CAPITULO 30

La puerta se abre y corro a abrazar a una de las pocas personas que me acompañan y que considero como una familia.

—Dani, ¿qué pasó? ¿Por qué estás así?

—Clau… —El llanto no me permite hablar, siento como si tuviera la garganta completamente cerrada. Las manos me tiemblan y el llanto se hace cada vez más fuerte, inconsolable.

—Dani, me estás asustando, tienes que calmarte.

Niego con la cabeza varias veces y solo me aferro lo más que puedo a Claudia, como si ella fuera mi salvación, mi lugar seguro.

—Tranquila, aquí estoy.

Soy abrazada por casi una hora. En todo ese rato, Claudia no dijo nada, solo me sostuvo y acarició mi cabello mientras yo lloraba como una niña pequeña. Sentía mis ojos pesados, la nariz tapada y el cansancio me estaba ganando.

—¿Quieres dormir un poco? Te veo cansada.

Dejo que ella me recueste en el sillón. Me coloca una manta encima y, como me siento tan agotada mentalmente, me quedo dormida.

Me despierto al escuchar unos gritos que provienen de la puer
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