Capítulo 5

—¡Corre! —gritó Gia.

Darragh pensó que esa mujer estaba loca, ¿cómo iba a escapar y dejarla ahí?

La siguiente flecha rozó la mejilla del lobo. Él no se quedaría ahí a esperar que lo atacaran desde el refugio de los árboles, sino que se precipitó hacia las sombras y corrió a una velocidad sobrehumana hasta sumergirse en la maleza.

»¡Darragh, no!

Era su oportunidad para escapar. Si Darragh quería morir, era su problema, ¿no? Sin embargo, toda su vida la aleccionaran para proteger a la familia Ashbourne. Y, además, no se perdonaría que algo le sucediera porque… ¿por qué?

No había tiempo para pensar en eso.

Gia subió su falda, desenfundó la navaja que llevaba firmemente sujeta en la pierna y corrió detrás de Darragh. Su aroma fue lo primero que la guió en medio de las sombras y el silencio abrumador de los árboles; no necesitó ni esforzarse para seguir el rastro del lobo que se encontraba escondido detrás de un árbol.

Gia se movía con gracia y sigilo; Darragh sólo supo que se acercaba por su aroma.

Los hombres lobos tenían el olfato mas desarrollado aun en su forma humana, pero jamás habían percibido así el aroma de otro.

Ahí, en medio de las sombras, intercambiaron una mirada confundida.

Darragh rompió el contacto visual con Gia, lo desconcertaba, y señaló hacia un árbol al borde un claro unos metros por delante. Gia prestó atención y los vio; su corazón dio un vuelco. Se enfrentaban a varios oponentes y ellos sólo eran dos. Sin embargo, Darragh podría transformarse en lobo y eso los pondría en ventaja.

Darragh dudó. No podía sólo transformarse, era el momento más vulnerable de cualquier hombre lobo, y ahí sólo estaba Gia para defenderlo, ¿y si lo traicionaba?

—Te protegeré —susurró Gia lo más bajo que pudo.

Darragh la miró fijamente a los ojos, asintió. Se deshizo del saco y Gia descubrió que tenía dos pistolas sujetas sobre el pecho; le entregó ambas a la mujer.

—Tienen balas de plata, ¿sabes disparar?

—Sí —afirmó ella y revisó que estuvieran cargadas—. Hazlo, lobo.

Gia no retrocedió, sino que se quedó cerca.

Darragh inició su transformación y Gia enmudeció; no todos tenían el honor de ver algo así, ella no. Jamás había visto a un lobo de la familia Ashbourne transformarse. La escena la erizó.

Darragh cayó de rodillas; su piel comenzó a moverse como si algo reptara por arriba de los músculos. Los huesos del hombre crujieron, se rompían y movían en formas inhumanas. Su cabeza se desfiguró y comenzó a alargarse hasta formar el hocico del lobo.

Gia contuvo la respiración. Eso dolía, lo sabía, su transformación era igual, pero verlo en una luna menguante era otro tema.

—¡Se está transformando! —gritó uno de lo atacantes.

Gia se giró y cubrió a Darragh con su cuerpo con ambas pistolas en lo alto; retiró los seguros y tuvo dos segundos para recibir el primer ataque.

Una mujer se abalanzó sobre ella desde la izquierda; Gia disparó, pero no logró derribarla y la mujer la tiró. Su objetivo no era la loba, sino que se dirigió hacia Darragh, pero Gia se incorporó de un salto, la pateó en el abdomen y la mandó a volar hasta el siguiente árbol. No tuvo tiempo de reponerse, un hombre tiró de su cabello y trató de degollarla con sus garras, pero Gia interpuso la pistola y logró vaciarle medio cartucho en la cabeza.

La sangre de su oponente bañó a la loba.

Dos más se acercaban corriendo a Darragh; Gia logró dispararles en las piernas. La plata hizo lo suyo y los dejó imposibilitados.

Una flecha atravesó el hombro de Gia; ella chilló de dolor y cayó de rodillas. El ardor que producía la plata lunar era tal que podía cegarte o volverte loco si no lograbas sacarlo de tu cuerpo, pero no tuvo tiempo de hacerlo.

Una mujer con arco apuntaba a Darragh. Gia apretó los dientes y se lanzó hacia la mujer; trató de dispararle, pero la enemiga se defendió y logró hacerla soltar las pistolas.

Gia la derribó y se posicionó arriba de ella; trató de noquearla golpeando la cabeza contra las piedras, pero su atacante clavó las garras en sus brazos y comprobó que tenía las puntas de éstas con plata.

