El día finalmente había llegado.Después de semanas llenas de incertidumbre, emoción y, en ocasiones, miedo, Ariel y Alejandro se encontraban en el hospital para el siguiente gran paso en su camino hacia la paternidad: descubrir el sexo del bebé.Era un momento que ambos esperaban con ansias, pero también con una mezcla de emociones. A pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, ese pequeño ser que crecía en el vientre de Ariel les había dado una nueva razón para seguir adelante, juntos.Sentados en la sala de espera, el silencio entre ellos no era incómodo, sino lleno de expectativas. Ariel miraba a su alrededor, observando a las otras parejas que también estaban allí, algunas con caras de emoción y otras con gestos nerviosos. Su mano descansaba sobre su vientre, acariciándolo suavemente, una costumbre que había adoptado desde que el bebé comenzó a moverse. Alejandro estaba a su lado, su pierna moviéndose nerviosamente, una señal de que, aunque estaba tratando de mantenerse tran
Alejandro estaba sentado en su oficina, revisando unos documentos que había estado postergando desde hacía días.El sonido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era Herminia, la señora que trabajaba en la casa y le hacía compañía a Ariel en su ausencia. Su llamada a esa hora le pareció extraña, pero no dudó en contestar de inmediato.—Herminia, ¿qué ocurre? —preguntó, pero lo que escuchó al otro lado de la línea le heló la sangre.—¡Señor Alejandro! Es la señora Ariel... algo terrible ha pasado —la voz de Herminia estaba rota, entrecortada por el pánico—. Una mujer entró a la casa... la agredió... la señora está sangrando mucho. Una ambulancia la ha llevado al hospital, yo... no sé qué hacer.Por un segundo, todo el mundo de Alejandro se detuvo. La realidad pareció desvanecerse a su alrededor. Sangre. Herminia había dicho que Ariel estaba sangrando. Su mente intentó asimilarlo, pero cada palabra era como un golpe en el estómago. Todo lo que había temido desde que Ariel quedó emb
—Señor Fendi, su esposa, Ariel, sufrió una caída muy fuerte, y debido a su estado avanzado de embarazo y a su historia médica previa de amenaza de aborto, esto ha desencadenado complicaciones graves.Alejandro escuchaba, pero sentía que no podía procesar las palabras. El doctor continuó, con tono firme pero lleno de empatía.—La caída provocó un desprendimiento de placenta, una situación extremadamente peligrosa para su esposa y el bebé. La placenta, que alimenta y oxigena al bebé, se ha separado del útero, lo que ha provocado una hemorragia severa y la interrupción del suministro de oxígeno al feto.Alejandro sintió que el aire lo abandonaba. Desprendimiento de placenta. Había escuchado ese término antes, pero jamás había imaginado que algo así pudiera pasarle a Ariel.—Hicimos todo lo posible para estabilizarla —continuó el doctor—, pero el daño fue grave. El bebé… no sobrevivió.Alejandro sintió como si todo su cuerpo se desmoronara. Las palabras del doctor le cayeron encima como u
El bebé estaba envuelto cuidadosamente, su rostro pequeño, con rasgos tan delicados que casi parecían irreales. Parecía estar en paz, como si simplemente estuviera dormido, pero Alejandro sabía que nunca despertaría.—Hola, pequeño... —susurró Alejandro, mientras las lágrimas volvían a inundar sus ojos—. Soy tu papá...No sabía qué más decir. El dolor era abrumador. A pesar de todo lo que habían hecho, de todas las precauciones, de todo el amor que le habían dado, su hijo se había ido antes de poder conocer el mundo. Era injusto. Todo lo que Alejandro sentía en ese momento era una mezcla de amor profundo y una rabia silenciosa contra el destino que les había arrebatado la oportunidad de ser padres.Lentamente, Alejandro extendió la mano y tocó con suavidad la cabecita del bebé. Era increíblemente pequeño, frágil. No podía dejar de pensar en todo lo que nunca llegaría a ser. Todo lo que le habían imaginado, los primeros pasos, las primeras palabras, todo eso ya no existía.—Te amamos t
