Al menos, Álvaro trató de ponerse serio por un instante. Gabriela siguió avanzando y él apresuró el paso para alcanzarla, dándole un suave choque con el hombro.Era inaudito para Gabriela verlo así de juguetón.—…«Él antes era tan serio…», pensó, incrédula.—¿Sueles hablar de mí como «muy guapo» cuando estás fuera? —preguntó Álvaro con curiosidad.Gabriela lo miró de reojo. Este hombre se está volviendo demasiado engreído.—No. —respondió escuetamente—. ¿Olvidaste que no me dejabas decirles a mis amigos ni a mis compañeros que estaba casada contigo?La sonrisa de Álvaro se congeló.—Bueno… —musitó, sin saber qué añadir.—Así que únicamente los vendedores de este mercado, a quienes frecuento, saben de tu existencia, —prosiguió Gabriela—. Porque, entre lo quisquilloso que eres para comer, y que no quería que pensaran que eras un insoportable, admití que eras tan «bello» que valía la pena esforzarse por complacerte.—¿Y la gente no comenta nada de que estés tan «encandilada»? —Álvaro bro
—¿Está rica? —preguntó Gabriela, sin aparente emoción.A Álvaro no solía gustarle la textura suave y dulzona de este tipo de frutos, pero la que Gabriela le dio le pareció sorprendentemente sabrosa.—Sí, —afirmó, con un gesto sincero—. Está muy buena.Gabriela alzó ligeramente una ceja, mostrando un orgullo nada disimulado. Al instante, giró sobre sus talones y se encaminó al auto, sin ofrecerle otra castaña. Álvaro fue tras ella con prisa.Desde atrás, Kian dejó escapar un suspiro, alternando la mirada entre el enorme wok donde el vendedor revolvía las castañas con azúcar y la expresión satisfecha de su jefe. Conociendo a Álvaro desde hacía más de una década, jamás lo habría imaginado probando comida callejera o, peor aún, cantando loas a un producto tan popular. Lo mismo pasó días atrás con los platillos de aquel puesto de comida ambulante que Gabriela le hizo probar.Por un lado, Kian se sentía contento de ver a Álvaro involucrarse con el mundo «normal», lejos de su burbuja de lujos
—¡Cómelas tú! ¡Todas!Aunque ella no se mostró especialmente amable, Álvaro igual sonrió con satisfacción. Pensaba: «Más vale que me regañe a que me ignore». Peor sería que lo tratara como a alguien invisible y no intercambiara palabra alguna con él.Cuando regresaron a la hacienda, ya casi era la hora de la comida. Los abuelos Rojo y Cintia habían almorzado y ahora descansaban. Alicia corrió a mandar que sirvieran la comida.Gabriela subió a cambiarse de ropa; bajó con un atuendo cómodo de casa. Para su sorpresa, Cintia se encontraba en la mesa hablando muy animada con Álvaro. A juzgar por su sonrisa, la mañana de aprendizaje con Oliver había resultado bastante fructífera.—¡Cuñada! —exclamó Cintia al verla, tendiendo los brazos de forma zalamera.Gabriela se acercó y Cintia, sin dudarlo, la rodeó por la cintura, alzando la vista:—¿Me compraste fresas?—Sí. —Gabriela extendió la mano y le acarició la mejilla a Cintia—. ¿Y cómo te fue en la lección?—¡El abuelo es increíble! —exclamó
Aguardando a que Álvaro terminara su videoconferencia, Kian se instaló discretamente frente a la puerta del estudio. Solo entonces llamó y entró.—Señor, —dijo en voz baja—, desde el Hospital Serrano Verde llamaron para informar que el estado de Mattheo no está mejorando. Esta mañana vomitó un cuenco de sangre.Mattheo Saavedra era el tío de Álvaro. En su momento, nació como el primogénito más esperado, rodeado de halagos y, de no haber surgido Eliseo, todo el mundo habría asumido que Grupo Saavedra quedaría en sus manos. Nadie habría imaginado que, tras la irrupción de Eliseo en la cumbre de la familia, Mattheo tendría que agazaparse por veinte años.Cuando Eliseo murió, Mattheo al fin pudo hacerse con Grupo Saavedra, pero ni siquiera pasaron dos años antes de que su sobrino—el mismo a quien nunca tomó en serio—lo arrinconara, arrebatándole el control de la empresa. El día que Álvaro se erigió como cabeza de Grupo Saavedra, Mattheo, rodeado de periodistas, sufrió un ataque de locura.
