Emilio salió rápidamente y lo hizo entrar. Jim palideció al ver el estado de Amira y, sin perder tiempo, comenzó a limpiar la sangre que manaba de su vagina y ano, además de atender los golpes en su rostro. Los dos trabajaron en silencio. Emilio lleno de rabia, contenía sus lágrimas mientras oía a Amira quejarse por el dolor punzante que sentía en su vagina, de inmediato le administraron un calmante y, cuando por fin se durmió, salieron sigilosamente.
Emilio se quedó de guardia frente a la habitación, mientras Jim regresaba al establo, con el peso de la impotencia sobre sus hombros.
Luego de varios meses Amira cumplió sus veinte años. Assim sabía que ahora, más que nunca, podía hacer lo que se le antojase con ella, así que continuó abusándola sexualmente y maltratándola de diversas formas. Ella ya no se resistía; sabía que, si lo hacía, sería peor. Mientras tanto, Emilio, consumido por el dolor y el odio, planeaba cada día cómo poder escapar con Amira y rescatarla del infierno en el que vivía.
Hasta que un día, Amira empezó a vomitar con frecuencia, aunque no le prestaba atención. Una tarde, se sentó en la cama y recordó cuándo había tenido su última menstruación. Aterrorizada, se puso frente al espejo y observó su vientre, dándose cuenta de que estaba un poco más abultado de lo normal. Inmediatamente, se acostó y se cubrió con las cobijas, presa del pánico al pensar en lo que ocurriría si estuviera embarazada de nuevo.
Permaneció en su cuarto, llorando y atemorizada, sin saber qué hacer, hasta que se durmió. Al día siguiente, Assim entró en la habitación. Ella, asustada, comenzó a temblar, con las manos y el rostro empapados en sudor. Assim notó su nerviosismo y le espetó:
—¿Y ahora qué te pasa? ¿Por qué estás así? ¡Dime qué hiciste!
—Nada, mi señor, no he hecho nada. Solo... tengo dolor de cabeza y no se me pasa. Quería pedirte... si pudieras traerme algo de fruta. Me apetece comer algo —respondió con voz temblorosa, intentando calmarse.
De repente, un hombre entró en la habitación. Amira, sin reconocerlo, se cubrió con la cobija, aterrorizada. Assim lo saludó y, sonriendo, dijo:
—Qué bueno que llegaste, compadre. Te presento a mi mujer, Amira.
Ambos la observaron con sonrisas que la dejaron helada en ese instante. Amira no entendía qué ocurría, pero su instinto le advertía que algo andaba mal. Su cuerpo tembló de miedo, no lo podía evitar, y sus labios palidecieron al notar la mirada morbosa de aquel hombre.
Cuando Assim intentó marcharse, Amira lo observo muy confundida y al ver que el extraño se quedaba, gritó:
—Assim, ¿no te vas a llevar a tu amigo? —preguntó con una sonrisa nerviosa, mientras el miedo la invadía por completo.
—No, mi amor. Él se quedará un rato para hacerte compañía. Trátalo bien, ¿entendido? En esta casa las visitas reciben buen trato. Haz lo que te digo, volveré pronto —Assim cerró la puerta al marcharse.
Amira muy asustada llamó a Emilio con todas sus fuerzas, pero resultó completamente en vano. Assim lo había enviado al pueblo por mercancías, sin imaginar lo que ocurriría en su ausencia.
Las lágrimas brotaron cuando el hombre comenzó a acercarse. Ella agarró una lámpara con fuerza y le advirtió:
—No sé qué arreglo tenga con Assim, pero aléjese de mí. ¡Váyase o lo lastimaré! —Su voz temblaba mientras apretaba el objeto como su único escudo.
El hombre sonrió, recorriéndola con mirada lasciva:
—Así me gustan: rebeldes. Eso me excita más —Pasó su lengua por los labios con gesto obsceno.
Amira, paralizada por el terror, mantuvo la lámpara en alto hasta que él intentó sujetarla. Entonces descargó golpes frenéticos, hasta que un puñetazo brutal de él la envió al suelo, inconsciente.
Al despertar, lo encontró encima, violándola sin pausa. Gritó con todas sus fuerzas hacia la puerta que aún se mantenía cerrada, sin obtener respuesta alguna, en ese momento de desesperación solo volteo la mirada hacia un rincón de su cuarto mientras sus lágrimas empañaban su visión. Cuando él terminó, se vistió con calma y se marchó, dejándola tendida en el suelo.
Amira permaneció en estado de shock. Ya no sentía miedo, solo un vacío mortal. Las fuerzas para luchar contra las crueldades de Assim se habían agotado. Se abandonó al sueño, deseando no despertar.
Al día siguiente, los golpes en la puerta la sacaron de su letargo. Emilio muy emocionado sin saber lo que había pasado, entró cargado de paquetes:
—Sé que estás despierta. Te traje dulces y tus chocolates favoritos. Los compré ayer... pero escóndelos de Assim. —Su entusiasmo se quebró al verla inmóvil.