Ariel abrió los ojos lentamente. Todo parecía estar envuelto en una neblina pesada, como si el mundo entero estuviera sumergido en agua. El silencio de la habitación de hospital era interrumpido solo por el leve pitido de las máquinas que monitoreaban sus signos vitales. Su cuerpo se sentía débil, agotado, como si no le perteneciera. Pero entonces lo recordó. La sensación de vacío en su vientre regresó como un golpe directo al pecho, y junto con ella, la imagen de Alejandro, llorando, diciendo esas palabras que no quería aceptar.Su bebé.Quiso moverse, gritar, levantarse de inmediato, pero su cuerpo apenas respondió. Una enfermera apareció al lado de su cama, hablándole con suavidad.Le dijeron que la habían sedado, que su cuerpo y mente habían llegado a un punto crítico y no podían permitir que el estrés la dañara aún más. No respondió. Su mirada, fija y vacía, encontró a Alejandro, que estaba sentado junto a la cama, con el rostro cansado y los ojos aún enrojecidos por el llanto.É
Había pasado casi un mes desde lo sucedido. La casa estaba inmersa en un silencio pesado, incómodo, como si cada rincón guardara los ecos de un dolor que ninguno de los dos había podido superar. Alejandro ya había tomado la decisión: Ariel se iría a Italia. Pasaría unos meses con su abuela paterna, Julia, en aquel lugar donde todo parecía respirar paz. Él lo conocía bien, un lugar lleno de calma, belleza y serenidad. Era lo que Ariel necesitaba.Cuando llegó a casa esa noche, Alejandro se detuvo frente a la puerta entreabierta de la habitación de Ariel. Por un momento, dudó si debía tocar. Sus pensamientos giraban, confusos, pero finalmente lo hizo.—Ariel. ¿Puedo pasar?—No —respondió ella de inmediato, con un tono que era firme y distante a la vez. Luego, tras unos segundos, añadió—: ¿Qué sucede?—Mañana salimos a las diez de la mañana. Solo quería que lo supieras, para que estés lista.El silencio del otro lado de la puerta lo incomodó, como si cada segundo que pasaba amplificara l
Seis meses después, Ariel era una mujer completamente diferente. No había sido un cambio físico drástico, aunque su cabello ahora estaba más largo y cuidado, brillando con una fuerza que parecía reflejar algo más profundo: una confianza renovada, una seguridad que no tenía antes. Era su porte, su mirada y la forma en que se movía lo que hablaba del cambio. Ariel había encontrado algo que había estado perdido dentro de ella, una fortaleza que no creía tener.—¡Ariel! —escuchó la voz de la abuela Julia desde el salón.Ariel bajó las escaleras rápidamente. Vestía un elegante vestido que resaltaba su figura sin ser ostentoso. Al llegar al salón, encontró a Julia sentada frente al televisor, con una expresión firme, casi autoritaria, pero cálida al mismo tiempo.—¿Qué hacías? —preguntó Julia con esa mezcla de seriedad y mal humor que Ariel ya había aprendido a interpretar como afecto disfrazado.—Me peinaba. —Ariel se acomodó el cabello con un gesto casual—. ¿Qué ves?—Nada importante. —Ju
—¡Vamos, ya casi está todo listo! —exclamó Fabio al entrar en la oficina de Alejandro, su voz llena de entusiasmo mientras cargaba una carpeta y una lista interminable de tareas.Alejandro levantó la vista de los papeles que revisaba y suspiró, frotándose las sienes.—Te veo muy animado, Fabio. Me duele la cabeza.—¿Justo hoy? —replicó su amigo con incredulidad, dejando caer la carpeta sobre la mesa de Alejandro—. ¿Es en serio? Es tu cumpleaños, Alejandro, y he invitado a muchas personas especiales. Esto va a ser espectacular, confía en mí.Alejandro sonrió con desgana y se puso de pie, estirando el cuello como si el peso del día lo estuviera aplastando.—Especiales para ti, tal vez, Fabio. No tan especiales como crees.Fabio se inclinó sobre la mesa, bajando el tono, pero sin perder su entusiasmo.—No te preocupes, no me he vuelto loco. Si tanto piensas en Ariel, ¿por qué no vas a ver cómo está?El nombre de Ariel cayó como una losa en el ambiente, haciendo que Alejandro desviara la