Gianna no tuvo tiempo de reaccionar; estaba tan adolorida que ni percibió la incomodidad que le producía transformar sus garras para tratar de defenderse, pero era inútil. No podía con lo maltrecho de su cuerpo.

La pobre loba gritaba de dolor sin ceder en su agarre mientras era arañada al punto de desprenderle pedazos de piel. Pronto no pudo mantener la fuerza, su oponente la derribó y clavó las garras en su cara; Gia aulló y sus ojos se volvieron color ámbar, nunca había sentido tanto dolor.

Y, de pronto, su oponente ya no estaba arriba de ella.

«Tengo que defender a Darragh», pensó y encontró fuerzas para sentarse y buscar al lobo, pero ya no estaba ahí, sólo su oponente al que le faltaba la cabeza.

El dolor la estaba haciendo desvanecerse. Intentó buscar a Darragh, pero sólo estaba su ropa rota y ensangrentada por la transformación. Los sonidos se mezclaban, habían gritos, gruñidos, huesos rompiéndose.

Gia trató de incorporarse, pero su pierna se había roto y no pudo hacerlo; volvió a caer y se arrastró hacia las pistolas. Sólo una tenía un par de balas, pero la empuñó con fiereza y se refugió detrás de un árbol.

Los gritos y gruñidos continuaron unos minutos más, luego todo fue silencio.

Gia olfateó a Darragh, se acercaba; ella bajó la pistola y enmudeció ante el enorme lobo blanco se asomó frente a ella. Era más majestuoso de lo que había escuchado, ninguna descripción le hacía justicia.

Darragh, como lobo, medía dos metros de altura y su pelaje blanco robaba todo el brillo de la luna; sin embargo, esa noche se encontraba manchado de sangre que también escurría por el hocico del animal.

El lobo se acercó a Gia; ella cerró los ojos porque creyó que le pondría final a su sufrimiento, pero en su lugar sujetó la flecha con el hocico y tiró de ella. Gia escuchó la piel de Darragh quemándose con la plata, así como el aroma que dejaba en el ambiente; ella ya casi no era consciente del dolor.

—Estoy perdiendo mucha sangre —dijo y percibió sus colmillos lobunos que en algún momento se habían asomado durante la batalla—. No lo voy a lograr.

El lobo sollozó y frotó su cabeza con la de Gia.

»Te perdono, Darragh.

Él se apartó, negó y se agazapó frente a ella.

»¿Quieres que suba? Tengo la pierna rota.

Darragh se pegó más, necesitaba salvarla.

»No podré…

—Por favor, Gianna, por favor —escuchó Gia en su cabeza.

Ella miró al lobo.

—Darragh, no puedo… Voy a…

—No vas a morir. —Darragh volvió a hablar en su cabeza—. Puedo salvarte, sólo tenemos que llegar a la mansión y te salvaré, lo prometo.

Gianna no comprendía. Los hombres lobo no poseían la telepatía, ¿acaso los Ashbourne sí?

Ella lo intentó:

—Acércate más, Darragh —susurró con su pensamiento.

Darragh soltó un respingo, ¿Gia estaba en su cabeza?

»¿Qué está pasando?

Darragh negó, no lo sabía, pero no tenía tiempo para averiguarlo. Gia tenía muchos huesos rotos y una hemorragia interna, podía adivinarlo con escuchar el latido cansado de su corazón.

Gia apretó los dientes, se sujetó con todas las fuerzas del pelaje abundante de Darragh y se incorporó; el lobo la empujó con el hocico y, en medio de gritos de dolor, Gia logró subir a su lomo.

—Sujétate fuerte, debo ir rápido —pidió Darragh.

Su voz, en la cabeza de Gia, era un calmante.

Ella aceptó con los dedos enredados en el pelaje.

Y Darragh corrió más rápido que nunca porque en su lomo iba la mujer que probablemente era parte de una leyenda muy vieja.

Si sus sospechas eran ciertas, Gianna podría ser su mate, su Luna, pero la simple idea le parecía imposible. No se habían concebido algo semejante en siglos y, según la leyenda, eso sería el presagio de una catástrofe que necesitaría del alfa más fuerte y aquello sólo podría ser con la compañía de su Luna…

¿Gianna sería eso para Darragh?

El lobo apresuró el paso; no podía permitir que Gia muriera porque sintió que si eso pasaba, una parte de él también fallecería.

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