—Ya no podemos hacer nada por Jim, Emilio. Él se sacrificó por nosotros. No dejemos que su muerte sea en vano. ¡Vámonos antes de que Assim nos alcance! —exclamó Amira mientras las lágrimas bañaban su rostro.
Emilio la tomó con fuerza de la mano y continuaron corriendo. Aunque el miedo los invadía, él intentaba mantenerse fuerte por ella. Amira miraba hacia atrás constantemente, temerosa de ser seguida. Corrían con tal desesperación que no notó cuando perdió sus zapatillas. Sus pies descalzos sangraban, dejando un rastro en el camino pedregoso.
El sonido de una camioneta y disparos al aire los sobresaltó. Amira, a pesar del dolor, seguía adelante llena de miedo. Sabía que detenerse significaba la muerte. Emilio, al ver acercarse el vehículo, sintió lágrimas de impotencia. Sabía que Assim llevaba ventaja, pero no se rendirían.
De pronto, Amira sintió un agudo dolor en la espalda. Aunque intentó seguir corriendo, sus fuerzas flaqueaban. Emilio trató de jalarla, pero ella se detuvo bruscamente, tosiendo. Al tocarse la espalda, encontró un dardo. Emilio lo extrajo y reconoció el potente sedante para caballos.
—Gracias por intentarlo... Perdón por no ser más rápida. Te quiero mucho, Emilio —murmuró Amira antes de desplomarse inconsciente.
Emilio, desesperado, la cargó y continuó corriendo, pero ahora más lento por llevar en sus brazos a la mujer que tanto amaba, pero sus intentos fueron totalmente inútiles, llegando la camioneta a alcanzarlos. Aunque recibió disparos en las piernas, aun así, intentó arrastrarse con Amira en brazos, pero fue inútil. Assim los capturó y los llevó de vuelta.
Al día siguiente, Amira despertó nuevamente en la casa que tanto odiaba. Una crisis de pánico la embargó al reconocer el lugar. Se levantó bruscamente, sintiendo un dolor agudo en sus pies vendados. Corrió hacia la puerta, pero estaba sellada, llena de pánico se desplomó en el suelo, temblando, sin recordar bien lo sucedido en la noche anterior. Solo rogaba que Emilio estuviera vivo.
De pronto una de las sirvientas entró al cuarto, y con su voz falsamente dulce le dice:
—Señorita, la cena está servida. Él patrón quiere que use lo que él, le dejó colgado en el armario.
Amira se encogió en el suelo, llena de miedo con las manos temblando. Ella sabía que algo no andaba bien y que algo terrible le esperaba al otro lado de esa puerta. El tener que volver a ver a Assim la hacía perder por un instante el sentido de la realidad, de inmediato se abrazó el vientre, susurrando entre sollozos a su bebé no nacido...
—Perdóname, mi niño. Sé que te fallé, no logré sacarnos de aquí. Te juro que lo intenté —susurró entre lágrimas amargas.
Un nuevo golpe en la puerta interrumpió su súplica. La voz de la sirvienta resonó desde el pasillo: —Señorita, la esperan para cenar.
Amira, con el corazón en un puño, respondió con voz quebrada: —Está bien... Ya salgo. Estoy cambiándome.
Se levantó con esfuerzo y se dirigió al armario. Sabía que hacer esperar a Assim sería peligroso. Entre las prendas, encontró un vestido negro escotado. Aunque le pareció elegante, el color la inquietó.
Al intentar ponérselo, notó lo ajustado que era. Al mirarse al espejo, vio cómo el tejido marcaba claramente su vientre abultado. El pánico la invadió: Assim notaría su embarazo. Rápidamente encontró una chaqueta para cubrirse.
Tras varios intentos por calmarse, salió de la habitación. Sus tacones resonaban en el pasillo como un reloj de cuenta regresiva. Al entrar al comedor, Assim se levantó con una sonrisa que la heló:
—¡Guau! Sabía que te quedaría perfecto. Ven, siéntate —dijo con falsa caballerosidad, acercando su silla.
Amira forzó una sonrisa mientras observaba la mesa con recelo, ya que él nunca la había tratado así. Cada detalle de esa cena le parecía una vil trampa.
—Estás radiante, cariño. ¿Tienes hambre? —Assim llamó a la sirvienta.
—Helen, sirve la cena.
Los platos exquisitos que colocaron solo aumentaron su desconfianza. Con voz temblorosa, preguntó: —¿Esperamos... a alguien más? Hay demasiada comida para dos — lo observo con una sonrisa nerviosa.
Assim cerró los ojos, conteniendo su enojo, antes de responder: —No, mi amor. Esta cena es solo para nosotros. Además —su sonrisa se tornó siniestra— ahora más que nunca debes alimentarte bien, ¿no crees?
Las manos de Amira comenzaron a temblar, ella sospechaba que Assim habría descubierto su embarazo, así que Tartamudeó: —Si-sí... eso creo.