Ella lo miró sin brillo: —Gracias. Guárdalos en el armario. —Volteó la cabeza.
Emilio notó los moretones en sus brazos: —¿Qué pasó? ¿Fue Assim? —La ira tensó sus puños.
—No... no fue él.
—¡Entonces dime quién!
—Ya no importa, Emilio. ¿Sabes? Desearía morir y acabar con este sufrimiento diario —murmuró mientras las lágrimas recorrían su rostro.
—¡No digas eso, Amira! —suplicó él, abrazándola con fuerza— Me moriría si eso pasara. Te amo... te amo más que a nada en este mundo. Sé que no debería decirlo, pero no puedo callarlo más. Juro que te sacaré de aquí, aunque me cueste la vida —Las lágrimas empapaban el hombro de ella.
Amira ya conocía sus sentimientos. Con una sonrisa triste, le acarició el cabello mientras él se desahogaba. De pronto, un movimiento en su vientre la hizo incorporarse. Con manos temblorosas, se tocó la barriga y miró a Emilio:
—Toca... algo se mueve dentro —dijo, con voz entrecortada.
Emilio posó sus manos sobre su vientre y se sorprendió
—¡Amira! Estás embarazada. ¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó, incapaz de ocultar su preocupación.
Ella bajó la vista, tratando de ordenar sus pensamientos. El trauma de la violación había borrado el recuerdo del embarazo. Aferrándose a sus manos, le suplicó con voz quebrada:
—¡Ayúdame! Por favor te lo pido, si Assim lo descubre, nos matará a mi bebé y a mí. Debo huir de aquí, debo ir con mi familia. Ellos no saben lo que he vivido. Desde la boda, he estado aislada del mundo. Tú eres el único que conoce mi dolor. Ese monstruo que Assim trajo ayer abusó de mí como se le dio la gana, sé que Assim permitirá que otros hagan lo mismo, y te juro que no podré soportarlo más. Por favor, salva a mi bebé... sálvame a mí. —Los sollozos sacudían su cuerpo.
Emilio sintió que el mundo se detenía. La abrazó con fuerza, como si quisiera protegerla de todo el mal, y juró entre dientes:—Escúchame bien. Te sacaré de aquí. No permitiré que ese demonio o cualquiera vuelva a tocarte. Perdóname por no haber estado cuando más me necesitaste y por todas las veces que no pude defenderte de ese desgraciado. Pero esta vez será diferente. Encontraremos a tu familia. Huiré contigo al fin del mundo si es necesario. Todo va a mejorar. Te lo prometo con mi vida. —Volvió abrazarla, como si el abrazo pudiera sanar sus heridas.—Gracias, Emilio. Confío en ti y sé que todo lo que me dices es cierto. No tienes que pedirme perdón por nada. Sé que si hubieras intervenido cuando Assim me maltrataba, él te habría matado sin pensarlo. No te preocupes, más bien soy yo quien debe agradecerte por curar mis heridas y por esos dulces tan deliciosos que siempre me traes. Gracias por todo. —Las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras ambos sonreían entre sollozos.De
—Ya no podemos hacer nada por Jim, Emilio. Él se sacrificó por nosotros. No dejemos que su muerte sea en vano. ¡Vámonos antes de que Assim nos alcance! —exclamó Amira mientras las lágrimas bañaban su rostro.Emilio la tomó con fuerza de la mano y continuaron corriendo. Aunque el miedo los invadía, él intentaba mantenerse fuerte por ella. Amira miraba hacia atrás constantemente, temerosa de ser seguida. Corrían con tal desesperación que no notó cuando perdió sus zapatillas. Sus pies descalzos sangraban, dejando un rastro en el camino pedregoso.El sonido de una camioneta y disparos al aire los sobresaltó. Amira, a pesar del dolor, seguía adelante llena de miedo. Sabía que detenerse significaba la muerte. Emilio, al ver acercarse el vehículo, sintió lágrimas de impotencia. Sabía que Assim llevaba ventaja, pero no se rendirían.De pronto, Amira sintió un agudo dolor en la espalda. Aunque intentó seguir corriendo, sus fuerzas flaqueaban. Emilio trató de jalarla, pero ella se detuvo brusca
Amira se echó hacia atrás, dejando caer el pañuelo al suelo. Su rostro se tornó muy pálido, sus manos comenzaron a temblar. Ella no podía creer lo que estaba viendo en ese instante, entrando en shock de inmediatamente, sin aún poder creer que en el plato más esperado de la noche habían... restos de partes humanas.Assim pinchó un ojo con el tenedor, haciendo brotar la sangre de él.—¿No te gusta? Mira bien: un ojo, dedos, una lengua muy larga... hasta un pequeño pene —asiente con una carcajada— Pensé que apreciarías este "postre" especial de tu querido Emilio.Amira entró en shock al escuchar lo que Assim acababa de decir, ella no podía creer que eso pudiera ser cierto, nunca se imaginó que Assim sería capaz de hacer algo tan macabro como eso, así que de inmediato llena de pánico intenta levantarse, pero los guardias de Assim la sujetaron con fuerza, obligándola a seguir mirando fijamente sin desviar la mirada.Él continuó riendo mientras jugueteaba con los restos y le dice:—¿Por qué
