Gianna no quería ir a esa fiesta, detestaba la simple idea de ver a los lobos de aquella manada que tanto daño le causaron desde que era una niña, pero, sobretodo, no deseaba ver a Darragh Ashbourne por nada del mundo.
Que la Diosa Luna la protegiera de ver esos ojos plateados que parecían atravesarte el alma.
La joven loba había logrado labrarse un humilde camino lejos de la manada de «La luna susurrante», la más antigua y poderosa del mundo, y no pensaba arrojarlo por la borda. Era como si ellos se hubieran olvidado de su existencia y no quería que eso cambiara.
Gianna era feliz con su modesto trabajo en la cafetería que estaba debajo de su humilde departamento en Queens, Nueva York, ¿por qué arriesgar todo eso?
Los recuerdos de aquellos tormentos continuaban adheridos en su memoria, así como en su piel; todavía poseía cicatrices de aquellas injusticias por las que tuvo que atravesar.
«Darragh Ashbourne», pensó y su corazón se aceleró, pero no por la emoción, sino por la incertidumbre.
Recordaba la sensación de aquella soga atada a sus muñecas mientras estaba sujeta a aquella madera en espera de los latigazos a los que fue sometida por atreverse a retar al hijo del alfa.
«¿Quién se creía?», podía leer en las miradas que todos los que la rodeaban mientras Gia suplicaba por perdón. Su voz aniñada, sumergida en el llanto, retumbaba en sus tímpanos mientras pedía por una clemencia que sería imposible otorgarle; ella sería un ejemplo para imponer respeto. En su inocencia se atrevió a responder el ataque de Darragh, quien apenas era un año mayor que ella, cuando debió simplemente recibir las agresiones y callar.
Pero Gianna no entendía por completo todavía su posición en la manada como un obsequio de paz; ella quiso defender su cuerpo, su dignidad y terminó peor.
«Por favor, por favor, Gia. No puedo ir sola, por favor», suplicó Beth por mensaje de texto.
Gianna leyó el mensaje, suspiró hondo y guardó el aparato en el bolsillo trasero de su pantalón ajustado. Bajó la puerta metálica de la cafetería y se sacudió las manos.
Beth no quitó el dedo del renglón, así que la llamó y Gia contestó de mala gana:
—No iré, Beth, no quiero verlos.
—Yo tengo que ir, lo sabes, será una ofensa terrible no asistir a la fiesta de Año Nuevo cuando nos han invitado a todos, pero Oliver estará ahí y no quiero enfrentarlo sola.
—Irás con tus padres, Beth, son los beta.
—Ya sé, pero no quiero estar pegada a ellos, por favor.
Gia suspiró. Beth era la única loba de la manada que jamás la trató mal, por el contrario, la defendió siempre que pudo, aun cuando Gia tenía dominada la situación.
Gia estaba en deuda con ella, lo sabía.
—No estoy invitada —dijo Gianna en un último intento por salvarse.
—Sabes que sí.
—No me llegó la invitación.
—Darragh nunca se olvidaría de ti, lo sabes.
Gianna volvió a suspirar. Era probable que la invitación estuviera en su correo electrónico, porque ya no estaba en la época medieval para enviarse palomas mensajeras, sino que todos los integrantes de la manada poseían un correo electrónico oficial que ella omitía revisar.
—Revisaré y si estoy invitada, iré, si no, pues no.
—Perfecto, paso por ti en treinta minutos.
Beth colgó.
Gianna odió la confianza con que su amiga estaba convencida de la invitación, quería que estuviera equivocada y que Darragh la hubiera olvidado; sin embargo, ahí mismo decidió revisar el correo electrónico desde el celular y comprobó que Beth estaba en lo cierto.
Darragh la recordaba y Gianna odió eso. No podía rechazar la invitación, sería considerada otra ofensa y no quería recibir un castigo por ello. Era más sencillo asistir y marcharse pronto, de esa forma continuarían ignorando su existencia y ella podría continuar siendo feliz.
La imagen del joven lobo la atormentaba, esa impasibilidad en su rostro aniñado mientras ella recibía aquellos latigazos por atreverse a responder el ataque. Gianna gritó durante los primeros diez, luego calló y fijó la mirada en él; sólo en ese momento lo notó vacilar.
Y en su presente aquellas cicatrices le produjeron un hormigueo, a veces sucedía; Gianna se preguntaba si era real o sólo imaginaciones suyas.
