Mark soltó a Gia; ella se sujetó el cuello y miró al lobo que acababa de llegar.
—¿Qué pretendías hacer, Mark? —cuestionó Darragh.
—Ella me retó, sólo la estaba poniendo en su lugar y…
Gia no terminó de escuchar, sino que se apuró a salir de ahí sin importarle dejar a Darragh con la palabra en la boca.
La loba entró de nuevo a la enorme mansión, se mezcló entre las personas, recogió su abrigo en la entrada principal y salió de ahí.
«No puedo quedarme un minuto más aquí», pensó mientras se colocaba la prenda y recorría la parte delantera repleta de automóviles lujosos. Ella sabía que cualquier pequeño error podía poner en peligro su vida.
Gianna había abandonado aquella vieja casa de campo cuando cumplió la mayoría de edad; desde entonces comenzó a trabajar en lugar pequeñitos y a vivir en albergues hasta que logró rentar un cuarto.
La manada se olvidó de ella… o eso creyó.
Gianna tenía el coraje atorado en la garganta en forma de nudo. Quería llorar, mucho, dejarse caer sobre las rodillas y llorar por los padres que la regalaron como obsequio de paz. Ya casi ni los recordaba, sólo eran una imagen borrosa. Ni siquiera pudo estudiar o ser una adolescente promedio de la manada que tenían acceso a todas las comodidades que les brindaban.
Gianna fue tratada como un bufón que no merecía un poquito de respeto.
La loba salió del terreno de la mansión y se enfrentó a la larga carretera solitaria que se extendía frente a ella. Tendría que caminar en medio de la oscuridad o pedir un taxi, pero al sacar su celular descubrió que se quedó sin batería.
—Genial —suspiró y emprendió la marcha.
Estaba de tan abrumada que le iría peor a cualquier humano que intentara hacerle algo, eso era seguro.
No obstante, su solitario caminar se interrumpió cuando Darragh la llamó con esa voz autoritaria con la que todos obedecían, pero ella no lo hizo y siguió andando. Supo que estaba jugando con fuego, que debió obedecer, mas sólo quería escapar de ahí y regresar a su monótona vida como una chica promedio.
Escuchó los pasos del hombre acercándose, percibió su aroma en el aire y su instinto de supervivencia se disparó.
¿Y si la atacaba? No podría con él, de eso no le quedaba duda. Darragh la aplastaría con una mano.
—¿Te vas? —preguntó el lobo cuando la alcanzó y empezó a caminar a su lado.
—Sí…
Darragh gruñó.
—No obedeciste.
—No.
—Tienes que obedecerme, lo sabes.
Gia se detuvo, lo miró y tragó duro. El cuello le dolió un poco al levantar la cabeza tan rápido para mirarlo a la cara.
Darragh la hizo sentir pequeñita; sin embargo, el temor se diluyó un poco porque no encontró furia en esos ojos grises.
—Perdón.
—¿Qué pasó ahí adentro?
—Creo que lo sabe, lo mismo de siempre, señor.
Darragh frunció el entrecejo.
—¿Saber qué?
Gianna echó una mirada desdeñosa hacia la mansión.
—Lo que toda la manada ha hecho siempre conmigo.
Darragh se aclaró la garganta.
—Gianna…
—Quiero ser una loba solitaria, por favor —musitó y volvió a mirarlo a los ojos. Era una súplica—. No quiero pertenecer a ninguna manada, ¿puedo hacer eso?
—Sabes cómo se castiga a los desertores, Gianna Davies.
Ella asintió.
No quería morir.
—Entonces me conformo con no tener que verlos más.
La loba apretó los labios y continuó caminando. Darragh avanzó a su lado en silencio por unos minutos.
»Ya casi es medianoche, debería volver con su familia y celebrar, señor.
Darragh asintió.
—Regresa, es peligroso que camines sola por aquí.
—Puedo defenderme.
—Lo sé, pero…
Gianna se detuvo. Él la imitó.
La loba contempló al hombre que tenía el cabello suelto sobre los hombros y que parecía brillar bajo la luz de la luna llena. Era una criatura hermosa.
—¿Por qué no lo detuvo?
—¿Qué…?
—Los latigazos, ¿por qué no lo detuvo? Si hubiera intervenido, se habrían detenido.
—Di la orden —interrumpió Darragh y no logró sostenerle la mirada—. Mi padre la anuló, dijo que era una ofensa que me atacaras.
—Usted empezó —recordó ella—. Sólo quiso hacer lo que todos los niños hacían conmigo, lastimarme.
Darragh se mantuvo en silencio.
»No merecía esos latigazos.
—No —reconoció él—. Te debo una disculpa.
Gianna se quedó boquiabierta.
—¿Usted se está disculpando?
Él levantó la mirada.
—Tómalo o déjalo.
