Los días siguientes transcurrieron en una vorágine de trabajo y preparación. La oficina de Eva, aunque pequeña y modesta, se había convertido en su fortaleza. Cada noche, las luces de su escritorio brillaban hasta altas horas, mientras afinaba cada detalle de la presentación que daría ante el comité ejecutivo. Sabía que solo tendría una oportunidad y no podía fallar.
Sin embargo, más allá del desafío profesional, un pensamiento persistente la acompañaba: Alejandro Duarte. Cada vez que su mente evocaba la imagen de su mirada intensa y su voz grave, algo dentro de ella se estremecía. No podía olvidar la forma en que la había defendido, en contraste con la humillación de Santiago. Pero debía recordar que su acercamiento no era por admiración ni deseo; era parte de su plan. Un plan donde los sentimientos no tenían cabida.
El viernes llegó antes de lo esperado. Desde temprano, Eva eligió cuidadosamente su atuendo: un vestido burdeos ceñido, elegante pero sobrio, combinado con un blazer negro. Quería proyectar profesionalismo, pero también presencia. Al mirarse al espejo antes de salir, se prometió que ese día sería el inicio de su ascenso.
El edificio corporativo de los Duarte parecía aún más imponente aquella mañana. El vestíbulo estaba lleno de ejecutivos que se movían con prisa, pero Eva avanzaba con paso firme, ignorando las miradas curiosas. Al llegar al piso 22, fue recibida por la asistente de Alejandro, quien la guió hasta la sala de reuniones.
—El comité estará aquí en unos minutos. El señor Duarte le desea éxito —informó la asistente antes de retirarse.
Eva aprovechó esos momentos para preparar su presentación. Colocó sus documentos sobre la mesa de cristal y conectó su portátil al proyector. La sala, con sus paredes de vidrio y vista panorámica de la ciudad, parecía diseñada para intimidar, pero Eva se negó a dejarse afectar.
Poco a poco, los miembros del comité comenzaron a llegar. Entre ellos, Santiago Duarte, cuya presencia hizo que su corazón se acelerara. Él la miró con una sonrisa burlona al tomar asiento, como si ya anticipara su fracaso. Eva sostuvo su mirada sin pestañear.
Alejandro fue el último en entrar. Su presencia llenó la sala, y aunque su expresión era profesional, sus ojos encontraron los de Eva durante un instante que pareció detener el tiempo. Ella asintió ligeramente, como si con ese gesto sellara un pacto silencioso.
—Señores —comenzó Alejandro, tomando asiento en la cabecera—, hoy tenemos la presentación de un proyecto que, de ser aprobado, podría ampliar significativamente el impacto social de nuestra fundación. La señorita Eva Montenegro nos expondrá los detalles. Señorita Montenegro, puede comenzar.
Eva se colocó frente a la pantalla y respiró hondo. Todo lo que había sufrido para llegar hasta allí culminaba en ese momento.
—Buenos días. Mi propuesta se basa en la modernización y expansión del programa de becas de la Fundación Duarte. Actualmente, nuestras becas alcanzan a un 10% de los solicitantes, pero con un enfoque más estratégico y una optimización de recursos, podríamos duplicar esa cifra en menos de dos años.
A medida que hablaba, su voz se volvía más segura. Las diapositivas mostraban gráficos, proyecciones y testimonios de estudiantes beneficiados. Cada argumento estaba sustentado con cifras concretas, y su pasión por el proyecto era evidente en cada palabra.
Sin embargo, podía sentir la mirada fría de Santiago, buscando cualquier error. Cuando llegó la ronda de preguntas, él no tardó en intervenir.
—Señorita Montenegro, su propuesta suena muy bien en teoría, pero ¿cómo planea convencer a nuestros donantes de aumentar su apoyo? Ellos buscan resultados tangibles, no promesas —dijo con una sonrisa ladeada, como si ya hubiera ganado la partida.
Eva sostuvo la mirada sin titubear.
—Los donantes buscan impacto social, señor Duarte. Y la clave para lograrlo es demostrar que cada aporte genera un cambio real. Por eso he incluido un sistema de seguimiento transparente, donde cada donante podrá ver en qué se invierte su dinero y qué resultados se obtienen. Transparencia y eficiencia son nuestras mejores herramientas para ganar su confianza.
Algunos miembros del comité asintieron, visiblemente impresionados. Santiago, sin embargo, no se dio por vencido.
—Aún así, duplicar la cobertura en dos años parece demasiado ambicioso. ¿No teme que la presión por alcanzar esas metas afecte la calidad del programa?
Eva respiró hondo, sintiendo la tensión de la sala.
—El crecimiento rápido no tiene por qué comprometer la calidad si se gestiona correctamente. He diseñado un proceso de expansión gradual, comenzando con un piloto en las principales ciudades y ampliándolo progresivamente. Además, proponemos alianzas con universidades y empresas que puedan ofrecer mentorías y prácticas profesionales, multiplicando así el impacto sin aumentar significativamente los costos.