Mientras Kian hablaba, Soren descargó el archivo. Encontró el nombre Mauro Gutiérrez, un inmigrante latino-canadiense que, hace treinta años, empezó a tomar encargos de asesinato en la oscura red de Toklic. Toklic abundaba en negocios turbios, y los matones se daban codazos para conseguir un trabajo. Mauro, con su apariencia de maestro de biología, logró gran reputación gracias a su brutalidad: aunque le contrataran para asesinar a una persona, siempre terminaba "limpiando" la casa entera, lo que le ganó fama entre los millonarios que buscaban un sicario de élite.Finalmente, murió como la mayoría de los asesinos a sueldo: de forma violenta y súbita, descuartizado en el apartamento que tenía en Huckland.—Conque era Mauro Gutiérrez…, —murmuró Soren, frunciendo el ceño.—¿Te suena, verdad? —Kian soltó una risa seca—. La primera vez que vi el retrato que me mandaste, algo me resultó familiar.—En esos años, quienes trabajábamos como guardaespaldas de empresarios poderosos le temíamos bas
Porque, si fallaban, quienes habían ordenado el crimen se arriesgaban a recibir la represalia de la poderosa Empresa García—por entonces en su mejor momento—y de la aliada Unión Rojo.—¿Un secreto? —Soren meditó un momento—. No recuerdo nada parecido. En su día, Oliver se opuso a que tu padre se casara con una mujer sin linaje ni fortuna, temía que fuera una interesada. Así que mandó investigar la vida de tu madre en secreto. Sus antecedentes eran muy simples: una infancia dura, una adolescencia de esfuerzo, perseverante, buena persona, sin ninguna relación oscura…Gabriela guardó silencio. A su mente acudió la última mirada de su madre, empapada en lágrimas y ternura el día que partió de su lado.—No hubo nada extraño en el informe, —prosiguió Soren—. Seguro que secretos menores tenía, como cualquiera, pero algo de tal magnitud como para causarle la muerte, sinceramente no.Sin embargo, la realidad era que Natalia había sido asesinada precisamente por ese motivo.—Señorita… —al no esc
Las carpas se abalanzaron con un revoloteo frenético.Álvaro se quedó estático, preguntándose cuántos errores había cometido en el pasado para que cada mínima palabra le explotara en la cara de aquella manera, como si pisara una mina tras otra.Alicia anunció que la masa había levado por fin. Sacó cacao en polvo, té verde, queso crema y hojuelas de coco.Gabriela, con calma, preparó la temperatura del horno y separó la masa en cuatro sabores distintos. Alicia, siguiendo la idea de Álvaro de no confundir el pastel que hacía Gabriela con el de los demás, trajo unos moldes muy lindos y los fue llenando con la mezcla mientras platicaba con ella.Justo en ese momento, Kian apareció con un equipo para pegar recortes de papel decorativo y globos en la ventana y la puerta de cristal de la cocina, con la intención de darle un aire festivo. Aunque no combinaba para nada con el estilo de la casa, tampoco desentonaba tanto.—¡Me fascina la forma en que estamos preparando este Año Nuevo! —comentó K
DESPUÉS DE CENARÁlvaro se dedicó a organizar formalmente esas dos cuestiones. Al enterarse de que se encargaría de asistir a la reunión en su lugar, Cintia primero se quedó pasmada, luego soltó un grito de alegría y se llevó a Gabriela de la mano a su habitación para escoger un vestido.Gabriela se alegraba por ella; a pesar de haber crecido en un ambiente áspero y de haber pasado situaciones complicadas, Cintia no arrastraba esa sensación de «no merecer» las cosas buenas de la vida.Mientras tanto, Álvaro vio cómo su esposa era prácticamente «secuestrada» por su hermana y, tras eso, se encontró con la mirada desaprobatoria de su abuela:—Cuando querías que estuviera contigo, la rechazabas. Ahora que no te la podemos prohibir, casi no despegas los ojos de ella, —bufó Carmen—. Álvaro, ¿te empeñas en llevar la contraria?Él hizo caso omiso:—Mañana es la víspera de Año Nuevo. Gabriela me pidió que les preguntara si prefieren quedarse a celebrarlo aquí o regresar a la vieja mansión.Oliv