—Carajo —masculló Gianna.
Un hombre pasó por la calle; resguardaba algo en su chaqueta. Gianna adivinó que pensaba asaltarla, nadie podía resistirse a una inocente damisela sola en las calles oscuras de Queens.
Pero Gianna no era una inocente damisela.
La joven loba sostuvo la mirada del hombre y manifestó la energía ancestral que corría por sus venas; sus ojos se tornaron ámbar y el hombro corrió despavorido.
Gia sonrió con satisfacción y pensó que era una lástima que no pudiera espantar así a Darragh Ashbourne; ya no más. Atrás estaban los años en los que podía vencerlo en un combate, aquello ya sería imposible y ella lo sabía; además, como una buena omega su única misión era servirlo y adorarlo, por mucho que le costara entenderlo.
*
Gianna se vistió con su mejor vestido; lamentó no mirar antes esa invitación ni adivinar que Beth la obligaría asistir, así habría comprado algo un poco menos… revelador, pero ya no quedaba tiempo.
La joven loba se miró en el espejo completo detrás de la puerta de su habitación. El ceñido vestido rojo con el escote de corazón hacia resaltar su curvilíneo cuerpo que era resultado de sus extenuantes entrenamientos. Sin embargo, debía llevar la cabellera roja suelta sobre la espalda para esconder las cicatrices que portaba por su dura infancia.
Un collar, con una piedra azul, completaba el atuendo y combinaba con el mismo tono de sus ojos.
Pintó sus labios con un color rojo carmesí y sonrió.
Era hermosa, lo sabía, pero no siempre se sintió así, sino más bien como un bufón. No sólo estaba su encuentro con Darragh, sino que fue objeto de cientos de burlas y «bromas», como cuando le quemaron toda su ropa porque de seguro tenía sangre de «bruja»; tenía diez años y tuvo que usar la misma ropa por un mes.
«Unos traidores y unos fracasados», pensó Gia sobre su manada, ni habían logrado su cometido y ella estaba pagando los platos rotos.
El sonido del claxon interrumpió sus pensamientos. Gianna tomó su bolso, un abrigo y salió del departamento; descendió las escaleras con maestría y sonrió a Beth, quien aguardaba adentro de su precioso automóvil deportivo en color amarillo chillón.
Beth no sabía nada de discreción. Era una preciosa mujer rubia de ojos verdes que seducía a todos con una sonrisa inocente.
—Oh, por Dios, Darragh se babeará cuando te vea —rió Beth cuando Gianna subió al automóvil—. Su prometida arderá en celos.
Gia puso los ojos en blanco. Lo último que quería era ese tipo de atención por parte de Darragh, aunque comprendía la emoción de Beth; era el sueño de cualquier mujer de la manada.
—Son tal para cual.
—¿No te gusta ni un poquito? —tanteó Beth.
—No.
—Será el líder, Gia, ¿te imaginas? Serías la hembra alfa.
Gia soltó una risa cansada.
—La manada me mata primero antes de tolerar que fuera su alfa.
—Tendrían que matar primero a Darragh y eso lo veo complicado, amiga.
La pelirroja tragó duro y asintió. Darragh era un peleador formidable, el único al que no pudo vencer cuando eran pequeños, pero le bastaba con pensar en él para recordar el dolor en carne viva de los latigazos.
Gia sintió los nervios meterse en su cuerpo. Recordó la mañana cuando lo conoció, cuando Darragh sólo vio a una niña regordeta, pero que lo hizo callar con una despiadada pelea que la hizo ganarse quince latigazos por atreverse a desafiar al hijo del alfa.
Darragh intentó detener el castigo, claro, pero en las intenciones se quedó.
Desde entonces Gia lo evitaba, aunque Darragh intentaba encontrársela en los sitios más extraños. Incluso le mandó una rosa negra y roja para sus quince años, Gia fingió tirarla a la basura, pero la guardó y cuidó hasta que se marchitó.
Nunca volvieron a hablar. Sólo intercambiaron algunas miradas, nada más; no obstante, Gia sentía que esas miradas encerraban millones de palabras.
Y ahí estaba ella, camino a la fiesta de Año Nuevo de la manada que la molió a golpes, latigazos y humillaciones, todo por acompañar a Beth que no quería enfrentarse sola a su ex prometido infiel; sólo por eso iba, claro…
¿Claro? Gia miró por la ventanilla mientras recorrían las calles de Nueva York en el automóvil deportivo. Se preguntó si podría mentirse por completo si se continuaba repitiendo que sólo estaba asistiendo por acompañar a su amiga, «nada más».
