Las carpas se abalanzaron con un revoloteo frenético.Álvaro se quedó estático, preguntándose cuántos errores había cometido en el pasado para que cada mínima palabra le explotara en la cara de aquella manera, como si pisara una mina tras otra.Alicia anunció que la masa había levado por fin. Sacó cacao en polvo, té verde, queso crema y hojuelas de coco.Gabriela, con calma, preparó la temperatura del horno y separó la masa en cuatro sabores distintos. Alicia, siguiendo la idea de Álvaro de no confundir el pastel que hacía Gabriela con el de los demás, trajo unos moldes muy lindos y los fue llenando con la mezcla mientras platicaba con ella.Justo en ese momento, Kian apareció con un equipo para pegar recortes de papel decorativo y globos en la ventana y la puerta de cristal de la cocina, con la intención de darle un aire festivo. Aunque no combinaba para nada con el estilo de la casa, tampoco desentonaba tanto.—¡Me fascina la forma en que estamos preparando este Año Nuevo! —comentó K
DESPUÉS DE CENARÁlvaro se dedicó a organizar formalmente esas dos cuestiones. Al enterarse de que se encargaría de asistir a la reunión en su lugar, Cintia primero se quedó pasmada, luego soltó un grito de alegría y se llevó a Gabriela de la mano a su habitación para escoger un vestido.Gabriela se alegraba por ella; a pesar de haber crecido en un ambiente áspero y de haber pasado situaciones complicadas, Cintia no arrastraba esa sensación de «no merecer» las cosas buenas de la vida.Mientras tanto, Álvaro vio cómo su esposa era prácticamente «secuestrada» por su hermana y, tras eso, se encontró con la mirada desaprobatoria de su abuela:—Cuando querías que estuviera contigo, la rechazabas. Ahora que no te la podemos prohibir, casi no despegas los ojos de ella, —bufó Carmen—. Álvaro, ¿te empeñas en llevar la contraria?Él hizo caso omiso:—Mañana es la víspera de Año Nuevo. Gabriela me pidió que les preguntara si prefieren quedarse a celebrarlo aquí o regresar a la vieja mansión.Oliv
—Yo, junto con el personal de cocina, nos quedaremos solo hasta dejar lista la cena de Año Nuevo, —respondió Alicia, sonriente—. El señor Álvaro pensó cocinar él mismo para usted, pero teme arruinarlo todo.Al escuchar la respuesta de Alicia, Gabriela comprendió que, para la víspera de Año Nuevo, solo estarían ella y Álvaro en la finca. Cintia partiría a incomodar a la familia Saavedra—y se notaba que lo hacía con genuina ilusión.Gabriela revisó sus mensajes. Eran todos de Cintia, contándole con fotos y textos lo que le estaba sucediendo en la estética. Al parecer, había topado con algunas señoras de la familia Saavedra que la recibieron, como de costumbre, con burlas e indirectas malintencionadas:[Esa tipa me dijo que su chofer tiene un hijo con buena reputación, «perfecto para mí». Resulta que el tipo salió de la cárcel el año pasado y es un adicto al juego y un ladrón. ¡¿Creen que me tomaría en serio su ofrecimiento?!][Saben qué más dijo? ¡Que quería presentarle a mi hermano a un
El corazón de Gabriela se hizo añicos. Desde ese momento, comprendió por fin que Álvaro jamás sería Emiliano, por más que ella se esforzara. Emiliano siempre la amaría. Álvaro, en cambio, no.—¿Te pasa algo? —preguntó él, al notar el leve temblor en la mirada de Gabriela. Se acercó y le rozó la mejilla con la palma de la mano, con ternura—. ¿No te gusta este lugar?Álvaro conocía, en cierto modo, las preferencias de Gabriela. Por ejemplo, al reformar aquella hacienda en Francia, se guio totalmente por sus gustos. Y eligió esta finca en particular porque se ajustaba a su estilo. De hecho, el espacio más acogedor de toda la hacienda era este pequeño pabellón de cristal.—Comamos, —fue lo único que ella contestó, apartando la mano de Álvaro y dirigiéndose a la mesa.Él la siguió y, en cuanto ella se sentó, le sirvió en una copa de vino el jugo de uva que tanto le gustaba—Gabriela, embarazada, no podía tomar alcohol—. Para sí mismo, se sirvió un poco de vino tinto. Alzó su copa con una son
Álvaro era el mismo de siempre en esto: posesivo y determinado. Cada vez que la deseaba, no paraba hasta saciarse por completo. Gabriela lo había comprobado en más de una ocasión, incluso en aquel camerino del teatro.Sin embargo, aquel día, él se tomó la molestia de esperar algo de iniciativa por parte de ella. Sus labios se deslizaron detrás de la oreja de Gabriela, donde sabía que era particularmente sensible. Su voz, algo ronca, fue susurrando su nombre, «Gabriela», y llamándola «mi amor» en un tono que, al final, se transformó en un ruego. En un punto la llamó «bebé», y a Gabriela se le humedecieron los ojos, casi perdiendo el enfoque.Ambos se quedaron mirando fijamente el uno al otro. Entonces Álvaro besó sus párpados y la punta de su nariz. Gabriela no tenía claro si se había desconectado de la realidad o, por el contrario, si su mente estaba en blanco, pero su cuerpo se rindió y ella correspondió, guiándose solo por la necesidad del momento.En otro asalto de besos, Gabriela s
Al dejar atrás la habitación, se dirigió a su vestidor. Frente al espejo, palpó con los dedos los rastros de pasión que decoraban su cuello, suspiró y eligió un suéter de cuello alto.Álvaro apareció al poco rato, recargándose en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. No abrió la boca; únicamente la contemplaba con una sonrisa satisfecha en los labios y en la mirada.Gabriela, indiferente, continuó vistiéndose sin prestarle atención. Él, que otrora era un hombre ambicioso y orgulloso, no se imaginaba que llegaría el día en que con solo ver a Gabriela escoger su ropa, se sentiría colmado de alegría.Cuando ella terminó de ponerse el abrigo, él se acercó para liberar un mechón de su cabello que había quedado atrapado bajo la tela.—Vaya, mi amor, —dijo con fingida congoja—, te pones la ropa y haces como si no me conocieras. ¡Qué cruel eres!Mientras le acomodaba el cabello, hacía un puchero como si estuviera ofendido. Gabriela, por toda respuesta, le lanzó una mirada mordaz acom
Ese sentimiento de impotencia era nuevo para él: fuera de casa se sentía invencible, capaz de doblegar cualquier desafío, pero con su matrimonio, se hallaba sin ningún plan B.—Está bien… —murmuró Álvaro, bajando un poco la cabeza. Tomó la mano de Gabriela, cediendo terreno con un tono sereno—. Solo quería que te sintieras mejor. Si no quieres que vaya, no iré. Pero, ¿tú… planeas ir a verlos? Puedo llevarte en auto y esperar fuera del cementerio.Gabriela lo contempló en silencio. Sintió que su corazón era punzado por una miríada de agujas diminutas.—No, hace unos días fui con Soren, —dijo, soltando la mano que él sostenía—. De veras, necesito comer algo.Se dio la vuelta y se fue sin volver a mirarlo. La luz del vestidor era tenue, apenas reforzada por luces ambientales. La alta silueta de Álvaro quedaba medio en penumbra, medio en una suave claridad. Él, con la cabeza gacha, dirigió la vista a la marca de mordida que Gabriela le había dejado la noche anterior en el antebrazo izquier
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant