—¡Cómelas tú! ¡Todas!Aunque ella no se mostró especialmente amable, Álvaro igual sonrió con satisfacción. Pensaba: «Más vale que me regañe a que me ignore». Peor sería que lo tratara como a alguien invisible y no intercambiara palabra alguna con él.Cuando regresaron a la hacienda, ya casi era la hora de la comida. Los abuelos Rojo y Cintia habían almorzado y ahora descansaban. Alicia corrió a mandar que sirvieran la comida.Gabriela subió a cambiarse de ropa; bajó con un atuendo cómodo de casa. Para su sorpresa, Cintia se encontraba en la mesa hablando muy animada con Álvaro. A juzgar por su sonrisa, la mañana de aprendizaje con Oliver había resultado bastante fructífera.—¡Cuñada! —exclamó Cintia al verla, tendiendo los brazos de forma zalamera.Gabriela se acercó y Cintia, sin dudarlo, la rodeó por la cintura, alzando la vista:—¿Me compraste fresas?—Sí. —Gabriela extendió la mano y le acarició la mejilla a Cintia—. ¿Y cómo te fue en la lección?—¡El abuelo es increíble! —exclamó
Aguardando a que Álvaro terminara su videoconferencia, Kian se instaló discretamente frente a la puerta del estudio. Solo entonces llamó y entró.—Señor, —dijo en voz baja—, desde el Hospital Serrano Verde llamaron para informar que el estado de Mattheo no está mejorando. Esta mañana vomitó un cuenco de sangre.Mattheo Saavedra era el tío de Álvaro. En su momento, nació como el primogénito más esperado, rodeado de halagos y, de no haber surgido Eliseo, todo el mundo habría asumido que Grupo Saavedra quedaría en sus manos. Nadie habría imaginado que, tras la irrupción de Eliseo en la cumbre de la familia, Mattheo tendría que agazaparse por veinte años.Cuando Eliseo murió, Mattheo al fin pudo hacerse con Grupo Saavedra, pero ni siquiera pasaron dos años antes de que su sobrino—el mismo a quien nunca tomó en serio—lo arrinconara, arrebatándole el control de la empresa. El día que Álvaro se erigió como cabeza de Grupo Saavedra, Mattheo, rodeado de periodistas, sufrió un ataque de locura.
Mientras Kian hablaba, Soren descargó el archivo. Encontró el nombre Mauro Gutiérrez, un inmigrante latino-canadiense que, hace treinta años, empezó a tomar encargos de asesinato en la oscura red de Toklic. Toklic abundaba en negocios turbios, y los matones se daban codazos para conseguir un trabajo. Mauro, con su apariencia de maestro de biología, logró gran reputación gracias a su brutalidad: aunque le contrataran para asesinar a una persona, siempre terminaba "limpiando" la casa entera, lo que le ganó fama entre los millonarios que buscaban un sicario de élite.Finalmente, murió como la mayoría de los asesinos a sueldo: de forma violenta y súbita, descuartizado en el apartamento que tenía en Huckland.—Conque era Mauro Gutiérrez…, —murmuró Soren, frunciendo el ceño.—¿Te suena, verdad? —Kian soltó una risa seca—. La primera vez que vi el retrato que me mandaste, algo me resultó familiar.—En esos años, quienes trabajábamos como guardaespaldas de empresarios poderosos le temíamos bas
Porque, si fallaban, quienes habían ordenado el crimen se arriesgaban a recibir la represalia de la poderosa Empresa García—por entonces en su mejor momento—y de la aliada Unión Rojo.—¿Un secreto? —Soren meditó un momento—. No recuerdo nada parecido. En su día, Oliver se opuso a que tu padre se casara con una mujer sin linaje ni fortuna, temía que fuera una interesada. Así que mandó investigar la vida de tu madre en secreto. Sus antecedentes eran muy simples: una infancia dura, una adolescencia de esfuerzo, perseverante, buena persona, sin ninguna relación oscura…Gabriela guardó silencio. A su mente acudió la última mirada de su madre, empapada en lágrimas y ternura el día que partió de su lado.—No hubo nada extraño en el informe, —prosiguió Soren—. Seguro que secretos menores tenía, como cualquiera, pero algo de tal magnitud como para causarle la muerte, sinceramente no.Sin embargo, la realidad era que Natalia había sido asesinada precisamente por ese motivo.—Señorita… —al no esc
