Assim: El Proxeneta

—¡Por favor, Assim! Haz lo que quieras conmigo, pero no le hagas daño a la señora Ligia... Te lo ruego... Ella no tiene culpa de nada. Fui yo quien la obligó a ayudarme. ¡Solo yo debo pagar por esto!

Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas mientras comprendía que, por su culpa, la señora Ligia moriría.

Él rompió en una carcajada cruel:

—¡Cállate la boca, zorra! Tú no me dirás lo que debo hacer. Pronto recibirás un... regalito especial — añadió con una sonrisa sádica mientras se levantaba de la silla. Agarró brutalmente del brazo a la señora Ligia y escupió—: Espero que jugar a la heroína te haya servido de algo... Traidora.

Sin mostrar la más mínima emoción, arrastró a la señora Ligia hacia la puerta.

Amira, presa del pánico, se aferró rápidamente al pantalón de Assim con todas sus fuerzas, tratando de sostenerlo mientras gritaba llena de dolor.

—¡No lo hagas! ¡Te suplico que no la lastimes! — imploró entre sollozos, pero fue completamente inútil.

Assim salió del cuarto sin dignarse a mirarla, llevándose consigo a la señora Ligia, quien lloraba en silencio, al saber que Assim acabaría con su vida quedando completamente resignada a nunca volver a ver a su hijo... el único sueño que había alimentado durante años.

Amira completamente desesperada comenzó a golpear la puerta con furia, sus gritos retumbaron por los pasillos de la mansión. Continuó así por varios minutos hasta que sus fuerzas la abandonaron.

Finalmente, con movimientos lentos, posó sus manos sobre su vientre y se arrastró hasta la cama. Se acurrucó en posición fetal y, entre lágrimas, comenzó a tararear una linda canción de cuna para su bebé, hasta que el agotamiento la venció, quedando completamente dormida.

Horas después...

Un estruendo ensordecedor la despertó de golpe.

Amira saltó de la cama muy nerviosa y desconcertada, corrió hacia la puerta tratando de entender que sucedía pegando el oído con desesperación tratando de escuchar. Al intentar mirar por la mirilla fue inútil, solo se podía ver el fondo de la pared desnuda del pasillo.

Nerviosa, comenzó a pasearse de un lado a otro, mordisqueándose las uñas hasta hacerlas sangrar.

De pronto, gritos desgarradores de varias mujeres retumbaron en la casa. Amira nuevamente se apresuró hacia la puerta, intentando descifrar lo que ocurría, pero solo distinguía llantos y súplicas de auxilio de varias mujeres. Enseguida intenta tocar un poco la puerta mientras susurraba el nombre de uno de los hombres de Assim.

—Sam... — murmuró contra la madera, pero fue inútil él no estaba alli.

La ansiedad se apoderó de ella, creciendo con cada segundo. Preocupada por lo que le pudiera pasar a esas mujeres. Entonces, un disparo atronador cortó el aire, seguido de gritos aún más desgarradores de todas las mujeres pidiendo ayuda desesperadamente... hasta que, repentinamente, los gritos y llantos se desvanecieron.

Amira solo podía imaginar lo peor en ese instante para esas mujeres. Con mucho cuidado, abrió la puerta muy despacio para saber qué estaba pasando. Al asomarse un poco, observó a una mujer en el suelo, completamente ensangrentada, mientras las demás lloraban en silencio y Assim las apuntaba con un arma.

Una de las chicas vio a Amira, y ella, al darse cuenta, cerró rápidamente la puerta y corrió hacia el baño. Entró en la bañera y se escondió en posición fetal. El miedo la había invadido por completo en ese instante. Solo podía continuar tarareando aquella hermosa canción de cuna para su bebé, tratando de tranquilizar su mente y los nervios que la controlaban.

De pronto, tocaron la puerta con desesperación. Amira, completamente asustada, se aferró a su vientre mientras seguía tarareando la canción para su bebé, hasta que escuchó la voz de una mujer:

—¡Sé que estás allí dentro! Te vi hace un momento. Por favor, ayúdame. Déjame entrar, ese desgraciado vendrá a matarme. ¡Por favor, ayúdame! —La desesperación se notaba en su voz quebrada.

Amira se levanta y camina muy despacio hacia la puerta mientras los nervios trataban de paralizarla, no sabía qué hacer. Por un instante, se quedó paralizada. Sabía que, si ayudaba a esa chica, Assim podría matarla sin pensarlo. Dio unos pasos hacia atrás, llena de miedo, hasta que la chica dijo:

—¡Por favor, estoy embarazada! Te lo ruego, ayúdame. No quiero morir aquí. ¡Por favor! —continuó llorando desconsoladamente mientras se aferraba a la puerta.

Amira, al escuchar que estaba embarazada, se preocupó aún más y se acercó a la puerta. Al intentar abrirla, escuchó unos disparos. Inmediatamente, soltó el picaporte y dio un paso hacia atrás, completamente asustada, mientras la chica insistió:

—¡Por favor, ábreme! ¡Te lo ruego! —decía, llena de nervios, mientras miraba hacia los lados con desesperación.

Amira, sin pensarlo, le abrió la puerta. La chica entró rápidamente, y Amira miró a ambos lados para asegurarse de que no hubiera nadie antes de cerrar. La joven, con la ropa rasgada, se acurrucó en un rincón del cuarto, temblando de miedo y sin dejar de llorar.

Amira se acercó lentamente, conteniendo sus lágrimas.

—¿Qué sucedió? ¿Quién eres? ¿Y quiénes son las otras chicas? —preguntó con calma.

La chica seguía llorando sin control, su cuerpo temblaba de miedo. Amira se acercó más y le tomó la mano.

—Tranquila, debes calmarte o él te escuchará. Por favor, déjame ayudarte, pero deja de llorar o él nos matará a las dos. Dime, ¿cómo llegaron aquí?

La joven respiró hondo, tratando de calmarse, y respondió:

—Nos engañaron. Nos dijeron que iríamos a trabajar como modelos para una agencia reconocida. Yo usé todos mis ahorros para pagar el supuesto entrenamiento y las sesiones de fotos que pedían. Creímos que era verdad... Subimos a un avión, y lo siguiente que recuerdo es llegar a esta casa, con esos hombres armados que nos golpeaban y desnudaban —rompió en llanto nuevamente.

Amira estaba atónita. No podía creer lo que escuchaba. "¿Assim también era un proxeneta?" La tensión comenzó a apoderarse de ella, y los mareos se intensificaron.

—Disculpa, dame un momento. Necesito comer algo.

Se acercó al clóset, sacó una barra de chocolate y comenzó a comerla, cerrando los ojos y haciendo ejercicios de respiración. Luego, le dio otra barra a la chica, quien la devoró rápidamente.

—¿Se te bajó la presión, cierto? A mí también me pasó cuando llegué aquí. Gracias por el chocolate... No he comido en horas —dijo entre lágrimas, que nublaban su visión.

Amira le dio una cobija y se sentó a su lado.

—¿Cómo lograste escaparte de ellos?

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