Ariel abrió los ojos lentamente. Todo parecía estar envuelto en una neblina pesada, como si el mundo entero estuviera sumergido en agua. El silencio de la habitación de hospital era interrumpido solo por el leve pitido de las máquinas que monitoreaban sus signos vitales. Su cuerpo se sentía débil, agotado, como si no le perteneciera. Pero entonces lo recordó. La sensación de vacío en su vientre regresó como un golpe directo al pecho, y junto con ella, la imagen de Alejandro, llorando, diciendo esas palabras que no quería aceptar.Su bebé.Quiso moverse, gritar, levantarse de inmediato, pero su cuerpo apenas respondió. Una enfermera apareció al lado de su cama, hablándole con suavidad.Le dijeron que la habían sedado, que su cuerpo y mente habían llegado a un punto crítico y no podían permitir que el estrés la dañara aún más. No respondió. Su mirada, fija y vacía, encontró a Alejandro, que estaba sentado junto a la cama, con el rostro cansado y los ojos aún enrojecidos por el llanto.É
Había pasado casi un mes desde lo sucedido. La casa estaba inmersa en un silencio pesado, incómodo, como si cada rincón guardara los ecos de un dolor que ninguno de los dos había podido superar. Alejandro ya había tomado la decisión: Ariel se iría a Italia. Pasaría unos meses con su abuela paterna, Julia, en aquel lugar donde todo parecía respirar paz. Él lo conocía bien, un lugar lleno de calma, belleza y serenidad. Era lo que Ariel necesitaba.Cuando llegó a casa esa noche, Alejandro se detuvo frente a la puerta entreabierta de la habitación de Ariel. Por un momento, dudó si debía tocar. Sus pensamientos giraban, confusos, pero finalmente lo hizo.—Ariel. ¿Puedo pasar?—No —respondió ella de inmediato, con un tono que era firme y distante a la vez. Luego, tras unos segundos, añadió—: ¿Qué sucede?—Mañana salimos a las diez de la mañana. Solo quería que lo supieras, para que estés lista.El silencio del otro lado de la puerta lo incomodó, como si cada segundo que pasaba amplificara l
Seis meses después, Ariel era una mujer completamente diferente. No había sido un cambio físico drástico, aunque su cabello ahora estaba más largo y cuidado, brillando con una fuerza que parecía reflejar algo más profundo: una confianza renovada, una seguridad que no tenía antes. Era su porte, su mirada y la forma en que se movía lo que hablaba del cambio. Ariel había encontrado algo que había estado perdido dentro de ella, una fortaleza que no creía tener.—¡Ariel! —escuchó la voz de la abuela Julia desde el salón.Ariel bajó las escaleras rápidamente. Vestía un elegante vestido que resaltaba su figura sin ser ostentoso. Al llegar al salón, encontró a Julia sentada frente al televisor, con una expresión firme, casi autoritaria, pero cálida al mismo tiempo.—¿Qué hacías? —preguntó Julia con esa mezcla de seriedad y mal humor que Ariel ya había aprendido a interpretar como afecto disfrazado.—Me peinaba. —Ariel se acomodó el cabello con un gesto casual—. ¿Qué ves?—Nada importante. —Ju
—¡Vamos, ya casi está todo listo! —exclamó Fabio al entrar en la oficina de Alejandro, su voz llena de entusiasmo mientras cargaba una carpeta y una lista interminable de tareas.Alejandro levantó la vista de los papeles que revisaba y suspiró, frotándose las sienes.—Te veo muy animado, Fabio. Me duele la cabeza.—¿Justo hoy? —replicó su amigo con incredulidad, dejando caer la carpeta sobre la mesa de Alejandro—. ¿Es en serio? Es tu cumpleaños, Alejandro, y he invitado a muchas personas especiales. Esto va a ser espectacular, confía en mí.Alejandro sonrió con desgana y se puso de pie, estirando el cuello como si el peso del día lo estuviera aplastando.—Especiales para ti, tal vez, Fabio. No tan especiales como crees.Fabio se inclinó sobre la mesa, bajando el tono, pero sin perder su entusiasmo.—No te preocupes, no me he vuelto loco. Si tanto piensas en Ariel, ¿por qué no vas a ver cómo está?El nombre de Ariel cayó como una losa en el ambiente, haciendo que Alejandro desviara la
