Capítulo 3

Gianna escapó del salón y se refugió en el jardín de la mansión donde su única compañía era una fuente de sirena.

Ella bebió de otro champagne e ignoró los mensajes en el celular, adivinaba que debía ser Beth tratando de saber sobre su breve encuentro con Darragh.

Pensar en el futuro líder de la manada la hizo tocar la mancuernilla que llevaba enredada en el tirante del vestido, la retiró de ahí y la observó en la palma de su mano. Tenía la forma de una luna menguante en color plata, pero sabía que no era de ese material o su piel se estaría quemando; era acero.

¿En qué estaba pensando Darragh cuando hizo semejante cosa? Frente a él la respetarían, pero ¿y cuando estuviera sola?

Quiso arrojar la mancuernilla en la fuente, pero la guardó en su bolso y apuró el champagne. Se disponía a marcharse cuando la voz de un hombre la detuvo:

—Pero si es la sucia comadreja.

Gia se detuvo y contuvo el aliento; su espalda ardió.

Ella no sólo poseía cicatrices de latigazos, sino de «juegos» en los que otros niños de la manada la obligaban a participar.

La cicatriz más profunda estaba en la espalda baja y fue hecha por el hombre que salía de las sombras en ese momento; la hirió con una navaja de plata cuando eran pequeños.

»¿Es cierto que quieres ganar el favor de las sábanas de Darragh?

—No sé de qué hablas —espetó ella y se incorporó.

El hombre se acercó hasta quedar a solo dos metros de ella. Era mucho más alto, aunque no tanto como el futuro líder. Tenía cara de pocos amigos, una barba abundante, cabello castaño y ojos marrones que desprendían frialdad.

—Oh, vamos, no intentes ser una mojigata —señaló el hombre y clavó el dedo índice en el hombro desnudo de Gia—. Yo sé cómo conseguías las cosas, sucia comadreja.

Gia apretó los puños.

—Ya quisieras.

—¿Olvidas que yo te conozco mejor que todos? —gruñó él—. Fuiste el estorbo de mi familia, nos obligaron a cuidarte cuando tu manada te regaló y creciste en nuestro hogar.

La loba tragó duro. Era verdad. Gia creció en una casa de campo con la familia de Mark, aunque ellos sólo iban de forma esporádica. La loba pasaba más tiempo con los empleados del lugar que con ellos.

Y Mark siempre quiso algo más con ella…

—Los obligaron por ser de un nivel tan inferior —acusó Gia—. Eso no es mi culpa.

La loba apartó la mano de Mark y se dispuso a marcharse, pero el lobo tiró de su brazo por la fuerza y la arrojó hacia la fuente. Ella trastabilló y logró recuperar el equilibrio antes de caer en el agua.

—¡Recuerda tu posición, sucia comadreja! —gritó Mark—. ¡No puedes faltarme al respeto! ¡Soy tu superior y tienes que obedecerme!

—No eres mi superior, ¿quién te mintió? —retó ella con una sonrisa y olfateó el aire—. Apestas a peróxido, ¿te teñiste el cabello? ¿Ya tienes canas?

Mark apretó la mandíbula. El odio brotaba por sus ojos que comenzaron a tornarse ámbar.

Gia se mantuvo firme. No se sentía en desventaja frente a Mark, ninguno podía cambiar a lobo a voluntad, eso era algo que solamente la familia Ashbourne podía hacer; ahí radicaba su poder, eran los únicos en el mundo capaces de hacer eso porque descendían de los primeros hombres lobo que caminaron sobre la tierra.

—Estás pidiendo a gritos que te obligue a respetarme —siseó Mark y acortó la distancia hasta Gia—. Tu corazón late muy rápido.

Gia levanto más la mirada; no se dejó amedrentar. El corazón de Mark latía igual de rápido que el suyo porque Gia no era una loba indefensa, él lo sabía. Gianna era una guerrera formidable.

—¿Y tú qué? ¿Nervioso? —sonrió Gia.

Fue suficiente para Mark. Extendió la mano y la sujetó por el cuello; Gia tomó la muñeca del hombre con ambas manos dispuesta a romperla; sin embargo, la pelea tuvo que detenerse.

—¿Qué está pasando aquí? —bramó Darragh desde la escalinata.

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