El vientre de Ariel había comenzado a crecer, y con él, también lo había hecho una nueva esperanza.Ahora, con casi cuatro meses de embarazo, cada día era una pequeña victoria, un día más en el que la vida dentro de ella seguía avanzando, creciendo, fortaleciéndose. Tanto ella como Alejandro habían dedicado todos sus esfuerzos a cuidarlo, a hacer todo lo posible para que ese milagro no se desvaneciera.El miedo de los primeros meses seguía presente, pero poco a poco, había sido sustituido por una nueva emoción, la alegría y la expectativa de sentir por primera vez a su bebé.Ariel estaba en su cama esa tarde, descansando como solía hacer desde que el médico le había recomendado reposo. Acariciaba su vientre casi de forma inconsciente, mientras sus pensamientos vagaban entre el presente y un futuro que empezaba a parecer menos incierto. Sentía cómo su cuerpo cambiaba, adaptándose a la vida que crecía dentro de ella. El miedo no había desaparecido del todo, pero esa tarde, mientras sus
El día finalmente había llegado.Después de semanas llenas de incertidumbre, emoción y, en ocasiones, miedo, Ariel y Alejandro se encontraban en el hospital para el siguiente gran paso en su camino hacia la paternidad: descubrir el sexo del bebé.Era un momento que ambos esperaban con ansias, pero también con una mezcla de emociones. A pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, ese pequeño ser que crecía en el vientre de Ariel les había dado una nueva razón para seguir adelante, juntos.Sentados en la sala de espera, el silencio entre ellos no era incómodo, sino lleno de expectativas. Ariel miraba a su alrededor, observando a las otras parejas que también estaban allí, algunas con caras de emoción y otras con gestos nerviosos. Su mano descansaba sobre su vientre, acariciándolo suavemente, una costumbre que había adoptado desde que el bebé comenzó a moverse. Alejandro estaba a su lado, su pierna moviéndose nerviosamente, una señal de que, aunque estaba tratando de mantenerse tran
Alejandro estaba sentado en su oficina, revisando unos documentos que había estado postergando desde hacía días.El sonido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era Herminia, la señora que trabajaba en la casa y le hacía compañía a Ariel en su ausencia. Su llamada a esa hora le pareció extraña, pero no dudó en contestar de inmediato.—Herminia, ¿qué ocurre? —preguntó, pero lo que escuchó al otro lado de la línea le heló la sangre.—¡Señor Alejandro! Es la señora Ariel... algo terrible ha pasado —la voz de Herminia estaba rota, entrecortada por el pánico—. Una mujer entró a la casa... la agredió... la señora está sangrando mucho. Una ambulancia la ha llevado al hospital, yo... no sé qué hacer.Por un segundo, todo el mundo de Alejandro se detuvo. La realidad pareció desvanecerse a su alrededor. Sangre. Herminia había dicho que Ariel estaba sangrando. Su mente intentó asimilarlo, pero cada palabra era como un golpe en el estómago. Todo lo que había temido desde que Ariel quedó emb
—Señor Fendi, su esposa, Ariel, sufrió una caída muy fuerte, y debido a su estado avanzado de embarazo y a su historia médica previa de amenaza de aborto, esto ha desencadenado complicaciones graves.Alejandro escuchaba, pero sentía que no podía procesar las palabras. El doctor continuó, con tono firme pero lleno de empatía.—La caída provocó un desprendimiento de placenta, una situación extremadamente peligrosa para su esposa y el bebé. La placenta, que alimenta y oxigena al bebé, se ha separado del útero, lo que ha provocado una hemorragia severa y la interrupción del suministro de oxígeno al feto.Alejandro sintió que el aire lo abandonaba. Desprendimiento de placenta. Había escuchado ese término antes, pero jamás había imaginado que algo así pudiera pasarle a Ariel.—Hicimos todo lo posible para estabilizarla —continuó el doctor—, pero el daño fue grave. El bebé… no sobrevivió.Alejandro sintió como si todo su cuerpo se desmoronara. Las palabras del doctor le cayeron encima como u
