Los días siguientes a la cena con los inversionistas estuvieron marcados por una energía distinta. Eva sentía que algo había cambiado, como si una línea invisible se hubiera cruzado entre ella y Alejandro. Aunque ambos mantenían la profesionalidad durante las reuniones, había momentos fugaces donde sus miradas se encontraban y el aire parecía cargarse de electricidad.
Pero Eva no podía permitirse distracciones. El éxito de la primera fase del proyecto había aumentado las expectativas, y ella debía demostrar que su triunfo inicial no había sido casualidad. Además, Santiago seguía observándola con recelo, esperando cualquier error para desacreditarla.
Sin embargo, por más que intentara concentrarse, la presencia de Alejandro parecía ocupar cada rincón de su mente. No era solo su atractivo físico —sus ojos oscuros, su porte imponente o la forma en que su voz parecía envolverla—, sino la manera en que él parecía verla, como si pudiera descubrir los secretos que ella se esforzaba tanto en ocultar.
Esa tarde, Eva se encontraba en la sala de conferencias revisando los informes del proyecto cuando escuchó la puerta abrirse. Levantó la vista y, al ver a Alejandro entrar, sintió cómo su corazón daba un vuelco.
—¿Puedo interrumpir? —preguntó él, con esa sonrisa leve que parecía siempre esconder algo más.
—Por supuesto, señor Duarte… —respondió ella, pero él la interrumpió antes de que pudiera terminar.
—Alejandro —la corrigió, acercándose a la mesa—. Creo que ya quedamos en eso.
Eva asintió, intentando mantener la compostura mientras él se sentaba frente a ella.
—Quería revisar los avances de la primera fase —dijo, abriendo la carpeta que traía en las manos—. Pero también quería saber cómo se siente con todo esto. Sé que ha sido mucho trabajo en poco tiempo.
—Estoy acostumbrada a los desafíos —respondió Eva, sosteniendo su mirada—. Y este proyecto es una oportunidad que no pienso desaprovechar.
Alejandro pareció analizar sus palabras con detenimiento.
—¿Siempre ha sido tan determinada? —preguntó, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando las manos.
Eva sonrió levemente.
—Cuando creces sin que nadie espere nada de ti, aprendes a luchar por lo que quieres. No tengo el apellido ni los contactos que abren puertas, así que la única opción es derribarlas yo misma.
Un destello de admiración cruzó los ojos de Alejandro.
—Eso explica mucho —dijo en voz baja, como si hablara más consigo mismo que con ella.
Por un instante, el silencio se instaló entre ellos, cargado de una tensión casi palpable. Eva sintió cómo su respiración se aceleraba ligeramente, pero se obligó a mantener la calma.
—¿Algo más en lo que pueda ayudarle, Ale…? —Se detuvo antes de terminar el nombre, pero él ya había captado la intención.
Alejandro sonrió, y esta vez hubo algo diferente en sus ojos. Algo más personal.
—No, creo que eso es todo por ahora —respondió, cerrando la carpeta con calma—. Aunque… —Se detuvo, como si dudara antes de continuar—. ¿Le gustaría acompañarme a un evento este sábado? Será una cena benéfica a la que asistirán algunos de nuestros principales socios. Creo que sería una buena oportunidad para que amplíe su red de contactos.
Eva sintió un nudo en el estómago. Sabía que aquello significaba entrar en un terreno más peligroso, pero también era una oportunidad que no podía rechazar.
—Sería un honor —respondió con una sonrisa profesional.
Alejandro asintió, pero antes de levantarse, sus ojos se encontraron con los de ella una vez más.
—Perfecto. Pasaré a buscarla a las siete.
Cuando el sábado llegó, Eva se preparó con más cuidado del habitual. Eligió un vestido rojo de corte elegante, ceñido en la cintura y con un escote discreto pero atractivo. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, y el maquillaje resaltaba sus ojos oscuros y sus labios carmesí.
Al verse en el espejo, recordó la noche de la gala donde todo había comenzado. Pero esta vez no se sentía una extraña. Esta vez, iba a jugar el juego en sus propios términos.
Puntualmente a las siete, el sonido de un auto estacionándose frente a su edificio la sacó de sus pensamientos. Tomó su bolso y bajó las escaleras con paso firme.
Al salir, encontró a Alejandro esperándola junto a un elegante auto negro. Llevaba un traje oscuro perfectamente ajustado a su figura, y sus ojos la recorrieron de pies a cabeza con una intensidad que le hizo contener la respiración.
—Está hermosa —dijo con una sonrisa que rozaba lo peligroso.
—Gracias. Usted tampoco se ve nada mal —respondió Eva, intentando mantener la compostura.
Alejandro abrió la puerta del auto para que ella subiera, y durante el trayecto, la conversación fue fluida pero contenida. Sin embargo, cada vez que sus miradas se encontraban, el aire parecía volverse más denso.
El evento se celebraba en una mansión a las afueras de la ciudad, rodeada de jardines iluminados con luces doradas. Al entrar, Eva sintió las miradas curiosas de algunos invitados, pero ya no le importaba. Caminaba con la cabeza alta, consciente de que cada paso la acercaba más a su objetivo.
