—¿Noelia? ¡Soy papá! —La voz ansiosa de Iker llegó antes que cualquier palabra de ella.—¡Papá, estás vivo! —sollozó Noelia, con lágrimas que se deslizaban sin control—. Creí que Gabriela ya había acabado contigo. ¡Me encerraron en un manicomio! Tienes que sacarme de aquí cuanto antes.Un escalofrío la sacudió mientras hablaba, aferrándose a la idea de que Iker podía ser su única tabla de salvación.—Te dije siempre que esa perra de Gabriela no debía volver a la familia García, —siguió desahogándose—. Nos arruinó todo: ¡mira cómo terminamos los tres!—¿Cómo que Gabriela te internó en una clínica psiquiátrica? —Iker, desesperado por contactar a Noelia, contuvo el aliento—. ¿Y Álvaro no hizo nada al respecto?—No sé qué brujería le hizo Gabriela, pero ahora todo lo que digo le entra por un oído y le sale por el otro, —respondió Noelia con la voz rota—. Él la protege en todo, ¡hasta con la infidelidad! Gabriela se metió con otro hombre y salió embarazada de un bastardo, y aun así Álvaro n
Gabriela terminó de poner el dentífrico en el cepillo y, sin apartar la vista, contestó:—Voy al mercado de abastos. Señor Saavedra, tan amante de la pulcritud, mejor que no te rebajes acompañándome. Conoces tu manía de quejarte por cualquier cosa y, al final, tendríamos que regresar antes de que siquiera dé dos pasos.—¿De verdad me ves así? —Álvaro fingió sentirse profundamente herido.—Peor, —le cortó Gabriela sin piedad.—Entonces verás que hoy haré un gran esfuerzo por no disgustarte, —replicó él. Sin perder tiempo, se acercó, la rodeó por la cintura y la atrajo hacia sí para robarle un beso. Gabriela frunció el ceño, claramente molesta, pero antes de que pudiera soltar la primera palabra de reproche, él la liberó y huyó con una sonrisa traviesa.Gabriela se quedó ahí, sin saber si reír o gruñir.—Parece que hoy está… poseído —murmuró, apretando con algo más de fuerza el cepillo de dientes.En el comedor, los ancianos se habían levantado temprano. Más aún teniendo en cuenta la inq
—Podríamos pedirle al servicio que prepare una nueva porción de desayuno. No es como si aquí faltara comida, —refunfuñó Carmen, frunciendo el ceño.—Si el abuelo come lo que dejas, yo también puedo comer lo que mi esposa deja. ¿O no? —repuso Álvaro con absoluta tranquilidad.No deseaba provocar a los ancianos, pero, de haber podido, habría agregado que lo que tocaba Gabriela siempre le parecía más sabroso.—Tú… —Carmen tuvo que tragar las ganas de protestar.—¿Y lo del bebé se queda así? —intervino Oliver, con la voz grave, procurando no alzarla demasiado.—Después de Año Nuevo haremos la primera revisión, —explicó Álvaro.—¿De veras lo aceptarás? —Carmen interrumpió, incapaz de contenerse.—Si es el bebé de mi esposa, ¿cómo no lo voy a aceptar? —contestó Álvaro con naturalidad—. ¿Acaso quieres que me porte como un miserable?Carmen quiso decir algo más, pero Oliver le sujetó la mano.—A fin de cuentas, es un tema tuyo y de Gabriela, —concedió con voz severa—. Solo hay una condición: s
Álvaro estaba intentando encasquetarle a Gabriela un gorro muy feo—pero a simple vista bien calientito.—¡Hermano, quítale ya esa cosa espantosa de la cabeza a mi cuñada!En cuanto habló, Cintia le arrebató el gorro y lo lanzó con desprecio sobre el sofá, a unos pasos de distancia.Gabriela estuvo a punto de soltar una carcajada.—¿Qué sabrás tú? —Álvaro le lanzó a Cintia una mirada de reojo—. A tu cuñada le encanta esa caricatura y este gorrito es parte del merchandising.Ignorándolo, Cintia se colgó del brazo de Gabriela con un cariño exagerado:—¡Cuñada, vámonos ya! ¡Nos toca salir!—Claro que vamos a salir, pero no tú, —atajó Álvaro, apoyando un dedo sobre la frente de Cintia y apartándola de Gabriela.—¿Cómo dices? ¡Ella me prometió que iríamos juntas a comprar fresas gigantes!—Te conseguí un maestro, y hoy te toca examen.Los ojos de Cintia se iluminaron:—¿De verdad? ¡Pásame su contacto, le digo que mejor me examine por la tarde y así no me pierdo la ida al mercado!—Tu abuelo
