Capítulo 7

—Usaré la sangre, ¿de acuerdo? —dijo Darragh con voz firme—. Y si debo pasar sobre ustedes para hacerlo, lo haré.

Su padre se quedó boquiabierto, ¿era real? Su heredero estaba amenazándolo, ¿cómo era eso posible? ¿Y todo por una omega regalada?

Darragh contempló a ambos; eran fisicamente muy parecidos a él. Su padre también llevaba el cabello largo, su hermano lo usaba corto, pero los tres tenían las hebras plateadas y los ojos grisáceos.

El alfa extendió el brazo para detener a su hijo menor que no medía la fuerza real de Darragh; por el contrario, Leonard sabía que su hijo mayor podía con los dos.

—¿De cuántos te defendió? —inquirió Leonard.

—Ocho atacantes.

—¿Ella sola?

—Sí, mientras me transformaba.

El alfa hizo un asentimiento.

—Ve —ordenó—. Enviaré a algunos lobos a revisar la zona.

Darragh no dudó un segundo más, sino que salió disparado del estudio con la urna de oro entre las manos.

Los invitados seguían aglomerados en la planta baja hablando de lo que sucedió cuando lo vieron descender por las escaleras y reconocieron de inmediato la urna, no tardaron en deducir lo que haría y se preguntaron cómo era posible que fuera a usar la sangre en alguien como Gianna.

—¡Amor mío! —chilló Cornelia y se abrió paso entre la multitud para detener a Darragh, pero éste continuó andando—. ¡Espera! ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué pasó?!

—Estoy bien —resumió él—. Quédate aquí.

Darragh no quería verla, estaba confundido. Si Gianna era su Luna tendría que apartar a Cornelia, no quedaba duda.

—¿A dónde llevas la urna?

Cornelia sabía, pero quería escucharlo de sus labios, le parecía inaudito.

Darragh no respondió, sino que tomó el camino del pasillo izquierdo, avanzó hasta el fondo y abrió la última puerta en donde percibió el aroma de la sangre de Gia.

Gia yacía inconsciente sobre la cama con tres mujeres alrededor que le limpiaban la sangre y trataban de contener una hemorragia del vientre.

—Fuera —ordenó Darragh.

Las mujeres eran otras omegas, portaban sus uniformes de empleadas domésticas y ni titubearon cuando Darragh las echó; sin embargo, Cornelia se quedó ahí, estática.

—No pretenderás darle de la sangre a esta basura, ¿o sí?

—No es una basura y te prohibido expresarte así de ella —dijo él y avanzó hacia la cama; Gia tenía el rostro arañado y había perdido parte del labio con un rasguño—. Sal de aquí, Cornelia.

—Tu abuelo consiguió esa sangre, es una leyenda, Darragh, y sabes que jamás volveremos a conseguir algo así.

—Lo sé.

—¿Y la usarás en ésta…?

—En Gianna —interrumpió él y clavó la mirada plateada en su prometida—. Ahora vete.

—Pero…

—¡Vete! —bramó el lobo.

Cornelia retrocedió, dudó unos segundos, pero finalmente se marchó.

Darragh no perdió más el tiempo. Abrió la tapa, que incluía un gotero, y lo llenó con la sangre que contenía la urna.

La sangre de los vampiros era mágica, podía curar cualquier herida o enfermedad; a lo largo de los años la habían usado en batallas donde estuvieron a punto de perder a un lobo importante, pero jamás a un insignificante omega. Quedaba muy poca, apenas unas gotas, y usaría tres de éstas en Gia, quizá hasta cuatro, porque ella lo merecía.

Gianna tenía que vivir. Darragh la necesitaba, no sabía cómo o por qué, pero ya no concebía un mundo sin ella en éste.

—Bebe, Gia —susurró él y entreabrió los labios de la mujer donde vertió las cuatro gotas de sangre—. Vive, Gia.

Gia se movió un poco.

Y Darragh aguardó sin apartar la mirada del rostro maltrecho de la mujer que arriesgó su vida por él.

El lobo jamás imaginó que esa leyenda tan «cursi» podría ser real. Era una historia que había pasado de generación en generación, incluso había llegado a la ficción y existían miles de películas con el tema; pero… parecía real.

Darragh escuchó a Gianna en su cabeza, la sintió tan cerca… y aquello jamás había sucedido. Nadie estaba seguro de qué se debería sentir, pero Darragh estaba seguro de que jamás había hablado mentalmente con alguien más ni experimentado todo lo que vivió esos segundos antes de que fueran atacados.

Pero… si era verdad, ¿cuál sería la tragedia que se cerniría sobre ellos?

Ahí, en esa habitación, Darragh no quiso pensar en nada malo, sólo en que la mujer que yacía en la cama se salvaría.

El lobo se inclinó sobre Gia, recargó su frente en ella y escuchó con todos sus sentidos.

Escuchó… y ahí estaba, ese misterioso canto más antiguo que la humanidad, más real que cualquier cosa que hubiera presenciado antes.

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