El sonido de las teclas resonaba en la oficina de Eva mientras intentaba concentrarse en los informes de la fundación. Pero era imposible. Desde que había llegado esa mañana, había sentido miradas extrañas, susurros que se apagaban apenas entraba en una habitación, y empleados que evitaban cruzarse con ella en los pasillos.La tensión en el ambiente era palpable. Algo estaba mal.El presentimiento se hizo realidad cuando la asistente de Alejandro entró en su oficina con una expresión sombría y una carpeta en las manos.—Señorita Montenegro… necesita ver esto.Eva tomó la carpeta con cautela y, al abrirla, sintió un frío recorriéndole la espalda.Era un informe anónimo dirigido al consejo directivo de la empresa.Dentro, había capturas de pantalla de supuestos correos electrónicos, mensajes manipulados y fotos editadas en las que Eva aparecía en situaciones comprometedoras con varios inversionistas de la fundación y, lo peor de todo, con Santiago Duarte.Los documentos insinuaban que E
Su beso fue apasionado y posesivo, como si Alejandro quisiera marcar a Eva como suya. Eva se sintió arrebatada por la emoción, y su cuerpo respondió con un deseo intenso. Se dejó llevar por el momento, y su lengua se entrelazó con la de Alejandro en un baile sensual. La ropa comenzó a caer al suelo, y los cuerpos se unieron en un abrazo apasionado. Alejandro la levantó en brazos, y Eva se sintió suspendida en el aire, con su cuerpo ardiendo de lujuria. La llevó hasta la cama, y allí, en la oscuridad, se entregaron a su pasión. Alejandro le quitó la ropa una a una, hasta tenerla desnuda frente a él. Su mirada oscurecida recorrió cada centímetro de piel. —Eres increíble —suspiró, tratando de disimular la emoción que le provocaba verla. Eva se sonrojo al oirlo, no acostumbrada a la admiración con que era observada. Posó una mano sobre la mejilla de Alejandro, y dijo lo único que sabía que podría calmar esa chispa de incomodidad que esas imágenes habían sembrado en él. —Toma lo que n
El sol apenas comenzaba a asomarse por las ventanas del departamento cuando Eva abrió los ojos. La luz suave de la mañana iluminaba la habitación, y por un momento, se quedó quieta, escuchando el silencio a su alrededor. No podía recordar cómo había llegado a dormir en ese lugar, ni cuánto tiempo había pasado desde que Alejandro la había abrazado con tanta intensidad la noche anterior.El calor de su cuerpo junto al suyo, el roce de su piel, el perfume de su loción... todo estaba grabado en su memoria, pero aún era demasiado reciente para procesarlo con claridad. Eva se levantó lentamente, disfrutando del espacio y la paz que solo aquel lugar parecía ofrecer. A medida que se estiraba, notó cómo sus músculos estaban relajados, una sensación que no había experimentado en mucho tiempo.De pronto, escuchó ruido proveniente de la cocina. Al levantar la vista, vio a Alejandro en la entrada del salón, vestido con ropa cómoda, su mirada concentrada en lo que hacía pero relajada. Estaba prepara
El sol se filtraba suavemente por los ventanales del departamento, iluminando la piel dorada de Eva mientras se vestía con calma. Alejandro la observaba desde la cama, con los brazos cruzados detrás de la cabeza y una expresión que reflejaba la adoración que sentía por ella. Había algo diferente en su mirada esa tarde, algo que iba más allá del deseo y la ternura con la que la había tratado desde que despertaron juntos.Cuando ella terminó de ajustarse la blusa y se volvió hacia él, Alejandro se levantó y caminó hasta donde estaba, deteniéndose justo frente a ella. Sin previo aviso, tomó su rostro entre sus manos y la miró con una intensidad que hizo que el aire se volviera espeso entre ellos.—Quiero que esto sea oficial —dijo en voz baja, pero con una firmeza absoluta—. Quiero que seas mi pareja, Eva. Quiero que dejemos de escondernos.El corazón de Eva se detuvo por un segundo antes de empezar a latir con fuerza. ¿Qué?—Alejandro… —murmuró, buscando las palabras correctas, pero él n
