Capítulo 2
Gabriel alzó la mirada hacia María por un momento, pero su voz se suavizó al hablar por teléfono: —¿Qué pasó? No llores, tranquila.

María observó impotente cómo Gabriel se cambiaba apresurado de ropa y, por segunda vez en su cumpleaños, la abandonaba por otra mujer. Con los ojos ardiendo de lágrimas contenidas, perdió el sueño después de que él se fue. Queriendo distraerse un poco con algún libro, se dirigió al estudio, donde encontró un contrato sobre el escritorio, como si no importara que alguien lo viera.

El documento la dejó helada por completo: un contrato entre Gabriel y Valentina, la hermana mayor de Camila y el antiguo amor de Gabriel. ¿Todavía mantenían contacto? Era un grueso fajo de papeles que abarcaba cinco años, desde el inicio de su matrimonio. Las manos de María temblaban mientras leía, y su sorpresa creció aún más al ver que el documento más reciente databa apenas del día anterior. ¡Entonces todas sus celebraciones, cada fiesta y cada aniversario, todas las ideas y planes habían sido obra de Valentina!

De repente todo cobraba sentido. Aquella vez que se había enojado con Gabriel por causa de Valentina, él había organizado un espectáculo de fuegos artificiales tan espectacular que rivalizaba con las estrellas. Incluso había incluido esas letras que tanto la habían conmovido: "TE AMO". Todavía recordaba cómo esas palabras se habían desplegado por completo en el cielo, llevándose su corazón y su alma hacia las alturas. Ahora, mirando con tristeza estos contratos, entendía la cruel verdad: aquel espectáculo del que tanto se había enorgullecido no era más que una simple burla orquestada entre Gabriel y Valentina. Qué patética había sido pues al pensar que Gabriel guardaba algo de cariño por ella.

María cerró los ojos, nunca antes la desesperación había sido tan clara. Era hora de terminar este matrimonio. Gabriel no regresó en toda la noche. Por la mañana, Camila llamó pidiéndole que llevara la corbata y las mancuernillas de Gabriel a la oficina, alegando una importante reunión.

Al llegar a Solutions García, como siempre, la recepcionista la detuvo. María conocía de memoria el ritual: "¿Tiene cita?" "No." "Lo siento, sin cita no puede subir." Ni siquiera su título de señora García servía de algo en ese momento. Era la regla del señor García, como Camila siempre le recordaba con malicia. Esta vez, sin embargo, María no les dio la oportunidad de humillarla:

—Tengo cita con Camila, llámela.

La recepcionista la miró con desconfianza, pero hizo la llamada. Pronto apareció Camila: —¿Señorita González, trajo las cosas? —jamás la llamaba señora frente a otros, y su tono era más despectivo que el que usaría con un mensajero.

Antes, por respeto a la posición de Camila, María siempre se había mostrado condescendiente. Pero ahora que había decidido dejar a Gabriel, ya no tenía por qué contenerse ante ella: —Sí, aquí están. ¿Dónde está Gabriel?

—El señor García está ocupado. Dame las cosas y vete, no vale la pena que esperes —el desprecio en la voz de Camila era realmente evidente.

María sonrió con ironía mientras le entregaba las cosas: —Bien, dáselas tú. Solo quería decirle que, para la próxima, mejor mande al chofer por estas cosas —la miró de arriba abajo con intención.

—Y tú, como su asistente, deberías tener varios juegos de corbatas y mancuernillas, ¿no crees? Es bastante incompetente de tu parte no tenerlos.— Después de decirlo, salió sin rodeos. Ella no tenía ganas de discutir con una amante.

Cuando Gabriel salió de su oficina, solo alcanzó a ver la espalda de María alejándose. —¿Ya se fue? —le preguntó a Camila, quien parecía desconcertada. Algo había cambiado en María; por primera vez no había insistido en quedarse a esperarlo como solía siempre hacer.

La reunión se extendió todo el día. Al atardecer, Gabriel regresó a la mansión en su Maybach negro. Apenas bajó del auto, la empleada lo recibió con cierta preocupación: —¡Señor, la señora ha estado encerrada arriba todo el día sin probar bocado!

Gabriel subió las escaleras con cierta irritación, pensando que María estaría celosa por su ausencia de la noche anterior. Al entrar a la habitación, la encontró organizando muy bien el clóset. Se aflojó la corbata y la observó con desprecio, pensando que su esposa no tenía más virtud que su belleza extraordinaria y quizás sus habilidades domésticas, superiores incluso a las de la servidumbre.

María permanecía en completo silencio. Gabriel, acostumbrado a su rutina, esperaba que al salir del baño ella ya habría superado su enojo y le ofrecería café, preguntándole suavemente si había cenado, fingiendo que nada había pasado. Por eso, cuando vio la maleta junto a la puerta, se quedó perplejo.

—¿Vas a salir? —preguntó frunciendo el ceño.

María guardó su última pertenencia y levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Gabriel. Ahí estaba él, con sus rasgos perfectos y ese aire aristocrático que mantenía desde que lo conoció, tan deslumbrante como siempre. Los años solo habían intensificado aún más su desprecio hacia ella. Lo contempló en silencio hasta que sintió que las lágrimas amenazaban con traicionarla. Respiró profundo y por fin habló: —Gabriel, quiero el divorcio.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo