CAPITULO 4

DANIELA MOLINA

El señor Mendoza tiene que estar bromeando. ¿Yo, trabajando en su empresa? Para empezar, ni siquiera sé en qué trabaja, y además, no tengo estudios, solo el bachillerato. No sé cómo le podría ayudar. 

—Señor Mendoza, no creo ser la persona adecuada para trabajar en su empresa. 

—¿Por qué no? 

—Porque no tengo estudios, solo terminé el bachillerato. ¿Cómo podría aportar en su empresa? Además, ni siquiera sé qué hacen allí —le digo, mientras él me dedica una sonrisa. 

—Es una empresa creadora de tecnologías —son frikis—. Trabajamos con computadoras, sistemas tecnológicos, celulares inteligentes y aplicaciones. Nos enfocamos, sobre todo, en nuevas tecnologías más avanzadas que puedan ser útiles en el futuro. 

—Bueno, suena interesante, pero no sé nada de eso. 

—¿Sabes manejar una computadora? - Bueno, no tanto, pero puedo aprender. 

—Sé lo básico. 

—Por ahí podemos empezar. ¿Qué te parece si te pongo como asistente de dirección?  -

-¿Ser su asistente? ¿O sea, trabajar directamente con usted? 

—Sí, en mi grupo está Camila, pero ahora tiene muchas responsabilidades, así que sería bueno tener otro apoyo. Estoy seguro de que se llevarán bien, y ella te ayudará en todo lo que necesites. 

La idea no suena mal. Además, es un trabajo; no me está regalando nada. De esta manera, podré salir rápido de aquí y conseguir un lugar para vivir sola, como siempre he querido. 

—Está bien, señor Mendoza, acepto su propuesta —él me dedica una sonrisa que me causa una sensación extraña, algo que no me gusta para nada. 

—¡Perfecto! Cuando el doctor diga que puedes moverte sin complicaciones, podrás comenzar a trabajar. 

En ese momento, pienso en la ropa. No tengo ropa adecuada para trabajar en ese tipo de lugares; siempre he trabajado en sitios donde me daban uniforme. 

—¿Ocurre algo? 

—Señor Mendoza, no quiero abusar de su confianza, pero ¿sería posible un adelanto de mi sueldo? —Dios, qué vergüenza—. Es que no tengo ropa adecuada para trabajar, y me gustaría comprar algo. No quiero parecer un bicho raro. 

—No te preocupes, yo solucionaré eso. 

—¡No! No es necesario, solo sería adelantarme el sueldo, y ya. 

—Puedo conseguirte ropa sin necesidad de que gastes en eso. 

—¡NO! —le grito, algo estresada, pero al darme cuenta de mi reacción, me disculpo—. Perdón, es que… —suelto un largo suspiro—. No me gusta que me solucionen todo o que me regalen cosas. Todo esto ha sido bastante extraño para mí. Siempre he sido yo quien ha resuelto mis problemas, y ahora usted está intentando hacerlo, lo cual me hace sentir incómoda o extraña. 

La mirada del señor Mendoza se suaviza y se acerca, dejando solo un pequeño espacio entre los dos. Desde mi posición, puedo oler su delicioso aroma, y siento cómo mi cuerpo comienza a reaccionar al tenerlo tan cerca. 

—No sé cómo ha sido tu vida, pero estoy seguro de que no ha sido fácil. Sin embargo, a veces es bueno dejar que alguien te brinde una mano. No siempre vamos a tener el control de las situaciones ni podremos solucionar todo en la vida. Se nota que eres una mujer fuerte y determinada, pero también vi tu vulnerabilidad cuando buscabas, con lágrimas en los ojos, el cofre de tu abuela —es bastante observador—. No siempre tendrás el control de tu vida, y no siempre podrás resolverlo todo sola. 

—Parece que lo dijera por experiencia propia. 

—Así es. Justo ahora, mi pareja y yo estamos buscando tener un hijo, pero desafortunadamente no se ha dado, y ahora nuestra única opción es buscar a una mujer que quiera llevar en su vientre a nuestro hijo para luego entregárnoslo.  —¿Cómo es eso? 