El bebé estaba envuelto cuidadosamente, su rostro pequeño, con rasgos tan delicados que casi parecían irreales. Parecía estar en paz, como si simplemente estuviera dormido, pero Alejandro sabía que nunca despertaría.—Hola, pequeño... —susurró Alejandro, mientras las lágrimas volvían a inundar sus ojos—. Soy tu papá...No sabía qué más decir. El dolor era abrumador. A pesar de todo lo que habían hecho, de todas las precauciones, de todo el amor que le habían dado, su hijo se había ido antes de poder conocer el mundo. Era injusto. Todo lo que Alejandro sentía en ese momento era una mezcla de amor profundo y una rabia silenciosa contra el destino que les había arrebatado la oportunidad de ser padres.Lentamente, Alejandro extendió la mano y tocó con suavidad la cabecita del bebé. Era increíblemente pequeño, frágil. No podía dejar de pensar en todo lo que nunca llegaría a ser. Todo lo que le habían imaginado, los primeros pasos, las primeras palabras, todo eso ya no existía.—Te amamos t
Aquel hombre había salido de su casa muy enojado, luego de que su madre y sus hermanas le reclamaran por no querer casarse con quien era su novia desde hace cinco años, la hermosa Abigail Clinton, de una buena familia, belleza incomparable y un enorme amor hacia él desde que eran adolescente, ya con varios años de relación, solo faltando el único paso.Matrimonio.Pero Alejandro no la amaba, por eso luego de esos años de relación aún no daba el primer paso, no deseaba casarse con ella. No era la mujer que quería para convertirla en su esposa. Su relación con ella nunca podría ir más allá, pese a los años.Él acababa de terminar la relación.En su lujoso coche iba captando las miradas de todos los de la ciudad, muchos sabían que allí dentro iba Alejandro Fendi, dueño de casi la mitad de la ciudad, cada rascacielos había sido construido por su empresa, la mayoría de los centros comerciales eran de él y poseía numerosas empresas en el extranjero, sobre todo en Italia, de donde eran los F
Aquel restaurante, en el centro de la ciudad, fue reservado solo para Alejandro Fendi, con solo una llamada, y su poco usual invitada. Todo estaba vacío, solo para ellos dos. Los empleados del lugar los atendían como que nada estaba fuera de lugar, sin prestar atención al aspecto de Ariel, la joven que lo acompañaba.Ella, sentada frente a él, con su caja de música entre las piernas y la mochila cerca de sus piernas, observaba con asombro el lugar.—¿Te gusta lo que ves?—preguntó, observando la mirada asombrada de su acompañante.—¡Pues claro que sí! Sé que aquí cocinan muy delicioso.— Se inclinó hacia adelante para decirle aquello en voz baja, logrando impresionar a Alejandro.—¿Alguna vez has venido aquí?— Preguntó, incrédulo. Lo único que se le ocurría era que ella hubiera entrado a robar o que, a lo mejor, se paró en la puerta a pedir, pero con su aspecto era muy probable que no le permitieran ni acercarse a la entrada.Aquello era un lugar muy lujoso y solo atendían con reservaci
Alejandro Fendi era un hombre ocupado, por lo que no podía perder el tiempo.Luego de aquel almuerzo él y Ariel se dirigirían hacia la casa que compartía con su madre y su pequeña hermana, Annie, pero Alessia vivía muy cerca de allí, junto con su molestoso esposo, por lo que con la excusa de ver a su madre pasaba mucho tiempo en aquella casa.¿Por qué vivían juntos? ¿Y por qué no? Su madre era muy mayor y de vez en cuando su salud peligraba, sus hijos querían estar cerca, muy cerca de ella y ninguno dejaría que el otro pasara más tiempo con ella, porque realmente era una competencia interna.Ariel, a su lado en el coche, iba muy nerviosa, se iba a casar con aquel hombre en algún momento y por alguna razón no se sentía con derecho a objetar.—Estás decidiendo por mí— Dijo en voz baja, pero Alejandro la escuchó.—Podría decirse que sí—respondió.—¿También podría decirse que me estás obligando?—preguntó.—Solo si quieres hacerte la víctima. Míralo de este modo, te estaré forzando a tener