La barbilla de Amira temblaba mientras procesaba las palabras de su padre, ella estaba muriendo por dentro, su pecho se encogía bruscamente siendo doloroso —Por favor— les suplico, pero pudo ver en sus ojos que ya no había marcha atrás
—Lo siento mucho, hija, pero la decisión ya está tomada y no puedo echarme atrás. Ya hablamos con el señor, y él está por llegar. Así podrás conocerlo. Te prometo que no te pasará nada, hija. Estarás muy bien. El señor Assim es una buena persona, y sé que cuidará de ti—sus ojos reflejaban el dolor que sentía por la decisión que su esposa lo llevo a tomar
Amira miro a su padre a los ojos y pudo ver que, en él, se reflejaba el mismo dolor que ella estaba sintiendo, pero aun sabiendo lo que pasaría con ese matrimonio, ella no podía aceptar esa decisión, sabía que su madrastra quería cortarle las alas, ya que, al casarse con ese hombre, toda su vida ya planeada se derrumbaría hasta los escombros
La puerta sonó y el sonido hizo que los latidos del corazón de Amira se aceleraran, ella sabía que no había vuelta atrás. La madrastra de Amira se acerca con una sonrisa burlona, al abrir la puerta, Amira trago en seco al ver al hombre justo frente a ella. Ese hombre le doblaba la edad, y podía notar en su rostro lo cruel que era. Amira, sumida en el pánico, se esconde detrás de su padre, aterrorizada, al ver que el hombre era mucho mayor de lo que imaginaba
Su padre se apartó, y miro a Amira, él también sufría con la decisión que había tomado, pero no podía hacer nada para detener esa situación, ellos necesitaban ese matrimonio para poder costear los gastos médicos de la enfermedad de Monserrat, la media hermana de Amira, aunque su padre sufría por dentro, sabía que Amira con esa decisión podría tener una mejor calidad de vida al lado de ese hombre.
La madrastra se acerca a Amira, sujeta su brazo con fuerzas, enterrando sus largas y filosas uñas en ella, con una sonrisa amenazadora y una voz sutil le dice:
— Ve a saludarlo, no te quedes allí parada malagradecida —arrojo una mirada escalofriante.
Amira la miro suplicante, mientras sus lágrimas empañaban su visión, sentía querer salir corriendo en ese instante y desaparecer de la vista de todos, pero sabía que debía hacer lo que era correcto para ellos y para su media hermana. Asintió con la cabeza, limpio sus lágrimas y se acercó a él.
Él la miro de arriba abajo, y Amira se sintió desnuda por su escrutinio.
—Eres más hermosa de lo que imagine— le dijo él con una media sonrisa.
Amira se obligó a sonreírle y darle un gracias, pero en el fondo ella sentía completa repulsión por él.
Ella volteo a mirar a su padre y a su hermano y les sonrió, para después volver a mirar al hombre que desgraciadamente seria su esposo.
Fue así como Amira se obligó a meter en lo más profundo de su corazón a aquel hombre del cual estaba enamorada desde que era una niña, tenía que hacerlo, o su vida seria aún más miserable.
El señor Assim le dio una última mirada, para después llamar a su madrastra, a la cual le entrego un sobre, y después se marchó.
Amira se derrumbó, llorando como loca, ella no quería vivir toda su vida junto a ese hombre, no era justo que debía ser ella quien se sacrificara por su malvada media hermana.
Los días pasaron tan rápidamente que en un abrir y cerrar de ojos llego el día de su boda, Amira mientras se miraba en el espejo, lo único en lo que pensaba era en morir, pero si lo hacía, sabía que su padre se llevaría la peor parte.
Respiro profundamente, llenándose de valor, se dio una última mirada al espejo y sonrió, dándose ánimos, diciéndose que todo estaría mejor.
Luego subió a su cuarto para darle un último adiós a todos sus hermosos recuerdos. Sus tacones de aguja marcaban cada paso por el largo pasillo, mientras un gemido se hacía cada vez más fuerte. Amira, sorprendida, abrió la puerta de su habitación y palideció al ver a su media hermana completamente desnuda, siendo penetrada por el hombre del que había estado enamorada desde niña.
Lágrimas brotaron de sus ojos, cayendo sobre su hermoso vestido. Paralizada por el shock, permaneció inmóvil mientras su media hermana reía a carcajadas. El hombre que había amado toda su vida, visiblemente nervioso, se acercó cubriendo sus partes íntimas y le dijo:
—Por favor, entiéndeme... ¿Qué podía hacer? Tú te vas a casar con ese hombre asqueroso sin importar cuánto te amaba. No pensaste en mí. Así que yo también debía seguir con mi vida.
