La fiesta estaba en pleno apogeo en el salón principal del hotel. Las luces cálidas y los detalles lujosos hacían que cada rincón brillara, mientras la música llenaba el espacio con energía.Alejandro, aunque era el anfitrión, no parecía del todo presente. Había pasado gran parte de la noche intercambiando palabras cortas con sus invitados, aceptando felicitaciones de manera mecánica, sin mucho entusiasmo.—Pensé que no vendrías —comentó Alejandro cuando su hermana menor, Annie, se acercó para felicitarlo con un beso rápido en la mejilla.—¿Y perderme la fiesta del año? —respondió Annie con una sonrisa ligera, mirando a su alrededor—. Mira todo esto.El comentario iba cargado de cierto sarcasmo, pero Alejandro lo dejó pasar.—¿Y Alessia? —preguntó, notando la ausencia de su hermana mayor.—Estaba indispuesta. Pero Marco está aquí por ella.Alejandro asintió. No le sorprendía que Alessia se hubiera excusado. Siempre encontraba una forma de evitar cualquier evento que no pudiera manipul
La música seguía resonando en el salón, pero para Alejandro, todo lo demás había quedado en un segundo plano. Su mirada estaba fija en Ariel mientras ella bailaba con ese hombre desconocido. Intentó procesar lo que estaba viendo: ella estaba allí, en su fiesta, después de meses sin verla, como si nada hubiera pasado. Y peor aún, lo ignoraba completamente.Cuando Ariel se dio la vuelta en el baile, Lucía Moretti apareció, siempre atenta a los momentos de vulnerabilidad.—¿Esa es Ariel? —preguntó Lucía, inclinándose hacia él, con ambas manos descansando en sus hombros mientras su rostro se acercaba al de Alejandro—. ¿Cuándo llegó? ¿Y quién es ese hombre? —Hizo una pausa, antes de soltar su verdadera duda, cargada de veneno—. ¿Están divorciados? ¡Di algo!Alejandro giró su rostro hacia ella, su mandíbula tensa, los ojos encendidos por la irritación.—Cállate —respondió con frialdad, apartando las manos de Lucía de sus hombros sin miramientos.Con pasos rápidos y decididos, se dirigió hac
Eran las once de la mañana cuando Fabio se despertó. Su cuerpo aún pesaba por la resaca de la noche anterior y el cansancio acumulado. La fiesta había sido un desastre, y no precisamente por falta de organización. La inesperada aparición de Ariel lo había cambiado todo. Ella había llegado como un torbellino, sacudiendo a Alejandro y dejando un rastro de confusión y tensión tras su partida.Con un suspiro pesado, Fabio se levantó de la cama. Caminó desnudo hacia la cocina, frotándose los ojos y buscando algo que lo ayudara a enfrentar el día. Preparó un café con movimientos lentos, casi automáticos, mientras su mente repasaba los eventos de la noche anterior.Cuando finalmente se sentó con su taza de café caliente entre las manos, notó que su móvil estaba lleno de notificaciones. Al principio, no les prestó atención, pero la insistencia de los mensajes le hizo revisar. Entre ellas, había varias fotos que le llamaron la atención de inmediato.Eran de Ariel.En las imágenes, ella aparecí
—Ariel, ¿por qué nos siguen? —preguntó Dante, observando cómo los empleados los seguían con disimulo de un pasillo a otro, vigilando cada movimiento. Su incomodidad era evidente, al igual que la tensión en su voz.—Creo que son muy amables —respondió ella distraída, acariciando con los dedos una prenda expuesta en un maniquí mientras sus ojos exploraban el lujo del lugar.Dante frunció el ceño, cruzándose de brazos. —¿Segura? Es un poco molesto. Ven todo lo que hacemos, cada cosa que toco, todo lo que miras te lo muestran como si fuera para ti. ¿Has estado aquí antes?—Sí, es el centro comercial de la familia Fendi. Vine una vez, pero no te preocupes. Con el aspecto que tengo ahora no creo que me reconozcan —respondió Ariel, más para convencerse a sí misma que a él.Sin embargo, lo que más temía se hizo realidad en ese instante.—¡Allí está! —Un grito cortó el bullicio del lugar. Ariel reconoció al instante la voz de Annie, cargada de rabia, y sintió un escalofrío recorrerle la espald
