedes que olvidaron lo que realmente puedo hacer? Si quiero defender a mi hermana, no necesito «investigar» nada. Gabriela es quien insiste en no culpar a nadie injustamente, y por eso me presto a esta pérdida de t
Hizo una pausa y, de pronto, se puso a llorar:—Cintia, discúlpame. Fue mi descuido lo que te hizo pasar esa vergüenza tan grande. Por favor, recuerda que somos familia, hermanas; perdóname esta vez. Te juro que no quise acusarte a propósito, fue una desgracia que las cámaras de seguridad fallaran. Con esas imágenes habríamos aclarado todo.—¿Fallar? —Cintia se enfadó—. ¡Tú misma te quedaste con la memoria del sistema de vigilancia!—¡Es que no fue así, lo juro! —Vitoria se mordió los labios para no sonreír, empeñada en revolver el asunto y arrastrar a Cintia con ella.Pero entonces, Gabriela, sin prestar atención a su intercambio de acusaciones, se dirigió otra vez a la empleada:—Te daré una última oportunidad.La mujer se encogió aún más, mirando el suelo con los hombros temblorosos.—Tal vez alguien te dijo que Cintia no es más que la hija ilegítima de los Saavedra, que no le tienen aprecio y que no importaba si la culpaban en falso, que te protegerían del castigo, —continuó Gabrie
—¡Vitoria! —gritaron sus padres, corriendo a auxiliarla. Pero la fuerza de aquella patada no había sido poca, y Vitoria, por más que lo intentaba, no lograba ponerse en pie.Incapaz de desquitarse con Kian, la madre de Vitoria arremetió contra la sirvienta:—Desgraciada, ¿quién te pagó para que difamaras así a mi hija?Lejos de acobardarse, la joven, dispuesta a contar toda la verdad, se aferró a la única oportunidad de obtener protección:—Señora, —dijo a Gabriela—, lo que pasa es que, antes, los padres de Vitoria no tenían ni dinero ni influencia; en la familia Benítez apenas la toleraban. Fue el año pasado, cuando el señor Álvaro los impulsó dentro de Grupo Saavedra, que empezaron a ganar respeto. Esa gargantilla de jade se la dio su suegra para que facilitara más negocios entre los Benítez y los Saavedra…—¡Cierra la boca! —gritó Vitoria, pálida de rabia.No quería que nadie descubriera los problemas que atravesaba en la familia Benítez. De puertas para afuera, sus suegros fingían
—¿De qué hablas? —respondió él, con una frialdad cortante—. Soy alérgico a las avellanas.Vitoria lo miró, perpleja.—¡No puede ser, eso es imposible!Gabriela también posó los ojos en Álvaro. Recordó que Emiliano padecía la misma alergia. ¿Había más similitudes entre los dos además de su apariencia?Álvaro notó la mirada de Gabriela y se la devolvió. Sin saber por qué lo observaba así, le sonrió con absoluta tranquilidad. Luego, sin pensarlo dos veces, entrelazó sus dedos con los de ella, sujetándola con firmeza. Gabriela reaccionó e intentó soltar su mano, pero él la sostuvo sin moverse ni un ápice.—… —Gabriela permaneció en un silencio indescriptible.Mientras tanto, Vitoria, sin más remedio, fue sacada del lugar por el equipo de Kian. Era de esperarse que los rumores sobre el supuesto robo de Cintia ya hubieran circulado en ciertos círculos, pues, para armar su trampa, Vitoria había alardeado de que el collar estaba perdido y quería culpar a Cintia. Además, si su intención era hum
La familia Saavedra llevaba varias generaciones sumida en la opulencia. Incluso los parientes más lejanos eran, en cierto modo, gente astuta. Aún así, cuando Vitoria acusó a Cintia la noche anterior, todos habían preferido quedarse al margen, sin que nadie corriera a avisarle a Álvaro. Él sabía perfectamente por qué:En el fondo, descalificaban a Cintia, pues no la consideraban digna de ocupar el lugar del jefe de la familia en la reunión. Para ellos, el solo hecho de sentarse a la mesa con ella era una afrenta. Que Vitoria diera un paso al frente para «darle una lección» a Cintia les venía de perlas.Nunca imaginaron que aquella farsa terminaría con semejante vuelco. Cintia había acudido como representante de Álvaro anoche… y hoy se convertía en la nueva autoridad. Para todos los miembros del clan, era como haber empujado la piedra que ahora rodaba contra ellos mismos.—Aunque no sé si a ustedes les resulte entretenido, a mí me divierte, —comentó Álvaro esbozando una sonrisa ladeada.
—Exacto. El fondo familiar está para que la familia Saavedra crezca y se fortalezca. Tirarlo a la basura es perjudicar los intereses de todos.—Tu hija y tu hijo se confabularon para hacer quedar mal a Cintia, y ella ni siquiera los está acusando formalmente. Únicamente les ha prohibido usar el fondo. No vayas a pasarte de listo…Los murmullos se alzaron por toda la sala. Esa misma gente que hace unas horas se mostraba amable y condescendiente, ahora revelaba sin tapujos su verdadero sentir.—Voy al baño, —anunció Gabriela de pronto.La verdad, tras una noche de poco descanso, la disputa de los presentes le resultaba estresante. Además, sentía la mente inundada de curiosidad por el papel arrugado que guardaba en el bolsillo de su abrigo. ¿Qué contendría?—Te acompaño, —propuso Álvaro.—¡Siéntate! —lo fulminó con la mirada Gabriela, en un susurro cargado de advertencia.Hasta Álvaro se asombró de su propia reacción interna. Después de tanto tiempo siendo ignorado por ella, ahora, inclus