El arte de gobernar

La mañana aún no había despertado del todo cuando Eva cruzó el umbral del edificio principal. A diferencia de otras veces, no tomó el ascensor directo a la planta ejecutiva ni caminó por los pasillos privados. Esta vez, eligió ingresar como lo hacían los demás: los asistentes, los técnicos, los administrativos. Pisó el mismo suelo que ellos, escuchó los mismos saludos rutinarios, y lo hizo con un propósito claro.

Cada paso era una declaración.

Esa noche, después de haberse dejado envolver por Alejandro, después de haberse sentido no solo deseada sino reconocida, algo en ella se había reconfigurado. No era una sensación abstracta. Era concreta. Clara. Había pasado demasiado tiempo sosteniendo la línea entre el pasado y la supervivencia, entre lo que permitía mostrar y lo que aún guardaba como escudo. Pero ya no. No más contención. Ahora le tocaba gobernar.

El saludo del recepcionista fue más formal que de costumbre. Ella respondió con una sonrisa medida y siguió caminando hacia los asc
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