—Señor Fendi, su esposa, Ariel, sufrió una caída muy fuerte, y debido a su estado avanzado de embarazo y a su historia médica previa de amenaza de aborto, esto ha desencadenado complicaciones graves.Alejandro escuchaba, pero sentía que no podía procesar las palabras. El doctor continuó, con tono firme pero lleno de empatía.—La caída provocó un desprendimiento de placenta, una situación extremadamente peligrosa para su esposa y el bebé. La placenta, que alimenta y oxigena al bebé, se ha separado del útero, lo que ha provocado una hemorragia severa y la interrupción del suministro de oxígeno al feto.Alejandro sintió que el aire lo abandonaba. Desprendimiento de placenta. Había escuchado ese término antes, pero jamás había imaginado que algo así pudiera pasarle a Ariel.—Hicimos todo lo posible para estabilizarla —continuó el doctor—, pero el daño fue grave. El bebé… no sobrevivió.Alejandro sintió como si todo su cuerpo se desmoronara. Las palabras del doctor le cayeron encima como u
El bebé estaba envuelto cuidadosamente, su rostro pequeño, con rasgos tan delicados que casi parecían irreales. Parecía estar en paz, como si simplemente estuviera dormido, pero Alejandro sabía que nunca despertaría.—Hola, pequeño... —susurró Alejandro, mientras las lágrimas volvían a inundar sus ojos—. Soy tu papá...No sabía qué más decir. El dolor era abrumador. A pesar de todo lo que habían hecho, de todas las precauciones, de todo el amor que le habían dado, su hijo se había ido antes de poder conocer el mundo. Era injusto. Todo lo que Alejandro sentía en ese momento era una mezcla de amor profundo y una rabia silenciosa contra el destino que les había arrebatado la oportunidad de ser padres.Lentamente, Alejandro extendió la mano y tocó con suavidad la cabecita del bebé. Era increíblemente pequeño, frágil. No podía dejar de pensar en todo lo que nunca llegaría a ser. Todo lo que le habían imaginado, los primeros pasos, las primeras palabras, todo eso ya no existía.—Te amamos t
Ariel abrió los ojos lentamente. Todo parecía estar envuelto en una neblina pesada, como si el mundo entero estuviera sumergido en agua. El silencio de la habitación de hospital era interrumpido solo por el leve pitido de las máquinas que monitoreaban sus signos vitales. Su cuerpo se sentía débil, agotado, como si no le perteneciera. Pero entonces lo recordó. La sensación de vacío en su vientre regresó como un golpe directo al pecho, y junto con ella, la imagen de Alejandro, llorando, diciendo esas palabras que no quería aceptar.Su bebé.Quiso moverse, gritar, levantarse de inmediato, pero su cuerpo apenas respondió. Una enfermera apareció al lado de su cama, hablándole con suavidad.Le dijeron que la habían sedado, que su cuerpo y mente habían llegado a un punto crítico y no podían permitir que el estrés la dañara aún más. No respondió. Su mirada, fija y vacía, encontró a Alejandro, que estaba sentado junto a la cama, con el rostro cansado y los ojos aún enrojecidos por el llanto.É
Había pasado casi un mes desde lo sucedido. La casa estaba inmersa en un silencio pesado, incómodo, como si cada rincón guardara los ecos de un dolor que ninguno de los dos había podido superar. Alejandro ya había tomado la decisión: Ariel se iría a Italia. Pasaría unos meses con su abuela paterna, Julia, en aquel lugar donde todo parecía respirar paz. Él lo conocía bien, un lugar lleno de calma, belleza y serenidad. Era lo que Ariel necesitaba.Cuando llegó a casa esa noche, Alejandro se detuvo frente a la puerta entreabierta de la habitación de Ariel. Por un momento, dudó si debía tocar. Sus pensamientos giraban, confusos, pero finalmente lo hizo.—Ariel. ¿Puedo pasar?—No —respondió ella de inmediato, con un tono que era firme y distante a la vez. Luego, tras unos segundos, añadió—: ¿Qué sucede?—Mañana salimos a las diez de la mañana. Solo quería que lo supieras, para que estés lista.El silencio del otro lado de la puerta lo incomodó, como si cada segundo que pasaba amplificara l
