El eco de los últimos acordes del vals aún resonaba en la mente de Eva mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. Junto a ella, Alejandro conducía en silencio, con una expresión serena pero enigmática. La proximidad durante el baile había dejado una tensión palpable entre ambos, una chispa que, aunque ninguno mencionaba, se sentía cada vez más difícil de ignorar.
Cuando llegaron frente al edificio de Eva, Alejandro detuvo el auto y giró ligeramente la cabeza hacia ella. Durante unos segundos, ninguno habló. El aire dentro del vehículo parecía cargado de algo indefinible.
—Gracias por acompañarme esta noche —dijo finalmente Alejandro—. Creo que impresionó a más de uno.
—Fue una oportunidad que no podía desaprovechar —respondió Eva con una sonrisa profesional, aunque su corazón latía con fuerza.
Alejandro inclinó la cabeza levemente, como si pudiera ver más allá de sus palabras.
—Tiene una habilidad especial para dejar huella, señorita Montenegro. Será interesante ver hasta dónde puede llegar.
Antes de que Eva pudiera responder, él extendió la mano y rozó suavemente su mejilla, apenas un gesto, pero lo suficiente para que la piel de ella se erizara.
—Buenas noches —murmuró Alejandro, y antes de que la situación se volviera aún más peligrosa, Eva abrió la puerta y salió del auto.
Mientras subía las escaleras hacia su apartamento, su mente era un torbellino. Cada paso que daba en este juego la acercaba más a su venganza, pero también la arrastraba hacia una atracción que no había previsto. Y eso podía complicarlo todo.
La semana siguiente marcó el verdadero inicio del proyecto. Alejandro había designado a Eva como coordinadora principal de la primera fase, lo que le otorgaba un acceso directo a los círculos más influyentes de la empresa. Pero con esa oportunidad también venía la presión.
—Quiero resultados concretos en los próximos dos meses —le había dicho Alejandro en una de sus reuniones—. Si logramos cumplir los objetivos iniciales, será más fácil garantizar el financiamiento para la expansión.
Eva asintió, decidida.
—No voy a fallar.
Sin embargo, no todos en la empresa compartían su entusiasmo. Santiago, en particular, parecía haber tomado su ascenso como algo personal. Cada vez que coincidían en los pasillos o en las reuniones, su mirada era un recordatorio silencioso de que él seguía esperando verla caer.
—No creas que porque mi hermano te ha dado un puesto especial, tienes asegurado tu lugar aquí —le dijo en una ocasión, con esa sonrisa cínica que tanto la irritaba—. Tarde o temprano, la gente descubre que no todos están hechos para este mundo.
Eva sostuvo su mirada sin pestañear.
—Lo único que la gente descubrirá es que tengo lo necesario para llegar más lejos de lo que usted imagina.
Santiago soltó una risa seca y se alejó, pero Eva sabía que su advertencia no era una amenaza vacía. Si quería mantenerse en la cima, tendría que superar no solo los obstáculos del proyecto, sino también las trampas que Santiago seguramente pondría en su camino.
Los días se convirtieron en una sucesión frenética de reuniones, informes y negociaciones. Eva trabajaba sin descanso, a veces quedándose en la oficina hasta altas horas de la noche. Pero no se quejaba. Cada documento firmado, cada acuerdo cerrado, era un paso más hacia su objetivo final.
Sin embargo, lo que más la desconcertaba era la creciente cercanía con Alejandro. A pesar de su profesionalismo, él encontraba formas sutiles de demostrarle que la veía como algo más que una simple empleada. A veces, durante las reuniones, sus miradas se cruzaban y el mundo parecía detenerse por un instante. Otras veces, al revisar documentos juntos, sus manos se rozaban accidentalmente, y el contacto, aunque breve, dejaba una huella imposible de ignorar.
—Debería tener cuidado —se decía Eva cada noche al llegar a casa—. No puedo permitirme olvidar por qué estoy aquí.