Beth extendió los brazos para saludar a una de las chicas de la fiesta; esta chica respondió con efusividad a la rubia, pero dirigió una mirada despectiva a Gianna.—¿Qué hace «esa» aquí? —susurró la chica a Beth.—Darragh la invitó —contestó Beth con autosuficiencia.La mujer soltó un respingo y repasó con la mirada a Gianna, ¿cómo era posible que esa insignificante consiguiera una invitación personal del futuro líder de la manada?Gianna fingió no escuchar, estaba acostumbrada a los comentarios despectivos y que cuando se encontraba con la manada debía bajar la cabeza y aceptarlo; era su sitio. Si se atrevía a responderle podría terminar mal, muy mal; ya le había sucedido. Gia sabía pelear, pero ella sola contra diez o más lobos sería una masacre de la que no saldría viva.—Me asombra su buen corazón —agregó la joven—. Siempre pensando en los más necesitados.Gia escondió su sonrisa sarcástica con una copa de champagne. Darragh era un hijo de puta, ella lo sabía; Gia sabía muchas c
Gianna escapó del salón y se refugió en el jardín de la mansión donde su única compañía era una fuente de sirena.Ella bebió de otro champagne e ignoró los mensajes en el celular, adivinaba que debía ser Beth tratando de saber sobre su breve encuentro con Darragh.Pensar en el futuro líder de la manada la hizo tocar la mancuernilla que llevaba enredada en el tirante del vestido, la retiró de ahí y la observó en la palma de su mano. Tenía la forma de una luna menguante en color plata, pero sabía que no era de ese material o su piel se estaría quemando; era acero.¿En qué estaba pensando Darragh cuando hizo semejante cosa? Frente a él la respetarían, pero ¿y cuando estuviera sola?Quiso arrojar la mancuernilla en la fuente, pero la guardó en su bolso y apuró el champagne. Se disponía a marcharse cuando la voz de un hombre la detuvo:—Pero si es la sucia comadreja.Gia se detuvo y contuvo el aliento; su espalda ardió.Ella no sólo poseía cicatrices de latigazos, sino de «juegos» en los q
Mark soltó a Gia; ella se sujetó el cuello y miró al lobo que acababa de llegar.—¿Qué pretendías hacer, Mark? —cuestionó Darragh.—Ella me retó, sólo la estaba poniendo en su lugar y…Gia no terminó de escuchar, sino que se apuró a salir de ahí sin importarle dejar a Darragh con la palabra en la boca. La loba entró de nuevo a la enorme mansión, se mezcló entre las personas, recogió su abrigo en la entrada principal y salió de ahí.«No puedo quedarme un minuto más aquí», pensó mientras se colocaba la prenda y recorría la parte delantera repleta de automóviles lujosos. Ella sabía que cualquier pequeño error podía poner en peligro su vida.Gianna había abandonado aquella vieja casa de campo cuando cumplió la mayoría de edad; desde entonces comenzó a trabajar en lugar pequeñitos y a vivir en albergues hasta que logró rentar un cuarto. La manada se olvidó de ella… o eso creyó.Gianna tenía el coraje atorado en la garganta en forma de nudo. Quería llorar, mucho, dejarse caer sobre las ro
—¡Corre! —gritó Gia.Darragh pensó que esa mujer estaba loca, ¿cómo iba a escapar y dejarla ahí?La siguiente flecha rozó la mejilla del lobo. Él no se quedaría ahí a esperar que lo atacaran desde el refugio de los árboles, sino que se precipitó hacia las sombras y corrió a una velocidad sobrehumana hasta sumergirse en la maleza.»¡Darragh, no!Era su oportunidad para escapar. Si Darragh quería morir, era su problema, ¿no? Sin embargo, toda su vida la aleccionaran para proteger a la familia Ashbourne. Y, además, no se perdonaría que algo le sucediera porque… ¿por qué?No había tiempo para pensar en eso.Gia subió su falda, desenfundó la navaja que llevaba firmemente sujeta en la pierna y corrió detrás de Darragh. Su aroma fue lo primero que la guió en medio de las sombras y el silencio abrumador de los árboles; no necesitó ni esforzarse para seguir el rastro del lobo que se encontraba escondido detrás de un árbol.Gia se movía con gracia y sigilo; Darragh sólo supo que se acercaba por
