Al dejar atrás la habitación, se dirigió a su vestidor. Frente al espejo, palpó con los dedos los rastros de pasión que decoraban su cuello, suspiró y eligió un suéter de cuello alto.Álvaro apareció al poco rato, recargándose en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. No abrió la boca; únicamente la contemplaba con una sonrisa satisfecha en los labios y en la mirada.Gabriela, indiferente, continuó vistiéndose sin prestarle atención. Él, que otrora era un hombre ambicioso y orgulloso, no se imaginaba que llegaría el día en que con solo ver a Gabriela escoger su ropa, se sentiría colmado de alegría.Cuando ella terminó de ponerse el abrigo, él se acercó para liberar un mechón de su cabello que había quedado atrapado bajo la tela.—Vaya, mi amor, —dijo con fingida congoja—, te pones la ropa y haces como si no me conocieras. ¡Qué cruel eres!Mientras le acomodaba el cabello, hacía un puchero como si estuviera ofendido. Gabriela, por toda respuesta, le lanzó una mirada mordaz acom
Ese sentimiento de impotencia era nuevo para él: fuera de casa se sentía invencible, capaz de doblegar cualquier desafío, pero con su matrimonio, se hallaba sin ningún plan B.—Está bien… —murmuró Álvaro, bajando un poco la cabeza. Tomó la mano de Gabriela, cediendo terreno con un tono sereno—. Solo quería que te sintieras mejor. Si no quieres que vaya, no iré. Pero, ¿tú… planeas ir a verlos? Puedo llevarte en auto y esperar fuera del cementerio.Gabriela lo contempló en silencio. Sintió que su corazón era punzado por una miríada de agujas diminutas.—No, hace unos días fui con Soren, —dijo, soltando la mano que él sostenía—. De veras, necesito comer algo.Se dio la vuelta y se fue sin volver a mirarlo. La luz del vestidor era tenue, apenas reforzada por luces ambientales. La alta silueta de Álvaro quedaba medio en penumbra, medio en una suave claridad. Él, con la cabeza gacha, dirigió la vista a la marca de mordida que Gabriela le había dejado la noche anterior en el antebrazo izquier
Gabriela a veces creía que esas gentes de las familias adineradas, con tanto dinero a manos llenas, parecían tener una imaginación desbordada a la hora de idear modos de fastidiar al prójimo.UNA HORA MÁS TARDEEn la puerta de la comisaría, Gabriela vio a Cintia salir con un aspecto realmente desaliñado. Tal como Álvaro sospechaba, media hora antes, la familia Saavedra había llamado diciendo que todo había sido un malentendido: la sirvienta supuestamente había intercambiado los obsequios de Año Nuevo de Cintia con la valiosa gargantilla de esmeraldas, por lo que solicitaban retirar la acusación. En realidad, ni siquiera hubo caso oficial: Kian, al enterarse, fue de inmediato a gestionar la liberación de Cintia.—¡Cuñada…!Cintia, al verla descender del auto, sintió un nudo en la garganta. Sin poder contenerse, corrió a los brazos de Gabriela con lágrimas que se desbordaban.—¿No peleaste con nadie, cierto? —Gabriela le acarició la mano, buscando señales de golpes.Con el temperamento d
En el pasado no tenían gran relevancia dentro de la familia, pero cuando Mattheo cayó—con su gente muriendo, yéndose a prisión o escapando al extranjero—, la rama de Vitoria ascendió de pronto.Al no haber sido hostiles tras la muerte de Eliseo, Álvaro no había tomado represalias contra ellos.De hecho, el padre de Vitoria, Jesús Saavedra, ostentaba ahora un cargo decente en la compañía.—Puede que sea así, —secundó alguien—. Después de la muerte de Sofía, los Rojo detestan a la familia Saavedra. Nos han dañado muchos negocios estos años.Ismael Saavedra, el hermano menor de Victoria, con un tono burlón, rio:—Claro, Álvaro solo obedece a esos dos ancianos. Hasta se casó con la muda que le impusieron.Las murmuraciones eran constantes en el salón. Alguien un poco mayor les recordó:—Pueden reprimir a Cintia, pero mejor hablen menos de Álvaro…Ismael no se dejó amedrentar:—Ustedes tendrán miedo, ¡pero yo no! ¿Cuál es el mérito de Álvaro? Tuvo la suerte de nacer con un abuelo poderoso y