Pero, por mucho que lo intentara, cada día que pasaba parecía acercarla más a un límite que no estaba segura de querer cruzar.
Una noche, después de una reunión especialmente intensa, Alejandro la detuvo cuando ella se disponía a salir de la oficina.
—¿Tiene planes para esta noche? —preguntó con esa calma característica que siempre la desarmaba.
—Nada que no pueda posponer —respondió Eva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba.
Alejandro sonrió apenas y tomó su abrigo del perchero.
—Acompáñeme. Hay algo que quiero mostrarle.
Sin darle tiempo a dudar, la guió hasta el ascensor. Durante el trayecto hasta el estacionamiento, ninguno habló. La tensión entre ellos parecía llenar el espacio, como si ambos supieran que algo estaba a punto de suceder.
El auto de Alejandro los llevó fuera del centro de la ciudad, hacia una colina desde donde se podía ver el horizonte iluminado. Al llegar, él apagó el motor y se quedó en silencio, observando las luces que se extendían ante ellos.
—A veces, cuando las cosas se complican, vengo aquí para recordar por qué hago lo que hago —dijo finalmente—. Es fácil perderse en medio de los negocios y las expectativas familiares. Pero aquí… todo parece más simple.
Eva lo miró de reojo, sorprendida por la sinceridad de sus palabras.
—¿Y qué es lo que lo mantiene en este camino? —preguntó, incapaz de contener su curiosidad.
Alejandro se giró hacia ella, y durante un instante, su mirada pareció atravesarla.
—La necesidad de demostrarme a mí mismo que puedo llegar más lejos que nadie. Que no soy solo el hijo mayor de los Duarte, sino alguien capaz de construir algo propio.
Eva sintió un escalofrío. Sus palabras resonaban demasiado cerca de sus propios pensamientos.
—A veces, el deseo de demostrar algo puede convertirse en una carga difícil de soltar —murmuró ella, sin apartar la mirada del horizonte.
—¿Lo dice por experiencia propia?
Eva sonrió levemente, pero no respondió. La verdad era demasiado peligrosa para compartirla, incluso con alguien como Alejandro.
El silencio que siguió fue diferente esta vez. No era incómodo, sino cargado de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar. Y cuando Alejandro extendió la mano y rozó suavemente la suya, Eva no se apartó.
—Es fácil perderse cuando uno se acerca demasiado al fuego —dijo él en voz baja.
—A veces, vale la pena arriesgarse a quemarse —respondió ella sin pensar.
Alejandro la miró fijamente durante un segundo más, y luego, con un movimiento lento pero decidido, acercó su rostro al de ella. El mundo pareció detenerse cuando sus labios se encontraron en un beso suave pero cargado de promesas.
Eva sintió cómo su corazón latía con fuerza mientras las manos de Alejandro se deslizaban lentamente hasta rodear su rostro. Por un instante, todo lo demás desapareció: la empresa, la venganza, incluso Santiago. Solo existía el calor de ese contacto y la certeza de que, en ese momento, había cruzado una línea de la que no habría vuelta atrás.
Cuando finalmente se separaron, Alejandro la observó con una intensidad que la dejó sin aliento.
—Esto complica las cosas —murmuró, pero sus ojos decían algo completamente diferente.
—¿Y quién dijo que las cosas fáciles valen la pena? —respondió Eva, recuperando la compostura.
Alejandro sonrió, y en su mirada había una mezcla de deseo y admiración.
—Tiene razón. A veces, los riesgos más grandes traen las mayores recompensas.
Sin decir más, encendió el motor y comenzó a conducir de regreso a la ciudad. Pero ambos sabían que nada volvería a ser igual.
Porque, aunque Eva seguía decidida a cumplir su venganza, el juego acababa de volverse mucho más peligroso.
