La ceremonia de graduación había comenzado con el esplendor y la solemnidad típicos de estos eventos en Italia.La universidad se engalanaba con banderas y adornos académicos. En una esquina al fondo del auditorio, Norman acababa de llegar, algo agitado por el tráfico que había retrasado su entrada, pero determinado a no perderse ni un segundo más del importante día de Ariel.Gracias al taxista llegó tarde al lugar, pero veía que todavía no había pasado nada.Mientras buscaba un asiento, su mirada se cruzó con la de Alejandro, quien estaba sentado más adelante junto a doña Julia. Reconociendo la figura de Norman, Alejandro se puso de pie de inmediato y, con un gesto amistoso, se dirigió hacia él.—He guardado un sitio para ti al lado mío,— le dijo Alejandro con una sonrisa que Norman no esperaba. A pesar de sus pasadas diferencias, el gesto de Alejandro parecía sincero, y Norman, aunque con cierta reserva, aceptó la invitación.Estaba allí porque Alejandro lo había contactado, pero es
El zumbido suave del avión privado se mezclaba con los pensamientos de Ariel, quien, a pesar de estar acostumbrada a los vuelos, aún sentía una punzada de nerviosismo cada vez que volaba. Sin embargo, la presencia de Alejandro a su lado, su mano firmemente entrelazada con la suya, le brindaba un consuelo que calmaba su ansiedad.Durante el vuelo hablaron un poco de todo, y en un momento dado, el cansancio la venció y se quedó dormida con la cabeza apoyada en el hombro de Alejandro. Eran muchas horas de vuelo. Y salir de Italia fue algo muy doloroso para Ariel.Al despertar, las lágrimas brotaron de sus ojos al recordar que había dejado atrás a Julia y a su querido Migo. Aunque dolía, sabía que esta partida era necesaria para su propio crecimiento y felicidad.Quería estar con Alejandro, empezar una vida con él como acordaron que haría luego de la graduación y para eso tuvo que irse, Alejandro no podía quedarse en Italia.—Vuelve a dormir—, le dijo la voz sueva de Alejandro. Ella recos
En la penumbra de su oficina lujosamente amueblada, Alejandro miraba fijamente los documentos esparcidos sobre el escritorio.Cada página de las páginas era una prueba del intrincado juego de ajedrez en el que se había embarcado. No era solo una venganza; era una reivindicación meticulosamente orquestada.El reloj marcaba las 8 p.m. y la ciudad a través de las ventanas empezaba a iluminarse con miles de luces. Alejandro recogió su teléfono y marcó un número. La llamada fue breve: su gestor de inversiones, un hombre astuto que Alejandro había contratado para esta delicada operación, confirmó su llegada. Dentro de unos minutos, estaría allí para discutir el último movimiento de Alejandro en este elaborado plan.Cuando el señor Landon, su gestor, llegó, traía consigo un portafolio que contenía las últimas adquisiciones de Alejandro. Saludaron con un apretón de manos, y sin más preámbulos, Landon desplegó los documentos sobre la mesa.—Todo está procediendo según lo planeado, Alejandro. L
Alejandro y Ariel llegaron a la imponente sede del bufete Clinton, el cielo oscureciéndose sobre ellos, proyectando una atmósfera tan cargada como la ocasión misma. Al entrar al lujoso edificio, los pasos de Alejandro resonaban con determinación, mientras Ariel, a su lado, llevaba una expresión de calma serena que contrastaba con la tensión que inevitablemente se acumulaba en el aire.La recepcionista los saludó con una sonrisa profesional, pero su mirada vaciló por un instante al reconocer a Ariel, una señal de que la sorpresa ya comenzaba a tejerse detrás de bambalinas. Los guio a través de pasillos impecablemente decorados hasta una sala de conferencias donde el señor Clinton y Abigail ya los esperaban.Al abrirse las puertas de la sala, la expresión de desconcierto y sorpresa en el rostro de Abigail era palpable. Su padre, al ver a Ariel, no pudo disimular un fruncir del ceño, claramente desconcertado y algo perturbado. Alejandro, con una sonrisa tranquila pero cargada de signific
