|Capítulo dos|

Aquel restaurante, en el centro de la ciudad, fue reservado solo para Alejandro Fendi, con solo una llamada, y su poco usual invitada. Todo estaba vacío, solo para ellos dos. Los empleados del lugar los atendían como que nada estaba fuera de lugar, sin prestar atención al aspecto de Ariel, la joven que lo acompañaba.

Ella, sentada frente a él, con su caja de música entre las piernas y la mochila cerca de sus piernas, observaba con asombro el lugar.

—¿Te gusta lo que ves?—preguntó, observando la mirada asombrada de su acompañante.

—¡Pues claro que sí! Sé que aquí cocinan muy delicioso.— Se inclinó hacia adelante para decirle aquello en voz baja, logrando impresionar a Alejandro.

—¿Alguna vez has venido aquí?— Preguntó, incrédulo. Lo único que se le ocurría era que ella hubiera entrado a robar o que, a lo mejor, se paró en la puerta a pedir, pero con su aspecto era muy probable que no le permitieran ni acercarse a la entrada.

Aquello era un lugar muy lujoso y solo atendían con reservación, lo que era muy difícil de conseguir a menos que fueras alguien conocido, como lo era Alejandro Fendi, para quien reservaron de último minuto todo el restaurante.

—Sí, por eso sé que la comida es buena. En la parte trasera hay una puerta, parece ser que solo es para los cocineros, allí si pones esta carita— Ariel arrugó su cara, con una mirada muy triste, llena de miedo y dolor, como quien sufre mucho, hasta Alejandro sintió una pena repentina al ver aquella expresión en aquel sucio rostro, como si algo se quebrara dentro de él al vera —. Hay un amable cocinero que te da algo de comida, por eso sé que es buena. Es un hombre amable, algo regordete y creo que sería el mejor cocinero de todo el mundo, porque lo que me dio sabía muy sabroso.

Alejandro no dejaba de sorprenderse. ¿Cómo pudo pensar que ella entró a comer? Probablemente lo que le dio ese cocinero no fueran más que las sobras de algún plato.

—¿Recordarías su rostro?—preguntó.

—¿Cómo podría olvidar el rostro de alguien que me dio de comer? Jamás lo olvidaría— Respondió, no solamente le agradó la comida que ese hombre le dio, sino que su acto fue lo que la impresionó, en muchos otros lugares la habían echado incontables veces, pero allí le dieron de comer. La alimentaron.

—¿Y recuerdas lo que pediste? ¿Recuerdas lo que te dieron?—quiso saber.

—No, solo que era algo muy rico.—Se lamió los labios, como si recordara el sabor.

—En ese caso, yo pediré por ti y te pediré algo rico. ¿Quieres irte a lavar las manos mientras ordeno?—dijo, mirando la suciedad en ella.

—Claro. Ya regreso.— Una camarera le indicó donde estaba el baño.

Ariel entró la baño iluminado, lleno de espejos y con un rico olor. La última vez que entró a un baño lindo fue cuando logró entrar al centro comercial.

Allí Ariel frotó sus manos con mucho jabón, se las lavó por varios minutos y luego vio que hasta sus uñas estaban muy limpias. Aunque su corazón tenía miedo, sabía que aquel hombre importante no le haría nada malo, sin embargo, era consciente de que algo él quería de ella, pero ¿qué podría ser?

«Espero que no sea mi caja de música lo que él quiera, ¡porque no se la pretendo dar! Es mi tesoro. Ni siquiera la podría intercambiar por comida. La acabo de hallar y me gusta.»

Miró su rostro en el espejo, todo su cabello estaba cubierto. Tomó varias servilletas y las humedeció, procediendo Ariel a limpiar su cara.

La servilleta se iba deshaciendo en su rostro y la que quedaba se ponía de color marrón al quitar el sucio de la cara de Ariel. Tomó más y continuó con su labor, hasta que todo su rostro estuvo lleno de trozos de servilletas, pero al menos ya estaba limpio.

