CAPITULO 2

DANIELA MOLINA

-Señor Pedro, entiéndame, está muy difícil conseguir un empleo. Le suplico que me dé un tiempo. 

-Tienes hasta la noche para darme el pago; de lo contrario, te me vas. 

Definitivamente, mi vida es una m****a. Fui abandonada por mis padres cuando tenía 15 años. Llegué a un orfanato donde me maltrataron hasta casi matarme. Esta tortura duró hasta mis 18 años. Cuando me liberé de ese infierno, conocí a Mariano, un infeliz me maltrató psicológicamente durante casi tres años. Al final, cuando tuve el valor de dejarlo, me di cuenta de que siempre estuve sola y que yo era la única que podría valerme por mí misma. Ahora tengo 23 años y he tratado de mantenerme a flote todo este tiempo, pero parece que tengo una mala suerte que no me ha dejado prosperar en la vida. Tengo muchos sueños e ilusiones, pero poco a poco se han ido esfumando. He tenido que dormir en la calle, trabajé en bares donde los hombres aprovechaban para hacerme tocamientos. Afortunadamente, no pasó a más, pero odiaba con todo mi ser ese trabajo. Hasta que un hombre intentó sobrepasarse más de la cuenta y tuve que darle un botellazo. Esa misma noche fui despedida y ahora estoy sola, desempleada y a punto de ser sacada del lugar que tanto me ha costado pagar.

-Soy un maldito bulto de sal – el señor Mendoza me estaba llevando a un hospital, mientras yo no paraba de maldecirlo mentalmente por haberme arrollado. Y ahora, ¿quién sabe si tengo la pierna rota? ¿Y si me quedo así y continúo buscando trabajo? 

-Deja de pensar tanto, ya me tienes angustiado – dice él. 

-Señor, usted no sabe lo que es la vida de los simples mortales. 

-¿Por qué lo dice? 

-¿En serio me lo está preguntando? – digo con ironía. 

-Sí, muy en serio. 

-Bueno, se lo diré. Se nota que usted es un hombre pudiente. Su traje, zapatos, reloj y, por supuesto, este auto de lujo da perfectas señales de que es un hombre bastante adinerado, sin contar que piensa llevarme a un hospital privado, el cual cuesta un montón de dinero. 

-Vaya, que eres observadora. 

-Señor, no se necesita ser observadora para darse cuenta de eso.

Llegamos al hospital y quedo bastante sorprendida al ver tremendo lugar. Esto no parece para nada un hospital; al contrario, parece un hotel. M****a, esto costará un ojo de la cara.

-Señor Mendoza, creo que es mejor que me vaya a uno público o mejor dejo esto así – cuando intento pararme, el dolor vuelve rápidamente y me hace sentar de nuevo. 

-Yo tengo la culpa de que usted esté así, por lo tanto, yo pagaré todos sus gastos médicos. 

-¡Tengo cosas que pagar aparte de esto! – cuando el señor piensa decir algo, soy llevada hasta una habitación que de inmediato me abruma, ya que es más lujosa y grande que mi apartamento.

-Señorita Molina, soy el doctor Herrera y hoy la atenderé. – Le cuento lo sucedido al doctor, y este ordena que me hagan una radiografía. Jamás me habían hecho algo así, así que comienzo a llenarme de pánico. 

-Oye, tranquila, no es nada malo. 

-¿Y si me duele? – este me dedica una sonrisa que parece indicar que mi actitud le causa ternura. 

-No te dolerá, te lo prometo.

Cuando me preparan para llevarme a la sala donde me realizarán la radiografía, me lleno de pánico y tomo con fuerza la mano del señor Mendoza. Él queda algo sorprendido por mi acción, pero a mí me importaba poco; él me atropelló, así que que se aguante. 

-Oye, tranquila – mi sorpresa fue cuando siento que coloca su otra mano sobre la mía, dedicándome una sonrisa que, por algún motivo, me tranquiliza. – Yo estaré esperándote. 

