Episodio 8

El Alfa achicó los ojos en una mueca disgustada; por supuesto que no deseaba perder la oportunidad de hablar con Lisa, pero tampoco quería perderla con el niño de las flores en el cabello. De igual manera, él tuvo que tomar una rápida decisión, y caminando desganado hacia la puerta de la cafetería, le echó un último vistazo agradecido a su amigo.

— Quiero que me llames si llegas a saber algo, por favor — pidió, prensando sus labios para luchar contra la presión en su pecho. Prontamente sintiéndolo dolorido y falto de aire. Tras ver al Enigma asentir, él salió de la tienda.

Los rayos de luz cálida que aún bañaban la ciudad entera, lo recibieron con gozo cuando al aire chocó contra su rostro. Amaba el clima de Carolina del Norte  , y por supuesto, aquel aroma playero que invadía por completo a la ciudad. Pero sin duda alguna, más amaría poder hablar con el rubiecito.

Le resultaba incomprensible toda aquella situación, haciéndole doler la cabeza y tragar el nudo que se había instalado cruelmente en su garganta.

Admirando su auto aparcado justo al frente de la cafetería, se puso en marcha hasta llegar a él, pero su mente despistada y cuerpo descoordinado, no le hicieron darse cuenta que estaría rodeado de personas. O al menos, demasiado cerca de una. Cuando sintió el doloroso impacto de su cuerpo chocando contra otro, él se permitió reaccionar, y escuchando el jadeo doloroso que dejó salir la otra persona, apretó sus manos con vergüenza.

— Lo siento mucho — dijo de inmediato Leonidas , sin siquiera reparar en la otra persona o verla. Cuando admiró que algo había caído al suelo, velozmente se agachó; siendo rápidamente imitado por la otra presencia.

Cogiendo la corona de flores en sus manos, él tragó saliva. Su corazón comenzando un rápido trote cuando el delicioso aroma de los pétalos se extendió a lo largo de sus fosas nasales, cautivándolo de inmediato, y sintiendo como la saliva se secaba en su boca al comenzar a suponer millones de cuestiones. ¿Sería lo que estaba pensando?

— No te preocupes, fue mi culpa. Venía distraído — aquella voz por completo sutil a los oídos del Alfa, quien no pudiendo aguantarse mucho más, elevó su mirada hasta posarla en la contraria; levantándose ambos segundo a segundo.

Los ojos del omega abriéndose con sorpresa, y sus mejillas sonrojándose de la manera más furiosa que hubiera deseado. Su corazón latiendo erráticamente y sus piernas comenzando un ligero tembleque vergonzoso. Cuando admiró aquellos preciosos color chocolate mirarlo como si, realmente, él fuera irreal, extendió una sonrisa por sus mejillas.

Mientras tanto, Leonidas no podía creerlo, y percibiendo como su pecho se hinchaba de alivio mezclado con un enorme amor, él se permitió devolverle la sonrisa. Estirando entre sus manos la delicada corona y sin apartar la mirada de la contraria, se sintió flotar en el aire. Demasiado bueno como para ser cierto.

— Creo que..., esto es tuyo — murmuró Leonidas , relamiendo sus labios cuando el pequeño encogió sus hombros. Aquella acción pareciendo más tierna de lo que debería, y sus impulsos ganándole rápidamente.

Reposando la corona sobre el brilloso cabello omega, Leonidas sintió el corazón en la garganta, y cuando la mano del omega se posó sobre la coronita, arreglándola encantadoramente, se sintió por completo colmado.

Y tras aquella descuidada afirmación, ambos dejaron salir una encantadora risa; sintiéndose irrevocablemente maravillados.

— Supongo que sí.

Definitivamente, se habían encontrado.

Ryle se encontraba increíblemente estupefacto, sin embargo, su corazón parecía querer trepar por su garganta y por consiguiente, abandonar su cuerpo de una abrupta manera.

Desde luego, Ryle jamás imaginó que encontrar al dueño de sus pensamientos desde hacía unos cuatro meses, sería una tarea tan sencilla y obviamente, él habría dado por hecho que no lo era. Pero ahora el mundo parecía estar a su favor, y no podía sentir nada más que una emoción tremenda recorrer por completo sus venas.

Desde el primero de enero en Texas , el juró que aquel hombre era la invención más preciosa del planeta, pero ahora, y observándolo de cerca, podía confirmarlo. Aquel hermoso espécimen era ridículamente bello; y la obvia afirmación tan solo logró que su estómago se revolviese de emoción y sintiese cosquillas en su interior.

