|Capítulo cuatro|

Después de aquella burla y el llanto de Ariel, Alejando la llevó a su habitación, no sin antes desatar el caos en su familia al decir que con aquella mujer se iba a casar, que Ariel Sánchez sería su esposa.

—Lo siento, me esperaba un escándalo, pero no que rompieran tu caja de música.— Había sido mejor de lo esperado para él, la caja de música es lo que menos le importó, era un objeto sin valor, aquel que ella sacó de la basura, sino la reacción de su madre y su hermana, quien no dudó en salir corriendo para contarle a Alessia, la hermana mayor.

Aquella no tardaría en llegar junto a su esposo, Marco Albini.

—Es una bruja— Dijo entre gimoteos, refiriéndose a Annie.

—Te compraré las que quieras, tanto como quieras, las mejores o una idéntica a esta. No llores y ya olvídate de ella. — Pero Ariel se giró hacia él y lo miró con indignación, sus ojos no dejaban de llorar, mordía sus labios tanto como podía pero sabía que las palabras le saldrían de todos modos, no había forma de detenerlas.

—¡Eres un idiota!— Soltó con enojo, todas las piezas volvieron a caer al suelo, esparcidas por todos lados cuando Alejandro sujetó sus hombros con brusquedad al ella llamarlo de esa manera. Encaró a Ariel y esta no apartó la vista de él, sosteniendo aquella fría y enojada mirada ante la osadía de llamarlo idiota.

—Repite eso, niña estúpida.— Lentamente acercó su rostro al de ella, Ariel tenía su ceño fruncido y arrugaba su boca, haciendo de sus labios una línea muy fina; miró los ojos de Alejandro y no se acobardó ni por un segundo, ¿de dónde salía toda esa repentina fuerza de enfrentarlo? Que rompieran su caja de música y que luego él se ofreciera a reemplazarla como si nada, había causado mucho enojo en ella.

—I D I O T A.— Se atrevió a repetir la rubia mugrienta.

Cansado de sus tonterías, Alejandro la subió en sus hombros mientras ella pataleaba; la llevó al baño, aquel baño era tan grande como Ariel no se imaginó, golpeó la espalda de él y gritó para que la bajara, movía sus piernas e intentaba soltarse, salir corriendo de allí, pero solo terminó en la tina mientras Alejandro echaba agua sobre ella.

—A ver si ahora te quedas callada y aprendes a morder tu lengua antes de querer insultarme. — Extendió su mano hacia su cabeza y quitó aquella sucia tela que cubría su cabello, dejando así caer toda la larga y abundante cabellera rubia de Ariel.

Asombrado, al ver aquel cabello tan bello, Alejando lo tocó, se sentía suave, sedoso. Limpio.

Podía ser la única parte de su cuerpo que se conservaba limpia.

Tomó champú entre sus manos y comenzó a lavarle el pelo, pasó poco tiempo hasta que Ariel se quedó quieta, sintiendo los dedos de Alejandro masajear su cuero cabelludo.

Se sentía tan bien tomar un baño o lavar su cabello debajo de tanta agua, que ella no pudo seguir peleando contra eso.

Ariel comenzó a estregar sus brazos y todo el sucio salía de ella, frotó su rostro, su cuello, sus maltratados pies y cada parte de su cuerpo que no era cubierta por la ropa.

Alejandro esparció su cabello a ambos lados de sus hombros, se quitó la chaqueta mojada, los zapatos, el pantalón y solo se quedó en camisa y calzoncillos.

—¡¿Pero qué haces?!— Exclamó Ariel al ver que él se había despojado de una parte de su ropa. Tenía a un hombre semidesnudo frente a ella y eso la escandalizaba.

Sin hacerle caso él entró a la tina con ella y se acercó, volvió a tomar su cabello y con un cepillo en su mano derecha comenzó a peinarla.

Ariel volvió a quedarse quieta.

Siempre cuidó muy bien su cabello en la medida de lo posible, lo llevaba cubierto siempre porque como era muy largo y ella hurgaba en la basura, no quería que este se llenara de piojos.

Era la primera vez que alguien le lavaba el cabello o la peinaba, era la primera vez de muchas cosas en aquel día de la vida de Ariel.

Se quedó muy quieta para no estorbarle y él la peinaba con cuidado, sin tirar de ella.

