Capítulo 8

Gia soñaba.

No, recordaba.

Por sus venas recorría la sangre ancestral que encerraba más preguntas que respuestas o al menos ningún ser viviente había podido contestarlas; los vampiros no contaban como criaturas vivas, no propiamente dicho.

En medio de esas imágenes era consciente de la sangre que la estaba curando, pero no podía abrir los ojos; estaba atrapada en sus sueños con escenas que prefería olvidar. Desfilaban rápido frente a ella, como si se tratara de un álbum que alguien más manejaba y, de pronto, se detuvo en la imagen del joven Darragh cuando tenía trece años; Gia lo recordaba muy bien, demasiado bien.

Gia miró sus manos, ¿estaba despierta? No, se recordó, estaba atrapada en sus recuerdos mientras esa sangre cumplía su cometido.

Y sus manos eran pequeñas, llenas de cortes y golpes; maltrechas, el resultado de horas entrenando a solas en medio del bosque a escondidas de los demás. Nadie podía saber que se preparaba para una guerra imaginaria, porque Gia temía que un día la manada la mataría, al menos quería defenderse.

Esos eran los miedos de una niña de doce años.

Gia se arrodilló frente al riachuelo y enjuagó las manos sucias. Entonces contempló su reflejo, su rostro aniñado, sucio y también maltrecho le regresó la mirada triste.

Gianna fue una niña triste y sola.

Una piedra la golpeó en la cabeza. Ella se quejó y miró sobre el hombro; estaba tan agotada que no escuchó a los chicos acercándose en medio de la maleza.

—Eh, muerta de hambre, ¿qué haces? —gritó Mark.

Dos chicas estaban con él, rieron. Una tomó una piedra y se la arrojó a Gia quien apenas pudo esquivarla por unos centímetros.

—Nada —musitó Gia cabizbaja.

—¡Mírame a la cara cuando te hablo! —bramó Mark y avanzó con paso decidido hacia ella, pero se detuvo unos metros antes—. Perra insolente.

Y el chico le arrojó otra piedra de forma imprevista que pegó de lleno en la frente de la chica.

Gia se encorvó, una gota de sangre chorreó por su rostro hasta el suelo. Su cara dolía, su corazón también. A veces sólo quería que todo se terminara rápido, que alguien acabara con su vida y por fin pudiera descansar.

Mark y las chicas rieron a carcajadas.

—¿Qué hacen? —preguntó otro chico.

Gia levantó un poco la mirada, era Darragh.

El miedo de la joven loba aumentó.

Su corazón se aceleró.

—Apestas a miedo —rió Mark y señaló a Gia—. Esta perra sucia no sabe respetar, Dar.

El joven lobo de cabello plateado se acercó más e inspeccionó a la chica que parecía aterrorizada.

—¿Estás bien? —preguntó Darragh a Gia.

Gia asintió y bajó la mirada.

—¡Míralo cuando te habla! —ordenó Mark y pateó en la cara a Gia.

La chica chilló de dolor al tiempo en que cayó sobre el riachuelo y las chicas estallaron en más carcajadas.

Darragh se acercó rápido para intentar sujetarla, pero Gia lo apartó de un manotazo y el joven lobo, al no saber cómo reaccionar frente a una ofensa que jamás había recibido, regresó el golpe en el brazo de la chica.

Gianna apretó la mandíbula y lo enfrentó con la mirada; sus ojos se tornaron ámbar y sus colmillos se asomaron por la boca entreabierta.

Darragh retrocedió, algo que tampoco había hecho antes, porque en esa mirada… encontró odio visceral.

—Creo que… —empezó Darragh, mas no pudo continuar.

Gia se abalanzó sobre él con todas las fuerzas que quedaban en su cuerpo luego de entrenar y lo derribó. Darragh logró meter la pierna entre ambos, patearla en el abdomen y apartarla, pero Gia cayó sobre sus cuatro extremidades y se lanzó de nuevo sobre él.

