El salón estaba repleto de elegancia y lujo. Las lámparas de cristal brillaban como estrellas suspendidas en el aire, iluminando a la élite de la ciudad, que reía y brindaba con copas de champán burbujeante. Era la gala anual de la Fundación Duarte, un evento diseñado para ostentar el poder y la generosidad de una de las familias más influyentes del país. Para Eva Montenegro, sin embargo, era mucho más que una gala; era su oportunidad de demostrar que, a pesar de sus humildes orígenes, merecía estar en ese lugar.
Con un vestido negro que había comprado con meses de ahorros y ajustado ella misma, Eva se sentía como una sombra entre los trajes y vestidos de diseñador. Su cabello oscuro, recogido en un moño elegante, enmarcaba unos ojos que observaban todo con aguda inteligencia. Había trabajado semanas en el informe que presentaría esa noche, una propuesta para modernizar el programa de becas de la fundación, algo que cambiaría la vida de cientos de jóvenes como ella, aquellos que soñaban con algo más allá de las limitaciones que el destino les había impuesto.
A lo lejos, Eva vio a Santiago Duarte, el heredero al frente de la fundación y la razón de su presencia esa noche. Su porte era impecable, con un traje azul oscuro que destacaba sus facciones cinceladas y su sonrisa encantadora, aunque Eva sabía que esa sonrisa rara vez era sincera. Santiago era conocido por su carisma arrollador y su arrogancia desmedida. Sin embargo, Eva no podía negar que también era el hombre que tenía el poder de aprobar su proyecto.
Reuniendo coraje, cruzó la sala con determinación, sosteniendo la carpeta que contenía su propuesta. Al llegar junto a él, esperó pacientemente mientras Santiago terminaba de conversar con un grupo de empresarios. Finalmente, sus ojos azules se posaron en ella, analizándola con un destello de interés que rápidamente se transformó en desdén.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó Santiago, su tono educado pero cargado de superioridad.
Eva respiró profundamente. No dejaría que sus nervios la traicionaran. Extendió la carpeta hacia él con una mano firme.
—Señor Duarte, soy Eva Montenegro. Trabajo como analista en la división de proyectos educativos. He desarrollado una propuesta que creo que podría revolucionar el alcance de las becas de la fundación. Solo necesitaría unos minutos de su tiempo para explicárselo.
Santiago tomó la carpeta, pero no la abrió. En cambio, la sostuvo con descuido mientras la miraba de arriba abajo. Sus ojos recorrieron su vestido, su cabello y finalmente sus zapatos, que delataban su falta de familiaridad con el lujo.
—Montenegro… —dijo lentamente, como saboreando el apellido—. No recuerdo haberte visto antes en eventos como este. ¿Estás segura de que perteneces aquí?
El comentario cayó como una bofetada. Eva sintió cómo el calor subía por su cuello, pero se obligó a mantener la calma.
—Estoy aquí porque creo que mi trabajo puede marcar una diferencia real en las vidas de muchas personas —respondió, manteniendo la mirada fija en él.
Santiago soltó una risa seca y devolvió la carpeta sin siquiera mirarla.
—Mira, Montenegro, aprecio tu entusiasmo, pero aquí manejamos proyectos importantes. La fundación no puede arriesgarse con propuestas… poco realistas. Quizá deberías centrarte en algo más acorde a tus habilidades.
Eva sintió cómo las palabras la atravesaban como cuchillas. No era solo una negación, era un recordatorio de todo lo que el mundo esperaba de alguien como ella: aceptar su lugar y no aspirar a más. La risa de Santiago resonó mientras él se alejaba, dejándola sola en medio del salón.
Eva apretó los dientes, luchando por contener las lágrimas. No podía permitir que la vieran quebrarse, no allí, no frente a ellos. Dio un paso atrás, buscando un rincón donde pudiera recuperar el aliento. Pero mientras lo hacía, una voz cálida y grave llegó a sus oídos.
—¿Estás bien?
Eva levantó la vista y se encontró con un par de ojos oscuros que la observaban con preocupación. Alejandro Duarte, el hermano mayor de Santiago y CEO de la multinacional familiar, estaba frente a ella. Su presencia era imponente, irradiando una mezcla de autoridad y calma que contrastaba con la arrogancia de su hermano. Vestía un traje negro impecable, pero lo que más llamó la atención de Eva fue la sinceridad en su mirada.
—Estoy bien, gracias —respondió Eva rápidamente, intentando recomponerse.
Alejandro no parecía convencido. Su mirada se deslizó hacia la carpeta que aún sostenía en sus manos.
—¿Es para la fundación? —preguntó, señalando la carpeta.
Eva asintió, dudando un momento antes de hablar.
—Es un proyecto para ampliar el programa de becas. Pero creo que no encaja con las prioridades de la fundación… según su hermano.