Alejandro la presentó a varios empresarios, y ella aprovechó cada conversación para demostrar su inteligencia y habilidades. Sin embargo, lo más difícil fue cuando se encontró cara a cara con Santiago Duarte.
—Vaya, vaya… —murmuró él, con esa sonrisa burlona que parecía ser su marca registrada—. No esperaba verla aquí, señorita Montenegro. ¿Viene como acompañante de mi hermano?
—Estoy aquí porque es una excelente oportunidad para fortalecer alianzas para la Fundación Duarte —respondió Eva sin inmutarse—. Pero si mi presencia le incomoda, señor Duarte, siempre puede retirarse.
Santiago entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera responder, Alejandro apareció a su lado.
—¿Todo bien por aquí? —preguntó, lanzando una mirada rápida a su hermano.
—Perfectamente —respondió Eva con una sonrisa—. Su hermano y yo solo estábamos intercambiando opiniones.
Alejandro miró a Santiago durante un segundo más antes de ofrecerle a Eva su brazo.
—¿Me concede esta pieza? —preguntó, justo cuando la música comenzaba a sonar.
Eva dudó un instante, pero sabía que rechazarlo llamaría la atención. Así que aceptó y lo siguió hasta la pista de baile.
La orquesta interpretaba un suave vals, y Alejandro la tomó de la cintura con naturalidad, guiándola con movimientos fluidos. La proximidad de sus cuerpos y el roce de sus manos hicieron que el corazón de Eva latiera con fuerza.
—¿Siempre baila tan bien? —preguntó ella, intentando romper la tensión.
—Solo cuando tengo una buena pareja —respondió Alejandro, acercándose apenas lo necesario para que su aliento rozara la piel de su cuello.
Eva sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero se obligó a mantener la compostura. Aquello no era más que parte del juego… ¿o no?
Cuando la música terminó, Alejandro no soltó su mano de inmediato. Sus ojos se encontraron una vez más, y en ese instante, Eva supo que la chispa había encendido algo que ya no podía ignorar.
El problema era que, cuanto más se acercaba a Alejandro, más difícil se volvía recordar que todo aquello solo era parte de su venganza.
El eco de los últimos acordes del vals aún resonaba en la mente de Eva mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. Junto a ella, Alejandro conducía en silencio, con una expresión serena pero enigmática. La proximidad durante el baile había dejado una tensión palpable entre ambos, una chispa que, aunque ninguno mencionaba, se sentía cada vez más difícil de ignorar.Cuando llegaron frente al edificio de Eva, Alejandro detuvo el auto y giró ligeramente la cabeza hacia ella. Durante unos segundos, ninguno habló. El aire dentro del vehículo parecía cargado de algo indefinible.—Gracias por acompañarme esta noche —dijo finalmente Alejandro—. Creo que impresionó a más de uno.—Fue una oportunidad que no podía desaprovechar —respondió Eva con una sonrisa profesional, aunque su corazón latía con fuerza.Alejandro inclinó la cabeza levemente, como si pudiera ver más allá de sus palabras.—Tiene una habilidad especial para dejar huella, señorita Montenegro. Será interesante
El sonido de sus tacones resonaba en el mármol pulido mientras Eva caminaba por el vestíbulo del edificio Duarte. La mañana apenas comenzaba, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior. El recuerdo del beso con Alejandro se había instalado en su memoria con una nitidez imposible de ignorar."Esto complica las cosas."Las palabras de Alejandro aún resonaban en su cabeza, y lo peor era que él tenía razón. Aquello no solo había cruzado una línea personal, sino que amenazaba con desviar su plan de venganza. Y lo último que podía permitirse era perder el control de la situación.—Mantente enfocada —se dijo en silencio mientras entraba en el ascensor—. Esto es solo una distracción temporal. Nada más.Pero, por mucho que intentara convencerse, el calor de los labios de Alejandro y la intensidad de su mirada seguían grabados en su piel.Al llegar a su oficina, Eva se sentó frente al escritorio y abrió su portátil. El calendario mostraba una reunión con Alejandro a las diez, seguida de
La noche era silenciosa en la ciudad, pero dentro del apartamento de Eva, su mente seguía en un torbellino de pensamientos. Sentada en el sofá con una taza de café entre las manos, repasaba mentalmente los eventos de la reunión de esa mañana. Había logrado impresionar al consejo directivo y consolidar su posición en la empresa, pero la presencia de Santiago y sus insinuaciones seguían resonando en su cabeza.“No creas que esto significa que ya has ganado.”Las palabras de Santiago habían sido un recordatorio brutal de que su camino aún estaba lleno de obstáculos. Y lo peor era que, por primera vez, Eva empezaba a cuestionarse si realmente podía seguir adelante con su plan sin que sus emociones se interpusieran.Porque, aunque había jurado que Alejandro no sería más que un medio para alcanzar su venganza, cada día le resultaba más difícil ignorar lo que sentía cuando él la miraba, cuando sus manos se rozaban accidentalmente o cuando, sin decir una palabra, parecía entenderla mejor que
