Aquí las que odiamos a Santiago!
El día había pasado rápidamente, con las horas deslizándose entre montones de informes y reuniones cruciales. Eva se encontraba en su oficina, la luz tenue de la tarde invadiendo el espacio a través de los ventanales. Aunque su mente estaba constantemente centrada en los informes de la fundación, no podía dejar de pensar en lo que había descubierto sobre Santiago. La verdad que Carla le había confiado no solo era una revelación espantosa, sino que también le otorgaba un nuevo propósito.Con las manos sobre el teclado, Eva comenzó a revisar los registros de las empleadas que habían trabajado para Santiago y que habían dejado la empresa de manera abrupta. Sabía que no podía actuar de manera impulsiva, pero con las palabras de Carla resonando en su mente, Eva sabía que tenía que obtener pruebas irrefutables. Las mujeres que se habían ido sin una explicación clara podrían ser las clave para exponer lo que Santiago había estado haciendo detrás de las puertas cerradas de la oficina.De pront
Eva estaba sentada frente a su escritorio, la luz suave de la lámpara iluminaba los papeles dispersos a su alrededor. La sensación de estar sobrepasada no la abandonaba, pero sabía que este era el único camino para poder ganar la batalla contra Santiago. Con las manos firmes, ajustó la pantalla de su computadora y, una vez más, revisó el mensaje de Carla.Era tarde, la ciudad ya había comenzado a dormir, y Eva seguía trabajando con la misma intensidad. Carla, la asistente de Alejandro, había sido su aliado inesperado, ofreciéndole acceso a documentos privados de la familia Duarte, aquellos que Santiago había tratado de mantener ocultos. Eva sabía que estaba jugando con fuego, pero estaba dispuesta a arriesgarlo todo para encontrar la verdad y darle fin a las manipulaciones de Santiago.La puerta de su oficina se cerró con suavidad y, sin levantar la vista, Eva escuchó los pasos de Carla acercándose.—Aquí están, como lo prometí —dijo Carla en voz baja, entregándole un sobre con varios
El departamento de Alejandro estaba en penumbra cuando entraron. Solo una lámpara de pie arrojaba una luz cálida sobre el salón. Eva se dejó caer en el sofá sin siquiera quitarse los zapatos. Alejandro cerró la puerta con cuidado, como si el más leve ruido pudiera quebrarla por completo.—¿Quieres agua? ¿Algo de comer? —preguntó desde la cocina.—Solo… quédate —susurró ella, sin levantar la vista.Él no insistió. Tomó asiento a su lado y se inclinó hacia ella, sus ojos buscando los suyos.—Dime qué pasó.Eva respiró hondo, sabiendo que debía hablar, pero sin estar lista para decirlo todo.—Estuve revisando documentos privados de Santiago —empezó, con voz apagada—. Carla me dio acceso a archivos… informes, correos, grabaciones…Alejandro tensó la mandíbula, pero no la interrumpió.—Encontré pruebas de desvíos de fondos. Contratos alterados. Y… y videos. De empleadas. Grabadas sin consentimiento. Fotos. Conversaciones manipuladas para hacerlas parecer cómplices. Todo está ahí, Alejandro
El sol filtrándose a través de las cortinas fue lo primero que sintió antes de abrir los ojos. La luz cálida y tenue acariciaba su piel, pero Eva tardó unos segundos en recordar dónde estaba. El aroma familiar de Alejandro la envolvía, junto con la sensación reconfortante de su respiración pausada a su lado.Parpadeó lentamente, enfocando la vista en el techo antes de girarse con cuidado. Alejandro aún dormía, su rostro relajado, tan distinto al hombre de negocios implacable que solía ser ante el mundo.Eva permitió que sus dedos trazaran un recorrido suave sobre su brazo, sin despertarlo, grabando en su memoria la quietud de ese momento. La noche anterior había sido una pausa en medio del caos, un refugio entre todo lo que estaba descubriendo. Pero no podía permitirse perderse demasiado en esa calma.El mundo seguía girando.Con un suspiro silencioso, se deslizó fuera de la cama. Buscó su ropa en la penumbra y se vistió con movimientos pausados. Parte de ella quería quedarse, dejarse