Cintia se lamentó con un par de sollozos:—Cuñada, intenté explicar que jamás robé esa joya. Quería llamarte para pedir ayuda, ¡pero Vitoria no me dejó! ¡Me arrebató el celular y lo rompió delante de mí!Lo cierto era que, en el auto de regreso, Cintia había vociferado todo el linaje de Vitoria con un lenguaje nada delicado, hasta que Álvaro, incómodo, le recordó que esa conducta no iba muy acorde con la idea de «mantener paz para el bebé». Solo entonces ella se contuvo algo más.—¿También rompiste su teléfono? —repitió Gabriela, furiosa, escrutando a los presentes—. Cintia es la hermana de Alvi. ¿Con qué valor creen poder humillarla de esta manera?Ante esas palabras, Álvaro volvió a helar su semblante y fijó la mirada en los miembros de la familia Saavedra.—Gabriela, —empezó Vitoria con un mohín de disgusto—, todos somos de la misma familia. ¿Por qué decirlo así, tan feo? Yo también soy una especie de prima para Cintia. Ayer, encontraron la joya en su auto y, casualmente, ella estab
—Entendido, aunque esa mujer cayera muerta, la encontraré antes de que la señorita Cintia termine de asearse, —respondió Kian con una sonrisa tan afable que resultaba inquietante.Al ver aquella expresión, a Vitoria le recorrió un sudor frío por la espalda.—La vieja mansión Saavedra tiene sistema de seguridad, ¿cierto? —prosiguió Gabriela, dirigiendo la palabra a Vitoria—. Exijo ver todas las grabaciones de anoche.—¿Las grabaciones…? —murmuró Vitoria, con las palabras atascadas en la garganta.—¿Se han «dañado»? —soltó Gabriela con una risa irónica, anticipando la respuesta.Victoria tragó saliva con dificultad. Obviamente, no pensaba conservar esas pruebas. Lo ideal era que no quedara testimonio alguno.—Hubo un desperfecto en la sala de control, —explicó Vitoria, fingiendo desconsuelo—. Apenas anoche, cuando quisimos revisar las cámaras, descubrimos que no se han guardado imágenes en las últimas dos semanas. Después de las fiestas llamaré a un técnico para que lo repare.—Ya veo, —
EN EL SALÓN PRINCIPALÁlvaro, con las piernas cruzadas y el semblante impasible, detallaba con calma al mayordomo los gustos y preferencias de Gabriela, tal como ella había indicado. Ante las miradas atónitas y suspicaces de los presentes, él parecía concentrarse en cada detalle. Cuando terminó, el mayordomo se apresuró a dirigirse a la cocina.Enseguida, algunos parientes mayores se atrevieron a hablar:—Jamás imaginé que la señorita García fuera capaz de hablar. ¡Ha sido toda una sorpresa!—Así es. La última vez que la vimos, solo se comunicaba en lenguaje de señas.—Alvi, sin duda esto ha sido mérito tuyo. También era necesario, ¿no? Alguien de tu posición, con una esposa muda, siempre puede ser motivo de burlas…El hombre que hablaba esbozaba una mueca de desprecio. Los Saavedra, en general, sentían un respeto —o más bien, temor— genuino por Álvaro, pero no por Gabriela. Al fin y al cabo, fuera antes o después de la llegada de Álvaro al poder, era sabido que él despreciaba a esa es
Esa frase, pronunciada de pronto con un tono helado, rompió la charla desordenada que mantenían algunos allí reunidos.Todos fueron callando y clavando la vista en él. El silencio se hizo palpable. Álvaro, sentado con las piernas cruzadas, recorrió con la mirada a cada uno de los presentes:—¿Será que he sido demasiado condescendiente con ustedes?—Alvi, los mayores solo se preocupan por ti. Se compadecen de la vida tan «injusta» que llevas; no lo hacen con malicia.Vitoria, de inmediato, dio un paso al frente para aplacar la tensión—o al menos, intentarlo.—Si algo no te agrada, podemos no mencionarlo más. Que tu matrimonio sea armónico nos alegra, de verdad.Álvaro le dirigió una mirada desdeñosa, luego fijó sus ojos en Ismael, que se refugiaba al fondo del grupo:—Con razón tu hermano se atrevió a despotricar diciendo que «era el turno» para que fueras tú quien tomara mi lugar como cabeza de familia.Ismael había estado convencido de que, tras la intervención de Vitoria, el asunto q