Alessia se encontró frente a la tumba de su hermana Annie. Las lágrimas ya habían comenzado a formarse en sus ojos incluso antes de llegar, su corazón latiendo con un dolor que no conocía respiro ni olvido.El cementerio estaba tranquilo, las lápidas alineadas en silenciosa solemnidad bajo un cielo que lloraba una fina llovizna, como si el mismo cielo compartiera su duelo. Caminó lentamente hacia la tumba, sus pasos resonando en el sendero húmedo, cada uno más pesado que el último.Al llegar, se arrodilló lentamente frente a la lápida, el frío del mármol impregnando sus rodillas a través del delgado tejido de su vestido. Colocó un ramo de flores blancas, las favoritas de Annie, junto a la piedra, sus dedos temblorosos acariciando las letras grabadas en la superficie.Con un sollozo que se rompió en el aire, Alessia comenzó a hablar, su voz un susurro roto entre lágrimas.—Annie, mi pequeña... lo siento tanto. He venido a decirte que... que te perdono, aunque nunca debí haber necesitad
Era una mañana tranquila. Ariel estaba sentada frente a un gran desayuno, y Alejandro la observaba desde el otro lado de la mesa con una mirada llena de amor y atención que se le escapaba a través de la sonrisa que apenas intentaba disimular. Todo parecía normal, hasta que ella, de repente, se llevó una mano al vientre y frunció el ceño.—¿Todo bien?— preguntó Alejandro, levantando las cejas, alerta.Ariel asintió, con una sonrisa leve mientras le hacía un gesto despreocupado.—Sí, solo… una contracción, pero es muy leve— respondió mientras tomaba otro bocado de su pan tostado.Alejandro dejó la taza de café en la mesa, entrecerrando los ojos mientras la observaba con una gran cantidad de inquietud y emoción. Ese era el día, lo sentía. Habían pasado semanas esperando el momento, y aunque Ariel parecía tranquila, él estaba seguro de que el parto estaba a punto de empezar. Se levantó y empezó a recoger las cosas de la mesa con una eficiencia exagerada.—Voy a preparar el coche— dijo, mi
El avión privado surcaba el cielo.En el interior, Ariel dormitaba en uno de los asientos, una manta ligera sobre sus piernas y una expresión de paz en su rostro. Alejandro sonrió mientras miraba a su esposa; las pastillas para el mareo habían hecho su efecto, y eso significaba que él tendría la misión de cuidar de Ulysses durante el vuelo.—Papá, ¿ya llegamos? —preguntó una voz menuda y curiosa a su lado.Alejandro se volvió hacia su hijo, un pequeño de cabellos rubios que caían en suaves ondas sobre su frente y con unos ojos verdes brillantes, idénticos a los de su padre. El niño lo miraba con impaciencia, moviendo sus piernitas con energía y una sonrisa encantadora que ya sabía usar para salir de apuros.—Aún no, campeón —le respondió Alejandro con una sonrisa paciente mientras acariciaba la cabecita de su hijo—. Nos falta un poquito más para llegar a Italia.Ulysses frunció el ceño, mirando por la ventana, como si eso pudiera acelerar el viaje. Luego, sin previo aviso, soltó un su
Ariel estaba en la cocina, terminando de preparar unas palomitas y cortando gajos de manzana bañados en caramelo. Era su primer Halloween en casa con Ulysses, al menos el primero que él recordaría, porque con los anteriores estaba muy pequeño, y estaba decidida a hacerlo especial, aunque prefería que la noche fuera tranquila y sin demasiados sobresaltos.Pero Alejandro y Ulysses tenían otros planes.Siempre tenían sus planes, eran como dos conspiradores que siempre planeaban algo.Mientras ella se ocupaba en la cocina, Alejandro y Ulysses se escondían en la sala, ultimando los detalles de una pequeña broma que habían planeado. Alejandro colocó un espejo grande en la esquina más oscura de la sala, ajustando una pequeña linterna detrás del marco para que proyectara un leve resplandor, justo lo suficiente como para crear una atmósfera inquietante. Ulysses, emocionado, estaba disfrazado de fantasmita, con una sábana blanca que le quedaba adorablemente grande, y unos ojitos asomando por do