—Me aferro al valor, solo por mi hijo. Aunque cada amanecer en este lugar maldito me hace desear desaparecer. —Rompió en llanto, liberando años de silencio.Amira, con los ojos humedecidos, observó a la señora Ligia. Sin pronunciar palabra alguna, le seco las lágrimas y la abrazó con fuerza. La mujer sollozó contra su hombro desconsoladamente:—Perdóname por contarte todo esto, nunca había podido hablar con nadie de todo este dolor que llevo dentro, ya que Assim me prohibió poder hablar de todo lo que me ha hecho pasar. Pero no soporto verte sufrir como yo sufrí. Por favor, escapa. Tú aún puedes hacerlo.Amira apretó el abrazo, conteniendo sus propias lágrimas. Tomó las manos callosas de Ligia y murmuró:—No tengo nada que perdonarle, al contrario. Gracias por confiar en mí. Se que juntas saldremos de aquí... y usted encontrará a su hijo. Lo prometo.—No, mi niña —La señora apretó sus manos con angustia— Yo no puedo irme de acá. Assim mataría a Alejandro y a mí me usaría de carne para
La barbilla de Amira temblaba mientras procesaba las palabras de su padre, ella estaba muriendo por dentro, su pecho se encogía bruscamente siendo doloroso —Por favor— les suplico, pero pudo ver en sus ojos que ya no había marcha atrás—Lo siento mucho, hija, pero la decisión ya está tomada y no puedo echarme atrás. Ya hablamos con el señor, y él está por llegar. Así podrás conocerlo. Te prometo que no te pasará nada, hija. Estarás muy bien. El señor Assim es una buena persona, y sé que cuidará de ti—sus ojos reflejaban el dolor que sentía por la decisión que su esposa lo llevo a tomarAmira miro a su padre a los ojos y pudo ver que, en él, se reflejaba el mismo dolor que ella estaba sintiendo, pero aun sabiendo lo que pasaría con ese matrimonio, ella no podía aceptar esa decisión, sabía que su madrastra quería cortarle las alas, ya que, al casarse con ese hombre, toda su vida ya planeada se derrumbaría hasta los escombrosLa puerta sonó y el sonido hizo que los latidos del corazón de
—No vuelvas a buscarme nunca más, zorra mentirosa. —Se marchó con el peso de la culpa sobre sus hombros, sabiendo que Amira jamás lo perdonaría. Con el corazón destrozado, Amira salió corriendo, sumida en un dolor insoportable. Quería cancelar la boda, desaparecer de todas sus vidas... Pero luego se detuvo. Tal vez casarse era la solución: nunca más tendría que ver el rostro de su madrastra o de su traidora media hermana. Además, ahora no sentiría remordimientos por dejar atrás al hombre que amaba, quien resultó ser un vil mentiroso. Secó sus lágrimas con determinación y continuó con los preparativos nupciales. La boda se celebró exactamente como Amira siempre la había soñado... excepto por el hombre a su lado. Aunque la ceremonia era perfecta, la ausencia de amor verdadero la hacía sentirse vacía. Sin embargo, siguió adelante, convencida de que era lo mejor para su futuro. Al mirar a Assim, su nuevo esposo, contuvo un sollozo. Ahora estaba atada a un hombre que bien podría ser su
Juntos la llevaron al establo y la colocaron sobre la mesa. Emilio acarició el rostro pálido de Amira, mientras lágrimas silenciosas caían por sus mejillas. Sintiendo culpa por no poder protegerla de las garras de Assim… Continúo observándola mientras sus lágrimas empañaban su visión…Era el único que realmente se preocupaba por ella.De pronto, Emilio se acercó a Jim, con los ojos brillantes de angustia: —Por favor... Haz lo posible por salvarla. Sé que no es tu especialidad, pero... —La rabia ahogaba su voz.—Tranquilo, hermano —respondió Jim, apretándole el hombro— Haré todo lo que pueda. Ve por agua y paños limpios, ayúdame a estabilizarla.Emilio asintió y salió corriendo. Durante horas, trabajaron juntos hasta que, al fin, lograron estabilizarla. La llevaron a su habitación, donde Emilio montó guardia afuera, listo para ayudarla si ella lo necesitaba.Pero entonces llegó Assim. Emilio se sorprendió y apretó los puños en silencio, conteniendo la furia mientras el hombre entraba e