—No entiendo, ¿quieren que otra mujer tenga a su hijo para luego dárselos? 

—Sí, se le llama vientre subrogado. Mi prometida no ha podido quedar embarazada, y esa es nuestra única opción. 

—¿Tantos deseos tiene de ser padre? 

—Así es, por eso estamos en búsqueda de ese bebé. 

Vaya, y yo pensando que tener hijos es una locura. Después de vivir de cerca lo que sufren los niños no deseados, puedo decir que jamás tendría un hijo. 

—Bueno, si en algún momento eso pasa, no hagan la estupidez de abandonarlo como si fuera un objeto. Denle la mejor vida posible. Muchos niños viven en la calle o en orfanatos solo porque tuvieron padres de m****a que no supieron lo que realmente significaba ser padres.

Él me mira de forma extraña. 

—¿Lo dices por experiencia propia? 

Por primera vez, decido abrirme con un completo extraño, que ahora será mi jefe. 

—Sí, mis padres me abandonaron en un orfanato a los 15 años, y a los 18 me echaron de allí sin importarles que no tenía a nadie más ni sabía qué hacer. Por eso soy tan independiente. Me tocó aprender, con dolor y sufrimiento, lo que era sobrevivir en el mundo exterior. 

—Siento mucho lo que has pasado —intenta tomar mi mano, pero la retiro. 

—No sienta compasión. Todo eso ya pasó, solo le estoy contando esto para que cuando decida tener un hijo, no cometa la misma estupidez que hicieron mis progenitores.

Han pasado tres semanas y ya me siento desesperada. Necesito salir a trabajar, no puedo seguir quedándome en el apartamento del señor Mendoza. 

—Margarita —la llamo, mientras ella arregla la cocina. 

—Dime. 

—¿Podría darme el número del señor Mendoza? Necesito hablar con él, lleva días sin venir. 

—Claro, puedes llamarlo desde mi teléfono —ella marca el número y luego me lo entrega. 

—Gracias —el tono empieza a sonar, y al segundo timbrazo, escucho la voz imponente del señor Mendoza. 

—¿Margarita, todo bien con la señorita Daniela? —¿Está preguntando por mí? 

—Señor Mendoza, habla Daniela. 

—Oh, disculpa. ¿Cómo te encuentras? 

—Mucho mejor, gracias por preguntar. 

—Me alegra mucho. Ahora dime, ¿a qué debo el honor de tu llamada? 

—Señor, ya han pasado las semanas que el médico dijo. Me estoy empezando a sofocar en este apartamento y necesito trabajar con urgencia. 

—Ya te estabas tardando en decirme eso. 

—¿Cómo? No entiendo. 

—Con lo impaciente que eres, juré que me dirías esto a las dos semanas de estar ahí. 

—No quería molestarlo. 

—Mañana puedes empezar. Margarita te indicará todo para que inicies tu trabajo, y no quiero ningún "pero". 

—¿A qué se refiere? —Debo colgar, estoy por entrar a una reunión. Nos veremos mañana. 

—Señor, yo... —quedo con la palabra en el aire. El señor Mendoza me acaba de colgar—. M****a.

—Gracias, Margarita. El señor Mendoza dijo que usted me indicaría algo. 

—Oh, claro que sí, ven —me lleva por un pasillo del apartamento hasta una habitación enorme que solo tiene una cama, parece una habitación de invitados, sencilla para lo que es el apartamento en general. 

—El señor dijo: sin "peros". —Abre otra puerta y me quedo asombrada al ver un armario con varias prendas, zapatos y bolsos. 

—¡Ay, por Dios! Esto es demasiado. Margarita, esto es mucho. 

—El señor quiso tener ese detalle contigo. 

—Pero... —ella levanta un dedo y me calla. 

—Nada de "peros". Escucha, el lugar donde trabajarás no es cualquier lugar, es la empresa del señor Mendoza, y serás su asistente, por ende, debes ir bien presentada. 

—Pero no era necesario tanta ropa. Es demasiado. 

—¿Sabes cuánto dinero tiene el señor Mendoza? 

—No, y tampoco me interesa. 

