El calor de tu refugio

La noche cayó con lentitud sobre la ciudad, y las luces de los edificios titilaban como si cada una guardara un secreto distinto. Eva no regresó a su departamento. No necesitaba estar sola. No esa noche. No después de que el pasado fuera arrancado de su lugar para convertirse en escándalo.

Alejandro lo entendió sin que ella se lo pidiera. Apenas bajaron del auto, le tomó la mano sin palabras, como si el gesto pudiera hacerla sentir anclada, protegida. Caminaron por el pasillo del edificio en silencio, hasta que entraron al departamento.

—¿Quieres vino? —preguntó él, rompiendo el aire espeso.

—Solo agua —respondió Eva con voz baja, agotada.

Alejandro asintió. Fue a la cocina y, cuando volvió, le ofreció el vaso. Eva lo tomó, pero en vez de beberlo, lo dejó sobre la mesa del salón y se quedó de pie frente a la ventana. Observaba la ciudad sin verla. A lo lejos, los faros de los autos dibujaban líneas en movimiento. Como su mente. Como todo lo que había tenido que contener ese día.

—No p
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