Alessia se encontró frente a la tumba de su hermana Annie. Las lágrimas ya habían comenzado a formarse en sus ojos incluso antes de llegar, su corazón latiendo con un dolor que no conocía respiro ni olvido.El cementerio estaba tranquilo, las lápidas alineadas en silenciosa solemnidad bajo un cielo que lloraba una fina llovizna, como si el mismo cielo compartiera su duelo. Caminó lentamente hacia la tumba, sus pasos resonando en el sendero húmedo, cada uno más pesado que el último.Al llegar, se arrodilló lentamente frente a la lápida, el frío del mármol impregnando sus rodillas a través del delgado tejido de su vestido. Colocó un ramo de flores blancas, las favoritas de Annie, junto a la piedra, sus dedos temblorosos acariciando las letras grabadas en la superficie.Con un sollozo que se rompió en el aire, Alessia comenzó a hablar, su voz un susurro roto entre lágrimas.—Annie, mi pequeña... lo siento tanto. He venido a decirte que... que te perdono, aunque nunca debí haber necesitad
Era una mañana tranquila. Ariel estaba sentada frente a un gran desayuno, y Alejandro la observaba desde el otro lado de la mesa con una mirada llena de amor y atención que se le escapaba a través de la sonrisa que apenas intentaba disimular. Todo parecía normal, hasta que ella, de repente, se llevó una mano al vientre y frunció el ceño.—¿Todo bien?— preguntó Alejandro, levantando las cejas, alerta.Ariel asintió, con una sonrisa leve mientras le hacía un gesto despreocupado.—Sí, solo… una contracción, pero es muy leve— respondió mientras tomaba otro bocado de su pan tostado.Alejandro dejó la taza de café en la mesa, entrecerrando los ojos mientras la observaba con una gran cantidad de inquietud y emoción. Ese era el día, lo sentía. Habían pasado semanas esperando el momento, y aunque Ariel parecía tranquila, él estaba seguro de que el parto estaba a punto de empezar. Se levantó y empezó a recoger las cosas de la mesa con una eficiencia exagerada.—Voy a preparar el coche— dijo, mi
El avión privado surcaba el cielo.En el interior, Ariel dormitaba en uno de los asientos, una manta ligera sobre sus piernas y una expresión de paz en su rostro. Alejandro sonrió mientras miraba a su esposa; las pastillas para el mareo habían hecho su efecto, y eso significaba que él tendría la misión de cuidar de Ulysses durante el vuelo.—Papá, ¿ya llegamos? —preguntó una voz menuda y curiosa a su lado.Alejandro se volvió hacia su hijo, un pequeño de cabellos rubios que caían en suaves ondas sobre su frente y con unos ojos verdes brillantes, idénticos a los de su padre. El niño lo miraba con impaciencia, moviendo sus piernitas con energía y una sonrisa encantadora que ya sabía usar para salir de apuros.—Aún no, campeón —le respondió Alejandro con una sonrisa paciente mientras acariciaba la cabecita de su hijo—. Nos falta un poquito más para llegar a Italia.Ulysses frunció el ceño, mirando por la ventana, como si eso pudiera acelerar el viaje. Luego, sin previo aviso, soltó un su
Ariel estaba en la cocina, terminando de preparar unas palomitas y cortando gajos de manzana bañados en caramelo. Era su primer Halloween en casa con Ulysses, al menos el primero que él recordaría, porque con los anteriores estaba muy pequeño, y estaba decidida a hacerlo especial, aunque prefería que la noche fuera tranquila y sin demasiados sobresaltos.Pero Alejandro y Ulysses tenían otros planes.Siempre tenían sus planes, eran como dos conspiradores que siempre planeaban algo.Mientras ella se ocupaba en la cocina, Alejandro y Ulysses se escondían en la sala, ultimando los detalles de una pequeña broma que habían planeado. Alejandro colocó un espejo grande en la esquina más oscura de la sala, ajustando una pequeña linterna detrás del marco para que proyectara un leve resplandor, justo lo suficiente como para crear una atmósfera inquietante. Ulysses, emocionado, estaba disfrazado de fantasmita, con una sábana blanca que le quedaba adorablemente grande, y unos ojitos asomando por do