Cuando Alejando bajó su mirada, pudo ver la tela de la fea camiseta de Ariel pegarse a sus pechos, sintió un tirón en su estómago al ver claramente los pezones de ella ante la tela toda desgastada, tragó saliva y luego volvió a prestar atención a su cabello, aunque sus ojos bajaron un par de veces más hacia aquellos pechos tan firmes y hermosos.

Levantó el rostro de ella y este había tomado otro aspecto, no solo porque estaba del todo limpio, sino por su cabello que le adornaba la cara.

El agua siguió cayendo sobre los dos y Alejando también estaba empapado, desabotonó su camisa y la arrojó al suelo. Había una esponja cerca de la ducha, tomó gel de baño y lo vertió en ella, lo segundo que hizo fue comenzar a estregar el cuerpo de Ariel.

—No te muevas— Pidió con amabilidad.

—No tienes que bañarme, sé cómo hacerlo—dijo Ariel, sus palabras saliendo sin fuerza—. Se siente raro.

—Pronto seré su esposo, eso no importa ahora.

Los ojos de ella estaban perdidos en el pecho de Alejandro, miraba su figura y no pudo resistirse a levantar su mano y tocar sus pectorales, Alejandro sintió su toque, pero lo disimuló, pues él también había visto los pechos de ella. La curiosa mano de Ariel siguió bajando hasta quedar sobre el abdomen perfectamente marcado de Alejando Fendi.

Alejandro se detuvo, tomó la mano de ella y la pegó más a su cuerpo.

—Si vas a tocar, tienes que hacerlo con más firmeza, más confianza. Es molesto si no lo haces con seguridad— Declaró ante ella. La situación peligraba y sintió la tensión y curiosidad de parte de Ariel, por lo que él salió de la ducha sin previo aviso. Estaba claro que ella sentía curiosidad por ese cuerpo desnudo frente a ella—. Creo que lo que queda tienes que hacerlo a solas.— Tomó una toalla y se envolvió en ella, salió del baño para vestirse.

Por unos minutos Ariel observó su mano, su tristeza se había ido con aquel gesto de Alejandro al lavar su cabello y peinarla con tanta delicadeza.

«Quizás no es un hombre malo» Pensó la inocente Ariel.

Se desvistió y se bañó como era debido.

En la habitación ya Alejando se había vestido, ahora recogía cada una de las piezas de la pequeña y rota caja de música de Ariel. Echó todas las piezas que encontró en el cajón de su mesita de noche y luego buscó un calzoncillo de él y una camiseta para que ella se vistiera, no se le ocurría otra cosa, la joven mujer era muy delgada como para usar un pantalón de él.

Ariel salió del baño con su cuerpo cubierto por una toalla, tenía la intención de recoger las partes de su tesoro, pero vio que ya no estaban.

—¿D-Dónde están?—preguntó, algo nerviosa.

—Las he tirado, te dije que ya no servían. Si no quieres una nueva, bien, pero no te quedarás con esa que no serán más que trozos inservibles por más que los atesores o resguardes contra tu pecho. —Ella tenía que comprender que también había cosas que no servían, que ya no tenían arreglo.

La idea de un hombre malo volvió al pensamiento de Ariel.

—Eres horrible.— No tenía ganas de discutir, la tristeza volvía a ella. Sostuvo la ropa que él le daba y entró de regreso al baño para cambiarse.

Cuando Ariel vio que era un calzoncillo de él, comenzó a reír, retiró la etiqueta y se lo puso, al igual que la camiseta.

—Ahora sí, Ariel Sánchez, vas a conocer a la familia Fendi, ¿me das tu mano? Esta vez nadie te insultará.— Dudosa, ella le dio la mano a Alejandro, juntos salieron hacia el salón donde la hermana mayor tenía todo un alboroto, a su lado estaba Annie y Marco Albini, el esposo de Alessia.

Sonriente, Alejandro se adentró hacia donde esperaba su familia, a esperas de explicaciones lógicas y sensatas sobre la decisión que él había tomado de hacer su esposa a aquella mujer de la calle.

—¿Alguien me va a pegar? —preguntó Ariel, pegándose al brazo de Alejandro.

—Nadie puede ponerte ni un solo dedo encima o los destruyo. Eso tenlo por seguro.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo