|Capítulo treinta y uno|

Ariel se levantó cuando apenas el sol comenzaba a asomarse por el horizonte. No había dormido casi nada. Las horas se le hicieron eternas entre las sábanas, con la mente atrapada en una tormenta de pensamientos y los ojos ardiendo de tanto llorar. Se sentía exhausta, tanto física como emocionalmente. Caminó en automático hacia el baño y se dio una ducha rápida, con el agua tibia corriendo por su piel, esperando que le ayudara a despejar la mente, aunque fuera un poco. Cuando se miró en el espejo, apenas se reconoció: sus ojos hinchados, su rostro pálido, reflejaban el peso de los últimos días.

Se vistió sin pensar demasiado en su atuendo, solo quería cubrirse con algo cómodo. Al salir del baño, el olor a café recién hecho llegó a sus fosas nasales. Alejandro estaba allí, en la cocina, preparando el desayuno. Ariel lo miró un segundo, sin realmente verlo, y pasó junto a él sin prestarle atención a lo que cocinaba. Su estómago estaba revuelto, pero no quería discutir eso, no ahora. Sin
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