Gia respiró hondo. Jamás había escuchado que Darragh se disculpara, ¿a qué se debía?
La loba emprendió de nuevo la marcha sin responder, se había quedado sin palabras.
Darragh se apresuró a seguirla y tiró de su muñeca; el contacto con su piel la estremeció. Gia giró, sus ojos se conectaron por unos segundos eternos en los que creyó escuchar un arrullo más viejo que la humanidad y, al notar la expresión de Darragh, supo que él escuchó lo mismo. Sin embargo, Gia notó un movimiento en medio de las sombras, por detrás de los árboles, y su reacción natural fue apartar a Darragh de un empujón.
Una flecha rozó la oreja de la loba y la sangre brotó. Gianna cayó hacia un costado con Darragh por delante.
Frente a ellos, en el suelo, había una flecha de plata y supieron que pronto llegarían más.
—¡Corre! —gritó Gia.Darragh pensó que esa mujer estaba loca, ¿cómo iba a escapar y dejarla ahí?La siguiente flecha rozó la mejilla del lobo. Él no se quedaría ahí a esperar que lo atacaran desde el refugio de los árboles, sino que se precipitó hacia las sombras y corrió a una velocidad sobrehumana hasta sumergirse en la maleza.»¡Darragh, no!Era su oportunidad para escapar. Si Darragh quería morir, era su problema, ¿no? Sin embargo, toda su vida la aleccionaran para proteger a la familia Ashbourne. Y, además, no se perdonaría que algo le sucediera porque… ¿por qué?No había tiempo para pensar en eso.Gia subió su falda, desenfundó la navaja que llevaba firmemente sujeta en la pierna y corrió detrás de Darragh. Su aroma fue lo primero que la guió en medio de las sombras y el silencio abrumador de los árboles; no necesitó ni esforzarse para seguir el rastro del lobo que se encontraba escondido detrás de un árbol.Gia se movía con gracia y sigilo; Darragh sólo supo que se acercaba por
Darragh brincó el muro de la mansión y cayó en medio del jardín; algunos habían percibido el aroma de la sangre segundos antes, mas no tuvieron tiempo de reaccionar rápido.El enorme lobo blanco aterrizó con Gia en su lomo; su pelaje estaba bañado en sangre y permanecía alerta en medio de gruñidos.Darragh se inclinó y Gia bajó del lomo, mas no logró mantenerse en pie y cayó. El lobo blanco aulló; no tuvo que hacer nada más para que se movilizaran y auxiliaran a Gia sin detenerse a preguntar por qué esa «regalada» se encontraba en tan malas condiciones. —¡¿Qué está sucediendo?!Leonard, el alfa y padre de Darragh se abrió paso entre la multitud que ya corría de un lado a otro para auxiliar a Gia.Un par de mujeres corrieron hacia Darragh con una bata de satín y la dejaron caer sobre el lomo del lobo; éste empezó a regresar a su forma humana con el mismo espectáculo escalofriante que unos momentos atrás Gia fue capaz de presenciar.En esta ocasión el pelaje cayó en trozos sobre el ja
—Usaré la sangre, ¿de acuerdo? —dijo Darragh con voz firme—. Y si debo pasar sobre ustedes para hacerlo, lo haré.Su padre se quedó boquiabierto, ¿era real? Su heredero estaba amenazándolo, ¿cómo era eso posible? ¿Y todo por una omega regalada?Darragh contempló a ambos; eran fisicamente muy parecidos a él. Su padre también llevaba el cabello largo, su hermano lo usaba corto, pero los tres tenían las hebras plateadas y los ojos grisáceos. El alfa extendió el brazo para detener a su hijo menor que no medía la fuerza real de Darragh; por el contrario, Leonard sabía que su hijo mayor podía con los dos.—¿De cuántos te defendió? —inquirió Leonard.—Ocho atacantes.—¿Ella sola?—Sí, mientras me transformaba. El alfa hizo un asentimiento.—Ve —ordenó—. Enviaré a algunos lobos a revisar la zona.Darragh no dudó un segundo más, sino que salió disparado del estudio con la urna de oro entre las manos.Los invitados seguían aglomerados en la planta baja hablando de lo que sucedió cuando lo vie
Gia soñaba.No, recordaba.Por sus venas recorría la sangre ancestral que encerraba más preguntas que respuestas o al menos ningún ser viviente había podido contestarlas; los vampiros no contaban como criaturas vivas, no propiamente dicho. En medio de esas imágenes era consciente de la sangre que la estaba curando, pero no podía abrir los ojos; estaba atrapada en sus sueños con escenas que prefería olvidar. Desfilaban rápido frente a ella, como si se tratara de un álbum que alguien más manejaba y, de pronto, se detuvo en la imagen del joven Darragh cuando tenía trece años; Gia lo recordaba muy bien, demasiado bien.Gia miró sus manos, ¿estaba despierta? No, se recordó, estaba atrapada en sus recuerdos mientras esa sangre cumplía su cometido. Y sus manos eran pequeñas, llenas de cortes y golpes; maltrechas, el resultado de horas entrenando a solas en medio del bosque a escondidas de los demás. Nadie podía saber que se preparaba para una guerra imaginaria, porque Gia temía que un día