Darragh jamás había visto algo así. Titubeó en su siguiente movimiento y esa fue su perdición. Gia volvió a derribarlo, lo aprisionó con las piernas, sujetó la cabeza del lobo y la sumergió en el agua, ¡estaba intentando ahogarlo! Pero Darragh tenía mucha más fuerza que ella, pronto logró invertir la posición y esta vez sujetó a Gia por la nuca para sumergirla por debajo del agua.

Gia tragó agua, no podía respirar, pero no tenía miedo.

La joven loba descubrió que ya no tenía nada a qué temer, porque en esos segundos sin oxígeno descubrió que, sin importar si ganaba o perdía esa pelea, ella iba a morir y esa seguridad la hizo libre.

Ella entendió que por fin se terminarían las humillaciones, sería feliz.

Gia fingió desmayarse; Darragh la soltó, aterrado, ¡no quería matarla!

La chica abrió los ojos por debajo del agua, se impulsó con ambos brazos de una piedra en el fondo y golpeó con la nuca en la quijada a Darragh.

La sangre del lobo los bañó a ambos.

Darragh cayó desparramado y saboreó el sabor de su propia sangre.

Fue su momento para comprender que corría un peligro real, ¡esa loba sí quería matarlo! Y, si quedaba alguna duda, esa disipó al verla sacar un pequeño cubierto escondido en un doblez de su ropa. El mango era de madera, pero podía apostar su nombre a que el resto del material era plata lunar.

Mark y las chicas ya no estaban ahí, ¿en dónde se había metido? Fue un error para Darragh perder esos valiosos segundos en buscar a sus amigos, porque Gia corrió hacia él a una velocidad sobrehumana y volvió a derribarlo. Ella levantó el tenedor, pero Darragh la detuvo por la muñeca y logró contenerla; sin embargo, Gia era una chica fuerte para su edad, no era tan sencillo apartarla.

—¡¿Qué m****a te sucede?! —gritó el lobo.

Gia gruñó y clavó las garras en el cuello de Darragh.

El lobo aguantó el dolor, era suficiente. Si esa chica quería morir, él no lo impediría, hasta la ayudaría.

Darragh ejerció más fuerza en la muñeca hasta que escuchó el hueso crujir y Gia, con un grito, soltó el cubierto. Entonces el lobo la golpeó en la cabeza con tal fuerza que la chica perdió la audición un instante; no pudo ubicar al lobo que sujetó sus brazos por la espalda y volvió a sumergirla en el agua.

Gia usó sus piernas para propulsarse y hacerlos caer hacia atrás; entonces extendió la mano hacia el cubierto, lo empuñó y con un rápido movimiento lo enterró en el hombro de Darragh.

El lobo aulló, la sangre emanó y, cuando trató de retirarse el cubierto, Gia ya lo había hecho, pero sólo para apuntar con mayor precisión hacia el cuello y dictar el destino final del futuro de esa manada que la despreció desde que sólo tenía seis años.

Y, entonces, dos hombres apartaron a Gia por la cintura y la arrojaron hacia el otro extremo del riachuelo.

Darragh jadeaba y estaba cubierto de sangre; no podía dar crédito a que esa pequeña chica lo había dejado así, ¡era inaudito!

Gianna supo lo que venía, alcanzó a cubrirse la cabeza antes de recibir una serie de patadas que, de todas formas, la dejaron inconsciente.

El recuerdo finalizó ahí, se desdibujó en el subconsciente de Gianna hasta que se volvió a ver arrodillad y amarrada a un palo de madera frente a los establos. Tenía el cuerpo cubierto de golpes, un ojo hinchado, el labio partido y la piel de la espalda abierta por los latigazos que había recibido; su sangre había formado un pequeño charco.

Los niños corrían a su alrededor, algunos le tiraban piedras, escupían o burlaban. Los más atrevidos orinaron a sus pies.

Gianna se desvanecía por el dolor, pero en esos segundos de lucidez pudo ver a Darragh de pie a unos metros con expresión de horror.

—Este es tu legado, lobo —susurró Gia antes de volver a desvanecerse.

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