En la penumbra de su oficina lujosamente amueblada, Alejandro miraba fijamente los documentos esparcidos sobre el escritorio.Cada página de las páginas era una prueba del intrincado juego de ajedrez en el que se había embarcado. No era solo una venganza; era una reivindicación meticulosamente orquestada.El reloj marcaba las 8 p.m. y la ciudad a través de las ventanas empezaba a iluminarse con miles de luces. Alejandro recogió su teléfono y marcó un número. La llamada fue breve: su gestor de inversiones, un hombre astuto que Alejandro había contratado para esta delicada operación, confirmó su llegada. Dentro de unos minutos, estaría allí para discutir el último movimiento de Alejandro en este elaborado plan.Cuando el señor Landon, su gestor, llegó, traía consigo un portafolio que contenía las últimas adquisiciones de Alejandro. Saludaron con un apretón de manos, y sin más preámbulos, Landon desplegó los documentos sobre la mesa.—Todo está procediendo según lo planeado, Alejandro. L
Alejandro y Ariel llegaron a la imponente sede del bufete Clinton, el cielo oscureciéndose sobre ellos, proyectando una atmósfera tan cargada como la ocasión misma. Al entrar al lujoso edificio, los pasos de Alejandro resonaban con determinación, mientras Ariel, a su lado, llevaba una expresión de calma serena que contrastaba con la tensión que inevitablemente se acumulaba en el aire.La recepcionista los saludó con una sonrisa profesional, pero su mirada vaciló por un instante al reconocer a Ariel, una señal de que la sorpresa ya comenzaba a tejerse detrás de bambalinas. Los guio a través de pasillos impecablemente decorados hasta una sala de conferencias donde el señor Clinton y Abigail ya los esperaban.Al abrirse las puertas de la sala, la expresión de desconcierto y sorpresa en el rostro de Abigail era palpable. Su padre, al ver a Ariel, no pudo disimular un fruncir del ceño, claramente desconcertado y algo perturbado. Alejandro, con una sonrisa tranquila pero cargada de signific
Alessia se encontró frente a la tumba de su hermana Annie. Las lágrimas ya habían comenzado a formarse en sus ojos incluso antes de llegar, su corazón latiendo con un dolor que no conocía respiro ni olvido.El cementerio estaba tranquilo, las lápidas alineadas en silenciosa solemnidad bajo un cielo que lloraba una fina llovizna, como si el mismo cielo compartiera su duelo. Caminó lentamente hacia la tumba, sus pasos resonando en el sendero húmedo, cada uno más pesado que el último.Al llegar, se arrodilló lentamente frente a la lápida, el frío del mármol impregnando sus rodillas a través del delgado tejido de su vestido. Colocó un ramo de flores blancas, las favoritas de Annie, junto a la piedra, sus dedos temblorosos acariciando las letras grabadas en la superficie.Con un sollozo que se rompió en el aire, Alessia comenzó a hablar, su voz un susurro roto entre lágrimas.—Annie, mi pequeña... lo siento tanto. He venido a decirte que... que te perdono, aunque nunca debí haber necesitad
Era una mañana tranquila. Ariel estaba sentada frente a un gran desayuno, y Alejandro la observaba desde el otro lado de la mesa con una mirada llena de amor y atención que se le escapaba a través de la sonrisa que apenas intentaba disimular. Todo parecía normal, hasta que ella, de repente, se llevó una mano al vientre y frunció el ceño.—¿Todo bien?— preguntó Alejandro, levantando las cejas, alerta.Ariel asintió, con una sonrisa leve mientras le hacía un gesto despreocupado.—Sí, solo… una contracción, pero es muy leve— respondió mientras tomaba otro bocado de su pan tostado.Alejandro dejó la taza de café en la mesa, entrecerrando los ojos mientras la observaba con una gran cantidad de inquietud y emoción. Ese era el día, lo sentía. Habían pasado semanas esperando el momento, y aunque Ariel parecía tranquila, él estaba seguro de que el parto estaba a punto de empezar. Se levantó y empezó a recoger las cosas de la mesa con una eficiencia exagerada.—Voy a preparar el coche— dijo, mi