Seis meses después, Ariel era una mujer completamente diferente. No había sido un cambio físico drástico, aunque su cabello ahora estaba más largo y cuidado, brillando con una fuerza que parecía reflejar algo más profundo: una confianza renovada, una seguridad que no tenía antes. Era su porte, su mirada y la forma en que se movía lo que hablaba del cambio. Ariel había encontrado algo que había estado perdido dentro de ella, una fortaleza que no creía tener.—¡Ariel! —escuchó la voz de la abuela Julia desde el salón.Ariel bajó las escaleras rápidamente. Vestía un elegante vestido que resaltaba su figura sin ser ostentoso. Al llegar al salón, encontró a Julia sentada frente al televisor, con una expresión firme, casi autoritaria, pero cálida al mismo tiempo.—¿Qué hacías? —preguntó Julia con esa mezcla de seriedad y mal humor que Ariel ya había aprendido a interpretar como afecto disfrazado.—Me peinaba. —Ariel se acomodó el cabello con un gesto casual—. ¿Qué ves?—Nada importante. —Ju
—¡Vamos, ya casi está todo listo! —exclamó Fabio al entrar en la oficina de Alejandro, su voz llena de entusiasmo mientras cargaba una carpeta y una lista interminable de tareas.Alejandro levantó la vista de los papeles que revisaba y suspiró, frotándose las sienes.—Te veo muy animado, Fabio. Me duele la cabeza.—¿Justo hoy? —replicó su amigo con incredulidad, dejando caer la carpeta sobre la mesa de Alejandro—. ¿Es en serio? Es tu cumpleaños, Alejandro, y he invitado a muchas personas especiales. Esto va a ser espectacular, confía en mí.Alejandro sonrió con desgana y se puso de pie, estirando el cuello como si el peso del día lo estuviera aplastando.—Especiales para ti, tal vez, Fabio. No tan especiales como crees.Fabio se inclinó sobre la mesa, bajando el tono, pero sin perder su entusiasmo.—No te preocupes, no me he vuelto loco. Si tanto piensas en Ariel, ¿por qué no vas a ver cómo está?El nombre de Ariel cayó como una losa en el ambiente, haciendo que Alejandro desviara la
La fiesta estaba en pleno apogeo en el salón principal del hotel. Las luces cálidas y los detalles lujosos hacían que cada rincón brillara, mientras la música llenaba el espacio con energía.Alejandro, aunque era el anfitrión, no parecía del todo presente. Había pasado gran parte de la noche intercambiando palabras cortas con sus invitados, aceptando felicitaciones de manera mecánica, sin mucho entusiasmo.—Pensé que no vendrías —comentó Alejandro cuando su hermana menor, Annie, se acercó para felicitarlo con un beso rápido en la mejilla.—¿Y perderme la fiesta del año? —respondió Annie con una sonrisa ligera, mirando a su alrededor—. Mira todo esto.El comentario iba cargado de cierto sarcasmo, pero Alejandro lo dejó pasar.—¿Y Alessia? —preguntó, notando la ausencia de su hermana mayor.—Estaba indispuesta. Pero Marco está aquí por ella.Alejandro asintió. No le sorprendía que Alessia se hubiera excusado. Siempre encontraba una forma de evitar cualquier evento que no pudiera manipul
La música seguía resonando en el salón, pero para Alejandro, todo lo demás había quedado en un segundo plano. Su mirada estaba fija en Ariel mientras ella bailaba con ese hombre desconocido. Intentó procesar lo que estaba viendo: ella estaba allí, en su fiesta, después de meses sin verla, como si nada hubiera pasado. Y peor aún, lo ignoraba completamente.Cuando Ariel se dio la vuelta en el baile, Lucía Moretti apareció, siempre atenta a los momentos de vulnerabilidad.—¿Esa es Ariel? —preguntó Lucía, inclinándose hacia él, con ambas manos descansando en sus hombros mientras su rostro se acercaba al de Alejandro—. ¿Cuándo llegó? ¿Y quién es ese hombre? —Hizo una pausa, antes de soltar su verdadera duda, cargada de veneno—. ¿Están divorciados? ¡Di algo!Alejandro giró su rostro hacia ella, su mandíbula tensa, los ojos encendidos por la irritación.—Cállate —respondió con frialdad, apartando las manos de Lucía de sus hombros sin miramientos.Con pasos rápidos y decididos, se dirigió hac