-Está bien.

Prepararon todo y, bueno, el señor Mendoza tenía razón; no me dolió ni nada por el estilo. Fue bastante sencillo. Cuando me regresan a la habitación, me doy cuenta de que él sigue ahí, no se fue. Una sensación extraña comienza a recorrer mi cuerpo. Por primera vez en años no me sentía sola en un momento difícil; tenía a alguien a mi lado, un completo desconocido, pero no me encontraba sola. 

-¿Cómo te fue? 

-Tenía razón, no dolió.

-Señorita Molina, todo está bien. Solo fue una pequeña torcedura, pero con unos días de reposo ya estará mejor. -¿Reposo? No, yo no puedo reposar. 

-¿Pasa algo? – me pregunta el médico. 

-¿Hay alguna manera de no tener que reposar? Necesito trabajar. – El doctor mira al señor Mendoza, y este le hace una señal para que salga. 

-¿Por qué lo retira? ¡Necesito que me responda! 

-Tienes que descansar, Daniela, tienes que recuperarte. 

-¡NO ME PUEDO QUEDAR EN UNA M*****A CAMA! – me exalto tanto que una lágrima resbala por mi mejilla, pero rápidamente la limpio.

-Yo te ayudaré con todos tus gastos, así que no te preocupes por eso -¿¡Qué carajos le pasa!? 

-Está loco, no puedo aceptar eso. 

-Por mi culpa usted está en esta camilla, lo mínimo que puedo hacer es ayudarla mientras se recupera. 

-No necesito su ayuda, señor Mendoza. 

-No seas testaruda, mujer, solo será mientras te recuperas. – Dios, ¿qué hago? La verdad, esta ayuda me podría servir mientras logro conseguir un trabajo, pero ni siquiera conozco a este hombre. No lo pienses tanto, solo quiero ayudar.

Su teléfono empieza a sonar y este me pide unos minutos, pero logro escuchar cómo dice “cariño”. Al rato vuelve a aparecer, pero su semblante cambió; está más serio, como si algo le hubiera pasado. 

-¿Qué decidió? 

-Aceptaré su oferta, pero apenas me encuentre bien, retomaré con mis gastos y todo volverá a la normalidad. 

-Bueno, tenemos un trato. – Levanta su mano para sellar el trato y, sin pensarlo, hago lo mismo. Sin embargo, no puedo evitar perderme en su perfecto rostro. ¿Qué carajos te pasa, Daniela? Tú no eres así.

Al fin me dieron el alta del hospital, y Lucas se ofrece a llevarme a mi casa, pero me llevo una enorme sorpresa cuando veo todas mis cosas tiradas en la calle. 

-No, no – me bajo con algo de dificultad del auto y corro, o bueno, hago lo que mejor puedo hasta llegar a donde están mis cosas. 

-Maldito – susurro, pero me doy cuenta de que algo me está faltando. Comienzo a buscar como loca y maniática el objeto, pero no lo encuentro. 

-No, ¿dónde estás? Aparece. 

-¿Qué busca? – No le prestó atención y sigo buscando -Si me dice, le puedo ayudar.

Cuando pienso responderle, me quedo en shock al ver mi pertenencia más preciada destrozada en el piso. Me agacho y tomo mi cofre musical de bailarina. Mis ojos se llenan de lágrimas y es imposible no soltar un sollozo. 

-Hey, tranquila – coloca su mano en mi espalda. – Le conseguiré otra de esas, no se preocupe. 

-Era lo único que tenía valioso para mí. Esto me lo regaló mi abuela en mi cumpleaños número 12 y semanas después murió – mas lagrimas corren por mi mejilla

ella era todo para mi y ahora perdí lo más preciado que tenía … ¿tita, porque no me llevaste contigo? Me hubiera evitado tanto dolor 

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