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Conociendo a Alejandro

El lunes por la mañana, el ambiente en la Fundación Duarte era distinto. La noticia de que el comité ejecutivo había aprobado el proyecto de Eva se había esparcido rápidamente. Miradas curiosas la seguían mientras caminaba por los pasillos con paso firme, sosteniendo una carpeta con los primeros documentos de implementación.

Algunos la observaban con admiración, otros con envidia. Pero ella no tenía tiempo para preocuparse por lo que pensaran. Su objetivo estaba claro: consolidar su lugar en la empresa y acercarse aún más al hombre que podía ser la llave de su venganza.

Cuando llegó a su oficina, encontró un mensaje en su correo electrónico. Era de Alejandro Duarte.

"Señorita Montenegro, pase por mi oficina a las 10:00 AM. Tenemos que discutir los próximos pasos del proyecto.

— Alejandro Duarte.”

El estómago de Eva se tensó con una mezcla de emoción y precaución. Aún no sabía exactamente qué pensaba Alejandro de ella, pero tenía claro que él no era como Santiago.

Lo que le preocupaba era que él también parecía estar comenzando a verla con interés. Y eso podía ser tanto una ventaja como un peligro.

A las diez en punto, Eva llegó a la oficina de Alejandro. La asistente la hizo pasar de inmediato.

El despacho era amplio y elegante, con estanterías llenas de libros de negocios y una gran mesa de madera oscura en el centro. Pero lo que más llamaba la atención era el ventanal que ofrecía una vista impresionante de la ciudad.

Alejandro estaba de pie junto a la ventana, revisando unos documentos. Cuando la vio entrar, cerró la carpeta y le indicó que tomara asiento frente a su escritorio.

—Señorita Montenegro, me alegra verla —dijo con esa voz grave que parecía siempre contener algo más que simple cortesía.

—Gracias por recibirme, señor Duarte —respondió Eva con tono profesional.

Alejandro apoyó los codos en la mesa y la observó con detenimiento.

—Antes de entrar en detalles del proyecto, quiero hacerle una pregunta. ¿Cuál es su verdadera motivación con todo esto?

Eva sintió una punzada de alerta, pero mantuvo su expresión serena.

—Quiero demostrar que las oportunidades pueden cambiar vidas —respondió con seguridad—. Yo misma sé lo que es luchar para llegar a un lugar donde no te consideran suficiente. Pero sé que hay talento en todas partes, y si podemos darles una oportunidad a más jóvenes, la Fundación Duarte podría marcar una diferencia real.

Alejandro la estudió durante unos segundos que se hicieron eternos.

—Es una respuesta noble —comentó finalmente—, pero no puedo evitar preguntarme si hay algo más detrás de su ambición.

Eva sostuvo su mirada, negándose a mostrarse vulnerable.

—Mi ambición es simple: quiero crecer profesionalmente y demostrar de lo que soy capaz. Si eso genera dudas, puedo asegurarle que mi trabajo hablará por mí.

Alejandro pareció analizar cada una de sus palabras antes de asentir.

—Muy bien. Vamos a ponerla a prueba. Quiero que maneje la primera fase de implementación del proyecto. Trabajará directamente conmigo y con mi equipo para asegurar que todo salga como lo ha planteado.

El corazón de Eva dio un vuelco. Directamente con él.

—Es un gran desafío, pero estoy lista —respondió sin dudar.

Alejandro sonrió, esa sonrisa sutil que parecía ocultar algo más.

—Lo sé. Por eso le di esta oportunidad.

Por un instante, se quedaron en silencio. La tensión entre ellos era palpable, aunque ninguno de los dos lo reconocería en voz alta.

—Dígame, señorita Montenegro… —continuó Alejandro—. ¿Siempre ha sido tan determinada?

Eva alzó una ceja.

—Siempre he sabido lo que quiero. Y cuando tengo un objetivo, hago todo lo posible por alcanzarlo.

—Eso lo respeto —dijo Alejandro, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Pero tenga cuidado… A veces, la ambición puede llevarnos por caminos inesperados.

Había algo en su tono que la hizo estremecerse, como si él viera más allá de lo que ella quería mostrar.

—Eso es un riesgo que estoy dispuesta a tomar —respondió Eva con una leve sonrisa.

Alejandro la observó por un momento más antes de levantarse de su asiento.

—Entonces, comencemos.

Las semanas siguientes fueron un torbellino de trabajo. Alejandro cumplió su palabra y le otorgó una posición clave en el desarrollo del proyecto. Eva tenía reuniones diarias con él y su equipo, y aunque los retos eran enormes, ella se esforzaba el doble para demostrar que merecía estar allí.

Sin embargo, lo más complicado no eran los desafíos laborales. Era la presencia de Alejandro.

Cada vez que él pasaba junto a ella en las reuniones, la electricidad en el ambiente era innegable. A veces, sus manos se rozaban por accidente cuando revisaban documentos, y cada vez que Alejandro la miraba con esa intensidad que parecía querer descifrarla, Eva sentía que el suelo se tambaleaba bajo sus pies.

Pero ella no podía permitir que eso la distrajera. Su meta era clara, y aunque Alejandro Duarte era un hombre que podía hacer temblar a cualquiera, ella debía recordar que todo esto era parte de su plan.

O al menos, eso se repetía cada noche antes de dormir.

Una tarde, Alejandro la invitó a una cena con inversionistas clave del proyecto.

—Es importante que esté allí —le dijo—. Quiero que los convenza de que esto vale la pena.

Eva aceptó sin dudar, sabiendo que era otra oportunidad para consolidar su posición.

Cuando llegó al restaurante, vestía un vestido negro elegante pero sobrio. Al entrar, vio a Alejandro esperándola en la entrada. Llevaba un traje azul oscuro y su presencia era imponente como siempre.

—Puntual, como siempre —dijo él con una leve sonrisa.

—No me gusta hacer esperar a las oportunidades —respondió ella.

Alejandro le ofreció su brazo y, aunque dudó un segundo, Eva finalmente aceptó el gesto.

Cuando entraron juntos al salón privado del restaurante, notó las miradas de los inversionistas posarse sobre ellos. Casi como si fueran una pareja.

La velada transcurrió con éxito. Eva defendió el proyecto con pasión y seguridad, logrando la aprobación de los empresarios. Pero lo que más la desconcertó fue la actitud de Alejandro.

A lo largo de la noche, él se mostró más relajado, más cercano. Hubo momentos en los que su mano rozó sutilmente la de ella al pasarle una copa de vino o al guiarla por la sala. Y cuando la cena terminó y salieron del restaurante, la tensión entre ellos era innegable.

—Hizo un excelente trabajo esta noche —dijo Alejandro, mirándola con esa intensidad que siempre la desarmaba.

Eva sostuvo su mirada y, por primera vez, sintió que el juego estaba cambiando.

—Gracias, señor Duarte.

—Alejandro —la corrigió él, con una sonrisa ladeada—. Creo que después de tantas reuniones, podemos dejar las formalidades.

Eva sintió un escalofrío recorrerle la piel.

—De acuerdo… Alejandro.

El nombre salió de sus labios con una suavidad inesperada.

Él la observó un segundo más antes de despedirse y entrar a su auto.

Eva se quedó de pie en la acera, viendo cómo se alejaba.

Sabía que estaba jugando con fuego.

Pero para lograr su venganza, estaba dispuesta a quemarse.

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