El corazón de Gabriela se hizo añicos. Desde ese momento, comprendió por fin que Álvaro jamás sería Emiliano, por más que ella se esforzara. Emiliano siempre la amaría. Álvaro, en cambio, no.—¿Te pasa algo? —preguntó él, al notar el leve temblor en la mirada de Gabriela. Se acercó y le rozó la mejilla con la palma de la mano, con ternura—. ¿No te gusta este lugar?Álvaro conocía, en cierto modo, las preferencias de Gabriela. Por ejemplo, al reformar aquella hacienda en Francia, se guio totalmente por sus gustos. Y eligió esta finca en particular porque se ajustaba a su estilo. De hecho, el espacio más acogedor de toda la hacienda era este pequeño pabellón de cristal.—Comamos, —fue lo único que ella contestó, apartando la mano de Álvaro y dirigiéndose a la mesa.Él la siguió y, en cuanto ella se sentó, le sirvió en una copa de vino el jugo de uva que tanto le gustaba—Gabriela, embarazada, no podía tomar alcohol—. Para sí mismo, se sirvió un poco de vino tinto. Alzó su copa con una son
Álvaro era el mismo de siempre en esto: posesivo y determinado. Cada vez que la deseaba, no paraba hasta saciarse por completo. Gabriela lo había comprobado en más de una ocasión, incluso en aquel camerino del teatro.Sin embargo, aquel día, él se tomó la molestia de esperar algo de iniciativa por parte de ella. Sus labios se deslizaron detrás de la oreja de Gabriela, donde sabía que era particularmente sensible. Su voz, algo ronca, fue susurrando su nombre, «Gabriela», y llamándola «mi amor» en un tono que, al final, se transformó en un ruego. En un punto la llamó «bebé», y a Gabriela se le humedecieron los ojos, casi perdiendo el enfoque.Ambos se quedaron mirando fijamente el uno al otro. Entonces Álvaro besó sus párpados y la punta de su nariz. Gabriela no tenía claro si se había desconectado de la realidad o, por el contrario, si su mente estaba en blanco, pero su cuerpo se rindió y ella correspondió, guiándose solo por la necesidad del momento.En otro asalto de besos, Gabriela s
Al dejar atrás la habitación, se dirigió a su vestidor. Frente al espejo, palpó con los dedos los rastros de pasión que decoraban su cuello, suspiró y eligió un suéter de cuello alto.Álvaro apareció al poco rato, recargándose en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. No abrió la boca; únicamente la contemplaba con una sonrisa satisfecha en los labios y en la mirada.Gabriela, indiferente, continuó vistiéndose sin prestarle atención. Él, que otrora era un hombre ambicioso y orgulloso, no se imaginaba que llegaría el día en que con solo ver a Gabriela escoger su ropa, se sentiría colmado de alegría.Cuando ella terminó de ponerse el abrigo, él se acercó para liberar un mechón de su cabello que había quedado atrapado bajo la tela.—Vaya, mi amor, —dijo con fingida congoja—, te pones la ropa y haces como si no me conocieras. ¡Qué cruel eres!Mientras le acomodaba el cabello, hacía un puchero como si estuviera ofendido. Gabriela, por toda respuesta, le lanzó una mirada mordaz acom
Ese sentimiento de impotencia era nuevo para él: fuera de casa se sentía invencible, capaz de doblegar cualquier desafío, pero con su matrimonio, se hallaba sin ningún plan B.—Está bien… —murmuró Álvaro, bajando un poco la cabeza. Tomó la mano de Gabriela, cediendo terreno con un tono sereno—. Solo quería que te sintieras mejor. Si no quieres que vaya, no iré. Pero, ¿tú… planeas ir a verlos? Puedo llevarte en auto y esperar fuera del cementerio.Gabriela lo contempló en silencio. Sintió que su corazón era punzado por una miríada de agujas diminutas.—No, hace unos días fui con Soren, —dijo, soltando la mano que él sostenía—. De veras, necesito comer algo.Se dio la vuelta y se fue sin volver a mirarlo. La luz del vestidor era tenue, apenas reforzada por luces ambientales. La alta silueta de Álvaro quedaba medio en penumbra, medio en una suave claridad. Él, con la cabeza gacha, dirigió la vista a la marca de mordida que Gabriela le había dejado la noche anterior en el antebrazo izquier
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever
Álvaro soltó una risa sarcástica, asintiendo con un «de acuerdo» antes de dirigirse hacia la puerta.Era un hombre alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Gabriela lo observó mientras se alejaba, pero en su mente, la figura que veía era la del joven alto y delgado que apenas recordaba. El dolor que había permanecido adormecido comenzó a aflorar, agudo y punzante.De repente, Álvaro se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia ella.—Gabriela —dijo con un tono frío—. Ya no estoy bajo el control de mi abuelo Octavio, así que no tendrás una segunda oportunidad. Tú pediste este divorcio, así que si te arrepientes después, no vayas a molestar a Noelia. Ya has causado suficiente daño.Álvaro siempre había sido consciente del amor intenso de Gabriela por él. En su vida, tan desprovista de todo, no había más que danza… y él. Estaba convencido de que las acciones de Gabriela en este momento no eran más que una reacción impulsiva provocada por la aparición de Noelia. Una vez que se calmara,
Colomba, que la había criado como su propia hija, captó de inmediato lo que pasaba.La familia García había venido a buscar a Gabriela seis meses después de la muerte de Emiliano Martínez. Aunque le dolía desprenderse de ella, ver cómo Gabriela no podía aceptar la muerte de Emiliano, cómo no comía ni dormía, y la desesperación con la que lo buscaba por todas partes, hizo que Colomba temiera que ella no sobreviviría si seguía así.Todos decían que, de continuar así, Gabriela no resistiría mucho más tiempo. Colomba pensó que, tal vez, un nuevo ambiente y una nueva familia la ayudarían a superar ese dolor.Por eso aceptó el dinero de la familia García y la envió a Midred.Poco después, Colomba escuchó rumores sobre un compromiso matrimonial. Sabía que Gabriela amaba profundamente a Emiliano, y que en tan poco tiempo sería incapaz de aceptar a otra persona. Temiendo que alguien forzara a su niña a casarse por interés, se apresuró a ir a Midred.Allí fue donde vio a Álvaro Saavedra, que aca