Llenó sus manos de agua y comenzó a quitar los trozos de servilletas.

Ahora se podía ver de forma clara el rostro de Ariel, el color de su piel, un brillo diferente en su expresión.

Se sonrió al ver que había un pequeño cambio en ella.

Iba camino a la puerta cuando decidió olfatearse. Sin duda alguna olía a basura, aquello no le incomodaba, estaba muy acostumbrada al olor, pero estaba en un lugar muy elegante y aunque no podía estar a la altura, al menos no quería destilar peste durante el almuerzo.

Tomó jabón líquido y comenzó a esparcirlo por sus axilas, cuello, hombros y brazos para oler mejor. También por la ropa desgastada y sucia que llevaba puesto. Como si eso lo mitigara un poco.

«Ahora sí, estaré olorosa.»

Salió del baño con una sonrisa.

Cuando la camarera la vio, no fue capaz de ocultar su cara de asombro y no precisamente porque Ariel llevara el rostro limpio, sino porque las marcas blancas que estaban en su cuello y por sus brazos, siendo evidente que se había dejado el jabón por toda su piel. La ropa estaba igual y solo parecía que quedó peor.

Al llegar a la mesa y como había tardado, Ariel encontró un enorme platillo humeante frente a su silla. Se sentó de prisa y con torpeza al saber que aquello sería para ella.

—¡Se ve rico!— Dijo casi con la boca aguada, su estómago rugió al oler ese exquisito aroma. Entonces Ariel notó que Alejando no tenía ninguna comida para él. Tomó el tenedor que había en su lado y se lo ofreció —. Ten. Yo comeré con la mano, puedes comer de mi plato. ¿Es muy cara la comida aquí? ¿No alcanzó para ti?— Alejandro se maravillaba con las ocurrencias de ella.

—No tengo hambre, pero gracias. Todo es para ti, come como desees, yo te iré haciendo algunas preguntas.— Sin pensárselo dos veces, ella comenzó a comer, utilizó el tenedor porque aquello estaba muy caliente, pero eso no le impedía comer con rapidez, le quemaba, pero valía la pena, estaba delicioso y no quería que ese hombre se fuera a arrepentir, debía comerse todo cuanto antes—. ¿Eres mayor de edad?— Ahora que la veía sin algo de mugre en la cara, su rostro lucía todavía más joven, aunque tenía muchas ojeras.

Necesitaba saber si ella era mayor de edad.

—Tengo veinte años— Respondió con la boca llena de comida.

Era bueno saber que era mayor de edad. Pero tenía que dudar.

—¿Estás segura de eso? ¿Cómo puedo comprobarlo? ¿Cuál es tu nombre completo? ¿Tienes alguna identificación?—

—Ariel Sánchez. Soy mayor de edad, creo que tengo 20, puede ser uno más o puede ser uno menos—dijo.

Alejandro se pasó las manos por el rostro, era un poco divertido verla comer, pero no saber cuál era su edad.

—Sánchez. Es un apellido bastante común. Dime, ¿cuántos años crees que tienes realmente?

—Creo que…—ella levantó la cabeza, mirándole, su boca llena de salsa, su lengua intentando limpiarla—. Creo que ya cumplí los 20 años.

—Bien, eso es un alivio—dijo—. Quiero ofrecerte algo. Pero a cambio tienes que darme algo— continuó.

Ariel sabía que nada era de gratis, menos esa comida tan rica que entraba a su boca. 

Ariel dejó de comer y miró su caja de música sobre la mesa, de forma inconsciente también Alejandro miró en esa dirección. La mano de Ariel se acercó de forma lenta hasta tenerla en su mano, la abrazó en su pecho y luego miró fijamente a Alejandro Fendi.

—Jamás había encontrado algo como esto, no puedo darte mi tesoro. Busca una para ti, esto es algo que no te puedo dar— Dijo seriamente.

