Epílogo

El avión privado surcaba el cielo.

En el interior, Ariel dormitaba en uno de los asientos, una manta ligera sobre sus piernas y una expresión de paz en su rostro. Alejandro sonrió mientras miraba a su esposa; las pastillas para el mareo habían hecho su efecto, y eso significaba que él tendría la misión de cuidar de Ulysses durante el vuelo.

—Papá, ¿ya llegamos? —preguntó una voz menuda y curiosa a su lado.

Alejandro se volvió hacia su hijo, un pequeño de cabellos rubios que caían en suaves ondas sobre su frente y con unos ojos verdes brillantes, idénticos a los de su padre. El niño lo miraba con impaciencia, moviendo sus piernitas con energía y una sonrisa encantadora que ya sabía usar para salir de apuros.

—Aún no, campeón —le respondió Alejandro con una sonrisa paciente mientras acariciaba la cabecita de su hijo—. Nos falta un poquito más para llegar a Italia.

Ulysses frunció el ceño, mirando por la ventana, como si eso pudiera acelerar el viaje. Luego, sin previo aviso, soltó un su
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