Conflictos Internos

El sonido de sus tacones resonaba en el mármol pulido mientras Eva caminaba por el vestíbulo del edificio Duarte. La mañana apenas comenzaba, pero su mente seguía atrapada en la noche anterior. El recuerdo del beso con Alejandro se había instalado en su memoria con una nitidez imposible de ignorar.

"Esto complica las cosas."

Las palabras de Alejandro aún resonaban en su cabeza, y lo peor era que él tenía razón. Aquello no solo había cruzado una línea personal, sino que amenazaba con desviar su plan de venganza. Y lo último que podía permitirse era perder el control de la situación.

—Mantente enfocada —se dijo en silencio mientras entraba en el ascensor—. Esto es solo una distracción temporal. Nada más.

Pero, por mucho que intentara convencerse, el calor de los labios de Alejandro y la intensidad de su mirada seguían grabados en su piel.

Al llegar a su oficina, Eva se sentó frente al escritorio y abrió su portátil. El calendario mostraba una reunión con Alejandro a las diez, seguida de una videollamada con los socios del proyecto piloto. Respiró hondo y se obligó a concentrarse.

No había llegado tan lejos para perder la cabeza por un hombre, por muy atractivo y peligroso que fuera.

Sin embargo, el destino parecía decidido a ponerla a prueba. Apenas unos minutos después, un suave golpe en la puerta la hizo levantar la vista.

—¿Señorita Montenegro? —Era la asistente de Alejandro—. El señor Duarte desea verla en su oficina.

Eva asintió, cerró su portátil y se levantó, ajustando la chaqueta de su traje negro. El espejo junto a la puerta le devolvió la imagen de una mujer segura y profesional, pero solo ella sabía el torbellino que llevaba dentro.

Cuando entró en la oficina de Alejandro, él estaba junto al ventanal, como solía hacer cuando necesitaba pensar. La luz de la mañana se reflejaba en los cristales, proyectando sombras suaves sobre su figura alta y elegante.

—Buenos días —dijo Eva, manteniendo un tono profesional.

Alejandro se giró lentamente, sus ojos oscuros encontrándose con los de ella. Por un instante, la tensión de la noche anterior pareció regresar con fuerza. Pero él se limitó a sonreír de forma educada y señaló la silla frente a su escritorio.

—Buenos días, señorita Montenegro. Tome asiento, por favor.

Eva obedeció, preguntándose si él también sentía el peso de lo que había ocurrido. Pero, si era así, lo ocultaba con maestría.

—He revisado los informes preliminares del proyecto piloto —comenzó Alejandro, abriendo una carpeta de cuero negro—. Los resultados son prometedores, pero aún hay áreas que necesitan ajustes.

Eva asintió, sintiendo alivio al ver que la conversación se mantenía estrictamente profesional.

—Sí, he identificado algunos problemas logísticos con los centros educativos asociados. Estoy coordinando reuniones para resolverlos antes de la próxima evaluación trimestral.

—Bien. Necesitamos que todo funcione perfectamente si queremos asegurar la siguiente ronda de financiamiento —dijo Alejandro, apoyándose en el escritorio con las manos entrelazadas—. Por cierto, el viernes habrá una reunión con el consejo directivo. Quiero que usted sea quien presente los avances.

El corazón de Eva dio un vuelco. Aquella era una oportunidad para demostrar su valía ante las figuras más influyentes de la empresa. Pero también significaba enfrentarse nuevamente a Santiago.

—Será un honor —respondió con firmeza.

Alejandro asintió, y durante un instante, sus ojos se suavizaron.

—Sé que puede lograrlo, Eva —dijo, utilizando su nombre de pila por primera vez en la oficina—. Ha demostrado que tiene lo necesario para llegar lejos. Solo recuerde no perder de vista lo que realmente quiere.

Eva sintió un escalofrío. Por un momento, no supo si sus palabras se referían al proyecto… o a algo más.

—No lo olvidaré —respondió, levantándose de su asiento.

Mientras salía de la oficina, sintió la mirada de Alejandro siguiéndola hasta que la puerta se cerró detrás de ella.

Los días siguientes transcurrieron en un frenesí de preparación. Eva revisó cada gráfico, cada estadística y cada testimonio de los beneficiarios del proyecto piloto. No podía permitirse ningún error.

Pero, a pesar de sus esfuerzos por mantenerse enfocada, la presencia de Alejandro seguía rondando sus pensamientos. Cada vez que lo veía en los pasillos o durante las reuniones, sus miradas se encontraban fugazmente, como si compartieran un secreto que nadie más podía comprender.

