|Cuarenta y uno|

Seis meses después, Ariel era una mujer completamente diferente. No había sido un cambio físico drástico, aunque su cabello ahora estaba más largo y cuidado, brillando con una fuerza que parecía reflejar algo más profundo: una confianza renovada, una seguridad que no tenía antes. Era su porte, su mirada y la forma en que se movía lo que hablaba del cambio. Ariel había encontrado algo que había estado perdido dentro de ella, una fortaleza que no creía tener.

—¡Ariel! —escuchó la voz de la abuela Julia desde el salón.

Ariel bajó las escaleras rápidamente. Vestía un elegante vestido que resaltaba su figura sin ser ostentoso. Al llegar al salón, encontró a Julia sentada frente al televisor, con una expresión firme, casi autoritaria, pero cálida al mismo tiempo.

—¿Qué hacías? —preguntó Julia con esa mezcla de seriedad y mal humor que Ariel ya había aprendido a interpretar como afecto disfrazado.

—Me peinaba. —Ariel se acomodó el cabello con un gesto casual—. ¿Qué ves?

—Nada importante. —Ju
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