La Gianna adulta despertó. Sus ojos se abrieron y por un segundo no supo si seguía amarrada a esa madera, a veces tenía esa pesadilla y siempre tardaba en situarse en su presente.Ella levantó las manos, no estaban amarradas. Ya no era una loba indefensa. Y percibió ese aroma, percibió a Darragh; sólo tuvo que mirar hacia la derecha para encontrarlo a unos centímetros observándola. El lobo estaba sentado en la orilla de la cama.—Estás bien —dijo él.Gianna asintió, no le dolía nada, pensó que jamás se había sentido tan bien.—¿Usaste la sangre…?—Sí.—¿Te permitieron usarla?—No exactamente —murmuró Darragh—, pero no iba a permitir que tú…Gia se sentó del otro lado de la cama. Su espalda quedó expuesta para el lobo y éste comprobó que todas las cicatrices de esos latigazos continuaban ahí.—Tu espalda…—¿Apreciando tu obra de arte? —susurró ella y lo miró sobre el hombro—. Me arrojaron tierra, algunas heridas se infectaron, por eso las cicatrices quedaron así.—Lo siento, Gia, yo…
Gianna contempló su espalda desnuda frente al espejo; apenas podía verla sobre el hombro y le encantaba. Ya no recordaba cómo lucía sin todas esas horribles cicatrices, pero ahí frente a ella estaba la piel tersa y saludable.Todo gracias a Darragh.«Pero también él lo causó», se recordó. La imagen del enorme lobo blanco regresó a su mente, no podía sacarla de ahí, era impresionante. Ella no solía convivir con la manada cuando era luna llena; no lograba identificar si había otros lobos tan grandes como Darragh, sospechó que no. Y quería volver a verlo.El recuerdo agitaba su corazón, estremecía sus sentidos y no comprendía por qué, ¿o sí? Ella igual conocía la leyenda, todos lo hacían, ¡pero no tenía sentido!¿Cómo podría ser la Luna de Darragh? Cornelia no lo permitiría, nadie lo haría. Su celular recibió otro mensaje de Beth; su mejor amiga necesitaba saber por ella misma qué había sucedido, pero Gia la estaba evitando. Sólo esperaba que no fuer a verla, aunque probablemente la
—Retráctate —ordenó Darragh.—¡Maldición! ¡¿Qué te pasa?! —gritó Kilian mientras sostenía la muñeca de su hermano—. ¡Siempre dije que era una bruja, por eso la mandaron con nosotros!Gianna no sabía qué hacer. Para su fortuna, Aleksi tomó el control de la situación.—Por favor, Darragh, no vas a matar a Kilian, ¿o sí?—No.—Entonces paren este espectáculo patético —pidió el mediano—, por favor, están asustando a la dama.Gianna jamás había recibido un trato tan amable de Aleksi; de hecho, ni siquiera recordaba hablar con él alguna vez. El lobo prefería ignorar su existencia.Darragh gruñó. Kilian asomó los colmillos y cambió el color de sus ojos, pero su hermano lo soltó y el menor cayó con gracia sobre sus dos piernas. Entonces se sacudió la ropa, suspiró hondo y miró a Gianna.—Perdón, Gina, como te decía…—Es Gianna —interrumpió Darragh—. Gianna Davies.—Gianna. —Se corrigió Kilian con una mueca que parecía que acababan de arrancarle un colmillo.La loba retrocedió.¿Y si sus herma
Darragh contempló a Gianna, parecía una loba herida recluida al otro lado del asiento en la camioneta. Él no comprendía todos los sentimientos que despertaban cuando pensaba en Gianna. Ella nunca le fue indiferente, mucho menos después de aquel fatídico evento que los marcó en sus infancias, pero desde la última noche del año todo se había incrementado.—Todavía no sabemos quiénes fueron los atacantes —informó Darragh para romper el silencio sepulcral que los había envuelto.Gia salió de su ensimismamiento.—¿No tenían alguna marca?—No, nada.Ella suspiró.—Sabían pelear, eran buenos.—Fuiste mejor, Gianna Davies.—No demasiado. —Se lamentó ella—. Pero lo intenté.Darragh volvió a mirarla. Gia bajó la mirada.Leonard, su padre, no concebía la idea de que aquella omega pudiera ser la Luna de la leyenda, la eterna compañera de su hijo. Darragh lo comprendía, en parte, pues la familia de Cornelia era casi tan antigua como la de ellos. Su unión era vital para procrear más lobos fuertes