El día había pasado rápidamente, con las horas deslizándose entre montones de informes y reuniones cruciales. Eva se encontraba en su oficina, la luz tenue de la tarde invadiendo el espacio a través de los ventanales. Aunque su mente estaba constantemente centrada en los informes de la fundación, no podía dejar de pensar en lo que había descubierto sobre Santiago. La verdad que Carla le había confiado no solo era una revelación espantosa, sino que también le otorgaba un nuevo propósito.Con las manos sobre el teclado, Eva comenzó a revisar los registros de las empleadas que habían trabajado para Santiago y que habían dejado la empresa de manera abrupta. Sabía que no podía actuar de manera impulsiva, pero con las palabras de Carla resonando en su mente, Eva sabía que tenía que obtener pruebas irrefutables. Las mujeres que se habían ido sin una explicación clara podrían ser las clave para exponer lo que Santiago había estado haciendo detrás de las puertas cerradas de la oficina.De pront
Eva estaba sentada frente a su escritorio, la luz suave de la lámpara iluminaba los papeles dispersos a su alrededor. La sensación de estar sobrepasada no la abandonaba, pero sabía que este era el único camino para poder ganar la batalla contra Santiago. Con las manos firmes, ajustó la pantalla de su computadora y, una vez más, revisó el mensaje de Carla.Era tarde, la ciudad ya había comenzado a dormir, y Eva seguía trabajando con la misma intensidad. Carla, la asistente de Alejandro, había sido su aliado inesperado, ofreciéndole acceso a documentos privados de la familia Duarte, aquellos que Santiago había tratado de mantener ocultos. Eva sabía que estaba jugando con fuego, pero estaba dispuesta a arriesgarlo todo para encontrar la verdad y darle fin a las manipulaciones de Santiago.La puerta de su oficina se cerró con suavidad y, sin levantar la vista, Eva escuchó los pasos de Carla acercándose.—Aquí están, como lo prometí —dijo Carla en voz baja, entregándole un sobre con varios
El departamento de Alejandro estaba en penumbra cuando entraron. Solo una lámpara de pie arrojaba una luz cálida sobre el salón. Eva se dejó caer en el sofá sin siquiera quitarse los zapatos. Alejandro cerró la puerta con cuidado, como si el más leve ruido pudiera quebrarla por completo.—¿Quieres agua? ¿Algo de comer? —preguntó desde la cocina.—Solo… quédate —susurró ella, sin levantar la vista.Él no insistió. Tomó asiento a su lado y se inclinó hacia ella, sus ojos buscando los suyos.—Dime qué pasó.Eva respiró hondo, sabiendo que debía hablar, pero sin estar lista para decirlo todo.—Estuve revisando documentos privados de Santiago —empezó, con voz apagada—. Carla me dio acceso a archivos… informes, correos, grabaciones…Alejandro tensó la mandíbula, pero no la interrumpió.—Encontré pruebas de desvíos de fondos. Contratos alterados. Y… y videos. De empleadas. Grabadas sin consentimiento. Fotos. Conversaciones manipuladas para hacerlas parecer cómplices. Todo está ahí, Alejandro
El sol filtrándose a través de las cortinas fue lo primero que sintió antes de abrir los ojos. La luz cálida y tenue acariciaba su piel, pero Eva tardó unos segundos en recordar dónde estaba. El aroma familiar de Alejandro la envolvía, junto con la sensación reconfortante de su respiración pausada a su lado.Parpadeó lentamente, enfocando la vista en el techo antes de girarse con cuidado. Alejandro aún dormía, su rostro relajado, tan distinto al hombre de negocios implacable que solía ser ante el mundo.Eva permitió que sus dedos trazaran un recorrido suave sobre su brazo, sin despertarlo, grabando en su memoria la quietud de ese momento. La noche anterior había sido una pausa en medio del caos, un refugio entre todo lo que estaba descubriendo. Pero no podía permitirse perderse demasiado en esa calma.El mundo seguía girando.Con un suspiro silencioso, se deslizó fuera de la cama. Buscó su ropa en la penumbra y se vistió con movimientos pausados. Parte de ella quería quedarse, dejarse