Un Omega que huele a Flores
Un Omega que huele a Flores
Por: Dalex Hache
Prólogo

Enero 01. San Antonio, Texas.

El día permanecía increíblemente soleado y caluroso, aunque tal vez, ésto se debiera a las miles de personas que llenaban las calles de la ciudad; brincando, aplaudiendo, silbando y gritando ante el magnífico desfile que se desataba.

Minutos antes, Leonidas había decidido alejarse un poco de aquel gentío, pero le fue imposible cuando su mejor amigo, Jacob, lo jaló del brazo; íntegramente emocionado y metiéndolo aún más entre la multitud. Pronto él percibió como el aire comenzó a faltarle, pero pudo respirar una vez más cuando la barandilla chocó contra su abdomen, indicándole que no podían ir más allá de lo que, posiblemente, Jacob deseaba.

— ¡Oh, por Dios! ¡Mira que hermosa esa! — Gritó, haciéndose escuchar por entre la bulla. Leonidas admiró la carroza que había señalado el Enigma, y con una sonrisa poco entusiasmada, él asintió.

Era cierto, todas eran preciosas, pero él ya se estaba aburriendo. Y es que nunca fue especial fanático de los festejos, y aquel maravilloso desfile definitivamente no sería la excepción.

Era el cuarto año consecutivo en el que pasaba el aburrido y tedioso primero de enero en el Desfile del Torneo de las Rosas. Definitivamente, los dos primeros años habían sido inolvidables, pero ese día tan sólo habían asistido su Enigma amigo y él. Sin siquiera un acompañante de más; y él apreciaba la compañía de Jacob, incondicionalmente, pero a veces resultaba tan infantil que ciertamente, no aparentaba su real edad.

Soltando un ligero suspiro, él apoyó sus manos en la barandilla, dispuesto a disfrutar lo mucho o poco que Jacob deseara permanecer en el lugar y a su vez, intentar despejar el agobiante aburrimiento de su cuerpo. Cuando miró a todo su alrededor y observó las miles de personas alegres, él se permitió sonreír, pensando que era un vil y testarudo amargado. Omegas, Betas y Enigmas y alfas saltando y gritando, completamente felices.

Justo en aquel momento, en el que empezó a hundirse filosóficamente en el porqué de sus acciones, su mirada se vio atrapada por un omega increíblemente feliz. Sus manos agitándose hacia arriba mientras se movía al ritmo de la música que sonaba. Parecía gritar cosas a las personas que lo acompañaban, y una preciosa corona de flores reposaba sobre su omega cabello. Como la destacaban varias personas presentes.

Leonidas sonrió de lado, pensando que lucía tremendamente tierno, y cuando menos lo esperó, los grandes ojos se posaron sobre los suyos. Él no reaccionó necesariamente rápido, admirando como las mejillas del joven se prendían y dejaba de hacer su baile improvisado, pareciendo completamente avergonzado. Aquel gesto hizo reír a Leonidas, quien relamiendo sus labios, intentó hacerle una seña con sus ojos de que, indudablemente, no debería detenerse. Pero el pequeño omega pareció no comprender, y en lugar de eso, mordió su labio. Increíblemente rojo.

— Hey — lo llamó Jacob.

El Alfa se vio obligado a apartar la mirada, fijándola en los ojos curiosos de su amigo— . Sé que no estás muy contento aquí, así que si quieres que nos vayamos, no me opondré. Digo, no es como si el año entrante no volveremos a venir — se rió, una mueca relajada. Leonidas agradeció internamente su gesto, aunque maravillosamente, él estaba planeando quedarse un rato más. Y todo, por tan sólo seguir observando al bonito omega de la corona.

— Seguro — respondió Leonidas, una voz despreocupada— . Tan sólo unos minutos más.

Y cuando volteó hacia el lugar donde había estado observando, admiró como los ojos rodeados de espesas pestañas parecían sonreírle; aquello le resultó innegablemente encantador. Estiró sus labios en una pronunciada sonrisa, moviendo su mano en forma de saludo cuando el omega sintió como lo jalaban de la camisa, y prontamente, Leonidas admiró como una omega asemejaba decirle algo. Él realmente pensó que lo seguiría observando por un tiempo más, pero cuando el omega se dio media vuelta, con una mirada aparentemente triste, Leonidas supo que no todo podía ser tan bueno.

Aunque quiso refutar aquel comentario inmediatamente, cuando admiró como el omega veía por encima de su hombro, y con una última sonrisa, pareció despedirse de él. Leonidas enseguida supo que también era su hora de irse.

— Vamos — jaló a Jacob, quien había ignorado todo aquel momento, sus ojos fijos en las imponentes carrozas.

— Lo siento, prometo que el año entrante vendremos con más personas — se disculpó el Enigma, cuando ya estuvieron frente al auto de Leonidas. Leonidas sonrió confusamente, y echando un último vistazo atrás, se encogió de hombros.

El rubiecito en sus pensamientos.

— No importa — afirmó— . A decir verdad... creo que este año vi cosas más bonitas.

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