—Olvídalo. Es algo que ya no me importa, —murmuró, y dio un paso para marcharse.Pero Álvaro reaccionó rodeándola desde atrás con sus brazos, reteniéndola con fuerza contra su pecho.—No digas que no te importa, —susurró, con la cara hundida en el hueco de su cuello, en un tono que sonaba a ruego—. No puedes dejar de importarme…Si a uno no le importara, sería porque el amor se había apagado.—Suéltame, —dijo Gabriela, intentando zafarse.Sin embargo, él la sujetó aún más, con la voz hecha añicos de vulnerabilidad:—Gabriela, solo quiero que hables conmigo. Dime lo que sea, reclámame, insúltame si quieres… pero no guardes silencio.Gabriela se quedó sin palabras. ¿Cómo era posible que no hubiera notado antes ese aspecto de Álvaro?—De acuerdo, lo que tú digas. ¡Suelta! —aceptó con resignación, a regañadientes.Aun así, Álvaro aprovechó para afianzar un poco más la situación. Antes de soltarla por completo, le sujetó la barbilla con rapidez y rozó sus labios en un beso fugaz. Solo enton
Gabriela pasó un buen rato en aquel pequeño patio, respondiendo uno a uno los mensajes que se habían acumulado durante el día.La que más había escrito era Marcela, despotricando sin cesar contra su nuevo primer bailarín y rogándole a Gabriela que fuera cuanto antes a rescatarla de su suplicio.Al terminar de atender todos esos textos, Gabriela sintió que su estado de ánimo mejoraba un poco.Se puso en pie y regresó al interior.Nada más entrar en la sala principal, Oliver, que aguardaba allí, se levantó de inmediato:—Tu abuela ha tenido algunas palpitaciones; tomó la medicación y se acostó —comentó él con voz amable—. Gracias por cubrirla antes y evitarle la quemadura…—Fui yo quien volcó la tetera —atajó Gabriela con frialdad.Oliver guardó un instante de silencio. Toda su vida había sido una figura de autoridad, y ahora, en su vejez, se veía obligado a hacer reverencias ante su propia nieta política.—Todo lo que te he contado hoy es verdad. Deseo que me creas, —dijo, con un tono h
Álvaro entró en silencio, y en un santiamén, se acomodó en la cama por el lado opuesto al de Gabriela, con cuidado de no despertarla. Esperó un par de segundos, atento a cualquier movimiento, y al no percibir reacción, se fue acercando centímetro a centímetro hasta rodearla con sus brazos.Para mimetizarse con su aroma, en la ducha había optado por el mismo gel de baño que ella usaba, aunque ahora, al oler su cabellera, se dio cuenta de que el olor no era exactamente igual. Ese perfume proveniente de Gabriela le llenaba el cuerpo entero, sobre todo el corazón, de una quietud dulce y satisfecha.A punto de dormirse, acercó sus labios a los de Gabriela y le dio un beso suave. En el fondo, le habría gustado algo más intenso, pero se contuvo. Sentía que todo iría llegando a su tiempo y que lo mejor sería disfrutar de esos instantes de tranquilidad.«Hay mucho futuro por delante», pensó, cerrando los ojos con una sonrisa.***Iker se sentía afortunado de haber mantenido el hábito de apartar
—¿Noelia? ¡Soy papá! —La voz ansiosa de Iker llegó antes que cualquier palabra de ella.—¡Papá, estás vivo! —sollozó Noelia, con lágrimas que se deslizaban sin control—. Creí que Gabriela ya había acabado contigo. ¡Me encerraron en un manicomio! Tienes que sacarme de aquí cuanto antes.Un escalofrío la sacudió mientras hablaba, aferrándose a la idea de que Iker podía ser su única tabla de salvación.—Te dije siempre que esa perra de Gabriela no debía volver a la familia García, —siguió desahogándose—. Nos arruinó todo: ¡mira cómo terminamos los tres!—¿Cómo que Gabriela te internó en una clínica psiquiátrica? —Iker, desesperado por contactar a Noelia, contuvo el aliento—. ¿Y Álvaro no hizo nada al respecto?—No sé qué brujería le hizo Gabriela, pero ahora todo lo que digo le entra por un oído y le sale por el otro, —respondió Noelia con la voz rota—. Él la protege en todo, ¡hasta con la infidelidad! Gabriela se metió con otro hombre y salió embarazada de un bastardo, y aun así Álvaro n