El sonido de las teclas resonaba en la oficina de Alejandro mientras revisaba, una vez más, los informes financieros de la Fundación Duarte. Había pasado demasiado tiempo ignorando los rumores sobre las irregularidades de su hermano, pero ahora tenía pruebas concretas en sus manos. Santiago no solo había desviado dinero, sino que había creado un entramado de corrupción que, si no se detenía a tiempo, podría arrastrar a toda la familia.Cada transacción que analizaba confirmaba lo mismo: un fraude sistemático, ejecutado con precisión y respaldado por aliados dentro de la empresa. Empresas fantasma recibían grandes sumas de dinero por “auditorías y consultorías”, pero al rastrear sus registros, Alejandro descubrió que muchas ni siquiera tenían empleados reales. El dinero entraba, circulaba por cuentas en distintos países y desaparecía.Cerró los ojos por un momento, presionando sus dedos contra las sienes. Santiago había sido meticuloso. Había manipulado balances, sobornado a supervisor
La tarde caía lentamente sobre la ciudad, pintando el cielo con tonos dorados y naranjas, mientras las luces de los edificios comenzaban a encenderse una a una. En el despacho privado de Eva, el ambiente era distinto. La luz que entraba por las cortinas era tenue, melancólica. Como si el día supiera que esa conversación marcaría un antes y un después.Eva estaba de pie junto a la ventana, su figura recortada contra el reflejo del vidrio. Tenía los brazos cruzados, el ceño fruncido y la respiración contenida. Sabía que Alejandro llegaría en cualquier momento. Y sabía también que, una vez que comenzaran a hablar, nada volvería a ser igual.El timbre de la puerta la sobresaltó. Se giró, se alisó la blusa casi por instinto, y fue a abrir.Alejandro entró con paso firme, pero su rostro no llevaba la arrogancia de un CEO acostumbrado a tomar decisiones. En su mirada había preocupación, pero también algo más profundo: esa mezcla de ternura y tensión que solo surgía cuando se estaba ante algu
Las calles del barrio se sentían más estrechas de lo que Eva recordaba. Las fachadas descascaradas, los postes oxidados y los árboles raquíticos que se alineaban a los costados del camino parecían detenidos en el tiempo. La última vez que había caminado por allí era apenas una niña, de la mano de su madre, con la mochila al hombro y una sonrisa llena de sueños que aún no conocía el sabor del desengaño.Aparcó el auto frente a la antigua unidad vecinal y bajó en silencio. El aire tenía un olor familiar: mezcla de pan recién horneado, humedad y recuerdos. Caminó lentamente por la vereda agrietada, guiada no por un plan concreto, sino por una necesidad profunda de encontrar algo que le diera sentido a la verdad que empezaba a desenterrar.Frente al portón azul del edificio donde había vivido los primeros años de su vida, se detuvo. Lo tocó con la punta de los dedos, sintiendo las marcas del tiempo bajo la pintura desgastada. Había algo reconfortante en estar allí, algo que no había sentid
Eva pasó la noche en vela, sin lograr conciliar el sueño más allá de breves lapsos interrumpidos por recuerdos, pensamientos y fragmentos de una historia que, hasta hacía unos días, creía no tener.Había crecido creyendo que era una más entre muchas. Hija de una mujer fuerte, pero sin apellidos de peso, sin conexiones, sin pasado. Y ahora, de pronto, su vida estaba anclada a una familia poderosa, turbulenta, marcada por silencios, secretos y muertes envueltas en misterio.A primera hora de la mañana, después de una ducha larga y fría, Eva se vistió con ropa sobria pero elegante. Cabello recogido, mirada fija. Iba a presentarse ante el hombre que, durante años, había vivido con la verdad que a ella le fue negada.Pero antes… necesitaba hablar con Alejandro.—¿Quieres ver a mi abuelo? —preguntó él, sorprendido, cuando ella apareció en su oficina.—Sí —respondió Eva con firmeza—. No puedo explicarte todo todavía, pero necesito hablar con él. En persona.Alejandro la observó con detenimien