El sonido de sus tacones resonaba en el mármol pulido mientras Eva caminaba por el vestíbulo del edificio Duarte. La mañana apenas comenzaba, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior. El recuerdo del beso con Alejandro se había instalado en su memoria con una nitidez imposible de ignorar."Esto complica las cosas."Las palabras de Alejandro aún resonaban en su cabeza, y lo peor era que él tenía razón. Aquello no solo había cruzado una línea personal, sino que amenazaba con desviar su plan de venganza. Y lo último que podía permitirse era perder el control de la situación.—Mantente enfocada —se dijo en silencio mientras entraba en el ascensor—. Esto es solo una distracción temporal. Nada más.Pero, por mucho que intentara convencerse, el calor de los labios de Alejandro y la intensidad de su mirada seguían grabados en su piel.Al llegar a su oficina, Eva se sentó frente al escritorio y abrió su portátil. El calendario mostraba una reunión con Alejandro a las diez, seguida de
La noche era silenciosa en la ciudad, pero dentro del apartamento de Eva, su mente seguía en un torbellino de pensamientos. Sentada en el sofá con una taza de café entre las manos, repasaba mentalmente los eventos de la reunión de esa mañana. Había logrado impresionar al consejo directivo y consolidar su posición en la empresa, pero la presencia de Santiago y sus insinuaciones seguían resonando en su cabeza.“No creas que esto significa que ya has ganado.”Las palabras de Santiago habían sido un recordatorio brutal de que su camino aún estaba lleno de obstáculos. Y lo peor era que, por primera vez, Eva empezaba a cuestionarse si realmente podía seguir adelante con su plan sin que sus emociones se interpusieran.Porque, aunque había jurado que Alejandro no sería más que un medio para alcanzar su venganza, cada día le resultaba más difícil ignorar lo que sentía cuando él la miraba, cuando sus manos se rozaban accidentalmente o cuando, sin decir una palabra, parecía entenderla mejor que
El sonido de la lluvia golpeaba suavemente los ventanales de la oficina mientras Eva revisaba los informes de la segunda fase del proyecto. Afuera, la ciudad parecía sumida en un letargo gris, pero dentro del edificio Duarte, el ambiente estaba más tenso que nunca.Desde la exitosa presentación ante el consejo directivo, las miradas de los empleados hacia Eva habían cambiado. Algunos la admiraban, otros la envidiaban, pero todos sabían que su ascenso había sido más rápido de lo habitual. Y, aunque nadie lo decía en voz alta, las insinuaciones de Santiago habían comenzado a sembrar dudas en los pasillos.Sin embargo, lo que más inquietaba a Eva no eran los rumores, sino la creciente hostilidad entre Alejandro y su hermano. Cada día parecía más evidente que la rivalidad entre ellos iba más allá de lo profesional, y ella comenzaba a sospechar que había algo más profundo detrás de su relación fracturada.—No debo involucrarme más de lo necesario —se recordó en silencio, pero cada vez le r
El aire en el edificio Duarte parecía más denso que de costumbre. Desde la discusión entre Alejandro y Santiago, una tensión silenciosa se había instalado en los pasillos, y Eva podía sentirla en cada mirada furtiva y en cada susurro que se apagaba cuando ella pasaba.Pero no tenía tiempo para preocuparse por los rumores. La próxima reunión del consejo directivo estaba a solo unos días, y Alejandro había confiado en ella para presentar el informe. Era su oportunidad de consolidar su posición, de demostrarle a todos —incluido Santiago— que merecía estar allí.—No voy a fallar —se prometió a sí misma mientras revisaba las últimas estadísticas del proyecto.Sin embargo, en el fondo de su mente, una advertencia persistía como un eco inquietante: las palabras de Alejandro sobre la capacidad de Santiago para jugar sucio.“Santiago no es alguien que acepte perder fácilmente.”Pero Eva no pensaba detenerse. No ahora.Esa tarde, mientras organizaba los documentos para la reunión, recibió un co