Las carpas se abalanzaron con un revoloteo frenético.Álvaro se quedó estático, preguntándose cuántos errores había cometido en el pasado para que cada mínima palabra le explotara en la cara de aquella manera, como si pisara una mina tras otra.Alicia anunció que la masa había levado por fin. Sacó cacao en polvo, té verde, queso crema y hojuelas de coco.Gabriela, con calma, preparó la temperatura del horno y separó la masa en cuatro sabores distintos. Alicia, siguiendo la idea de Álvaro de no confundir el pastel que hacía Gabriela con el de los demás, trajo unos moldes muy lindos y los fue llenando con la mezcla mientras platicaba con ella.Justo en ese momento, Kian apareció con un equipo para pegar recortes de papel decorativo y globos en la ventana y la puerta de cristal de la cocina, con la intención de darle un aire festivo. Aunque no combinaba para nada con el estilo de la casa, tampoco desentonaba tanto.—¡Me fascina la forma en que estamos preparando este Año Nuevo! —comentó K
DESPUÉS DE CENARÁlvaro se dedicó a organizar formalmente esas dos cuestiones. Al enterarse de que se encargaría de asistir a la reunión en su lugar, Cintia primero se quedó pasmada, luego soltó un grito de alegría y se llevó a Gabriela de la mano a su habitación para escoger un vestido.Gabriela se alegraba por ella; a pesar de haber crecido en un ambiente áspero y de haber pasado situaciones complicadas, Cintia no arrastraba esa sensación de «no merecer» las cosas buenas de la vida.Mientras tanto, Álvaro vio cómo su esposa era prácticamente «secuestrada» por su hermana y, tras eso, se encontró con la mirada desaprobatoria de su abuela:—Cuando querías que estuviera contigo, la rechazabas. Ahora que no te la podemos prohibir, casi no despegas los ojos de ella, —bufó Carmen—. Álvaro, ¿te empeñas en llevar la contraria?Él hizo caso omiso:—Mañana es la víspera de Año Nuevo. Gabriela me pidió que les preguntara si prefieren quedarse a celebrarlo aquí o regresar a la vieja mansión.Oliv
—Yo, junto con el personal de cocina, nos quedaremos solo hasta dejar lista la cena de Año Nuevo, —respondió Alicia, sonriente—. El señor Álvaro pensó cocinar él mismo para usted, pero teme arruinarlo todo.Al escuchar la respuesta de Alicia, Gabriela comprendió que, para la víspera de Año Nuevo, solo estarían ella y Álvaro en la finca. Cintia partiría a incomodar a la familia Saavedra—y se notaba que lo hacía con genuina ilusión.Gabriela revisó sus mensajes. Eran todos de Cintia, contándole con fotos y textos lo que le estaba sucediendo en la estética. Al parecer, había topado con algunas señoras de la familia Saavedra que la recibieron, como de costumbre, con burlas e indirectas malintencionadas:[Esa tipa me dijo que su chofer tiene un hijo con buena reputación, «perfecto para mí». Resulta que el tipo salió de la cárcel el año pasado y es un adicto al juego y un ladrón. ¡¿Creen que me tomaría en serio su ofrecimiento?!][Saben qué más dijo? ¡Que quería presentarle a mi hermano a un
El corazón de Gabriela se hizo añicos. Desde ese momento, comprendió por fin que Álvaro jamás sería Emiliano, por más que ella se esforzara. Emiliano siempre la amaría. Álvaro, en cambio, no.—¿Te pasa algo? —preguntó él, al notar el leve temblor en la mirada de Gabriela. Se acercó y le rozó la mejilla con la palma de la mano, con ternura—. ¿No te gusta este lugar?Álvaro conocía, en cierto modo, las preferencias de Gabriela. Por ejemplo, al reformar aquella hacienda en Francia, se guio totalmente por sus gustos. Y eligió esta finca en particular porque se ajustaba a su estilo. De hecho, el espacio más acogedor de toda la hacienda era este pequeño pabellón de cristal.—Comamos, —fue lo único que ella contestó, apartando la mano de Álvaro y dirigiéndose a la mesa.Él la siguió y, en cuanto ella se sentó, le sirvió en una copa de vino el jugo de uva que tanto le gustaba—Gabriela, embarazada, no podía tomar alcohol—. Para sí mismo, se sirvió un poco de vino tinto. Alzó su copa con una son