Alejandro intentó contener la risa, pero es que casi era imposible para él.

—No quiero tu tesoro, es tuyo, Ariel. Tú lo encontraste. No te lo quitaré, es otra cosa la que quiero. Necesito que me hagas un favor. Tengo que casarme, pero no tengo con quién. ¿Quieres casarte conmigo? —preguntó, demasiado rápido, demasiado directo, como si pidiera la hora o un poco de agua, algo que no solía negarse

Ahora fue Ariel la que comenzó a reír a carcajadas ante las ridículas palabras de Alejandro.

Al ver la expresión seria del hombre, ella comprendió que no se trataba de un chiste.

Ahora sabía que esa era la propuesta de la que él le habló y que ella no podría negarse.

—¿Por qué harías tal cosa? ¿No ves lo que tienes frente a ti? ¿Por qué tendrías interés en casarte con una desconocida? —preguntó, perdiéndose de nuevo en sus ojos verdes.

—Te voy a ser sincero, no tengo afán de mentir, si no fueras tú, podría ser la camarera o cualquier otra mujer, pero ya te elegí. Así que…diciéndolo más directo, te casarás conmigo, Ariel Sánchez—decretó.

—¿Qué es eso que me ofreces?—preguntó, antes de descartar aquella locura.

—Una vida, una vida mejor y más digna, un apellido y la fortuna de poder caminar de mi mano. Te daré todo cuanto quieras. Seré muy generoso contigo, Ariel. Solo tendrás que ser mi esposa y…no habrá cosa alguna que desees y que no obtengas. Te complaceré en todo lo que quieras—terminó diciendo—. Seré un buen esposo, un buen hombre con mi inesperada novia.

Ariel se había quedado sin apetito. Era mucho lo que Alejandro ofrecía solo por una esposa, sería muy estúpido no aceptar, pero… ¿casarse con un desconocido a cambio de una gran vida?

—¿Inesperada novia? No somos novios. Me asusta tu propuesta, no me parece muy sincera y carece de lógica.—No se fiaba de él ni de sus palabras. 

—Necesito una esposa, ¿qué es lo que necesitas tú?—preguntó, sin rendirse.

—No lo sé, no me paso los días pensando en lo que necesito, pero creo que un esposo no es. Elige a la camarera, ya has dicho que puede ser cualquiera, ¿no?

—¡Pero también dije que te elegí a ti! ¡¿No me oíste?!— Su voz hizo que Ariel sintiera miedo. Bajó la mirada y se arrepintió de contradecirlo, ¿Por qué de un momento a otro él subía la voz o cambiaba a un tono tan brusco?—. Ya te expliqué, Ariel. Te elegí, serás mi esposa, nombré muchos de los beneficios que obtendrás de ser mi esposa, qué otra cosa podrías pedir?—preguntó, siendo muy ridículo que ella se atreviera a rechazar su propuesta.

¿A qué mujer se le ocurriría? Y Alejandro estaba seguro que no había ninguna otra mujer en peores condiciones que ella.

Era perfecta.

—¿Crees…que en algún momento nos amemos si nos casamos?— Si Ariel pensaba en matrimonio, pensaba en amor, por lo que la idea de estar casada con él le parecía que en algún momento tendrían que amarse, porque ese era el significado que ella tenía para un matrimonio. El amor, el deseo de formar una familia, de pasar tu vida al lado de la persona que has logrado amar.

Alejandro la observó, no teniendo ni que pensar en la respuesta.

Su intención no era amarla. Y no le iba a mentir al respecto.

—No, no lo creo— Respondió con sinceridad —. No creo que yo llegue amarte, pero te daré muchas cosas de mejor importancia que el amor, no te preocupes. Solo cásate conmigo. Sé mi esposa, Ariel, y te daré incluso lo que aún no sabes que necesitas.

—Pero…

—Se… mi esposa—dijo de nuevo, tomando las manos de ella que estaban sobre la mesa.

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