Gabriela terminó de poner el dentífrico en el cepillo y, sin apartar la vista, contestó:—Voy al mercado de abastos. Señor Saavedra, tan amante de la pulcritud, mejor que no te rebajes acompañándome. Conoces tu manía de quejarte por cualquier cosa y, al final, tendríamos que regresar antes de que siquiera dé dos pasos.—¿De verdad me ves así? —Álvaro fingió sentirse profundamente herido.—Peor, —le cortó Gabriela sin piedad.—Entonces verás que hoy haré un gran esfuerzo por no disgustarte, —replicó él. Sin perder tiempo, se acercó, la rodeó por la cintura y la atrajo hacia sí para robarle un beso. Gabriela frunció el ceño, claramente molesta, pero antes de que pudiera soltar la primera palabra de reproche, él la liberó y huyó con una sonrisa traviesa.Gabriela se quedó ahí, sin saber si reír o gruñir.—Parece que hoy está… poseído —murmuró, apretando con algo más de fuerza el cepillo de dientes.En el comedor, los ancianos se habían levantado temprano. Más aún teniendo en cuenta la inq
—Podríamos pedirle al servicio que prepare una nueva porción de desayuno. No es como si aquí faltara comida, —refunfuñó Carmen, frunciendo el ceño.—Si el abuelo come lo que dejas, yo también puedo comer lo que mi esposa deja. ¿O no? —repuso Álvaro con absoluta tranquilidad.No deseaba provocar a los ancianos, pero, de haber podido, habría agregado que lo que tocaba Gabriela siempre le parecía más sabroso.—Tú… —Carmen tuvo que tragar las ganas de protestar.—¿Y lo del bebé se queda así? —intervino Oliver, con la voz grave, procurando no alzarla demasiado.—Después de Año Nuevo haremos la primera revisión, —explicó Álvaro.—¿De veras lo aceptarás? —Carmen interrumpió, incapaz de contenerse.—Si es el bebé de mi esposa, ¿cómo no lo voy a aceptar? —contestó Álvaro con naturalidad—. ¿Acaso quieres que me porte como un miserable?Carmen quiso decir algo más, pero Oliver le sujetó la mano.—A fin de cuentas, es un tema tuyo y de Gabriela, —concedió con voz severa—. Solo hay una condición: s
Álvaro estaba intentando encasquetarle a Gabriela un gorro muy feo—pero a simple vista bien calientito.—¡Hermano, quítale ya esa cosa espantosa de la cabeza a mi cuñada!En cuanto habló, Cintia le arrebató el gorro y lo lanzó con desprecio sobre el sofá, a unos pasos de distancia.Gabriela estuvo a punto de soltar una carcajada.—¿Qué sabrás tú? —Álvaro le lanzó a Cintia una mirada de reojo—. A tu cuñada le encanta esa caricatura y este gorrito es parte del merchandising.Ignorándolo, Cintia se colgó del brazo de Gabriela con un cariño exagerado:—¡Cuñada, vámonos ya! ¡Nos toca salir!—Claro que vamos a salir, pero no tú, —atajó Álvaro, apoyando un dedo sobre la frente de Cintia y apartándola de Gabriela.—¿Cómo dices? ¡Ella me prometió que iríamos juntas a comprar fresas gigantes!—Te conseguí un maestro, y hoy te toca examen.Los ojos de Cintia se iluminaron:—¿De verdad? ¡Pásame su contacto, le digo que mejor me examine por la tarde y así no me pierdo la ida al mercado!—Tu abuelo
El recuerdo atravesó el semblante de Álvaro como una punzada dolorosa.Gabriela sintió una pizca de decepción. Ahora, era como si a Álvaro nada lo alterara. Hasta resultaba aburrido.—¿Además de fuegos artificiales? —insistió él, adoptando un tono más suave.Gabriela apartó la mirada de Álvaro y contempló por la ventana. «Hay tantas cosas…», pensó, pero respondió en voz baja:—No lo recuerdo.En su mente, cada uno de los recuerdos de Año Nuevo estaba asociado con Emiliano. Si se colaba de casa en casa para jugar o si se lanzaba a sumergirse en el mar durante pleno invierno, Emiliano siempre la acompañaba, sin abandonarla ni un segundo. Y aparte de esos momentos alocados, atesoraba otros: cuando se alejaban del bullicio y pasaban la noche ella, Emiliano y la madre del orfanato, sentados en su pequeña sala, mirando una vieja película o el especial de Año Nuevo en la televisión.Eran recuerdos preciosos, bálsamos para sobrellevar el dolor más profundo que había soportado durante años.Des