Agradándole el revoltijo que se había vuelto su cabeza, estiró una sonrisa por sus labios, aún mucho más pronunciada que la anterior, y es que simplemente no podía hacer otra acción porque de así efectuarlo, posiblemente quedaría avergonzado por alguna cuestión. Percibiendo la pronta frialdad que habían adquirido sus manos, el carraspeó; los característicos ojos color chocolate admirándolo intensamente, y una sonrisa que recordaba con exactitud, plasmada en los rosados y gruesos labios del otro hombre.

— Yo..., ehm — murmuró Leonidas , evitando hacer por completo el ridículo. Sabía que podría arruinarlo en cualquier momento, y esperaba que tener al omega en frente, no resultase ser tan vergonzoso como en ocasiones, él imaginó que sería— . H— hola.

— Hola — respondió el omega, agitando sus largas pestañas en un gesto tierno, y sacudiendo su mano alzada por encima de su hombro. Podía sentir como sus piernas comenzaban a temblar, y el armonioso latido de su corazón descontrolándose cada segundo más. Sabía que debía controlarse, pero jamás había logrado sentirse tan nervioso frente a otra persona, porque, desde luego, las demás no habían sido catalogadas como eternos amores improvisados— . Y— yo..., yo te recuerdo.

En aquel justo momento, cuando Leonidas pudo detallar más la voz de su pequeño hermoso; dulce y melódica como la imaginó, sintió que podría caerse en cualquier momento. Ryle tampoco estaba tan lejos de su realidad, y percibiendo el tremendo nudo que se instaló en su garganta, casi impidiéndole hablar, Leonidas se fijó en los incomparablemente preciosos ojos color miel. Aquel niño era terriblemente perfecto.

— ¿Me recuerdas? — Cuestionó, sintiéndose estúpido en ese justo momento. Cuando la tierna risa llenó sus oídos, mordió el interior de su mejilla; sintiendo el poderoso latido de su corazón, en sus propios oídos. Y es que, Dios, estaba justo en frente de la persona que lo hacía desvelarse cada mañana y esperarlo cada tarde— . Digo, es obvio porque me lo has dicho pero..., oh, Dios — jadeó Leonidas, sintiéndose ridículo cuando una nueva y ligera carcajada cedió.

— Está bien — asintió el omega, abrazándose a sí mismo y bajando por un segundo su mirada. Las mejillas incontrolablemente sonrojadas y su cabeza aún, inmune a creer lo que en realidad estaba pasando. ¿Sería otro de sus sueños despierto? Realmente esperaba que no— .Yo también me siento un poquito nervioso, no estés triste por eso.

Y desviando la mirada del delgado cuerpo, Leonidas cogió el suficiente aire que sus pulmones le permitieron, estirando una auténtica sonrisa por sus labios y reteniendo sus ganas de atraer el cuerpo del chico y abrazarlo fuertemente. Podía sentir las ansias recorriendo su completa anatomía, y cuando dirigió un rápido vistazo hacia su cafetería, supo que debería hacer algo porque, y era obvio, él no lo dejaría escapar.

— ¿Estás ocupado ahora? — Preguntó el Alfa, ganándose la pronta e inocente mirada brillante del niño, quien con ímpetu, negó furiosamente. Acción que, nuevamente, logró que Leonidas se sintiese colmado. Era precioso, demasiado. Hermoso.

— No, no lo estoy, pero si lo estaría yo..., no importa. — Se rio, sonrojado y acariciando sus propios brazos, dándose el calor que no escaseaba— . No estoy ocupado ahora.

— Bien — sonrió Leonidas , cerrando sus ojos por una milésima de segundo antes de señalar el local y aclararse la garganta, increíblemente nervioso— . ¿Quisieras..., uhm, tú? ¿Te gustaría, oh..., aceptas tomar un café conmigo?

Tras pronunciar aquellas complicadas palabras, Leonidas sintió un ardor característico en la boca del estómago. Los ojos del omega mirándolo con pronta sorpresa, y su cuerpo encogiéndose a la vez que una nueva y temblorosa sonrisa, iluminaba su rostro. Parecía estarse debatiendo internamente, y Leonidas creyó por un momento que lo rechazaría, como siempre temió. Pero cuando el sonrojo en el rostro del omega se convirtió en uno más furioso, Leonidas suspiró lleno de alivio, tan sólo esperando que las palabras del omega fueran las acertadas, porque de otro modo, se sentiría completamente patético.

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