Capítulo 4

Mark soltó a Gia; ella se sujetó el cuello y miró al lobo que acababa de llegar.

—¿Qué pretendías hacer, Mark? —cuestionó Darragh.

—Ella me retó, sólo la estaba poniendo en su lugar y…

Gia no terminó de escuchar, sino que se apuró a salir de ahí sin importarle dejar a Darragh con la palabra en la boca.

La loba entró de nuevo a la enorme mansión, se mezcló entre las personas, recogió su abrigo en la entrada principal y salió de ahí.

«No puedo quedarme un minuto más aquí», pensó mientras se colocaba la prenda y recorría la parte delantera repleta de automóviles lujosos. Ella sabía que cualquier pequeño error podía poner en peligro su vida.

Gianna había abandonado aquella vieja casa de campo cuando cumplió la mayoría de edad; desde entonces comenzó a trabajar en lugar pequeñitos y a vivir en albergues hasta que logró rentar un cuarto.

La manada se olvidó de ella… o eso creyó.

Gianna tenía el coraje atorado en la garganta en forma de nudo. Quería llorar, mucho, dejarse caer sobre las rodillas y llorar por los padres que la regalaron como obsequio de paz.  Ya casi ni los recordaba, sólo eran una imagen borrosa. Ni siquiera pudo estudiar o ser una adolescente promedio de la manada que tenían acceso a todas las comodidades que les brindaban.

Gianna fue tratada como un bufón que no merecía un poquito de respeto.

La loba salió del terreno de la mansión y se enfrentó a la larga carretera solitaria que se extendía frente a ella. Tendría que caminar en medio de la oscuridad o pedir un taxi, pero al sacar su celular descubrió que se quedó sin batería.

—Genial —suspiró y emprendió la marcha.

Estaba de tan abrumada que le iría peor a cualquier humano que intentara hacerle algo, eso era seguro.

No obstante, su solitario caminar se interrumpió cuando Darragh la llamó con esa voz autoritaria con la que todos obedecían, pero ella no lo hizo y siguió andando. Supo que estaba jugando con fuego, que debió obedecer, mas sólo quería escapar de ahí y regresar a su monótona vida como una chica promedio.

Escuchó los pasos del hombre acercándose, percibió su aroma en el aire y su instinto de supervivencia se disparó.

¿Y si la atacaba? No podría con él, de eso no le quedaba duda. Darragh la aplastaría con una mano.

—¿Te vas? —preguntó el lobo cuando la alcanzó y empezó a caminar a su lado.

—Sí…

Darragh gruñó.

—No obedeciste.

—No.

—Tienes que obedecerme, lo sabes.

Gia se detuvo, lo miró y tragó duro. El cuello le dolió un poco al levantar la cabeza tan rápido para mirarlo a la cara.

Darragh la hizo sentir pequeñita; sin embargo, el temor se diluyó un poco porque no encontró furia en esos ojos grises.

—Perdón.

—¿Qué pasó ahí adentro?

—Creo que lo sabe, lo mismo de siempre, señor.

Darragh frunció el entrecejo.

—¿Saber qué?

Gianna echó una mirada desdeñosa hacia la mansión.

—Lo que toda la manada ha hecho siempre conmigo.

Darragh se aclaró la garganta.

—Gianna…

—Quiero ser una loba solitaria, por favor —musitó y volvió a mirarlo a los ojos. Era una súplica—. No quiero pertenecer a ninguna manada, ¿puedo hacer eso?

—Sabes cómo se castiga a los desertores, Gianna Davies.

Ella asintió.

No quería morir.

—Entonces me conformo con no tener que verlos más.

La loba apretó los labios y continuó caminando. Darragh avanzó a su lado en silencio por unos minutos.

»Ya casi es medianoche, debería volver con su familia y celebrar, señor.

Darragh asintió.

—Regresa, es peligroso que camines sola por aquí.

—Puedo defenderme.

—Lo sé, pero…

Gianna se detuvo. Él la imitó.

La loba contempló al hombre que tenía el cabello suelto sobre los hombros y que parecía brillar bajo la luz de la luna llena. Era una criatura hermosa.

—¿Por qué no lo detuvo?

—¿Qué…?

—Los latigazos, ¿por qué no lo detuvo? Si hubiera intervenido, se habrían detenido.

—Di la orden —interrumpió Darragh y no logró sostenerle la mirada—. Mi padre la anuló, dijo que era una ofensa que me atacaras.

—Usted empezó —recordó ella—. Sólo quiso hacer lo que todos los niños hacían conmigo, lastimarme.

Darragh se mantuvo en silencio.

»No merecía esos latigazos.

—No —reconoció él—. Te debo una disculpa.

Gianna se quedó boquiabierta.

—¿Usted se está disculpando?

Él levantó la mirada.

—Tómalo o déjalo.

Gia respiró hondo. Jamás había escuchado que Darragh se disculpara, ¿a qué se debía?

La loba emprendió de nuevo la marcha sin responder, se había quedado sin palabras.

Darragh se apresuró a seguirla y tiró de su muñeca; el contacto con su piel la estremeció. Gia giró, sus ojos se conectaron por unos segundos eternos en los que creyó escuchar un arrullo más viejo que la humanidad y, al notar la expresión de Darragh, supo que él escuchó lo mismo. Sin embargo, Gia notó un movimiento en medio de las sombras, por detrás de los árboles, y su reacción natural fue apartar a Darragh de un empujón.

Una flecha rozó la oreja de la loba y la sangre brotó. Gianna cayó hacia un costado con Darragh por delante.

Frente a ellos, en el suelo, había una flecha de plata y supieron que pronto llegarían más.

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