El avión privado surcaba el cielo.En el interior, Ariel dormitaba en uno de los asientos, una manta ligera sobre sus piernas y una expresión de paz en su rostro. Alejandro sonrió mientras miraba a su esposa; las pastillas para el mareo habían hecho su efecto, y eso significaba que él tendría la misión de cuidar de Ulysses durante el vuelo.—Papá, ¿ya llegamos? —preguntó una voz menuda y curiosa a su lado.Alejandro se volvió hacia su hijo, un pequeño de cabellos rubios que caían en suaves ondas sobre su frente y con unos ojos verdes brillantes, idénticos a los de su padre. El niño lo miraba con impaciencia, moviendo sus piernitas con energía y una sonrisa encantadora que ya sabía usar para salir de apuros.—Aún no, campeón —le respondió Alejandro con una sonrisa paciente mientras acariciaba la cabecita de su hijo—. Nos falta un poquito más para llegar a Italia.Ulysses frunció el ceño, mirando por la ventana, como si eso pudiera acelerar el viaje. Luego, sin previo aviso, soltó un su
Ariel estaba en la cocina, terminando de preparar unas palomitas y cortando gajos de manzana bañados en caramelo. Era su primer Halloween en casa con Ulysses, al menos el primero que él recordaría, porque con los anteriores estaba muy pequeño, y estaba decidida a hacerlo especial, aunque prefería que la noche fuera tranquila y sin demasiados sobresaltos.Pero Alejandro y Ulysses tenían otros planes.Siempre tenían sus planes, eran como dos conspiradores que siempre planeaban algo.Mientras ella se ocupaba en la cocina, Alejandro y Ulysses se escondían en la sala, ultimando los detalles de una pequeña broma que habían planeado. Alejandro colocó un espejo grande en la esquina más oscura de la sala, ajustando una pequeña linterna detrás del marco para que proyectara un leve resplandor, justo lo suficiente como para crear una atmósfera inquietante. Ulysses, emocionado, estaba disfrazado de fantasmita, con una sábana blanca que le quedaba adorablemente grande, y unos ojitos asomando por do
Aquel hombre había salido de su casa muy enojado, luego de que su madre y sus hermanas le reclamaran por no querer casarse con quien era su novia desde hace cinco años, la hermosa Abigail Clinton, de una buena familia, belleza incomparable y un enorme amor hacia él desde que eran adolescente, ya con varios años de relación, solo faltando el único paso.Matrimonio.Pero Alejandro no la amaba, por eso luego de esos años de relación aún no daba el primer paso, no deseaba casarse con ella. No era la mujer que quería para convertirla en su esposa. Su relación con ella nunca podría ir más allá, pese a los años.Él acababa de terminar la relación.En su lujoso coche iba captando las miradas de todos los de la ciudad, muchos sabían que allí dentro iba Alejandro Fendi, dueño de casi la mitad de la ciudad, cada rascacielos había sido construido por su empresa, la mayoría de los centros comerciales eran de él y poseía numerosas empresas en el extranjero, sobre todo en Italia, de donde eran los F
Aquel restaurante, en el centro de la ciudad, fue reservado solo para Alejandro Fendi, con solo una llamada, y su poco usual invitada. Todo estaba vacío, solo para ellos dos. Los empleados del lugar los atendían como que nada estaba fuera de lugar, sin prestar atención al aspecto de Ariel, la joven que lo acompañaba.Ella, sentada frente a él, con su caja de música entre las piernas y la mochila cerca de sus piernas, observaba con asombro el lugar.—¿Te gusta lo que ves?—preguntó, observando la mirada asombrada de su acompañante.—¡Pues claro que sí! Sé que aquí cocinan muy delicioso.— Se inclinó hacia adelante para decirle aquello en voz baja, logrando impresionar a Alejandro.—¿Alguna vez has venido aquí?— Preguntó, incrédulo. Lo único que se le ocurría era que ella hubiera entrado a robar o que, a lo mejor, se paró en la puerta a pedir, pero con su aspecto era muy probable que no le permitieran ni acercarse a la entrada.Aquello era un lugar muy lujoso y solo atendían con reservaci