El recuerdo atravesó el semblante de Álvaro como una punzada dolorosa.Gabriela sintió una pizca de decepción. Ahora, era como si a Álvaro nada lo alterara. Hasta resultaba aburrido.—¿Además de fuegos artificiales? —insistió él, adoptando un tono más suave.Gabriela apartó la mirada de Álvaro y contempló por la ventana. «Hay tantas cosas…», pensó, pero respondió en voz baja:—No lo recuerdo.En su mente, cada uno de los recuerdos de Año Nuevo estaba asociado con Emiliano. Si se colaba de casa en casa para jugar o si se lanzaba a sumergirse en el mar durante pleno invierno, Emiliano siempre la acompañaba, sin abandonarla ni un segundo. Y aparte de esos momentos alocados, atesoraba otros: cuando se alejaban del bullicio y pasaban la noche ella, Emiliano y la madre del orfanato, sentados en su pequeña sala, mirando una vieja película o el especial de Año Nuevo en la televisión.Eran recuerdos preciosos, bálsamos para sobrellevar el dolor más profundo que había soportado durante años.Des
Al menos, Álvaro trató de ponerse serio por un instante. Gabriela siguió avanzando y él apresuró el paso para alcanzarla, dándole un suave choque con el hombro.Era inaudito para Gabriela verlo así de juguetón.—…«Él antes era tan serio…», pensó, incrédula.—¿Sueles hablar de mí como «muy guapo» cuando estás fuera? —preguntó Álvaro con curiosidad.Gabriela lo miró de reojo. Este hombre se está volviendo demasiado engreído.—No. —respondió escuetamente—. ¿Olvidaste que no me dejabas decirles a mis amigos ni a mis compañeros que estaba casada contigo?La sonrisa de Álvaro se congeló.—Bueno… —musitó, sin saber qué añadir.—Así que únicamente los vendedores de este mercado, a quienes frecuento, saben de tu existencia, —prosiguió Gabriela—. Porque, entre lo quisquilloso que eres para comer, y que no quería que pensaran que eras un insoportable, admití que eras tan «bello» que valía la pena esforzarse por complacerte.—¿Y la gente no comenta nada de que estés tan «encandilada»? —Álvaro bro
—¿Está rica? —preguntó Gabriela, sin aparente emoción.A Álvaro no solía gustarle la textura suave y dulzona de este tipo de frutos, pero la que Gabriela le dio le pareció sorprendentemente sabrosa.—Sí, —afirmó, con un gesto sincero—. Está muy buena.Gabriela alzó ligeramente una ceja, mostrando un orgullo nada disimulado. Al instante, giró sobre sus talones y se encaminó al auto, sin ofrecerle otra castaña. Álvaro fue tras ella con prisa.Desde atrás, Kian dejó escapar un suspiro, alternando la mirada entre el enorme wok donde el vendedor revolvía las castañas con azúcar y la expresión satisfecha de su jefe. Conociendo a Álvaro desde hacía más de una década, jamás lo habría imaginado probando comida callejera o, peor aún, cantando loas a un producto tan popular. Lo mismo pasó días atrás con los platillos de aquel puesto de comida ambulante que Gabriela le hizo probar.Por un lado, Kian se sentía contento de ver a Álvaro involucrarse con el mundo «normal», lejos de su burbuja de lujos
—¡Cómelas tú! ¡Todas!Aunque ella no se mostró especialmente amable, Álvaro igual sonrió con satisfacción. Pensaba: «Más vale que me regañe a que me ignore». Peor sería que lo tratara como a alguien invisible y no intercambiara palabra alguna con él.Cuando regresaron a la hacienda, ya casi era la hora de la comida. Los abuelos Rojo y Cintia habían almorzado y ahora descansaban. Alicia corrió a mandar que sirvieran la comida.Gabriela subió a cambiarse de ropa; bajó con un atuendo cómodo de casa. Para su sorpresa, Cintia se encontraba en la mesa hablando muy animada con Álvaro. A juzgar por su sonrisa, la mañana de aprendizaje con Oliver había resultado bastante fructífera.—¡Cuñada! —exclamó Cintia al verla, tendiendo los brazos de forma zalamera.Gabriela se acercó y Cintia, sin dudarlo, la rodeó por la cintura, alzando la vista:—¿Me compraste fresas?—Sí. —Gabriela extendió la mano y le acarició la mejilla a Cintia—. ¿Y cómo te fue en la lección?—¡El abuelo es increíble! —exclamó