Mientras Assim devoraba su plato, ella solo movía la comida sin probar bocado. El nerviosismo le había cerrado el estómago.
—¿No te gusta? —preguntó él, con una calma peligrosa.
El tenedor se le escapó de los dedos temblorosos. Al agacharse para recogerlo, Assim estalló:
—¡Déjalo ahí! Para eso están los sirvientes. Contesta: ¿no te gusta la comida?
Amira ya no podía disimular. Sus labios y manos vibraban incontrolablemente. Respiró hondo y, con un esfuerzo sobrehumano, respondió:
—Sí, sí, me gustó. Está deliciosa. Solo que... no tengo mucho apetito —respondió con una sonrisa forzada, mientras el pánico crecía en su interior.
Assim dejó los cubiertos bruscamente: —Entonces si no quieres pues, pasemos al postre. Hoy preparé dos especiales para ti —dijo con una sonrisa sospechosa
Amira asintió con muchos nervios y le dice:
—Sí, creo que un postre sí podría probar — lo observaba completamente nerviosa.
—¡Perfecto! —exclamó él con un fingido entusiasmo.
Al llamar a Helen, esta trajo el primer postre. Assim explicó con voz melosa: —Este manjar viene de Argentina, donde dicen que nació esta maravilla. Disfrútalo, esposa querida —Su mirada se enfocó completamente en ella.
Era una torta de chocolate, su favorita. Amira, distraída por el dulce, comenzó a comer con avidez, casi olvidando su cautela.
—¡Vaya! Parece encantarte. ¿Quieres más? —preguntó Assim, observando cada bocado.
Ella se limpió los labios: —Sí, gracias. Pero... ¿tú no probarás?
—Tranquila, a mí solo me encanta verte disfrutarlo —respondió mientras le servía una porción mayor.
Cuando Helen trajo el segundo postre cubierto, Assim anunció: — he aquí, tú sorpresa especial. Espero hayas dejado espacio para el postre final —sonrió sarcásticamente.
—Gracias, pero... ¿podemos dejarlo para otro día? —suplicó Amira, sintiendo un presentimiento.
—¡Las sorpresas deben disfrutarse ahora! —destapó el plato con dramatismo.
Amira se echó hacia atrás, dejando caer el pañuelo al suelo. Su rostro se tornó muy pálido, sus manos comenzaron a temblar. Ella no podía creer lo que estaba viendo en ese instante, entrando en shock de inmediatamente, sin aún poder creer que en el plato más esperado de la noche habían... restos de partes humanas.Assim pinchó un ojo con el tenedor, haciendo brotar la sangre de él.—¿No te gusta? Mira bien: un ojo, dedos, una lengua muy larga... hasta un pequeño pene —asiente con una carcajada— Pensé que apreciarías este "postre" especial de tu querido Emilio.Amira entró en shock al escuchar lo que Assim acababa de decir, ella no podía creer que eso pudiera ser cierto, nunca se imaginó que Assim sería capaz de hacer algo tan macabro como eso, así que de inmediato llena de pánico intenta levantarse, pero los guardias de Assim la sujetaron con fuerza, obligándola a seguir mirando fijamente sin desviar la mirada.Él continuó riendo mientras jugueteaba con los restos y le dice:—¿Por qué
—Me aferro al valor, solo por mi hijo. Aunque cada amanecer en este lugar maldito me hace desear desaparecer. —Rompió en llanto, liberando años de silencio.Amira, con los ojos humedecidos, observó a la señora Ligia. Sin pronunciar palabra alguna, le seco las lágrimas y la abrazó con fuerza. La mujer sollozó contra su hombro desconsoladamente:—Perdóname por contarte todo esto, nunca había podido hablar con nadie de todo este dolor que llevo dentro, ya que Assim me prohibió poder hablar de todo lo que me ha hecho pasar. Pero no soporto verte sufrir como yo sufrí. Por favor, escapa. Tú aún puedes hacerlo.Amira apretó el abrazo, conteniendo sus propias lágrimas. Tomó las manos callosas de Ligia y murmuró:—No tengo nada que perdonarle, al contrario. Gracias por confiar en mí. Se que juntas saldremos de aquí... y usted encontrará a su hijo. Lo prometo.—No, mi niña —La señora apretó sus manos con angustia— Yo no puedo irme de acá. Assim mataría a Alejandro y a mí me usaría de carne para
La barbilla de Amira temblaba mientras procesaba las palabras de su padre, ella estaba muriendo por dentro, su pecho se encogía bruscamente siendo doloroso —Por favor— les suplico, pero pudo ver en sus ojos que ya no había marcha atrás—Lo siento mucho, hija, pero la decisión ya está tomada y no puedo echarme atrás. Ya hablamos con el señor, y él está por llegar. Así podrás conocerlo. Te prometo que no te pasará nada, hija. Estarás muy bien. El señor Assim es una buena persona, y sé que cuidará de ti—sus ojos reflejaban el dolor que sentía por la decisión que su esposa lo llevo a tomarAmira miro a su padre a los ojos y pudo ver que, en él, se reflejaba el mismo dolor que ella estaba sintiendo, pero aun sabiendo lo que pasaría con ese matrimonio, ella no podía aceptar esa decisión, sabía que su madrastra quería cortarle las alas, ya que, al casarse con ese hombre, toda su vida ya planeada se derrumbaría hasta los escombrosLa puerta sonó y el sonido hizo que los latidos del corazón de