El reloj marcaba las siete de la mañana cuando Eva cruzó las puertas del edificio Duarte. A pesar de la hora temprana, el vestíbulo ya estaba lleno de empleados que se preparaban para la reunión adelantada del consejo. Las miradas curiosas la seguían mientras caminaba hacia el ascensor, pero Eva mantuvo la cabeza alta.—Hoy no voy a fallar —se dijo en silencio mientras las puertas del ascensor se cerraban.Al llegar al piso ejecutivo, encontró a la asistente de Alejandro organizando documentos frente a la sala de reuniones.—Buenos días, señorita Montenegro. El consejo se reunirá en media hora —informó con amabilidad—. El señor Duarte pidió que lo esperara en su oficina antes de la reunión.—Gracias —respondió Eva, sintiendo un leve cosquilleo en el estómago al pensar en Alejandro.Pero antes de dirigirse a su oficina, decidió entrar en la sala de conferencias para asegurarse de que todo estuviera listo. Al encender el proyector y revisar las diapositivas, se permitió un momento para
La luz tenue de la ciudad se filtraba a través de las cortinas de su apartamento, proyectando sombras suaves en las paredes. Sentada en el borde de la cama, Eva sostenía una copa de vino entre las manos, pero apenas había probado el líquido carmesí. Su mente seguía atrapada en los eventos de la reunión.Había ganado una batalla más. El proyecto avanzaba y su posición en la empresa se consolidaba. Pero, a pesar de todo, una inquietud persistente la atormentaba. No era solo la amenaza constante de Santiago. Era algo más profundo.Era Alejandro.El recuerdo de su beso aún ardía en sus labios, y la forma en que la había mirado antes de la reunión seguía grabada en su mente. No podía negar lo que sentía cuando estaba cerca de él: una mezcla de deseo, admiración y algo más peligroso… algo que amenazaba con derrumbar las paredes que había construido a su alrededor.Pero no podía permitirse sentir eso. No cuando su plan dependía de mantener la cabeza fría.—Esto no puede desviarme —susurró p
El día amaneció nublado, y aunque la ciudad y su ajetreada vida parecían seguir su curso, Eva no podía evitar sentir una opresión en el aire. Desde la reunión del consejo, la atmósfera en el edificio Duarte había cambiado. Los murmullos habían comenzado a circular, y como era de esperarse, el tema central era la relación entre Eva y Alejandro.Eva entró a la oficina temprano, más consciente que nunca de las miradas que se cruzaban con la suya al caminar por los pasillos. Algunos la saludaban con una sonrisa educada, otros la evitaban por completo. A pesar de que había trabajado más duro que nunca para ganar su lugar, ahora todo lo que había logrado parecía estar bajo escrutinio debido a las insinuaciones que se deslizaban como sombras en cada rincón.Al abrir la puerta de su oficina, encontró a la asistente de Alejandro revisando algunos documentos sobre su escritorio. La joven levantó la vista y, al ver a Eva, no pudo evitar un gesto de preocupación.—Buenos días, señorita Montenegro
El sonido de las teclas resonaba en la oficina de Eva mientras intentaba concentrarse en los informes de la fundación. Pero era imposible. Desde que había llegado esa mañana, había sentido miradas extrañas, susurros que se apagaban apenas entraba en una habitación, y empleados que evitaban cruzarse con ella en los pasillos.La tensión en el ambiente era palpable. Algo estaba mal.El presentimiento se hizo realidad cuando la asistente de Alejandro entró en su oficina con una expresión sombría y una carpeta en las manos.—Señorita Montenegro… necesita ver esto.Eva tomó la carpeta con cautela y, al abrirla, sintió un frío recorriéndole la espalda.Era un informe anónimo dirigido al consejo directivo de la empresa.Dentro, había capturas de pantalla de supuestos correos electrónicos, mensajes manipulados y fotos editadas en las que Eva aparecía en situaciones comprometedoras con varios inversionistas de la fundación y, lo peor de todo, con Santiago Duarte.Los documentos insinuaban que E