Sin embargo, lo que más la inquietaba no era Alejandro, sino Santiago. Desde la aprobación del proyecto, él parecía estar siempre al acecho, como un depredador esperando el momento exacto para atacar.

—Ten cuidado, Eva —se advirtió a sí misma mientras repasaba su presentación en casa la noche antes de la reunión—. No puedes permitirte bajar la guardia. Ni con Santiago… ni con Alejandro.

Pero, por más que intentara convencerse, sabía que ya había cruzado un límite del que no había vuelta atrás.

El viernes por la mañana, el edificio Duarte parecía más imponente que nunca. Al llegar a la sala de conferencias, Eva sintió la mirada de los miembros del consejo directivo posarse sobre ella. Entre ellos, Santiago la observaba con esa sonrisa cínica que tanto detestaba.

Alejandro, sentado en la cabecera de la mesa, le dedicó un leve asentimiento. Aunque su expresión era profesional, en sus ojos brillaba algo más. Algo que solo ella parecía captar.

Respirando hondo, Eva conectó su portátil al proyector y comenzó su presentación.

—Señoras y señores, en los últimos tres meses, el proyecto piloto de la Fundación Duarte ha logrado resultados significativos. El número de estudiantes beneficiados ha aumentado en un 35%, y las encuestas de satisfacción indican un nivel de aprobación del 92%.

Mientras hablaba, sus ojos se encontraban brevemente con los de Alejandro, y cada vez que eso ocurría, su corazón parecía latir con más fuerza. Pero se obligó a mantener la compostura.

—Además, hemos establecido alianzas estratégicas con universidades y empresas locales para ofrecer programas de mentoría y prácticas profesionales. Esto no solo amplía las oportunidades para los jóvenes beneficiarios, sino que también fortalece nuestra relación con el sector empresarial.

Al terminar, un silencio cargado de expectación se apoderó de la sala. Durante unos segundos, nadie habló. Luego, uno de los directivos mayores rompió el silencio.

—Impresionante, señorita Montenegro. Veo que no nos equivocamos al confiar en usted.

—Gracias, señor Álvarez. Pero este es solo el comienzo. Si contamos con su apoyo para la siguiente fase, podremos duplicar el impacto del programa en los próximos seis meses.

Los murmullos de aprobación se hicieron evidentes. Sin embargo, cuando los miembros del consejo comenzaron a deliberar, Santiago aprovechó la oportunidad para acercarse a ella.

—Bonita presentación —murmuró en voz baja—. Pero no creas que esto significa que ya has ganado. El camino hasta la cima es largo… y las caídas desde allí son aún más dolorosas.

Eva lo miró directamente a los ojos, sin rastro de miedo.

—Gracias por el consejo, señor Duarte. Lo tendré en cuenta cuando esté en la cima y usted me mire desde abajo.

Santiago apretó la mandíbula, pero antes de que pudiera responder, Alejandro se acercó.

—¿Todo bien por aquí? —preguntó con calma, pero su mirada hacia Santiago era una clara advertencia.

—Perfectamente —respondió Eva con una sonrisa.

Alejandro asintió y, durante un instante, sus dedos rozaron levemente los de ella. Fue un gesto breve, casi imperceptible, pero suficiente para que el corazón de Eva se acelerara.

Cuando la reunión terminó y los directivos comenzaron a salir, Alejandro se acercó a ella.

—Felicidades, Eva. Ha sido una presentación impecable.

—Gracias, Alejandro —respondió ella, utilizando su nombre de pila sin dudar.

Por un momento, ninguno se movió. La tensión entre ellos parecía casi tangible, pero antes de que alguno pudiera decir algo más, Santiago pasó junto a ellos, lanzándoles una mirada cargada de insinuaciones.

—Parece que algunos saben cómo avanzar rápido en esta empresa… —murmuró con una sonrisa burlona antes de desaparecer por la puerta.

Eva sintió cómo la ira le subía por la garganta, pero antes de que pudiera responder, Alejandro colocó una mano suave en su brazo.

—No vale la pena —dijo en voz baja—. Santiago siempre ha sabido cómo provocar a la gente.

Eva asintió, pero en su interior, la promesa de venganza ardió con más fuerza que nunca.

Porque ahora no solo quería demostrarle a Santiago que se había equivocado con ella.

Ahora, quería aplastarlo.

Y haría lo que fuera necesario para lograrlo.

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