—No vuelvas a buscarme nunca más, zorra mentirosa. —Se marchó con el peso de la culpa sobre sus hombros, sabiendo que Amira jamás lo perdonaría. Con el corazón destrozado, Amira salió corriendo, sumida en un dolor insoportable. Quería cancelar la boda, desaparecer de todas sus vidas... Pero luego se detuvo. Tal vez casarse era la solución: nunca más tendría que ver el rostro de su madrastra o de su traidora media hermana. Además, ahora no sentiría remordimientos por dejar atrás al hombre que amaba, quien resultó ser un vil mentiroso. Secó sus lágrimas con determinación y continuó con los preparativos nupciales. La boda se celebró exactamente como Amira siempre la había soñado... excepto por el hombre a su lado. Aunque la ceremonia era perfecta, la ausencia de amor verdadero la hacía sentirse vacía. Sin embargo, siguió adelante, convencida de que era lo mejor para su futuro. Al mirar a Assim, su nuevo esposo, contuvo un sollozo. Ahora estaba atada a un hombre que bien podría ser su
Juntos la llevaron al establo y la colocaron sobre la mesa. Emilio acarició el rostro pálido de Amira, mientras lágrimas silenciosas caían por sus mejillas. Sintiendo culpa por no poder protegerla de las garras de Assim… Continúo observándola mientras sus lágrimas empañaban su visión…Era el único que realmente se preocupaba por ella.De pronto, Emilio se acercó a Jim, con los ojos brillantes de angustia: —Por favor... Haz lo posible por salvarla. Sé que no es tu especialidad, pero... —La rabia ahogaba su voz.—Tranquilo, hermano —respondió Jim, apretándole el hombro— Haré todo lo que pueda. Ve por agua y paños limpios, ayúdame a estabilizarla.Emilio asintió y salió corriendo. Durante horas, trabajaron juntos hasta que, al fin, lograron estabilizarla. La llevaron a su habitación, donde Emilio montó guardia afuera, listo para ayudarla si ella lo necesitaba.Pero entonces llegó Assim. Emilio se sorprendió y apretó los puños en silencio, conteniendo la furia mientras el hombre entraba e
Emilio salió rápidamente y lo hizo entrar. Jim palideció al ver el estado de Amira y, sin perder tiempo, comenzó a limpiar la sangre que manaba de su vagina y ano, además de atender los golpes en su rostro. Los dos trabajaron en silencio. Emilio lleno de rabia, contenía sus lágrimas mientras oía a Amira quejarse por el dolor punzante que sentía en su vagina, de inmediato le administraron un calmante y, cuando por fin se durmió, salieron sigilosamente.Emilio se quedó de guardia frente a la habitación, mientras Jim regresaba al establo, con el peso de la impotencia sobre sus hombros.Luego de varios meses Amira cumplió sus veinte años. Assim sabía que ahora, más que nunca, podía hacer lo que se le antojase con ella, así que continuó abusándola sexualmente y maltratándola de diversas formas. Ella ya no se resistía; sabía que, si lo hacía, sería peor. Mientras tanto, Emilio, consumido por el dolor y el odio, planeaba cada día cómo poder escapar con Amira y rescatarla del infierno en el q
Emilio sintió que el mundo se detenía. La abrazó con fuerza, como si quisiera protegerla de todo el mal, y juró entre dientes:—Escúchame bien. Te sacaré de aquí. No permitiré que ese demonio o cualquiera vuelva a tocarte. Perdóname por no haber estado cuando más me necesitaste y por todas las veces que no pude defenderte de ese desgraciado. Pero esta vez será diferente. Encontraremos a tu familia. Huiré contigo al fin del mundo si es necesario. Todo va a mejorar. Te lo prometo con mi vida. —Volvió abrazarla, como si el abrazo pudiera sanar sus heridas.—Gracias, Emilio. Confío en ti y sé que todo lo que me dices es cierto. No tienes que pedirme perdón por nada. Sé que si hubieras intervenido cuando Assim me maltrataba, él te habría matado sin pensarlo. No te preocupes, más bien soy yo quien debe agradecerte por curar mis heridas y por esos dulces tan deliciosos que siempre me traes. Gracias por todo. —Las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras ambos sonreían entre sollozos.De