Darragh brincó el muro de la mansión y cayó en medio del jardín; algunos habían percibido el aroma de la sangre segundos antes, mas no tuvieron tiempo de reaccionar rápido.El enorme lobo blanco aterrizó con Gia en su lomo; su pelaje estaba bañado en sangre y permanecía alerta en medio de gruñidos.Darragh se inclinó y Gia bajó del lomo, mas no logró mantenerse en pie y cayó. El lobo blanco aulló; no tuvo que hacer nada más para que se movilizaran y auxiliaran a Gia sin detenerse a preguntar por qué esa «regalada» se encontraba en tan malas condiciones. —¡¿Qué está sucediendo?!Leonard, el alfa y padre de Darragh se abrió paso entre la multitud que ya corría de un lado a otro para auxiliar a Gia.Un par de mujeres corrieron hacia Darragh con una bata de satín y la dejaron caer sobre el lomo del lobo; éste empezó a regresar a su forma humana con el mismo espectáculo escalofriante que unos momentos atrás Gia fue capaz de presenciar.En esta ocasión el pelaje cayó en trozos sobre el ja
—Usaré la sangre, ¿de acuerdo? —dijo Darragh con voz firme—. Y si debo pasar sobre ustedes para hacerlo, lo haré.Su padre se quedó boquiabierto, ¿era real? Su heredero estaba amenazándolo, ¿cómo era eso posible? ¿Y todo por una omega regalada?Darragh contempló a ambos; eran fisicamente muy parecidos a él. Su padre también llevaba el cabello largo, su hermano lo usaba corto, pero los tres tenían las hebras plateadas y los ojos grisáceos. El alfa extendió el brazo para detener a su hijo menor que no medía la fuerza real de Darragh; por el contrario, Leonard sabía que su hijo mayor podía con los dos.—¿De cuántos te defendió? —inquirió Leonard.—Ocho atacantes.—¿Ella sola?—Sí, mientras me transformaba. El alfa hizo un asentimiento.—Ve —ordenó—. Enviaré a algunos lobos a revisar la zona.Darragh no dudó un segundo más, sino que salió disparado del estudio con la urna de oro entre las manos.Los invitados seguían aglomerados en la planta baja hablando de lo que sucedió cuando lo vie
Gia soñaba.No, recordaba.Por sus venas recorría la sangre ancestral que encerraba más preguntas que respuestas o al menos ningún ser viviente había podido contestarlas; los vampiros no contaban como criaturas vivas, no propiamente dicho. En medio de esas imágenes era consciente de la sangre que la estaba curando, pero no podía abrir los ojos; estaba atrapada en sus sueños con escenas que prefería olvidar. Desfilaban rápido frente a ella, como si se tratara de un álbum que alguien más manejaba y, de pronto, se detuvo en la imagen del joven Darragh cuando tenía trece años; Gia lo recordaba muy bien, demasiado bien.Gia miró sus manos, ¿estaba despierta? No, se recordó, estaba atrapada en sus recuerdos mientras esa sangre cumplía su cometido. Y sus manos eran pequeñas, llenas de cortes y golpes; maltrechas, el resultado de horas entrenando a solas en medio del bosque a escondidas de los demás. Nadie podía saber que se preparaba para una guerra imaginaria, porque Gia temía que un día
La Gianna adulta despertó. Sus ojos se abrieron y por un segundo no supo si seguía amarrada a esa madera, a veces tenía esa pesadilla y siempre tardaba en situarse en su presente.Ella levantó las manos, no estaban amarradas. Ya no era una loba indefensa. Y percibió ese aroma, percibió a Darragh; sólo tuvo que mirar hacia la derecha para encontrarlo a unos centímetros observándola. El lobo estaba sentado en la orilla de la cama.—Estás bien —dijo él.Gianna asintió, no le dolía nada, pensó que jamás se había sentido tan bien.—¿Usaste la sangre…?—Sí.—¿Te permitieron usarla?—No exactamente —murmuró Darragh—, pero no iba a permitir que tú…Gia se sentó del otro lado de la cama. Su espalda quedó expuesta para el lobo y éste comprobó que todas las cicatrices de esos latigazos continuaban ahí.—Tu espalda…—¿Apreciando tu obra de arte? —susurró ella y lo miró sobre el hombro—. Me arrojaron tierra, algunas heridas se infectaron, por eso las cicatrices quedaron así.—Lo siento, Gia, yo…