Amira, sumida en el dolor, lo miró completamente asqueada mientras las lágrimas continuaban surcando su rostro. Con voz gélida, respondió:
—¿Con mi media hermana? ¿Tenías que seguir con tu vida, pero con ella, Pascual?
Monserrat la interrumpió con sarcasmo:
—¿Y qué tiene de malo que esté conmigo, hermanita?
Amira se secó las lágrimas y la miró con firmeza:
—¿Cómo pudiste hacerme esto, sabiendo cuánto lo amo? —gritó Amira, con las manos temblorosos.
Monserrat arqueó una ceja con desdén: —¿Amarlo? Qué curioso ¿no?... cuando en cuestión de minutos jurarás amor eterno al señor Assim Montesinos. Que descarada, Amira.
—¡Maldita seas! —Amira apretó los puños, sintiendo cómo las lágrimas ardían en sus mejillas—. ¿Qué demonios te pasa, Monserrat? Sabes perfectamente que este matrimonio es una farsa. Me caso con un extraño... ¡Todo por tu maldita enfermedad! ¿Y así me pagas? —Escupió las palabras con desprecio—. Eres repugnante.
Monserrat esbozó una sonrisa burlona:
—¿Enfermedad? ¿De qué enfermedad hablas? Mi madre mintió solo para venderte a ese hombre y deshacerse de ti. Y el idiota de nuestro padre hizo exactamente lo que ella le pidió.
Amira quedó petrificada, incapaz de articular palabra. La revelación la golpeó como un puñal: su madrastra los había engañado, manipulando incluso a su propio padre.
Pascual, repentinamente, volvió su mirada hacia Monserrat con odio puro. Recogió su ropa y escupió:
—No vuelvas a buscarme nunca más, zorra mentirosa. —Se marchó con el peso de la culpa sobre sus hombros, sabiendo que Amira jamás lo perdonaría. Con el corazón destrozado, Amira salió corriendo, sumida en un dolor insoportable. Quería cancelar la boda, desaparecer de todas sus vidas... Pero luego se detuvo. Tal vez casarse era la solución: nunca más tendría que ver el rostro de su madrastra o de su traidora media hermana. Además, ahora no sentiría remordimientos por dejar atrás al hombre que amaba, quien resultó ser un vil mentiroso. Secó sus lágrimas con determinación y continuó con los preparativos nupciales. La boda se celebró exactamente como Amira siempre la había soñado... excepto por el hombre a su lado. Aunque la ceremonia era perfecta, la ausencia de amor verdadero la hacía sentirse vacía. Sin embargo, siguió adelante, convencida de que era lo mejor para su futuro. Al mirar a Assim, su nuevo esposo, contuvo un sollozo. Ahora estaba atada a un hombre que bien podría ser su
Juntos la llevaron al establo y la colocaron sobre la mesa. Emilio acarició el rostro pálido de Amira, mientras lágrimas silenciosas caían por sus mejillas. Sintiendo culpa por no poder protegerla de las garras de Assim… Continúo observándola mientras sus lágrimas empañaban su visión…Era el único que realmente se preocupaba por ella.De pronto, Emilio se acercó a Jim, con los ojos brillantes de angustia: —Por favor... Haz lo posible por salvarla. Sé que no es tu especialidad, pero... —La rabia ahogaba su voz.—Tranquilo, hermano —respondió Jim, apretándole el hombro— Haré todo lo que pueda. Ve por agua y paños limpios, ayúdame a estabilizarla.Emilio asintió y salió corriendo. Durante horas, trabajaron juntos hasta que, al fin, lograron estabilizarla. La llevaron a su habitación, donde Emilio montó guardia afuera, listo para ayudarla si ella lo necesitaba.Pero entonces llegó Assim. Emilio se sorprendió y apretó los puños en silencio, conteniendo la furia mientras el hombre entraba e
Emilio salió rápidamente y lo hizo entrar. Jim palideció al ver el estado de Amira y, sin perder tiempo, comenzó a limpiar la sangre que manaba de su vagina y ano, además de atender los golpes en su rostro. Los dos trabajaron en silencio. Emilio lleno de rabia, contenía sus lágrimas mientras oía a Amira quejarse por el dolor punzante que sentía en su vagina, de inmediato le administraron un calmante y, cuando por fin se durmió, salieron sigilosamente.Emilio se quedó de guardia frente a la habitación, mientras Jim regresaba al establo, con el peso de la impotencia sobre sus hombros.Luego de varios meses Amira cumplió sus veinte años. Assim sabía que ahora, más que nunca, podía hacer lo que se le antojase con ella, así que continuó abusándola sexualmente y maltratándola de diversas formas. Ella ya no se resistía; sabía que, si lo hacía, sería peor. Mientras tanto, Emilio, consumido por el dolor y el odio, planeaba cada día cómo poder escapar con Amira y rescatarla del infierno en el q