El sonido de la lluvia golpeaba suavemente los ventanales de la oficina mientras Eva revisaba los informes de la segunda fase del proyecto. Afuera, la ciudad parecía sumida en un letargo gris, pero dentro del edificio Duarte, el ambiente estaba más tenso que nunca.Desde la exitosa presentación ante el consejo directivo, las miradas de los empleados hacia Eva habían cambiado. Algunos la admiraban, otros la envidiaban, pero todos sabían que su ascenso había sido más rápido de lo habitual. Y, aunque nadie lo decía en voz alta, las insinuaciones de Santiago habían comenzado a sembrar dudas en los pasillos.Sin embargo, lo que más inquietaba a Eva no eran los rumores, sino la creciente hostilidad entre Alejandro y su hermano. Cada día parecía más evidente que la rivalidad entre ellos iba más allá de lo profesional, y ella comenzaba a sospechar que había algo más profundo detrás de su relación fracturada.—No debo involucrarme más de lo necesario —se recordó en silencio, pero cada vez le r
El aire en el edificio Duarte parecía más denso que de costumbre. Desde la discusión entre Alejandro y Santiago, una tensión silenciosa se había instalado en los pasillos, y Eva podía sentirla en cada mirada furtiva y en cada susurro que se apagaba cuando ella pasaba.Pero no tenía tiempo para preocuparse por los rumores. La próxima reunión del consejo directivo estaba a solo unos días, y Alejandro había confiado en ella para presentar el informe. Era su oportunidad de consolidar su posición, de demostrarle a todos —incluido Santiago— que merecía estar allí.—No voy a fallar —se prometió a sí misma mientras revisaba las últimas estadísticas del proyecto.Sin embargo, en el fondo de su mente, una advertencia persistía como un eco inquietante: las palabras de Alejandro sobre la capacidad de Santiago para jugar sucio.“Santiago no es alguien que acepte perder fácilmente.”Pero Eva no pensaba detenerse. No ahora.Esa tarde, mientras organizaba los documentos para la reunión, recibió un co
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Eva cruzó las puertas del edificio Duarte. A pesar de la hora temprana, el vestíbulo ya estaba lleno de empleados que se preparaban para la reunión adelantada del consejo. Las miradas curiosas la seguían mientras caminaba hacia el ascensor, pero Eva mantuvo la cabeza alta.—Hoy no voy a fallar —se dijo en silencio mientras las puertas del ascensor se cerraban.Al llegar al piso ejecutivo, encontró a la asistente de Alejandro organizando documentos frente a la sala de reuniones.—Buenos días, señorita Montenegro. El consejo se reunirá en media hora —informó con amabilidad—. El señor Duarte pidió que lo esperara en su oficina antes de la reunión.—Gracias —respondió Eva, sintiendo un leve cosquilleo en el estómago al pensar en Alejandro.Pero antes de dirigirse a su oficina, decidió entrar en la sala de conferencias para asegurarse de que todo estuviera listo. Al encender el proyector y revisar las diapositivas, se permitió un momento para
La luz tenue de la ciudad se filtraba a través de las cortinas de su apartamento, proyectando sombras suaves en las paredes. Sentada en el borde de la cama, Eva sostenía una copa de vino entre las manos, pero apenas había probado el líquido carmesí. Su mente seguía atrapada en los eventos de la reunión.Había ganado una batalla más. El proyecto avanzaba y su posición en la empresa se consolidaba. Pero, a pesar de todo, una inquietud persistente la atormentaba. No era solo la amenaza constante de Santiago. Era algo más profundo.Era Alejandro.El recuerdo de su beso aún ardía en sus labios, y la forma en que la había mirado antes de la reunión seguía grabada en su mente. No podía negar lo que sentía cuando estaba cerca de él: una mezcla de deseo, admiración y algo más peligroso… algo que amenazaba con derrumbar las paredes que había construido a su alrededor.Pero no podía permitirse sentir eso. No cuando su plan dependía de mantener la cabeza fría.—Esto no puede desviarme —susurró p
El día amaneció nublado, y aunque la ciudad y su ajetreada vida parecían seguir su curso, Eva no podía evitar sentir una opresión en el aire. Desde la reunión del consejo, la atmósfera en el edificio Duarte había cambiado. Los murmullos habían comenzado a circular, y como era de esperarse, el tema central era la relación entre Eva y Alejandro.Eva entró a la oficina temprano, más consciente que nunca de las miradas que se cruzaban con la suya al caminar por los pasillos. Algunos la saludaban con una sonrisa educada, otros la evitaban por completo. A pesar de que había trabajado más duro que nunca para ganar su lugar, ahora todo lo que había logrado parecía estar bajo escrutinio debido a las insinuaciones que se deslizaban como sombras en cada rincón.Al abrir la puerta de su oficina, encontró a la asistente de Alejandro revisando algunos documentos sobre su escritorio. La joven levantó la vista y, al ver a Eva, no pudo evitar un gesto de preocupación.—Buenos días, señorita Montenegro