La expresión de Alejandro se endureció por un instante, pero rápidamente volvió a su tono neutral.
—¿Puedo verlo? —preguntó, extendiendo la mano.
Eva vaciló. Había sido rechazada una vez, y la idea de exponerse de nuevo la llenaba de inseguridad. Pero algo en Alejandro le transmitía confianza, así que le entregó la carpeta.
Alejandro la abrió y comenzó a leer, sus ojos recorriendo las páginas con rapidez. Mientras él lo hacía, Eva notó la diferencia en su atención. No era una simple cortesía; Alejandro estaba realmente interesado.
—Esto es bueno —dijo finalmente, cerrando la carpeta—. Muy bueno, de hecho. ¿Por qué Santiago lo rechazó?
Eva soltó una risa amarga.
—Supongo que no soy lo suficientemente importante para que mi trabajo merezca su tiempo.
Alejandro la miró durante unos segundos, como evaluando algo. Finalmente, asintió.
—Ven a mi oficina mañana por la tarde —dijo, devolviéndole la carpeta—. Me gustaría discutir esto con más detalle.
Antes de que Eva pudiera responder, Alejandro se alejó, saludando a otros invitados. Por un momento, Eva se quedó inmóvil, procesando lo que acababa de suceder. Sentía una mezcla de esperanza y desconfianza. ¿Era posible que Alejandro realmente valorara su trabajo, o simplemente estaba jugando con ella?
Cuando Eva salió de la gala esa noche, con la brisa fría de la ciudad acariciando su rostro, hizo una promesa. Si Alejandro Duarte le daba una oportunidad, no la desaprovecharía. Y si tenía que enfrentarse a Santiago nuevamente, lo haría con más fuerza. Esa noche marcó el inicio de algo más grande. No sabía aún cómo, pero su venganza acababa de comenzar.
El sonido de sus tacones resonaba en la acera mientras Eva avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. La brisa nocturna agitaba los mechones sueltos de su cabello, pero ella apenas lo notaba. Sus pensamientos seguían anclados en la humillación sufrida en la gala y en la inesperada intervención de Alejandro Duarte.Cada palabra de Santiago aún ardía en su mente. “¿Estás segura de que perteneces aquí?” La frase se repetía como un eco cruel. Pero junto a la herida, algo más había despertado en su interior: una determinación férrea, un deseo ardiente de demostrarle a ese hombre —y al mundo entero— que ella no solo merecía estar allí, sino que pronto ocuparía un lugar que ni siquiera él podría imaginar.Cruzó la avenida principal y entró al edificio modesto donde vivía. El ascensor, viejo y lento, la llevó hasta el cuarto piso. Al llegar a su apartamento, soltó un suspiro mientras cerraba la puerta tras de sí. El lugar era pequeño pero acogedor, con muebles sencillos y estanterías ll
Los días siguientes transcurrieron en una vorágine de trabajo y preparación. La oficina de Eva, aunque pequeña y modesta, se había convertido en su fortaleza. Cada noche, las luces de su escritorio brillaban hasta altas horas, mientras afinaba cada detalle de la presentación que daría ante el comité ejecutivo. Sabía que solo tendría una oportunidad y no podía fallar.Sin embargo, más allá del desafío profesional, un pensamiento persistente la acompañaba: Alejandro Duarte. Cada vez que su mente evocaba la imagen de su mirada intensa y su voz grave, algo dentro de ella se estremecía. No podía olvidar la forma en que la había defendido, en contraste con la humillación de Santiago. Pero debía recordar que su acercamiento no era por admiración ni deseo; era parte de su plan. Un plan donde los sentimientos no tenían cabida.El viernes llegó antes de lo esperado. Desde temprano, Eva eligió cuidadosamente su atuendo: un vestido burdeos ceñido, elegante pero sobrio, combinado con un blazer neg
El lunes por la mañana, el ambiente en la Fundación Duarte era distinto. La noticia de que el comité ejecutivo había aprobado el proyecto de Eva se había esparcido rápidamente. Miradas curiosas la seguían mientras caminaba por los pasillos con paso firme, sosteniendo una carpeta con los primeros documentos de implementación.Algunos la observaban con admiración, otros con envidia. Pero ella no tenía tiempo para preocuparse por lo que pensaran. Su objetivo estaba claro: consolidar su lugar en la empresa y acercarse aún más al hombre que podía ser la llave de su venganza.Cuando llegó a su oficina, encontró un mensaje en su correo electrónico. Era de Alejandro Duarte."Señorita Montenegro, pase por mi oficina a las 10:00 AM. Tenemos que discutir los próximos pasos del proyecto.— Alejandro Duarte.”El estómago de Eva se tensó con una mezcla de emoción y precaución. Aún no sabía exactamente qué pensaba Alejandro de ella, pero tenía claro que él no era como Santiago.Lo que le preocupaba