Emilio sintió que el mundo se detenía. La abrazó con fuerza, como si quisiera protegerla de todo el mal, y juró entre dientes:—Escúchame bien. Te sacaré de aquí. No permitiré que ese demonio o cualquiera vuelva a tocarte. Perdóname por no haber estado cuando más me necesitaste y por todas las veces que no pude defenderte de ese desgraciado. Pero esta vez será diferente. Encontraremos a tu familia. Huiré contigo al fin del mundo si es necesario. Todo va a mejorar. Te lo prometo con mi vida. —Volvió abrazarla, como si el abrazo pudiera sanar sus heridas.—Gracias, Emilio. Confío en ti y sé que todo lo que me dices es cierto. No tienes que pedirme perdón por nada. Sé que si hubieras intervenido cuando Assim me maltrataba, él te habría matado sin pensarlo. No te preocupes, más bien soy yo quien debe agradecerte por curar mis heridas y por esos dulces tan deliciosos que siempre me traes. Gracias por todo. —Las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras ambos sonreían entre sollozos.De
—Ya no podemos hacer nada por Jim, Emilio. Él se sacrificó por nosotros. No dejemos que su muerte sea en vano. ¡Vámonos antes de que Assim nos alcance! —exclamó Amira mientras las lágrimas bañaban su rostro.Emilio la tomó con fuerza de la mano y continuaron corriendo. Aunque el miedo los invadía, él intentaba mantenerse fuerte por ella. Amira miraba hacia atrás constantemente, temerosa de ser seguida. Corrían con tal desesperación que no notó cuando perdió sus zapatillas. Sus pies descalzos sangraban, dejando un rastro en el camino pedregoso.El sonido de una camioneta y disparos al aire los sobresaltó. Amira, a pesar del dolor, seguía adelante llena de miedo. Sabía que detenerse significaba la muerte. Emilio, al ver acercarse el vehículo, sintió lágrimas de impotencia. Sabía que Assim llevaba ventaja, pero no se rendirían.De pronto, Amira sintió un agudo dolor en la espalda. Aunque intentó seguir corriendo, sus fuerzas flaqueaban. Emilio trató de jalarla, pero ella se detuvo brusca
Amira se echó hacia atrás, dejando caer el pañuelo al suelo. Su rostro se tornó muy pálido, sus manos comenzaron a temblar. Ella no podía creer lo que estaba viendo en ese instante, entrando en shock de inmediatamente, sin aún poder creer que en el plato más esperado de la noche habían... restos de partes humanas.Assim pinchó un ojo con el tenedor, haciendo brotar la sangre de él.—¿No te gusta? Mira bien: un ojo, dedos, una lengua muy larga... hasta un pequeño pene —asiente con una carcajada— Pensé que apreciarías este "postre" especial de tu querido Emilio.Amira entró en shock al escuchar lo que Assim acababa de decir, ella no podía creer que eso pudiera ser cierto, nunca se imaginó que Assim sería capaz de hacer algo tan macabro como eso, así que de inmediato llena de pánico intenta levantarse, pero los guardias de Assim la sujetaron con fuerza, obligándola a seguir mirando fijamente sin desviar la mirada.Él continuó riendo mientras jugueteaba con los restos y le dice:—¿Por qué
—Me aferro al valor, solo por mi hijo. Aunque cada amanecer en este lugar maldito me hace desear desaparecer. —Rompió en llanto, liberando años de silencio.Amira, con los ojos humedecidos, observó a la señora Ligia. Sin pronunciar palabra alguna, le seco las lágrimas y la abrazó con fuerza. La mujer sollozó contra su hombro desconsoladamente:—Perdóname por contarte todo esto, nunca había podido hablar con nadie de todo este dolor que llevo dentro, ya que Assim me prohibió poder hablar de todo lo que me ha hecho pasar. Pero no soporto verte sufrir como yo sufrí. Por favor, escapa. Tú aún puedes hacerlo.Amira apretó el abrazo, conteniendo sus propias lágrimas. Tomó las manos callosas de Ligia y murmuró:—No tengo nada que perdonarle, al contrario. Gracias por confiar en mí. Se que juntas saldremos de aquí... y usted encontrará a su hijo. Lo prometo.—No, mi niña —La señora apretó sus manos con angustia— Yo no puedo irme de acá. Assim mataría a Alejandro y a mí me usaría de carne para