El murmullo de aprobación fue evidente. Incluso algunos de los ejecutivos que al principio habían mostrado escepticismo parecían reconsiderar sus opiniones. Alejandro se mantuvo en silencio, observando cada movimiento de Eva con atención.
Finalmente, el presidente del comité tomó la palabra.
—Señorita Montenegro, su propuesta es sólida y muy prometedora. Vamos a someterla a votación. Señores, ¿quiénes están a favor de aprobar el proyecto?
Una a una, las manos comenzaron a levantarse. El corazón de Eva latía con fuerza mientras contaba los votos mentalmente. Solo faltaba uno más… y entonces, Alejandro levantó la mano.
—La propuesta queda aprobada —anunció el presidente, cerrando el debate.
El aire pareció vibrar con la tensión liberada. Eva respiró hondo, sintiendo una mezcla de alivio y triunfo. Lo había logrado.
Cuando los miembros del comité comenzaron a salir, Santiago se acercó a ella.
—Has tenido suerte —murmuró en voz baja, lo suficiente para que solo ella lo oyera—. Pero la suerte no dura para siempre.
Eva lo miró directamente a los ojos, permitiendo que él viera la chispa de determinación que ardía en su interior.
—No necesito suerte, señor Duarte. Solo oportunidades —respondió con una sonrisa imperturbable.
Santiago apretó los labios y se alejó sin decir más.
Cuando la sala quedó vacía, Alejandro se acercó a ella con las manos en los bolsillos.
—Felicidades, señorita Montenegro. Ha demostrado que merece estar aquí —dijo con una leve sonrisa que parecía contener algo más que profesionalismo.
—Gracias, señor Duarte. Aprecio la oportunidad que me ha dado —respondió Eva, manteniendo el contacto visual un segundo más de lo necesario.
Alejandro inclinó ligeramente la cabeza, como si reconociera aquel juego silencioso.
—Será interesante ver hasta dónde puede llegar.
Con esas palabras, se dio la vuelta y salió de la sala, dejándola sola junto a la gran ventana. Desde allí, Eva contempló la ciudad bajo sus pies. La primera pieza de su venganza acababa de encajar en su lugar. Y este era solo el comienzo.
El lunes por la mañana, el ambiente en la Fundación Duarte era distinto. La noticia de que el comité ejecutivo había aprobado el proyecto de Eva se había esparcido rápidamente. Miradas curiosas la seguían mientras caminaba por los pasillos con paso firme, sosteniendo una carpeta con los primeros documentos de implementación.Algunos la observaban con admiración, otros con envidia. Pero ella no tenía tiempo para preocuparse por lo que pensaran. Su objetivo estaba claro: consolidar su lugar en la empresa y acercarse aún más al hombre que podía ser la llave de su venganza.Cuando llegó a su oficina, encontró un mensaje en su correo electrónico. Era de Alejandro Duarte."Señorita Montenegro, pase por mi oficina a las 10:00 AM. Tenemos que discutir los próximos pasos del proyecto.— Alejandro Duarte.”El estómago de Eva se tensó con una mezcla de emoción y precaución. Aún no sabía exactamente qué pensaba Alejandro de ella, pero tenía claro que él no era como Santiago.Lo que le preocupaba
Los días siguientes a la cena con los inversionistas estuvieron marcados por una energía distinta. Eva sentía que algo había cambiado, como si una línea invisible se hubiera cruzado entre ella y Alejandro. Aunque ambos mantenían la profesionalidad durante las reuniones, había momentos fugaces donde sus miradas se encontraban y el aire parecía cargarse de electricidad.Pero Eva no podía permitirse distracciones. El éxito de la primera fase del proyecto había aumentado las expectativas, y ella debía demostrar que su triunfo inicial no había sido casualidad. Además, Santiago seguía observándola con recelo, esperando cualquier error para desacreditarla.Sin embargo, por más que intentara concentrarse, la presencia de Alejandro parecía ocupar cada rincón de su mente. No era solo su atractivo físico —sus ojos oscuros, su porte imponente o la forma en que su voz parecía envolverla—, sino la manera en que él parecía verla, como si pudiera descubrir los secretos que ella se esforzaba tanto en
El eco de los últimos acordes del vals aún resonaba en la mente de Eva mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. Junto a ella, Alejandro conducía en silencio, con una expresión serena pero enigmática. La proximidad durante el baile había dejado una tensión palpable entre ambos, una chispa que, aunque ninguno mencionaba, se sentía cada vez más difícil de ignorar.Cuando llegaron frente al edificio de Eva, Alejandro detuvo el auto y giró ligeramente la cabeza hacia ella. Durante unos segundos, ninguno habló. El aire dentro del vehículo parecía cargado de algo indefinible.—Gracias por acompañarme esta noche —dijo finalmente Alejandro—. Creo que impresionó a más de uno.—Fue una oportunidad que no podía desaprovechar —respondió Eva con una sonrisa profesional, aunque su corazón latía con fuerza.Alejandro inclinó la cabeza levemente, como si pudiera ver más allá de sus palabras.—Tiene una habilidad especial para dejar huella, señorita Montenegro. Será interesante