—¡¿Pero qué diablos fue todo eso?! —espetó Fabio, su voz cargada de enojo, mientras caminaba apresuradamente al lado de Alejandro. Había esperado pacientemente a que su amigo terminara de hablar con Ariel, pero ahora no podía contenerse más.—¿Qué fue qué? —respondió Alejandro con irritación, sus pasos más pesados de lo habitual. Todavía estaba lidiando con la última respuesta de Ariel. Ella había rechazado volver a casa, insistiendo en que aún no estaba lista y que seguía acompañando a su “amigo”. Esa palabra, amigo, lo carcomía. Pero lo que realmente lo había descolocado era lo que ella mencionó después: divorcio. Solo esa palabra había sido suficiente para congelarle la sangre y llenarlo de pánico.Casi podía sentir cómo la conversación lo había acorralado. ¿Sería posible? ¿Podría Ariel realmente dejarlo?—¡Estabas casi besando sus pies! —acusó Fabio, su voz subiendo un tono mientras sacudía las manos al aire, claramente incómodo con todo lo que había presenciado—. A pesar de que h
Había pasado una semana desde que Dante y Ariel regresaron al país. Durante esos días, Ariel no había tenido contacto alguno con Alejandro, y aunque intentaba convencerse de que eso no le importaba, cada noche sentía el peso de su ausencia. No volvió a la casa que compartía con su esposo. En cambio, permaneció en un pequeño hotel con Dante, quien, en silencio, había estado preparándose para regresar a Italia.Esa mañana, la despedida llegó demasiado pronto.—Cuídate, Ariel —dijo Dante con seriedad, sus ojos claros cargados de preocupación mientras se ajustaba la chaqueta. Su tono era firme, pero no pudo evitar un matiz de tristeza en su voz—. No te fíes de nadie, y menos dejes que tu corazón se corrompa. No intentes igualarte a ellos, Ariel. No lo merecen.Ariel lo miraba en silencio, intentando grabar cada palabra en su memoria. Dante continuó, tomándola suavemente de los hombros:—Y, más que nada, no empieces una lucha contra todos ellos. Por favor. Sabes que en Italia siempre tendr
La hizo sonar, una y otra vez, dejando que la melodía impregnara el ambiente y, poco a poco, también su mente. Era como si el suave compás de aquella bailarina pudiera calmar las tormentas que llevaba dentro. Fuera de la habitación, Alejandro parecía más que complacido. Ariel estaba en casa. Había aceptado el regalo, y para él, aquello era una pequeña victoria en medio de toda la incertidumbre que sentía desde su regreso. Con una idea clara en mente, se dirigió a la cocina. Quería recibirla con algo especial, algo que le hiciera sentir que estaba de nuevo en un lugar seguro. Sacó una botella de champán de la nevera, sirvió una copa para sí mismo y dejó otra lista para cuando Ariel saliera. Luego se colocó el mandil y comenzó a preparar una pasta con vegetales, una de las favoritas de Ariel. Mientras picaba los ingredientes, un aroma delicioso comenzó a llenar la cocina, extendiéndose por toda la casa. Ariel, desde su habitación, captó aquel olor que le trajo recuerdos de momentos m
—Está despertando —anunció el doctor luego de explicarle detalladamente la grave situación de su madre—. Acérquese si quiere hablar con ella, no puede hacer mucho esfuerzo la señora Fendi. Quédese solo unos cinco minutos, por favor, ya que ella necesita un reposo estricto, que nada la altere y menos la mortifique. Tenga cuidado con lo que le dice. Dejó a Alejandro solo con su madre, y él se acercó a ella, tomando su arrugada mano. Se agachó para besarla, y en su frente se dibujaron varias líneas, preocupado por ella. —No te esfuerces en hablar. ¿Por qué nadie me dijo nada? ¿Desde cuándo estás así? ¿Ya no se me cuentan las cosas de la familia? —Se dice que… desde que… —la señora hacía una pausa cada poco, como si supusiera un gran esfuerzo para ella hablar con su hijo—. Tienes otra familia… te olvidaste… de nosotras. —Tosió con desesperación, alterando la preocupación de Alejandro—. Tu padre siempre, siempre… deseó que fuéramos unidos, al igual que yo. Por eso… Alessia vive cerca, A