Voces del ayer
Las calles del barrio se sentían más estrechas de lo que Eva recordaba. Las fachadas descascaradas, los postes oxidados y los árboles raquíticos que se alineaban a los costados del camino parecían detenidos en el tiempo. La última vez que había caminado por allí era apenas una niña, de la mano de su madre, con la mochila al hombro y una sonrisa llena de sueños que aún no conocía el sabor del desengaño.

Aparcó el auto frente a la antigua unidad vecinal y bajó en silencio. El aire tenía un olor familiar: mezcla de pan recién horneado, humedad y recuerdos. Caminó lentamente por la vereda agrietada, guiada no por un plan concreto, sino por una necesidad profunda de encontrar algo que le diera sentido a la verdad que empezaba a desenterrar.

Frente al portón azul del edificio donde había vivido los primeros años de su vida, se detuvo. Lo tocó con la punta de los dedos, sintiendo las marcas del tiempo bajo la pintura desgastada. Había algo reconfortante en estar allí, algo que no había sentid
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