La fiesta estaba en pleno apogeo en el salón principal del hotel. Las luces cálidas y los detalles lujosos hacían que cada rincón brillara, mientras la música llenaba el espacio con energía.Alejandro, aunque era el anfitrión, no parecía del todo presente. Había pasado gran parte de la noche intercambiando palabras cortas con sus invitados, aceptando felicitaciones de manera mecánica, sin mucho entusiasmo.—Pensé que no vendrías —comentó Alejandro cuando su hermana menor, Annie, se acercó para felicitarlo con un beso rápido en la mejilla.—¿Y perderme la fiesta del año? —respondió Annie con una sonrisa ligera, mirando a su alrededor—. Mira todo esto.El comentario iba cargado de cierto sarcasmo, pero Alejandro lo dejó pasar.—¿Y Alessia? —preguntó, notando la ausencia de su hermana mayor.—Estaba indispuesta. Pero Marco está aquí por ella.Alejandro asintió. No le sorprendía que Alessia se hubiera excusado. Siempre encontraba una forma de evitar cualquier evento que no pudiera manipul
La música seguía resonando en el salón, pero para Alejandro, todo lo demás había quedado en un segundo plano. Su mirada estaba fija en Ariel mientras ella bailaba con ese hombre desconocido. Intentó procesar lo que estaba viendo: ella estaba allí, en su fiesta, después de meses sin verla, como si nada hubiera pasado. Y peor aún, lo ignoraba completamente.Cuando Ariel se dio la vuelta en el baile, Lucía Moretti apareció, siempre atenta a los momentos de vulnerabilidad.—¿Esa es Ariel? —preguntó Lucía, inclinándose hacia él, con ambas manos descansando en sus hombros mientras su rostro se acercaba al de Alejandro—. ¿Cuándo llegó? ¿Y quién es ese hombre? —Hizo una pausa, antes de soltar su verdadera duda, cargada de veneno—. ¿Están divorciados? ¡Di algo!Alejandro giró su rostro hacia ella, su mandíbula tensa, los ojos encendidos por la irritación.—Cállate —respondió con frialdad, apartando las manos de Lucía de sus hombros sin miramientos.Con pasos rápidos y decididos, se dirigió hac
Eran las once de la mañana cuando Fabio se despertó. Su cuerpo aún pesaba por la resaca de la noche anterior y el cansancio acumulado. La fiesta había sido un desastre, y no precisamente por falta de organización. La inesperada aparición de Ariel lo había cambiado todo. Ella había llegado como un torbellino, sacudiendo a Alejandro y dejando un rastro de confusión y tensión tras su partida.Con un suspiro pesado, Fabio se levantó de la cama. Caminó desnudo hacia la cocina, frotándose los ojos y buscando algo que lo ayudara a enfrentar el día. Preparó un café con movimientos lentos, casi automáticos, mientras su mente repasaba los eventos de la noche anterior.Cuando finalmente se sentó con su taza de café caliente entre las manos, notó que su móvil estaba lleno de notificaciones. Al principio, no les prestó atención, pero la insistencia de los mensajes le hizo revisar. Entre ellas, había varias fotos que le llamaron la atención de inmediato.Eran de Ariel.En las imágenes, ella aparecí
—Ariel, ¿por qué nos siguen? —preguntó Dante, observando cómo los empleados los seguían con disimulo de un pasillo a otro, vigilando cada movimiento. Su incomodidad era evidente, al igual que la tensión en su voz.—Creo que son muy amables —respondió ella distraída, acariciando con los dedos una prenda expuesta en un maniquí mientras sus ojos exploraban el lujo del lugar.Dante frunció el ceño, cruzándose de brazos. —¿Segura? Es un poco molesto. Ven todo lo que hacemos, cada cosa que toco, todo lo que miras te lo muestran como si fuera para ti. ¿Has estado aquí antes?—Sí, es el centro comercial de la familia Fendi. Vine una vez, pero no te preocupes. Con el aspecto que tengo ahora no creo que me reconozcan —respondió Ariel, más para convencerse a sí misma que a él.Sin embargo, lo que más temía se hizo realidad en ese instante.—¡Allí está! —Un grito cortó el bullicio del lugar. Ariel reconoció al instante la voz de Annie, cargada de rabia, y sintió un escalofrío recorrerle la espald