Aquel hombre había salido de su casa muy enojado, luego de que su madre y sus hermanas le reclamaran por no querer casarse con quien era su novia desde hace cinco años, la hermosa Abigail Clinton, de una buena familia, belleza incomparable y un enorme amor hacia él desde que eran adolescente, ya con varios años de relación, solo faltando el único paso.Matrimonio.Pero Alejandro no la amaba, por eso luego de esos años de relación aún no daba el primer paso, no deseaba casarse con ella. No era la mujer que quería para convertirla en su esposa. Su relación con ella nunca podría ir más allá, pese a los años.Él acababa de terminar la relación.En su lujoso coche iba captando las miradas de todos los de la ciudad, muchos sabían que allí dentro iba Alejandro Fendi, dueño de casi la mitad de la ciudad, cada rascacielos había sido construido por su empresa, la mayoría de los centros comerciales eran de él y poseía numerosas empresas en el extranjero, sobre todo en Italia, de donde eran los F
Aquel restaurante, en el centro de la ciudad, fue reservado solo para Alejandro Fendi, con solo una llamada, y su poco usual invitada. Todo estaba vacío, solo para ellos dos. Los empleados del lugar los atendían como que nada estaba fuera de lugar, sin prestar atención al aspecto de Ariel, la joven que lo acompañaba.Ella, sentada frente a él, con su caja de música entre las piernas y la mochila cerca de sus piernas, observaba con asombro el lugar.—¿Te gusta lo que ves?—preguntó, observando la mirada asombrada de su acompañante.—¡Pues claro que sí! Sé que aquí cocinan muy delicioso.— Se inclinó hacia adelante para decirle aquello en voz baja, logrando impresionar a Alejandro.—¿Alguna vez has venido aquí?— Preguntó, incrédulo. Lo único que se le ocurría era que ella hubiera entrado a robar o que, a lo mejor, se paró en la puerta a pedir, pero con su aspecto era muy probable que no le permitieran ni acercarse a la entrada.Aquello era un lugar muy lujoso y solo atendían con reservaci
Alejandro Fendi era un hombre ocupado, por lo que no podía perder el tiempo.Luego de aquel almuerzo él y Ariel se dirigirían hacia la casa que compartía con su madre y su pequeña hermana, Annie, pero Alessia vivía muy cerca de allí, junto con su molestoso esposo, por lo que con la excusa de ver a su madre pasaba mucho tiempo en aquella casa.¿Por qué vivían juntos? ¿Y por qué no? Su madre era muy mayor y de vez en cuando su salud peligraba, sus hijos querían estar cerca, muy cerca de ella y ninguno dejaría que el otro pasara más tiempo con ella, porque realmente era una competencia interna.Ariel, a su lado en el coche, iba muy nerviosa, se iba a casar con aquel hombre en algún momento y por alguna razón no se sentía con derecho a objetar.—Estás decidiendo por mí— Dijo en voz baja, pero Alejandro la escuchó.—Podría decirse que sí—respondió.—¿También podría decirse que me estás obligando?—preguntó.—Solo si quieres hacerte la víctima. Míralo de este modo, te estaré forzando a tener
Después de aquella burla y el llanto de Ariel, Alejando la llevó a su habitación, no sin antes desatar el caos en su familia al decir que con aquella mujer se iba a casar, que Ariel Sánchez sería su esposa.—Lo siento, me esperaba un escándalo, pero no que rompieran tu caja de música.— Había sido mejor de lo esperado para él, la caja de música es lo que menos le importó, era un objeto sin valor, aquel que ella sacó de la basura, sino la reacción de su madre y su hermana, quien no dudó en salir corriendo para contarle a Alessia, la hermana mayor.Aquella no tardaría en llegar junto a su esposo, Marco Albini.—Es una bruja— Dijo entre gimoteos, refiriéndose a Annie.—Te compraré las que quieras, tanto como quieras, las mejores o una idéntica a esta. No llores y ya olvídate de ella. — Pero Ariel se giró hacia él y lo miró con indignación, sus ojos no dejaban de llorar, mordía sus labios tanto como podía pero sabía que las palabras le saldrían de todos modos, no había forma de detenerlas.