El sonido de sus tacones resonaba en el mármol pulido mientras Eva caminaba por el vestíbulo del edificio Duarte. La mañana apenas comenzaba, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior. El recuerdo del beso con Alejandro se había instalado en su memoria con una nitidez imposible de ignorar."Esto complica las cosas."Las palabras de Alejandro aún resonaban en su cabeza, y lo peor era que él tenía razón. Aquello no solo había cruzado una línea personal, sino que amenazaba con desviar su plan de venganza. Y lo último que podía permitirse era perder el control de la situación.—Mantente enfocada —se dijo en silencio mientras entraba en el ascensor—. Esto es solo una distracción temporal. Nada más.Pero, por mucho que intentara convencerse, el calor de los labios de Alejandro y la intensidad de su mirada seguían grabados en su piel.Al llegar a su oficina, Eva se sentó frente al escritorio y abrió su portátil. El calendario mostraba una reunión con Alejandro a las diez, seguida de
La noche era silenciosa en la ciudad, pero dentro del apartamento de Eva, su mente seguía en un torbellino de pensamientos. Sentada en el sofá con una taza de café entre las manos, repasaba mentalmente los eventos de la reunión de esa mañana. Había logrado impresionar al consejo directivo y consolidar su posición en la empresa, pero la presencia de Santiago y sus insinuaciones seguían resonando en su cabeza.“No creas que esto significa que ya has ganado.”Las palabras de Santiago habían sido un recordatorio brutal de que su camino aún estaba lleno de obstáculos. Y lo peor era que, por primera vez, Eva empezaba a cuestionarse si realmente podía seguir adelante con su plan sin que sus emociones se interpusieran.Porque, aunque había jurado que Alejandro no sería más que un medio para alcanzar su venganza, cada día le resultaba más difícil ignorar lo que sentía cuando él la miraba, cuando sus manos se rozaban accidentalmente o cuando, sin decir una palabra, parecía entenderla mejor que
El sonido de la lluvia golpeaba suavemente los ventanales de la oficina mientras Eva revisaba los informes de la segunda fase del proyecto. Afuera, la ciudad parecía sumida en un letargo gris, pero dentro del edificio Duarte, el ambiente estaba más tenso que nunca.Desde la exitosa presentación ante el consejo directivo, las miradas de los empleados hacia Eva habían cambiado. Algunos la admiraban, otros la envidiaban, pero todos sabían que su ascenso había sido más rápido de lo habitual. Y, aunque nadie lo decía en voz alta, las insinuaciones de Santiago habían comenzado a sembrar dudas en los pasillos.Sin embargo, lo que más inquietaba a Eva no eran los rumores, sino la creciente hostilidad entre Alejandro y su hermano. Cada día parecía más evidente que la rivalidad entre ellos iba más allá de lo profesional, y ella comenzaba a sospechar que había algo más profundo detrás de su relación fracturada.—No debo involucrarme más de lo necesario —se recordó en silencio, pero cada vez le r
El aire en el edificio Duarte parecía más denso que de costumbre. Desde la discusión entre Alejandro y Santiago, una tensión silenciosa se había instalado en los pasillos, y Eva podía sentirla en cada mirada furtiva y en cada susurro que se apagaba cuando ella pasaba.Pero no tenía tiempo para preocuparse por los rumores. La próxima reunión del consejo directivo estaba a solo unos días, y Alejandro había confiado en ella para presentar el informe. Era su oportunidad de consolidar su posición, de demostrarle a todos —incluido Santiago— que merecía estar allí.—No voy a fallar —se prometió a sí misma mientras revisaba las últimas estadísticas del proyecto.Sin embargo, en el fondo de su mente, una advertencia persistía como un eco inquietante: las palabras de Alejandro sobre la capacidad de Santiago para jugar sucio.“Santiago no es alguien que acepte perder fácilmente.”Pero Eva no pensaba detenerse. No ahora.Esa tarde, mientras organizaba los documentos para la reunión, recibió un co
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Eva cruzó las puertas del edificio Duarte. A pesar de la hora temprana, el vestíbulo ya estaba lleno de empleados que se preparaban para la reunión adelantada del consejo. Las miradas curiosas la seguían mientras caminaba hacia el ascensor, pero Eva mantuvo la cabeza alta.—Hoy no voy a fallar —se dijo en silencio mientras las puertas del ascensor se cerraban.Al llegar al piso ejecutivo, encontró a la asistente de Alejandro organizando documentos frente a la sala de reuniones.—Buenos días, señorita Montenegro. El consejo se reunirá en media hora —informó con amabilidad—. El señor Duarte pidió que lo esperara en su oficina antes de la reunión.—Gracias —respondió Eva, sintiendo un leve cosquilleo en el estómago al pensar en Alejandro.Pero antes de dirigirse a su oficina, decidió entrar en la sala de conferencias para asegurarse de que todo estuviera listo. Al encender el proyector y revisar las diapositivas, se permitió un momento para