—Pues para tu información, tiene tanto que podría comprar diez tiendas de ropa de lujo, y no le haría ni cosquillas a sus finanzas. 

—Eso no me importa, Margarita, es solo que no estoy acostumbrada a esto —digo, señalando el armario. 

—Es solo por esta ocasión. Disfruta de tu ropa.  —¿Mi ropa? Ni siquiera la compré yo...

Al día siguiente, despierto muy temprano. Debo estar en el trabajo a las 8:00 AM y son las 6:00 AM. Tengo tiempo. Margarita me dijo que la oficina está a tres calles del apartamento, así que puedo ir caminando. Voy al armario y busco qué ponerme. Debo ser cuidadosa con lo que elijo, no quiero dar mala impresión. Quiero verme bien, ya que no quiero defraudar a mi nuevo jefe; además, necesito este trabajo y quiero aprender. Encuentro una falda color vino tinto que llega hasta las rodillas, así que no se ve vulgar. Tomo una blusa blanca de manga larga y la acomodo dentro de la

 falda para darle forma a mi cuerpo. Me pongo unos tacones negros y agrego un bolso negro. 

—Bueno, creo que así estoy bien —me digo, mirándome al espejo. 

—Niña, ya está listo el desayuno —Margarita entra a la habitación y se queda parada, mirándome de arriba abajo. 

—¿Está mal? Ay Dios, mejor me cambio. 

—¡No! Al contrario, estás hermosa. Es increíble el cambio que puede tener una persona con la vestimenta y un poco de arreglo.  —¿Era fea antes? 

—No digo que seas fea, sino que te faltaba sacarte partido. 

—Con el ritmo de vida que tenía, era difícil sacarme partido —ambas reímos. 

—Pues ahora vas a dejar a más de uno con la boca abierta, te ves preciosa.

Salgo del apartamento y camino las tres calles que Margarita me indicó. Llego rápido y quedo sorprendida por lo enorme que es el edificio donde está la empresa del señor Mendoza. De inmediato me siento nerviosa, pero decido respirar hondo y entrar con el pie derecho, mostrando mi mejor actitud. 

—Buenos días —la señorita de la recepción me saluda con una sonrisa cálida. 

—Buenos días. Soy Daniela Molina, la nueva asistente del señor Mendoza - Ella parece algo sorprendida. 

—Oh, el señor Mendoza no me había comunicado nada, pero deme un minuto, me pondré en contacto con él. 

—Tranquila, no hay problema. 

La recepcionista hace una llamada y cuelga al rato. 

—Puede pasar, señorita Molina, y bienvenida a la empresa. 

—Gracias. ¿Cuál es su nombre? 

—Me llamo Susana. Lo que necesites, puedes venir. 

—Gracias, Susana. Me puedes llamar Dani o Daniela, como gustes. 

—Suerte con el jefe, Dani. Piso 20. 

Camino hacia el ascensor y presiono el botón del piso 20. Justo cuando las puertas se están cerrando, alguien coloca la mano, impidiendo que se cierren, y me da un susto de muerte. 

—Disculpe, señorita, no quería asustarla —vaya, el hombre que aparece en mi campo visual es alto, de cabello negro perfectamente peinado, su aroma es embriagante, y ni hablar de sus ojos, que parecen del color del mar. 

—Tranquilo, no se preocupe —cuando va a presionar el botón de su piso, me habla. 

—Vamos para el mismo piso. ¿Trabaja aquí? Porque jamás te he visto, no olvidaría un hermoso rostro como el tuyo - Genial, es un Don Juan, hasta aquí llegó la magia. 

—Soy nueva, trabajaré con el señor Mendoza - Él parece algo asombrado. 

—No sabía que Lucas había contratado a alguien, pero qué bueno que lo hizo. Un placer, soy Gabriel Pardo, uno de los socios de esta empresa. 

¡Mierda! Será mi jefe también. 

—¿Tu nombre es...? 

—Daniela Molina. Un placer —extiendo mi mano y él la toma, regalándome una sonrisa coqueta. No me doy cuenta de que las puertas del ascensor ya están abiertas hasta que escucho la voz de mi nuevo jefe. 

—¿Daniela?

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