Los días siguientes a la cena con los inversionistas estuvieron marcados por una energía distinta. Eva sentía que algo había cambiado, como si una línea invisible se hubiera cruzado entre ella y Alejandro. Aunque ambos mantenían la profesionalidad durante las reuniones, había momentos fugaces donde sus miradas se encontraban y el aire parecía cargarse de electricidad.Pero Eva no podía permitirse distracciones. El éxito de la primera fase del proyecto había aumentado las expectativas, y ella debía demostrar que su triunfo inicial no había sido casualidad. Además, Santiago seguía observándola con recelo, esperando cualquier error para desacreditarla.Sin embargo, por más que intentara concentrarse, la presencia de Alejandro parecía ocupar cada rincón de su mente. No era solo su atractivo físico —sus ojos oscuros, su porte imponente o la forma en que su voz parecía envolverla—, sino la manera en que él parecía verla, como si pudiera descubrir los secretos que ella se esforzaba tanto en
El eco de los últimos acordes del vals aún resonaba en la mente de Eva mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. Junto a ella, Alejandro conducía en silencio, con una expresión serena pero enigmática. La proximidad durante el baile había dejado una tensión palpable entre ambos, una chispa que, aunque ninguno mencionaba, se sentía cada vez más difícil de ignorar.Cuando llegaron frente al edificio de Eva, Alejandro detuvo el auto y giró ligeramente la cabeza hacia ella. Durante unos segundos, ninguno habló. El aire dentro del vehículo parecía cargado de algo indefinible.—Gracias por acompañarme esta noche —dijo finalmente Alejandro—. Creo que impresionó a más de uno.—Fue una oportunidad que no podía desaprovechar —respondió Eva con una sonrisa profesional, aunque su corazón latía con fuerza.Alejandro inclinó la cabeza levemente, como si pudiera ver más allá de sus palabras.—Tiene una habilidad especial para dejar huella, señorita Montenegro. Será interesante
El sonido de sus tacones resonaba en el mármol pulido mientras Eva caminaba por el vestíbulo del edificio Duarte. La mañana apenas comenzaba, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior. El recuerdo del beso con Alejandro se había instalado en su memoria con una nitidez imposible de ignorar."Esto complica las cosas."Las palabras de Alejandro aún resonaban en su cabeza, y lo peor era que él tenía razón. Aquello no solo había cruzado una línea personal, sino que amenazaba con desviar su plan de venganza. Y lo último que podía permitirse era perder el control de la situación.—Mantente enfocada —se dijo en silencio mientras entraba en el ascensor—. Esto es solo una distracción temporal. Nada más.Pero, por mucho que intentara convencerse, el calor de los labios de Alejandro y la intensidad de su mirada seguían grabados en su piel.Al llegar a su oficina, Eva se sentó frente al escritorio y abrió su portátil. El calendario mostraba una reunión con Alejandro a las diez, seguida de
La noche era silenciosa en la ciudad, pero dentro del apartamento de Eva, su mente seguía en un torbellino de pensamientos. Sentada en el sofá con una taza de café entre las manos, repasaba mentalmente los eventos de la reunión de esa mañana. Había logrado impresionar al consejo directivo y consolidar su posición en la empresa, pero la presencia de Santiago y sus insinuaciones seguían resonando en su cabeza.“No creas que esto significa que ya has ganado.”Las palabras de Santiago habían sido un recordatorio brutal de que su camino aún estaba lleno de obstáculos. Y lo peor era que, por primera vez, Eva empezaba a cuestionarse si realmente podía seguir adelante con su plan sin que sus emociones se interpusieran.Porque, aunque había jurado que Alejandro no sería más que un medio para alcanzar su venganza, cada día le resultaba más difícil ignorar lo que sentía cuando él la miraba, cuando sus manos se rozaban accidentalmente o cuando, sin decir una palabra, parecía entenderla mejor que
El sonido de la lluvia golpeaba suavemente los ventanales de la oficina mientras Eva revisaba los informes de la segunda fase del proyecto. Afuera, la ciudad parecía sumida en un letargo gris, pero dentro del edificio Duarte, el ambiente estaba más tenso que nunca.Desde la exitosa presentación ante el consejo directivo, las miradas de los empleados hacia Eva habían cambiado. Algunos la admiraban, otros la envidiaban, pero todos sabían que su ascenso había sido más rápido de lo habitual. Y, aunque nadie lo decía en voz alta, las insinuaciones de Santiago habían comenzado a sembrar dudas en los pasillos.Sin embargo, lo que más inquietaba a Eva no eran los rumores, sino la creciente hostilidad entre Alejandro y su hermano. Cada día parecía más evidente que la rivalidad entre ellos iba más allá de lo profesional, y ella comenzaba a sospechar que había algo más profundo detrás de su relación fracturada.—No debo involucrarme más de lo necesario —se recordó en silencio, pero cada vez le r